El mundo por montera

“Caterina en el momento de emprender conmigo El camino del corazón. Japón, primavera del 68”

 

En torno a las navidades de 2007 comenzará la publicación de la trilogía de El mundo por montera, tres libros de viajes que contendrán diarios, reflexiones, fotografías, anotaciones, anécdotas y curiosidades de algunos de los países que Fernando Sánchez Dragó, a lo largo de su dilatada biografía, ha recorrido de cabo a rabo. Setenta y cuatro países diferentes, hasta ahora, han pisado sus pies; ha atravesado desiertos, selvas, sabanas, valles, montañas y junglas de asfalto, desde Japón hasta islotes perdidos en el pacífico, pasando por tierras africanas y la India, por cuatro continentes diferentes, por tierra, mar y aire, en todos los vehículos posibles.

El mundo por montera lo conformarán tres volúmenes dedicados, respectivamente, a la India, a Japón y un tercer libro de temática miscelánea, abordando el resto de sus viajes por el mundo.

He aquí un extracto de uno de los volúmenes de El mundo por montera:

“A las personas que hayan leído mi novela El camino del corazón no les pillará de nuevas este relato. Vámonos a Afganistán. Lo digo no tanto por la historia en sí, que no está recogida en ese libro estrictamente autobiográfico, cuanto por el coche -casi un ser vivo- que juega en ella un papel determinante. Y hasta tal punto que no pude por menos de bautizarlo, de cristianarlo, de ponerle nombre. Mis lectores lo recordarán: es el Indómito Volkswagen en (y con) el que recorrí Nepal, toda la India, parte de Paquistán, Afganistán e Irán (estos dos últimos países de punta a punta) y un trocito de Turquía. El episodio que voy a contar se produjo a comienzos de diciembre de 1968. Ibamos en el apurado cochecito, que lo era del modelo escarabajo y que ya no daba, el pobre, más de sí, este servidor de nadie y otras tres personas: Alberto Porte, Roberto Moscewicz y Caterina Barilli, que a la sazón llevaba en su abultado vientre -siete meses habían transcurrido ya desde aquella noche loca en el puerto taiwanés de Kaohsiung- a mi hija Ayanta. Caterina es la Cristina de El camino del corazón y era por aquel entonces la mujer de mi vida. Empleo el pretérito porque nueve años después murió. Alberto y Roberto componen, en la novela, el Dúo Latino. Ibamos los cuatro lo que se dice rotos, deshechos por las aventuras, fatigas y zarandeos de 20 meses de viaje a pecho descubierto por todas y cada una de las rutas de los jipis, y soñábamos con llegar a casa -ellos a Milán, nosotros a Roma- a tiempo de celebrar como Dios manda las navidades. No lo conseguimos. Al salir de Kabul nos encontramos con una fantástica autopista construida al alimón por los rusos y los americanos. Seguro que la habían hecho pensando en nosotros, porque en todo el día no vimos más allá de dos o tres desvencijados camiones del año de catapún circulando por ella. Era como ir por la pista de un aeropuerto.

El Indómito Volkswagen

»A media tarde empezó a llover. El agua fue encharcando la calzada con tan mala fortuna que, al pisarla con las ruedas del coche, su vapor se filtró por los tubos de la calefacción, que llevábamos a tope porque hacía un frío casi polar, y los cristales se empañaron. A ciegas, perdimos el control del vehículo, nos salimos de la autopista y caímos con armas y bagajes en una especie de laguna. Aunque la altura del agua del cielo acumulada en ésta no llegaba a los 15 centímetros, ya no hubo forma de sacar el coche. Tuvimos que dejarlo, con todas nuestras pertenencias, que eran muchas, y -ateridos, casi en cueros (veníamos del sofocante calor de la India y Paquistán), tiritando- hicimos autostop sin esperanza alguna. Dios no ahoga, y Alá, tampoco. Pasó, oh milagro, un camión, nos recogió y media hora después estábamos todos sentaditos alrededor de una estufa de leña en la minúscula habitación de un hotelucho plantado en las afueras de una ciudad que se llama Kandahar. Al amanecer, gracias a la gentileza de un gigantón escandinavo que disponía de un Land Rover, regresamos al lugar de autos y... Había seguido lloviendo toda la noche, la laguna se había transformado en un mar interior y el Indómito Volkswagen, hundido en las procelosas aguas casi hasta el techo, despuntaba a 100 metros de distancia de la orilla. Lo que a partir de ese momento se desencadenó es otra historia que, por falta de espacio, aunque no de ganas, no puedo contar aquí. El coche, eso sí, terminó llevándonos hasta Turquía. Ya no se fabrican automóviles así. Desde entonces sueño con tener una hija que se llame Kandahar. Al tiempo.”

La trilogía de El mundo por montera será publicada en 2007 por Planeta.