'Un soriano en la corte de Gárgoris y Habidis'

Prólogo de Fernando Sánchez Dragó
a ‘Los Hijos de Túbal', de Antonio Ruiz Vega

 

Cuando, en 1997, salió a la luz mi 'Diccionario de la España Mágica', escrito en estrecha colaboración con Antonio Ruiz Vega, dije en su prólogo que nadie sino él podría haber asumido la numénica fatiga de ordenar, clasificar y meter en vereda cuasi enciclopédica el contenido de los cinco volúmenes de Gárgoris y Habidis sin traicionar su espíritu.

Reproduciré aquí un fragmento de aquel prologuillo. Se explica en él cómo Antonio siguió día a día y línea a línea la voluminosa gestación y el laborioso parto de mi 'Historia Mágica de España', me acompañó en mis silvestres búsquedas, me alentó en los momentos de desánimo, me pastoreó por las trochas, tremedales, rastrojos y laberintos del pedazo de tierra que más amo en el mundo, me dio valiosísimos consejos, bailó a mi lado muchas jotas sanjuaneras, se emborrachó conmigo cuando así lo aconsejaban las circunstancias y…

Dije asimismo entonces, y lo reitero ahora, que el autor del presente censo de las deidades ibéricas era y es el mejor de mis discípulos. Sé que a él le agradará esta palabra como me agrada a mí, pues no hay en ella intención de vasallaje, sino fraternidad y gratitud de olmo viejo al que le salen, con las lluvias de abril y el sol de mayo, algunas hojas verdes… Las imprescindibles para que la literatura sea siempre carrera de relevos y para que nunca cierre sus postigos la Casa del Ser (Heidegger dixit).

O lo que tanto monta: vino nuevo en odres viejos.

Antonio —zigzagueos del destino— nació y dio sus primeros pasos en una isla levantina, pero celtíbero de los pies a la tonsura es su linaje y de esa cepa sale el libro que ahora tienes, lector, entre tus manos. La gesta de Numancia o la de Tiermes no son en el imaginario de Ruiz Vega vestigios de la arqueología y de la historia, sino letra viva, menuda, cordial y cotidiana. Apiano, Polibio y Estrabón, por citar sólo a tres de los colegas que le precedieron, son primos hermanos de este intrahistoriador que trabaja, sueña y vive, como lo hago yo, en las tierras altas del llano numantino. De su casa a la mía cabe, de hecho, ir incluso a pie, aunque con la bota y el morral discretamente henchidos por si las cosas se ponen feas al hilo de lo que gracias a la bondad de Dios y a la incuria de los hombres aún no ha dejado de ser imprevisible y brioso campo de pan llevar.

Antonio nos lleva al ayer… A un ayer que es hoy en el Tiempo sin tiempo del inconsciente colectivo. Sus dioses y héroes de la España Antigua proceden de nuestra aurora y flotan en el líquido amniótico y genesíaco de un país que pasó y no ha sido. Yo también hice por explorarlo en la primera parte del primer volumen de Gárgoris y Habidis, que se titulaba, oh témpora, 'Un jardín junto al mar'. Y es ahí, en ese vergel ya agostado en el que ni tan siquiera crecen ahora los cerezos de Chejov, donde transcurre la andadura de los mitos recuperados por Antonio Ruiz Vega.

La Atlántida, el Jardín de las Hespérides, la leyenda hercúlea y los nostói homéricos delimitan el orbe de nubes, brumas y lejanías en el que este libro —el de Antonio— se mueve y del que arrancan las líneas maestras de lo español. Y de lo expañol, con equis de parricidio. Cúlpese de éste a quienes desde hace tres centurias nos gobiernan.
El atractivo de la Iberia germinal, pese a todo, aún no ha muerto, por más que su presencia sea sólo la que la literatura otorga a los habitantes de Comala en la novela de Juan Rulfo. Por el inconsciente colectivo del homo ibericus todavía corretean las figuras de un belén y batiburrillo icónico en el que se confunden, de una parte, los escasos datos de la historia escrita y, por otra, la relativa inocencia de la tradición oral calcificada en las fábulas de las tertulias, los accidentes de la geografía y los despojos de la arqueología.

Antonio Ruiz Vega ha estudiado con lupa —como yo también lo hice— el tercer tomo de la Geografía de Estrabón, verdadero baédeker de la España Antigua en el que por primera vez se dibujan, aunque sea de oídas y nebulosamente, el ánimus y el ánima de lo español eterno —¿eterno?— con una fuerza que aún nos estremece.

Lo que el autor pretende con este libro es volver a levantar los muros del Panteón ibérico y rescribir la Leyenda Áurea de los dioses y los héroes que nos fundaron.

Todo está aquí: el patriarca Túbal, Gárgoris y Habidis, el Hércules primordial, Teucro y los restantes nostói, Breogán y sus milesios, Tartesos y su enigma, el periplo de Eudoxios de Kízykos, Numancia, la gesta del termestino, Olíndico y su lanza de plata, el pastor Viriato, Sertorio con su mascota, Orissón y los toros del fuego, las hecatombes de Astapa y del monte Medulio, la Otra Iberia del Cáucaso, la nómina entera de nuestros semidioses… Y, como colofón, un capítulo que se titula, en homenaje tácito a Jiménez Losantos, 'Lo que queda de España' y que, elocuentemente, se subtitula 'Pervivencias y supervivencias'. A buen entendedor… Deja ahí constancia Antonio de cómo Iberia, que no España, se las ingenió para sobrevivir a Roma, a los godos, al islam y a dos brutales milenios de cristianismo y cerrojazo, y para llegar boqueante, pero relativa y milagrosamente intacta, al momento fatal de nuestro ingreso en una Europa que empieza ya a romperse por algunas de sus costuras.

¡Ojalá sean pronto costurones!

Y salud, Antonio. Que nuestra recíproca devotio iberica nunca blandee. ¡Viva Soria Libre!

Fernando Sánchez Dragó
Casa del Caballero del Escarabajo,
Castilfrío de la Sierra
(Alto Llano Numantino),
abril de 2002