Ego sum

Resulta ciertamente problemática la clasificación taxonómica del ser ante el que me encuentro, como uno de esos extraños animales o vegetales que de vez en cuando descubren los científicos y de los que no se tenía noticia hasta que sus hallazgos son reconocidos por las inevitables “Nature” o “Science”.

Especies, subespecies, géneros, familias, clases, la taxonomía habitual no parece suficiente para catalogarlo y describirlo. ¿Novelista? ¿Ensayista? ¿Político? ¿Propagandista, acaso? ¿Periodista, como su padre, quizá? ¿El genérico “escritor”, a secas? Es todo ello y todos acaso resulten insuficientes para explicar todas las facetas de su variopinta, poliédrica, tornasolada, atareada esencia.

Este conversador, que se precia de conocer a quienes toman asiento en este escaño de papel, se topa con algunas dificultades conceptuales a la hora de definir y clasificar al personaje. Y no se le ocurre otro procedimiento más idóneo que citar su nombre como método clasificatorio más eficaz. Sin más palabras: Fernando Sánchez Dragó, 70 años recién cumplidos, madrileño de nacimiento, de la cosecha fatídica de 1936, soriano de adopción.

Digamos que, también, como en otros justiciables que han tomado asiento en este incruento, amable, bondadoso cadalso, el personaje se entrelaza en el espacio y en el tiempo con algunas hebras del tapiz biográfico de quien esto escribe, dejando tras de sí, obviamente, y en este caso –que no siempre–, el consiguiente rastro de relaciones y afectos.

Recientísimamente, la aparición en la editorial Leer, la pasada primavera, de la obra de Pablo Lizcano La Generación del 56. La Universidad contra Franco, me hizo coincidir con él en la presentación del libro –de la que Leer dio cumplida cuenta en su Número 174– en la Sala Clara Campoamor del Congreso de los Diputados, junto con el resto de los presentadores –Rodolfo Martín Villa, Enrique Múgica, Ramón Tamames, el autor de la obra y quien esto escribe– y, posteriormente, el tratamiento monográfico que Sánchez Dragó dedicó al libro en su programa televisivo (Telemadrid) Las noches blancas.

Antes, mucho antes (1980), una más larga e intensa coincidencia: en la redacción de Diario 16, cuando el periódico iniciaba su arduo y juvenil renacer y Fernando Sánchez Dragó se ocupó de idear y editar un chisporroteante, imaginativo y belicoso suplemento cultural, “Disidencias”, en aquellos años juveniles y fabulosos con la Transición apenas iniciada.

Después, encuentros ocasionales a lo largo de los años con este disidente profesional que ha atravesado años y cordilleras y Gobiernos y regímenes de cambios casi sin despeinarse, gracias a su habilísima mano para el gobernalle en aguas políticamente procelosas, a su capacidad inusitada para mantener las más óptimas relaciones con todos los colores del espectro político y sus sucesivas prolongaciones mediáticas.

Y antes conocí su Gárgoris y Habidis. Una Historia mágica de España (Premio Nacional de Literatura), que ya entonces era sutilmente ridiculizada en ciertas zonas socialistas (Carmen Rico-Godoy, que en paz estés), donde las heterodoxias anarcoides, ingenuamente libertarias de Fernando no eran demasiado bien vistas: la obra de Dragó, Sergio y Estíbaliz

Ahora, sin embargo, Fernando ocupa esta tribuna de conversadores en función del más estricto y architópico de los requerimientos informativos: Sánchez Dragó “es noticia”. Su novela –para entendernos, pues calificar así a su última obra es todo un acto de osadía casi fractal, como pretender aplicar las tridimensionales geometrías euclidianas a uno de aquellos informes boniatos de la preguerra, guerra y posguerra– Muertes paralelas ha obtenido el Premio Fernando Lara 2006 (antes su autor fue Premio Planeta y también finalista, del mismo Grupo) relatando la muerte de su jovencísimo padre (27 años), Fernando Sánchez Monreal, a manos de hombres de Franco –un insólito crimen, por tratarse de un maurista y conservador reconocido–, toda una gran peripecia coral en la que Fernando enhebra su relato en torno a la historia de su progenitor, entreverada con su propia vivencia biográfica, cuyo relato se inmiscuye en otras muertes, la del joven fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, fusilado por los republicanos, hasta en el asesinato de García Lorca, para crear una narración novelada de hechos reales.

A la hora de escribir estas líneas recibo una invitación para la presentación de Muertes paralelas, no sé si la tercera, acaso la cuarta, quizá el quinto acto al que asistiría, tras la comida de la Prensa con el autor –que soltó una furtiva lágrima al evocar la figura de su padre asesinado, eje argumental de la novela– convocada por la editorial. Posteriormente, presentación con otro señor también bastante raro, el mexicano Alejandro Jodorowsky, fundador, junto con Roland Topor y Fernando Arrabal (y el torero y periodista Diego Bardón, hoy en situación de missing, coautor de un libro sobre el Cordobés, Un ataúd de terciopelo, al alimón con Raúl del Pozo) del Movimiento Pánico. Una tercera, oficiada nada menos que por unos ardorosos muchachos de Falange Auténtica (la rama de Hedilla, exterminada por Franco), que pretenden nacionalizar la Banca y demás amaneceres rojos. Una cuarta presentación, en la Asociación de la Prensa de Madrid y, finalmente, un ruidoso happening mediante el cual, y tal como había anunciado previa y públicamente, Dragó se encaramó a una escalera en una plaza de su barrio (Malasaña) y retiró la placa de Juan Pujol, supuesto incitador de la muerte de su padre, y la sustituyó por otra, con el nombre de su progenitor. Ruiz-Gallardón no es muy partidario y dio orden de restablecer el orden.

Y es que Fernando es, antes que nada, una formidable máquina de vender, toda una factoría, capaz de rentabilizar las sinergias mediáticas de sus muchos balcones informativos, radios, periódicos, blogs y, sobre todo, la televisión, auténtica garantía de ventas millonarias para todo el que ocupe la pequeña pantalla regularmente con razonables índices de audiencia, como es el caso.

Dragó logra mantener informativamente viva la aparición de su libro Muertes paralelas mediante el sencillo procedimiento de las incontables, frenéticas presentaciones, como dándose mucha prisa para seguir viviendo. Sin duda, su virtuosismo para la propaganda es notorio. Además, la imparable simpatía de este hombre siempre risueño, Peter Pan sonriente, extenuante y agotador, sin una sola cana, a quien resulta difícil no querer, ciertamente.

¿Megalómano? ¿Hipervanidoso? ¿Síntesis de memoria, desvergüenza y mercadotecnia, cuando es capaz de entrevistarse a sí mismo y convertir una operación a corazón abierto, de muchas horas en el quirófano, en materia de lista de libros más vendidos? Kokoro (Corazón en japonés). A vida o muerte. Dragó entrevista a Dragó (La Esfera de los Libros; Madrid, 2005) es un supremo acto de desdoblamiento entre ingenuo y megalómano, porque, ciertamente, hace falta valor para entrevistarse uno a sí mismo, en el que Fernando transforma en libro sus angustias en el pescante del quirófano, sus temores, los de Naoko, hasta su inapetencia sexual, en una colisión de argumentarios en el que también brilla Dragó como pícaro cervantino a base de palabrería más o menos escurridiza. Porque Dragó es ya toda una marca que se vende al margen de los contenidos. Ego sum.

Y reflejos de avezado delantero centro, capaz de adivinar tribunas, oportunidades de gol y sinergias donde nadie las ve. El affaire Günter Grass le lleva a escribir un artículo, cuajado de onomatopeyas y expresiones casi de los fumetti de los comics (¡atiza!), en el que se compara con el Nobel alemán (y sale en su defensa) en un acto entre el marketing y ese ingenuo impudor que le hace tan desvergonzadamente atractivo, similar a la equiparación de su Muertes paralelas con el A sangre fría de Truman Capote que realiza en esta “Conversación”. Al final, su sinceridad, su candor, acaban por desarmar a sus críticos, todos o casi todos procedentes de la izquierda, que le acusan de maquillar su propia biografía, de embellecerla tras el biombo de una retórica adolescente.

“Una cosa es el personaje Dragó, odiado por los progres, y otra yo mismo. Mi gente sabe que carezco de vanidad. Me ves vestir y vivir y te das cuenta de que no estoy en una torre de marfil y no doy importancia a las cosas que he hecho en la vida. Tampoco tengo problemas de ego porque mi tarea es matar el ego y buscar el yo profundo. Mi vida está inspirada en el conócete a ti mismo. Soy el hombre sin etiquetas, como era Ulises frente al cíclope cuando le pregunta con el ojo de la conciencia: ¿Quién eres tú? Nadie es la respuesta”.

Subo a su casa, en las primeras estribaciones del barrio de Malasaña madrileño, en un desvencijado y modesto edificio con siglos en su tejado. A pocos metros del rellano ya se perciben los aromas orientales, los efluvios de especias, incienso, que emanan de su casa, trescientos metros cuadrados, una vivienda aproximadamente vietnamita, de infinitas y minúsculas habitaciones y recovecos, una especie de Fraggle Rock, como si su dueño llevara años horadando el viejo edificio e incorporando pisos y estancias a su casa, practicando una especie de inmobiliario imperialismo anexionista, en las que ya no cabe un libro más, un objeto oriental más, una pastilla más.

Su “farmacia” es un armario en el que se alinean en primoroso orden todo tipo de pastillas y mejunjes orientales, desde el extracto de pene de tigre hasta vaya usted a saber qué. Reposan en un platillo docenas de grageas y pastillas de todos los colores. “Son sólo la mitad de las que tomaré hoy. Y así cada día”, dice este hombre que, a pesar del peso perdido tras su convalecencia –una reciente y seria operación a corazón abierto para reparar sus arterias coronarias–, exhibe su semblante risueño y rejuvenecedor. Hay que descalzarse, preceptivamente, para franquear la puerta, antes de entrar en una pequeña estancia donde recibe, tumbado en un diván.

Soriano, nacido en Madrid, mimado niño bien que en su infancia soriana ya destacaba por un exótico jersey con una gigantesca F de Fernando en el pecho, adorno sin duda muy cosmopolita para la época, adornado él mismo por nombres de su parentela en el who’s who nacional, como el ex ministro Ruiz-Giménez, tío suyo (primo de su madre), a quien las travesuras políticas de unos jovenzuelos, su sobrino entre ellos, provocaron la dimisión en la crisis de 1956.

Niño bien, decía, y alumno inevitable, por tanto, del selecto y madrileño Colegio del Pilar (otros inquilinos de este escaño de conversadores también pilaristas, Cebrián, Ansón…). Niño bien y, hoy día, hombre aproximadamente rico, muy rico, que ha ganado y gana mucho dinero, que se desplaza en un suntuoso Jaguar con el interior encuadernado en piel blanca, que conduce Naoko, su compañera sentimental, una adorable jovencita japonesa, treinta y tantos años más joven que él, con la que está a punto de contraer matrimonio, autora de aquella frase al borde del quirófano: “Papi, vuelve”. Y volvió.

 

Magnífico aspecto tienes…

Sí, sorprendentemente, porque hoy he dormido poco más de dos horas y he tenido tiempo para ventilarme tres libros. No me canso, no noto el calor.

Mi madre sí que era la clásica niña bien, bilingüe. Mi bisabuelo era el propietario de una empresa de hidrocarburos que se radicó en Alicante y mi abuelo se casó con una alicantina, la madre de mi madre. Como hablaba tan bien se tuvo que poner a dar clases a marquesas y duquesas durante la guerra y eso duró hasta que se casó en segundas nupcias con un señor de Soria cuando yo ya tenía ocho años. El señor se llamaba Guillerrno Álvarez. Y era hijo adoptivo del gran prócer soriano que fundó la caja de ahorros, la compañía eléctrica, la imprenta de la ciudad, que tenía una gran librería y era propietario de un periódico cuya cabecera todavía es nuestra y que pienso recuperar algún día, El Avisador Numantino, que era cliente de la Agencia Febus, propiedad de mi padre, con lo cual mi padre y después mi padrastro estuvieron en contacto antes de que se produjeran los luctuosos acontecimientos de la Guerra Civil. Otro de los grandes apellidos sorianos son los Ridruejo, Dionisio, de una rama plutocrática de Burgo de Osma, o Epifanio, padre de Pitita, gran banquero, el rico de la comarca.

En el Colegio del Pilar estudié desde párvulos a séptimo de Bachillerato, once años, de los 6 a los 17, y después hice el examen de Estado para entrar en la universidad en la casona de San Bernardo. Mi madre me llevó allí antes de casarse en segundas nupcias. De hecho yo nunca he vivido en Soria. Mi padrastro era interventor de Hacienda y trabajaba en el Ministerio de Hacienda. Vivíamos en Madrid, en la calle Lope de Rueda [donde vivió aquel asesino legendario, Jarabo, o el cineasta Bardem, o el político Gabriel Cisneros, al que un comando de ETA, comandado por un joven Otegi, intentó secuestrar y tiroteó en 1979]. Por tanto yo soy el típico niño del Pilar y del barrio de Salamanca.

El Colegio del Pilar era sin duda uno de los mayores centros de poder del país. Cuando años después fui encarcelado por los sucesos del 56 y los del 58, hicimos una encuesta entre todos los reclusos, muchos de ellos del PCE, alguno del PSOE, y la mitad veníamos de allí. Era un colegio muy liberal.

De curas, pero muy liberales. De entrada, vestían de paisano. Era una orden religiosa fundada durante la Revolución Francesa. Tan liberal que el director, cuando yo terminé séptimo de Bachillerato, llamó a mi madre y le dijo: “Mire, deje a este chico que estudie Filosofía y no lo ate corto, déjele que vuele, que no se le puede retener”.

Todos mis recuerdos de entonces son magníficos. No tengo ni un solo recuerdo malo. Allí coincidí con el filósofo Muguerza, con los Ansón, los Solana, con Pradera.

Entonces en Madrid había tres grandes centros de educación que yo he estudiado para mis libros, el Colegio Areneros, el Liceo Francés y el Colegio del Pilar. Mi madre quiso llevarme en un principio al Liceo Francés, pero sus horarios de clase no eran los más convenientes y acabé en el Pilar.

(Llegados e instalados en Madrid en 1904, la Orden de María, los marianistas, pronto logran un gran prestigio como docentes. Herederos del legado del sacerdote francés G. J. Chaminade, que sobrevivió, mediante su gran visión de futuro y su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos, a los años de la Revolución Francesa y a los tiempos del Terror impuesto por Robespierre, en 1921 adquieren a la duquesa de Sevillano el actual centro de Ayala y Príncipe de Vergara, un extraño y colosal merengue arquitectónico aproximadamente neogótico, rehabilitado y modernizado periódicamente, que desde entonces es seña de identidad inmobiliaria del Colegio del Pilar).

 

Así que las travesuras del sobrino provocan el cese del tío.

En la noche en la que nos querían pasar a todos por las armas los falangistas, la noche de los cuchillos largos que mencionamos el otro día en la presentación del libro de Pablo Lizcano, a mí me avisa mi tío Ruiz-Giménez de que me vaya, que huya, porque él ya no puede hacer nada por mí. Y yo me voy al Ferrol hasta que viene la Policía a detenerme. Lo que queríamos era que nos detuvieran; entonces ya estábamos a salvo del posible paseo.

 

Fernando, ¿no se juega excesivamente en España al ex combatientismo -al margen de los farsantes que se inventan biografías heroicas tras haber medrado confortablemente, ellos y sus familias, en el régimen de Franco- por parte de algunos? No parece posible que ya en 1956, 17 años después de acabar la Guerra Civil, hubiera paseos, y menos con unos estudiantes poco más que adolescentes, y cuando tú hablas de comportamientos paternalistas por parte de la Policía y las autoridades, al tratarse en su mayoría de hijos del Régimen...

El falangista que había recibido un tiro perdido, Miguel Álvarez, si ese falangista moría, había una lista de cuarenta personas encabezadas por Gil Robles y ManueI Torres López en la cual estábamos Múgica, Tamames y yo que nos iban a pasear, a ir a por nosotros. En momentos de ira y de venganza, ya se sabe. Y ésas eran las noticias que tenía mi tío, que llamó a mi madre y le dijo: “Elena, que tu hijo se quite de en medio porque yo ya no puedo hacer nada por él, los acontecimientos están desbordados”. Tomé el primer avión de mi vida, me largué a Santiago y me refugié en el Ferrol, y a los tres días me llamó mi madre para comunicarme que los de la Brigada Político-Social habían venido a casa. Mi madre había establecido una cita con ellos, vinieron a casa y me llevaron a la Puerta del Sol en metro, desde la estación de General Mola.

Mi madre era alicantina, y yo voy constantemente a Alicante. Una de las cosas que más me gustan en el mundo, casi más que las chicas, es una buena horchata. Y es cada vez más difícil encontrar una buena horchata en este país desde que los socialistas llegaron y decidieron que había que pasteurizarla. Yo ya tomaba horchata cuando era un joven seductor aunque me gusta todavía más tomarla junto a una chica guapa, que es lo que voy a hacer en cuanto pueda en Alicante.

 

Benedicto XVI se llevó de Valencia seis litros de horchata a Roma... Parece que a él le gusta tanto como a ti...

Pues muy mal hecho, porque la horchata sólo dura 24 horas y luego fermenta.

 

Salvo que esté pasteurizada, aunque hayan sido los socialistas, Fernando...

Yo me considero madrileño, soriano, alicantino y onubense, además de japonés e indio. No está mal como palmarés. El último tramo de mi novela Muertes paralelas está escrito en Campello, Alicante, en una casa familiar muy bonita que no tiene teléfono. Y hay cosas de Alicante que he ido incorporando al relato. Por ejemplo, para desengrasar después de 8 ó 12 horas de escribir, porque yo, cuando me pongo, no paro, fui al cine a ver la película de Truman Capote y me impresionó. Muertes paralelas es un libro paralelo, valga la redundancia, a A sangre fría. Es una novela de no ficción. Y eso hizo Capote en su día, ponerse a investigar un crimen en la América profunda en Kansas y su investigación se va prolongando a la par que su libro, y se transforma en el libro más importante de su vida y además sufre un proceso de transformación que también lo destruirá a él. Se alcoholiza y demás.

Por mi parte, yo me pongo a investigar el asesinato de mi padre, joven periodista asesinado el mismo día que cumple 27 años, en la cárcel de Burgos al comienzo de la Guerra Civil, en septiembre del 36. Y me sucede lo que a Capote. La investigación se prolonga, el libro crece y crece. Y yo sufro una transformación pero no destructiva sino todo lo contrario, porque escribo con el corazón caliente, puesto que la muerte de mi padre no me puede resultar ajena. Y aquí me tienes ahora: feliz, aéreo y como una mujer que ha dado a luz quintillizos. Este libro tenía que escribirlo, era una deuda con mi padre, con mi madre y conmigo mismo, y es el libro de más aliento que he escrito nunca: ni antes había escrito un libro así ni creo que vuelva a hacer un libro de este porte y envergadura. Libros como éste sólo se escriben una vez en la vida.

Yo soy hijo póstumo y precisamente ha sido esa dificultad de toda la investigación, llevada a cabo para averiguar no sólo quién fue mi padre, sino lo que sucedió con él, la que me ha servido de acicate, y lo voy contando. Y es también una novela policíaca en la que un detective que soy yo va reconstruyendo todos los hilos de lo que sucedió y va contando cómo tira de esos hilos y lo que obtiene. Eso vertebra narrativamente la novela. Ahora creo que conozco a mi padre mejor que a cualquier otra persona en el mundo. Le he dedicado mucha más tentativa de conocimiento que a cualquier otra persona.

Además decías antes que en la parte última del libro hay una conversación con Jodorowsky que transcurre en la isla de Fo¬mentera y en la cual me da las claves del enigma: me dice que es mi padre, al inmolarse, corriendo hacia el Sur en esa aventura desenfrenada, quien me permite que yo llegue a ser el que soy, y creo que tiene razón. Porque si mi padre era el periodista más brillante de su promoción y estaba destinado a ser el ciudadano Kane español, si hubiera vivido mi vida hubiera sido distinta. Tal vez hubiera sido aplastado por su brillantez y quizá desviado de mi trayectoria, así que, en cierto modo, soy una persona nacida dos veces. Nazco anatómicamente de mi madre pero es mi padre el que me vuelve a parir. Al no competir con mi padre, porque no estaba en casa, lo idealicé, tanto o más que mi madre, que estaba muy enamorada de él y a quien apenas le dio tiempo de desarrollar su historia de amor. Todo esto resulta muy positivo.

Yo duermo con mi madre hasta los ocho años de edad, que es cuando se casa con mi padrastro de Soria. Soy expulsado del lecho conyugal, de la habitación más luminosa, mejor amueblada de la casa, y me voy a dormir a una habitación al fondo del pasillo donde paso mi primera noche en soledad, en la cama que había sido la cama de soltero de mi padre. La primera mujer desnuda es mi madre. La espío. Suyo es mi primer pubis, mi primera piel femenina, mi primera ropa interior. Todo de una forma casta, por supuesto. Tengo lo que en Psicoanálisis se llama un Edipo feliz. No compito con mi padre, ocupo su puesto en el lecho conyugal. Todo eso me da una firmeza y una seguridad en mi vida que me será de extraordinaria ayuda en mi vida Ilena de peligros, riesgos, cárceles, exilios y viajes.

(Curiosa incursión de Dragó en Sigmund Freud. Cuando la crítica acaso no ha juzgado literariamente adecuado el “pegote” de José Antonio Primo de Rivera en el libro, o el de Lorca, que lo atribuyen a !a supuesta megalomanía del autor, aquí el freudiano asesinato del padre es sustituido por “la resurrección novelada del progenitor” que parece ser Muertes paralelas. Porque el aparente oportunismo de rescatar del olvido a un joven intelectual asesinado por los franquistas se equilibra con las heterodoxas incursiones de Fernando en el falangismo, en el fundador -José Antonio-, al que dedica casi un centenar de páginas).

 

Tras el colegio del Pilar, Derecho.

Sí, estudio Derecho el primer año. Se me abre un mundo y coincido allí con mis futuros compañeros de armas en el antifranquismo: Múgica, Julián Marcos, Ramón Tamames... Trabamos lazos de amistad cuando las manifestaciones con motivo del pro-Gibraltar español, que son el primer germen anti franquista, como señala Pablo Lizcano en su libro.

Recuerdo aquella mañana. Yo era alumno de Torres López, decano de la facultad y profesor de Historia del Derecho, clase que impartía en el Aula Magna, con capacidad para unos mil alumnos. Llegué a las 9 de la mañana y Torres López anunció que había convocada una manifestación, “así que están autorizados para ir a ella y yo seré el primero en gritar: ¡Gibraltar español!”. Hay que recordar que la reina Isabel de Inglaterra estaba haciendo una serie de visitas por el mundo a sus colonias y la llegada a Gibraltar había sido el comienzo de aquella protesta. Nos levantamos mil personas como un solo hombre y nos dedicamos a recorrer los institutos del centro hasta la Ciudad Universitaria, sacando a todo el mundo de las aulas, y se formó la importante manifestación que fue disuelta con cargas de caballería en la calle Fernando el Santo, delante de la Embajada inglesa. Allí fue la primera vez que me persiguió un gris enarbolando su porra. Y allí nos conocimos muchos. Pero al año siguiente me matriculé en Filosofía y abandoné Derecho, deslumbrado por la Filosofía, y luego por Románicas, las lenguas modernas, el italiano...

 

¿Acabaste Filología?

Yo era un estudiante brillante. Me gustaba mucho estudiar y me hubiera gustado ingresar en la Escuela de Periodismo, pero no iba a poder ser por ser hijo de mi padre. Así que me decidí por la Escuela de Cinematografía, la que estaba detrás del Museo de Ciencias Naturales, y coincidí con Summers o Basilio Martín Patino. Pilar Miró llegó más tarde. Con Julio Diamante nos expulsaron de allí a raíz de los sucesos del 56 y tuvimos que ir Julio Diamante y yo a ver a Cano Lechuga, que era el director general de Cinematografía y Teatro, y que nos hizo firmar un documento de adhesión a los Principios del Movimiento del régimen de Franco y así ser readmitidos, pero dos años después me volvieron a encarcelar y me echaron definitivamente y allí se frustró mi carrera cinematográfica. Sin embargo, en Filosofía se creó una atmósfera de respeto hacia mí por parte de alumnos y profesores, que se portaron muy bien e impidieron que se me abriera un expediente académico. El claustro se negó.

 

¿Y al acabar la carrera?

Me caso en Carabanchel en 1958, con 21 años, procesado por el Código de Justicia Militar, Art. 288: los que se sublevaren en armas a las órdenes de una potencia extranjera, la pena prevista, entre los doce años y la muerte. Cometo el error de casarme en el 58 cuando ya era del PCE, partido al que pertenecía desde el 55. Coincidí con Pradera, como siempre, luego con Chicho Sánchez Ferlosio, Matesanz, Ángel de Lucas, en la tercera. También coincidí con la primera oleada de presos etarras. Así que estuve en el 56 dos meses, se nos absuelve en el 58, vuelvo a caer y estoy once meses en Carabanchel y ahí cogen a más gente del Partido Comunista, que ya era una sólida organización con algunas personas significadas.

El Régimen no sabía qué hacer con nosotros. Éramos todos o prácticamente todos hijos de papá. Hijos o nietos o primos de héroes del Movimiento de Franco. Muere Pío XII y nos sacan de la cárcel a través del consiguiente indulto, condicionado a que no volvamos a delinquir en 2 ó 5 años. Y salgo casado con Elvira, mi primera mujer, una compañera de la facultad, sin haber hecho la mili ni haber terminado la carrera y sin un duro en el bolsillo y ella igual; fue una locura que nos dio y que duró 20 meses. Nos casó un cura llamado Gumersindo Placer, el capellán de la cárcel, mercedario, y pasé mi noche de bodas con Carlos Álvarez Cruz, el poeta, y Antonio Sánchez.

 

Entonces no había vis a vis.

Claro que no. Nos casaron en una capillita y ella vino vestidita de blanco, tres miembros de ambas familias, el cura. Habían montado un altarcito en una celda con una virgencita tipo Murillo con una túnica azul con estrellitas.Yo estaba como un toro, once meses sin acercarme a una piel de mujer, y nos echaron la bendición y las familias empezaron con un piscolabis con nosotros ya bendecidos por la Santa Madre Iglesia. Yo agarré a mi novia, ya mi mujer, la metí detrás de la Virgen, que con su amoroso manto nos cubría, y follar no follamos pero un mete mano sí que hubo, ella vestidita de tul y yo de azul con corbata, yo de hocicos y nos sacaron una foto así, ella entre tules y yo de hocicos, con la cara entre sus tetas.

La tercera detención fue con motivo de las huelgas de Asturias, cuando protagonizo una escapada célebre, me escapo de la calle López de Rueda en pelotas, en calzoncillos. Me vino a detener la Policía a las ocho de la mañana de un mes de junio. Esto lo cuento porque en la Feria del Libro un señor me contó una leyenda que corrió sobre mí, que no fue cierta pero merecía serlo, y que me la voy a apropiar. “¿Es verdad que aquel día que la Brigada Político-Social venía por usted, se subió en pelotas a un taxi y le dijo corra que viene el marido?”. Estuve un mes escondido en casas de profesores del Liceo Francés a donde habían ido a estudiar mis hermanos. Salí cuando a la Policía se le pasó la manía de detenerme por agitador e incitador de las huelgas de los mineros de Asturias. Yo era un líder político estudiantil muy significado en la universidad y un banderín de enganche porque era el comunista oficial. Era cosa que al PCE le convenía aunque siempre me miraron con reticencia, me acusaban de ser un marxista vitalista, hemingwayiano, follador, ligón, pero me necesitaban. Cuando me escapo en calzoncillos ya estoy terminado la segunda carrera y los cursos de Doctorado. Ya me he separado de mi mujer y la poli me devuelve el pasaporte. Curioso, porque el trato era también rnuy paternalista.

Salgo y me voy a Italia, donde conozco a Angel Sánchez-Gijón, el padre de Aitana, y fundamos la Alianza Democrática Popular Española, y ese verano del 63 en Madrid nos detienen a todos. Es mi tercera detención. Me.cogen en la casa de Antxon Ezeiza, el director de cine, a Chicho, a Pradera, a Gijón. Estoy tres meses en Carabanchel y el día de Nochebuena me ponen en la delirante situación de prisión domiciliaria cuando estaba a punto de cenarme el pavo con los compañeros de prisión. A las diez de la noche me mandan a casa de mis padres, con dos grises incluidos. El famoso paternalismo del que hablé. Al mes alquilo una casa con Miguel Rubio, el crítico de cine y socialista, y me voy a vivir al barrio de la Concepción y me traigo a Caterina, mi segunda mujer, italiana, a quien habían detenido conmigo y a la que soltaron enseguida.

 

(Herencia, soltura adquirida en sus singladuras y años radiofónicos, televisivos, Fernando habla torrencial, incontenible, vertiginoso, sin dudar un solo segundo a la hora de ensartar las palabras como cuentas de un imaginario collar retórico. Detengo un segundo tal torrente de palabras para pedirle que explique a los lectores los componentes de su muy peculiar y zíngara familia).

Tengo tres hijos: Alejandro (47 años), el pelirrojo, al que conoces bien, estuvo con nosotros en Diario 16, en “Disidencias”, y ahora trabaja en la Comunidad de Madrid; Ayanta (36), que trabaja en la COPE con Jiménez Losantos; y Aixa (25), hija de Martine. Y ahora que me caso con Naoko tendré otro hijo. Ella lo quiere, y yo la entiendo; se lo daré y se llevará 50 años con su hermano mayor, que vive encima de mí, igual que Aixa y Martine. Ayanta también vivía aquí pero como ha tenido dos niños se ha ido a vivir a un chalé de la Fuente del Berro, cerca de donde viven tu amigo Aute y compañía.

 

¿La salida del PCE?

Lo abandono en Italia tras la situación de prisión domiciliaria. Al año sale el juicio y mi abogado defensor es Ruiz-Giménez, y entonces me condenan por primera vez en firme. Me condenan a dos años, cuatro meses y un día por los delitos de asociación ilícita y propaganda ilegal. Ante eso yo no podía seguir con la prisión domiciliaria, sino que tenía que ingresar en Carabanchel y se me inflan las pelotas y me marcho, tras recurrir la sentencia al Supremo. Javaloyes, el de la Agencia Efe, que entonces era guía del SEU, me saca en autobús con el pasaporte de Pepe Fernández Cormenzana por Andorra, mientras mi mujer Caterina sale con su pasaporte italiano normal. Llego a Italia, donde estoy dos años sin documentación propia, pese a lo cual trabajo como profesor en la UNI de Pescara y colaboro como periodista en la RAI.

Fue un período muy intenso de mi vida. En total estuve cuatro años, aunque no continuados. Nunca tuve problemas de dinero en ninguna parte. Antes de ir a Italia traducía novelas, libros para Luis de Caralt, novelas de Simenon que me ventilaba en tres días. También era profesor de italiano en el colegio madrileño Beatriz Galindo. A los dos años de estar en Italia la Policía me descubre y me deja una nota para que me presente en comisaría. Eso hago y les aclaro que no tengo documentación porque soy un exiliado político. Me recomiendan que no cuente historias y que me presente a la mañana siguiente con un pasaporte. Según salgo me voy a ver a Sánchez Bella, muy amigo de mi madre, además de embajador ante la Santa Sede [y futuro ministro de Información, responsable político del cierre del diario Madrid], y me dice que lo único que puede darme es un salvoconducto para que vuelva a España y me metan en la cárcel. “Pues muchas gracias, pero no”.

Y entonces consigo que los italianos me den un título de viaje válido para salir una sola vez al extranjero, y con esto me voy el día 1 a la Embajada de España en Atenas, donde no había ni un solo diplomático, tan sólo un tipo que hacía las funciones de canciller, y le cuento la inverosímil historia de que se me ha caído el pasaporte del bolsillo de la camisa inclinándome para seguir las evoluciones de unos delfines en un barco que me traía de Creta al Pireo, y el tío sin pestañear me da un pasaporte normal con el que puedo aceptar la invitación de la Universidad de Estudios Extranjeros de Japón para irme allí, donde comenzará mi gran singladura asiática que me cambiará la vida. Corría el año 1967. Y llego a la India, que me deslumbra, y donde dejo de ser un escritor gafotas occidental para convertirme en lo que verdaderamente soy: un escritor oriental y pagano. Es mi encuentro con mi destino.

 

Ya, ya, Fernando. Pero permíteme un pequeño salto en el tiempo. Oriental, pagano... ¿Y también cristiano, católico? Porque cuando estábamos en “Disidencias”, en Diario 16, ibas más o menos por ahí, recuerdo que te confesabas cristiano. Me lo dijiste a mí...

Puntualicemos, que esto lleva a grandes confusiones que ya resolví escribiendo un libro que se llama Carta de Jesús al Papa. Cuando yo me pongo a escribir Gárgoris y Habidis. Una Historia mágica de España, me topo con un cristianismo herético, el de los gnósticos, los no literalistas, que desembocarían en los cátaros y demás. Los evangelios gnósticos, que son profundamente orientales y heterodoxos y no tienen nada que ver con el cristianismo oficial, me interesan mucho. Me pongo a tirar del hilo y me aproximo al cristianismo y a la figura de Jesús, pero siempre desde la heterodoxia más desatada. De todo lo que yo no soy, lo que menos soy es cristiano. La culpa de la confusión la tuvo un programa de Jesús Quintero en el cual, discutiendo con Puente Ojea, rezo un Padrenuestro, y media España se cree que yo me he convertido al cristianismo.

 

En un momento llegas a decir que te sientes cristiano y que has reivindicado el mensaje primigenio de Cristo, el catacúmbico.

Pero siempre maticé mi gnosticismo, que es pagano. Jesús es una figura dionisiaca, como sostengo en Carta de Jesús al Papa, y es una idea muy antigua.

 

Con Gárgoris y Habidis te acusaron de haber utilizado mucho a don Marcelino, de haberle plagiado incluso su descomunal obra de los heterodoxos españoles...

Y a mucha honra. El libro es extraordinario si le quitas la moralina final de cada capítulo. Es un libro lleno de datos. Y no sólo le leí a él sino a cinco mil más.

 

Grandes, cultas animaladas escribió, no obstante, don Marcelino en Los heterodoxos sobre Erasmo y los erasmistas. Débil, dubitativo... Nada que ver con Erasmo. Resulta curioso observar cómo su antorcha inquisitorial puede llegar a afectar a su formidable carga erudita, de estudioso. Lo que no justifica para nada, a mi entender, la gran melonada de la Regàs de retirar su estatua de la Biblioteca Nacional...

Si leyeras las cosas que dice sobre las mujeres sentirías vergüenza de tu admirado Erasmo.

 

Ya las he leído. Pero para los tiempos que corrían... Una mujer valía menos que un ave de corral, carecía de alma. ¿Qué te impulsó a escribir Gárgoris y Habidis?

Yo sólo me he metido en política contra Franco y contra Felipe González, y nunca más. Sólo en graves crisis nacionales y cuando la política amenazaba mi libertad. Porque la política a mí nunca me ha interesado lo más mínimo. Cuando unos políticos pretendían despojarme de mi ciudadanía para convertirme en súbdito. Como guerrero me defendía y al mismo tiempo me gustaba la vida peligrosa. Pero yo soy hombre de campo y la política es de la polis. Lo que siempre me ha interesado es la escritura, desde los tres años, y a los seis fundé mi primer periódico, La Nueva España, escrito a mano, que lo alquilo a cinco céntimos de peseta a los vecinos del inmueble. A los diez años ya he estrenado varias obras de teatro en el trastero de mi domicilio y he escrito ocho o diez novelas. Luego me deslumbran las mujeres, la universidad, la política, el exilio, las aventuras, la bohemia, y sigo siendo un escritor que no escribe hasta que llego a Oriente, donde se me ocurre Gárgoris y Habidis.

Fui el primer hippy en llegar a Katmandú, antes que los americanos y franceses, en marzo de 1967. El hachís y la maría eran gratis, imagínate. Allí me planteo: ¿habrá en España alguna cosa esotérica, taoísta, etc.? Y regreso a España en el 70 tras escribirle una carta a Lucas María Oriol, ministro de Justicia [secuestrado, años más tarde, junto con el teniente general ViIlaescusa, por Pío Moa y sus camaradas del GRAPO], diciéndole que ya estaba bien de siete años de exilio y que quería volver a España. Era una carta hecha para desconcertar a las secretarias, cosa que la magia de la literatura consigue, y llega el día del santo del ministro, que era san Antonio de la Florida. Y me escribió dándome la razón, y me prometió el indulto aunque previamente tenía que pasar por la cárcel. Este hombre se portó como un caballero a pesar de los informes negativos y con dos cojones me concedió el indulto. Me convertí en un ciudadano normal con documentación y me puse a buscar un trabajo.

Aquí es donde entra Angel Sánchez-Gijón, que acaba de ingresar en la Editora Nacional capitaneada por Ricardo de la Cierva, que pretendía atraer a intelectuales disidentes, y me dijo: presenta algo, que te contratan y te lo editan. En una tarde esbocé una tesina sobre temas esotéricos y me contrataron. Me marché a la Biblioteca Nacional y se me vienen encima 50.000 títulos y me dedico a recorrer España, el Camino de Santiago, cuevas, iglesias, fiestas populares. Me voy a Senegal, regreso y me voy a Japón, donde me pilla la muerte de Franco trabajando en la radio NHK y doy la noticia.

Y en efecto, escribo ese libro descomunal de tamaño. Y se lo llevo a tres editores, primero a Javier Pradera en Alianza. Y nada más ver aquel tochazo que pesaba once kilos me pregunta si es una catedral o un libro. Es por si lo tenemos que respetar como se respeta una catedral o le podemos quitar algunas partes. “Ni una coma”. Y él lo rechaza, cosa que ha reconocido como el gran error de su carrera de editor. Se lo llevo al cura Aguirre a Taurus y a los tres o cuatro días me comunica muy frío que ése es un libro para una fundación más que para un editor. Se lo ofrezco entonces a Jaime Salinas, que acababa de iniciar Alfaguara, y me dice por teléfono que por lo que le cuento no es ni una novela ni una tesis doctoral ni una obra juvenil, por lo tanto no entra dentro de su espectro. No cabes en esta editorial. Y me voy a dar los últimos toques al inmenso tocho a la Universidad de Fez en Marruecos. Estamos en 1976.

Estuve dos años en la universidad, en el Departamento de Filología. Allí lo termino y aparece Jesús Munárriz, casado con mi prima Lourdes Ortiz, aunque ya entonces se habían separado...

 

¿Cómo? Lourdes, la escritora, también mujer de Fernando Savater, ¿es tu prirna? España es un pañuelo, ciertamente, y qué familia tan singular, Ruiz-Giménez, Lourdes Ortiz...

Sale muchísimo en Muertes paralelas. Lourdes es prima hermana carnal, hija de la hermana de mi padre. La madre de Lourdes, mi tía Alicia, estaba en Valladolid con mi padre cuando se lo llevan para matarlo, tenía 18 años. Su peripecia matrimonial con Savater me la conozco como la palma de la mano. Acabó mal. No tuvieron hijos. Savater es gay o, mejor, bisexual. Aunque de eso no quiero hablar.

Mi abuela Mercedes y otras 18 mujeres y niños de la familia, que se habían quedado atrapados por la guerra, fueron rescatados por mi padre en una furgoneta militar de las Vegas de Matute, pueblo de la serranía segoviana. Se los trae junto a los familiares de otros dos periodistas implicados, Pepe Gutiérrez de Miguel, casado con Blanca Ligero, hija del actor Miguel Ligero, y Luis Díez Carreño, que fue asesinado con él; les instala como puede, pide crédito en todas partes y a los dos días lo detienen, se lo llevan a Burgos y lo fusilan. La última persona que habla por teléfono con él es mi tía Alicia, la madre de Lourdes.

Bueno, aparece Munárriz, viene a verme a Fez. Jesús se lo lee en dos días durante los cuales no duerme y se ofrece a publicarlo íntegro. El contrato es de palabra, a la vieja usanza española. Saca la célebre edición de 4 volúmenes en estuche en Hiperión. Un libro que desde el punto de vista del marketing editorial era un disparate, un autor desconocido, un libro raro, un tocho, difícil, y se convierte en el best-seller por excelencia del post franquismo.

 

Se le dio mucho aire informativa, publicitaria y editorialmente hablando en la prensa democrática, la poca que había entonces, el Grupo 16 y poco más...

Fue número uno en ventas durante tres años. Me han llamado recientemente de la editorial Planeta, Ricardo Artola, para decirme que se ha encargado una edición definitiva del libro con 100 páginas nuevas y en total es la edición número setenta, y se vende todos los años aunque sean ediciones cortas. Me doy a conocer como escritor y periodista cultural porque Carlos Vélez, que era falangista y viejo compañero de batallas, me invita a colaborar en Encuentros con las Letras.

Y al mismo tiempo conozco a Pedro Jota, en un acto de la CNT que organiza en el Teatro Martín una semana cultural, y nos invita a Henry Lévy, filósofo ya entonces de moda, a Fernando Arrabal y a mí. Nos rodearon los fachas y estuvimos siete horas cercados y encerrados dentro del teatro. Pasó de todo, parecía una novela de Baroja, corría el 79. Al día siguiente aparece una crónica en el ABC firmada por Pedro Jota, a quien yo no conocía, y en la que decía que había sido el acto político más importante del post franquismo. Le llamé para agradecérselo y ahí comenzó todo, mi relación con él. Y nada más nombrarle director de Diario 16, cuando os vais los dos al periódico [mayo de 1980], me contrata y es cuando tú y yo nos conocemos y comienza mi carrera periodística en España.

 

Maldades que hablan de ti. Yo creo que la vanidad no es un pecado ni un defecto sino que, incluso, puede llegar a ser una virtud. Pero quienes te acusan de ello dicen que tienes un ego como un zapato...

Son unos chiquilicuatres. Soy un guerrero y me gustan los ataques, no los elogios. Los enemigos no los eliges, los adversarios sí. Y el tema de la envidia es complicado.

La izquierda y el progresismo son cristianos y no me perdonan que me haya ido. Creen que quien ha sido bautizado ya es cristiano hasta la muerte. Si yo no hubiera estado en el PCE no se meterían conmigo ni tendría estos enemigos. Vi la verdad y me fui y no pueden perdonármelo. Cristianismo puro.

 

Sobre esta novela. Hay gente que te acusa de oportunismo y de haber manipulado y deformado la muerte de tu padre, atribuyéndole a un muerto, el comisario Conesa, la información de que a tu padre le mataron los nacionales y no la República y que esto es oportunismo, una artimaña de mercadotecnia para colgarle al franquismo un muerto más, ahora que la izquierda está en el poder y vivimos una época de cierta revisión de la memoria histórica.

Es sorprendente. Mi padre fue asesinado en la cárcel de Burgos por orden de Juan Pujol, que encima tiene una plaza dedicada al lado de mi casa. Él era el jefe de la Junta de Propaganda Nacional en Burgos y luego fue director del Informaciones en Madrid. También se dice que fue espía de los nazis. Le señaló como peligroso sujeto marxista sabiendo él de sobra que mi padre era de Maura. Todo es cierto y está documentado en el libro, incluido lo de Conesa, que me reveló que mi padre había sido asesinado en Burgos por los nacionales. En mi casa me habían dicho que había muerto en la guerra y yo pensé que habían sido los rojos, luego se demostró que no era cierto. Las últimas páginas de la novela que transcurren en el futuro son pura invención mía. Pero concebí el libro en 1956 y empecé a redactarlo en 1994. Pensar esas cosas del oportunismo es como decir que Don Pelayo conocía que los Reyes Católicos iban a entrar en Granada siglos antes de que ocurriera. Es miserable.

Y en el PCE me colocaron en el congelador porque según ellos llevaba una vida inmoral con las mujeres y por mis contactos con anarquistas y troskistas.

Manipular a mi padre, que bárbaro. He honrado su memoria. Me enteré a los 19 que le habían matado los franquistas. Mi carrera periodística empieza en Tokio cuando Manolo Cerezales, director del Alcázar, capitanea una operación de apertura ideológica y me invita a mandar crónicas desde Japón y Asia. Lo primero que publico son estos 8 ó 9 artículos y que firmé con el nombre de mi padre, Fernando Sánchez Monreal, nombre desaparecido, junto al de sus hermanos de la prensa, desde 1939. Me he juramentado saltar el mismo día que mataron a mi padre la placa de Juan Pujol y sustituirla por una con el nombre de mi padre, a ver si tienen los cojones de quitarla y reponer la de ese fascista [lo hizo, como se relata al comienzo de este texto]. Y lo voy a a hacer con luz y taquígrafos. Eso sí que será un acto de justicia. Y encima lo tengo al lado de mi casa, cojones.

Mi padre y él tomaban cervezas juntos. Cuando hay un crimen siempre hay un motivo. ¿Por qué mi padre? Mi padre era de Maura, de derechas, y él lo sabía. No basta la envidia para cometer una felonía semejante, un asesinato. Lo investigué y finalmente apareció algo. El detalle era que Pujol, tras la guerra, había puesto en marcha la Vuelta Ciclista a España. Y me dije: “Ya está”. Ése era un proyecto de mi padre, que tenía también la idea de abrir una agencia de noticias deportivas: Notice Sports, con un pequeño periódico incluso. Tengo papeles que lo confirman. Así que para quedarse con ese proyecto, se lo cargó.

Este detalle no está en el libro porque lo he conocido hace muy poco tiempo. La red de sincronías es portentosa. Mi padre era un periodista de una audacia americana, a lo Billy Wilder en Primera plana. Inventa Goleada.

 

Veo que también tienes una, memoria muy buena.

Si quieres te enseño mi elixir de la eterna juventud. Tomo al día cuarenta o cincuenta pastillas.

Y ya tengo un libro del mismo título contratado por Planeta. Me automedico con cosas inofensivas y Naoko y yo hemos montado una pequeña tienda on line: Salud Oriental, con productos de medicina china. Además podría sacar una cátedra de cardiología o montar un cotfee shop con marihuana incluida: Dragolandia. Aunque yo ya no fumo, sólo tomo galletas espolvoreadas de marihuana que me hace Naoko y que me provocan buenos colocones. La marihuana la consume todo el país. Y yo soy un señor. Fui el primero que la traje a España y la gente me la regala, incluso un guardia civil admirador mío me mandó, cuando gané el Planeta en 1992, un paquete de estupefacientes porque sabía que me gustaban. Se me trata como a un decano en el tema.

 

Explícame tu relación con Jodorowsky. Tú tienes muchos perfiles pánicos, eres amigo de Arrabal.

A Jodorowsky le conocí hace unos años con motivo de la publicación de un libro suyo.

 

¿Cuánto tiene de genial y cuánto de superchero?

Yo me enamoré de él durante una entrevista en mi programa televisivo Negro sobre blanco. Somos como hermanos. En el último acto de Muertes paralelas tuvo un papel fundamental. Mi madre es Yocasta, yo soy el hijo y mi padre es Orestes perseguido por Narcisse. El me dio la clave.

 

¿Próximos proyectos?

La parte reflexiva de Muertes paralelas, la ensayística; un libro de viajes bajo el título El mundo por montera. Además me caso, primero en mi pueblo y luego haré otras ceremonias, una de ellas con Jodorowsky y otra en Japón...

 

Su boda, por triplicado, como si se tratara de la presentación de uno de sus libros. Genio y figura: Dragó.


(Entrevista realizada por José Luis Gutiérrez para la Revista Leer, Octubre de 2006)