Este
libro es el autorretrato de un ser de lejanías, el diario
de un guerrero solo, la carta de navegación de un viejo en
el mar, la huella de un lobo estepario, la hoja de ruta de un disidente
de diestras y siniestras.
En sus páginas, que
reúnen todas sus columnas publicadas en El Mundo,
Dragó se reafirma en su pensamiento heterodoxo más
feroz. Nunca ha buscado la polémica, son los demás
quienes la encuentran en sus opiniones. Fue un niño lobo
que leía sobre la copa de un nogal lejos de la manada, un
barón rampante que jugó a los comunistas frente al
Régimen sólo para meterse en líos, un pícaro
que se divirtió en la cárcel, un tipo raro que abandonó
las tertulias literarias, agarró un pasaporte falso, traspasó
la frontera perseguido por la policía y se perdió
durante años en una odisea asiática.
Quien ha gastado tanta suela
no puede reprimir su incorrección política, ni la
crítica a los políticos españoles, ni la abominación
de lo progre, ni desenmascarar lo absurdo, ni el ataque a Obama
y el American way of life, ni apartar la vista de la proximidad
del Apocalipsis económico, ni sentir nostalgia del pasado
y decepción al contemplar Expaña, la actual Vandalia.
Conservador, pagano, apátrida,
antiabortista, pansexual, extravagante, cáustico, nada escapa
de las dentelladas de El Lobo Feroz, aunque también tenga
tiempo y espacio para hablar de literatura, elogiar el arte del
toreo, hacer apología de los enteógenos y la embriaguez
sagrada, proponer la legalización de las drogas como vía
de escape de la crisis, apoyar las leyes contra el tabaco, defender
la incorrección frente a la levedad y la importancia del
individuo frente al rebaño, homenajear a los amigos muertos,
recetar elixires de juventud y ofrecer su mano a los saharauis.
Como colofón, se incluyen
las crónicas de urgencia escritas in situ durante
el terremoto, el tsunami y la posterior crisis nuclear
de Japón de 2011, así como una aproximación
definitiva al formidable escándalo de las lolitas japonesas. |