DRAGOLANDIA: Al tercer día resucitó (segunda y última entrega)

Pues no… Los del Movimiento no me han censurado. Ya lo harán. En la España posterior a UCD -lo tengo dicho- hay libertad de impresión (o sea: de imprenta), pero no de expresión, porque ésta requiere respeto, y eso es moneda que ya no circula.

Incluyo hoy aquí la segunda parte del correo anónimo recibido el otro día. Recuerde el lector que Franco, casi siete lustros después, ha salido del coma -muerte sólo aparente- en el que se encontraba y dialoga, curioso, con su la persona que lo atiende. Su última pregunta se refería a Zapatero. El Caudillo deseaba saber si éste rinde o no culto a los antepasados…

“Enfermera: Pues sí, precisamente es el más acérrimo defensor de la Memoria Histórica… Digamos que se acuerda mucho y en todo momento de usted, Excelencia.

-Franco (satisfecho): ¡Qué bien, qué bien! ¿Parece increíble! ¿Y qué hace ahora?

-Enfermera: Ha vuelto de Estados Unidos. Se autoinvitó a una reunión ocupando una silla de Francia para arreglar la economía mundial, que está por los suelos.

-Franco: ¿Otro Plan Marshall, quizá?

-Enfermera: Más o menos, Excelencia.

-Franco: Por cierto, ¿Siguen estudiando los niños Formación del Espíritu Nacional?

-Enfermera: ¡Oh, sí, Excelencia, por supuesto. ¡Más que nunca! Ahora se llama Educación para la Ciudadanía.

-Franco (despectivamente): ¿Y la Casa Real? ¿Cómo está la Casa Real ?

-Enfermera: Como su Excelencia la dejó. A su frente están el Rey Don Juan Carlos y la Reina Doña Sofía, y de Jefe de la Casa Real, Albertito Aza, íntimo amigo del Presidente Zapatero y de Juan Luis Cebrián e hijo de Aza, el militar de Marruecos que fue el primero en unirse a su Excelencia el 18 de Julio.

-Franco (con cólera repentina): ¿Y quién coño es ese mariquita, un tal Zerolo, de Tenerife, que tanto da que hablar?

-Enfermera: ¡Ah, sí! Es el nieto de Miguel Zerolo Fuentes, el brillante fascista Jefe de Sección de Acción Ciudadana, Fiscal Militar y Juez Instructor Militar especialista en delitos de rebelión a la Patria. Y su tío abuelo, Tomás Zerolo Fuentes, médico encargado por Vd. de la organización de los servicios médicos en los frentes de guerra y fundador después de la Clínica Zerolo. Ambos hermanos fueron condecorados con la Medalla de Bronce de la Santa Cruz por ser de los primeros voluntarios que se presentaron el mismo 18 de julio en el Gobierno Militar para salvar a España.

-Franco: ¿Y Arrabal, Fernando Arrabal, el infame autor de “Carta al general Franco” y de la película “Viva la muerte”, y para mayor inri con un padre condenado a muerte en Marruecos por nuestro invicto ejército.

-Enfermera: ¡Calumniado y ninguneado por tirios y troyanos!

-Franco: ¡Maravilloso! No pensaba que todo estuviese tan bien atado. Les di cuarenta años de paz y me alegra saber que las cosas siguen como estaban. ¡Arriba España!”

Ya lo dijo el Gatopardo: cambiemos para que nada cambie.

O para ir a peor.

Publicado en: ...el 12 Agosto 2009 @ 08:55 Comentarios (1)

DRAGOLANDIA: Al tercer día resucitó (primera entrega)

Recibo un correo anónimo -supongo que es el bueno de Arrabal quien me lo envía, a juzgar por lo que en las últimas líneas se dice a propósito de él, pero no me consta- con ruego de difusión, y me avengo a ello por razones que solas se alaban y que el lector entenderá al repasar el texto. Divido éste en dos entregas, por ser su longitud excesiva para lo que el laconismo de los blogs exige, aunque no sea yo el más indicado para presumir de brevedad.

Oído al parche…

“¡Cuánta razón tenía Garzón, nuestro famosísimo juez internacional e interespacial, en pedir el certificado de defunción de Franco!

“¡Gracias a Garzón los españoles hemos podido descubrir que Franco no ha muerto, solo estaba en coma!

“Franco despierta del coma y pregunta:

- Franco (poniéndose al día): Srta. ¿Quién se halla ahora ocupando la Vicepresidencia del Gobierno de la Nación, sustituyendo a mi querido Arias Navarro?

-Enfermera: Teresita Fernández de la Vega.

-Franco (sorprendido): ¿Teresita, la hija de Wenceslao, el falangista camisa vieja, alto cargo del Ministerio de Trabajo y fiel ayudante de Girón, el más falangista de mis ministros?

-Enfermera (titubeante): La misma, Excelencia.

- Franco: ¿Y de Ministro de la Gobernación?

-Enfermera: Bueno, Excelencia, ahora se llama Ministro de Interior y está Alfredito Pérez Rubalcaba, el hijo de uno de vuestros militares más fieles al Régimen, suboficial de aviación.

-Franco (incrédulo): ¡Qué me dice! ¿No estará usted intentando engañarme para no darme un disgusto verdad?

-Enfermera: ¡Excelencia, por Dios!

-Franco: ¿Y quién está ahora al frente de los medios informativos del Régimen?

-Enfermera: Ehhhh… ¿De los informativos del Régimen, dice su Excelencia? Pues de los informativos del Régimen diría yo que sigue Juan Luis Cebrián, tal y como su Excelencia lo dejó, el hijo del falangista Vicente Cebrián, su Jefe de Prensa del Movimiento.

-Franco (complacido): ¿Todavía le dura a Cebrianito el cargo que le concedí de Director de los Servicios Informativos? ¡Qué tío, cómo se agarran algunos a los cargos!

-Enfermera: Sí, Excelencia, Cebrianito, el mismo, el que dirigió Pueblo y Arriba.

-Franco: ¿Y de Presidente de las Cortes?

-Enfermera: Bueno, Excelencia, ahora se llama Presidente del Congreso de los Diputados y hasta hace poco estuvo ahí Manuel Marín, hijo de Marín, el aguerrido falangista de Ciudad Real y Presidente de la Hermandad de Alféreces Provisionales, pero lo ha sustituido José Bono, también hijo de falangista.

-Franco (aliviado): Veo que por fin se ha resuelto la pugna entre el Opus y la Falange, y que ganan estos últimos por goleada. ¿Y qué ha sido de Martín Villa, mi Ministro y Jefe Provincial del Movimiento?

-Enfermera: Ahora está en PRISA.

-Franco : ¿Qué es eso de PRISA? ¿Algo parecido al SEU o a la Prensa del Movimiento?

-Enfermera: No se le escapa una, Excelencia.

-Franco: ¿Y en el Ministerio de Justicia?

-Enfermera: Lo acaba de dejar Marianito Fernández Bermejo, el hijo del alcalde y Jefe Local del Movimiento de Arenas de San Pedro de Ávila.

-Franco (perplejo): ¿Y por qué lo ha dejado?

-Enfermera: Por afición desmedida a las cacerías, Excelencia.

-Franco (encantado): ¡Ahhh! ¡Veo que no han cambiado las buenas costumbres de antaño! ¿Y sigue habiendo buenos cotos de caza en La Mancha?

-Enfermera: Sí, Excelencia. Ya se ha cuidado mucho y bien de ello durante muchos años José Bono, el actual Presidente del Congreso de los Diputados, y ahora lo ha relevado y se encarga de ello José María Barreda.

-Franco: ¿Barreda, de los Barreda terratenientes y aristócratas manchegos descendientes del Marqués de Treviño, fusilado, el pobre, por los rojos?

-Enfermera: Sí, Excelencia.

-Franco (contento): ¡Qué bien, qué bien! Y en la tele, ¿qué? ¿Quién sigue?

-Enfermera: Pues los de siempre: Carmen Sevilla, Massiel, Conchita Velasco, Matías Prat, Víctor Manuel, que sigue cantando a la patria…

-Franco (asintiendo): ¡Hombre, el Víctor ése! ¡Pobre rapaz, siempre tan triste! Ni la del Zampo y yo ha conseguido alegrarle… ¡Con tanto diente! Recuerdo el empeño que ponía en ir con mis nietas al corrillo de Serrano, y luego las convidaba a comer paella en Riesgo. ¿Cómo era?… ¿Cómo era la estrofa de aquella canción que me dedicó? Cántela, si es tan amable…

-Enfermera (entonando): “Otros vendrán que el camino más limpio hallarán. Deben seguir por la senda que aquél nos marcó. No han de ocultar, hacia el hombre que trajo esta paz, su admiración. Y, por favor, pido que siga esta paz.”

-Franco (sonriendo): Sí esa era, esa era. Un poquito pesado el pobre, un coñazo, como decían mis nietas, pero en fin… A Carmen le daba mucha pena. Y el Presidente del Gobierno de la Nación, ése de ahora, el de las cejas arqueadas, ¿quién es?

-Enfermera: Es el nieto del capitán Lozano, el que sirvió en Asturias a vuestras órdenes y aplastó la revuelta de los mineros insurgentes.

-Franco (encantado): ¡Qué me dice! ¡El nieto del capitán Lozano! ¿Y qué tal Presidente es? ¿Está a la altura de la memoria de su antepasado?”

Quede la respuesta en el aire. Dentro de unos días, si los del Movimiento no me la censuran, la próxima entrega.

Publicado en: ...el @ 08:50 Comentarios desactivados

EL LOBO FEROZ: Gran Guiñol

Pepe Sancho va a reestrenar Los intereses creados. Da en la diana. ¡Izquierda, derecha, izquierda, derecha, izquierda! Eso gritaban los sargentos en la mili. Ahora lo gritan quienes mandan. Los españoles son clase de tropa. Les dicen que marquen el paso, y lo marcan. Borreguitos norit de chufi en las venas. ¡Y aún hay quien se enorgullece de ser español! Muflones muertos, venados vivos y cazadores cazados en un coto de tiro al PP. ¿Caza? No. Hecho cinegético y actividad social de contacto con la naturaleza. ¡Caramba! Eso es como llamar a los campos de exterminio nazis actividad social de contacto con los judíos. Un Gran Jefe de piel roja la tiñe de amarillo en la Sexta de Caballería y un alcalde piripi lo alaba mientras da bandazos. Se indigna, por cierto, de que le achaquen intoxicación etílica cuando eso sería circunstancia eximente. In vino, perdón. Se emborrachó Arrabal en la mejor secuencia de la historia de la tele y acaba de estrenar una ópera en el teatro donde nunca estrenó nada, en vida, Albéniz. El Bigotes estuvo en el prisma histórico (¡qué cursilada, ministro!) de la basílica de El Escorial. ¡Maldita sea!, pensará ahora, con la Correa de su amigo de Madrid al cuello, ese Cantinflas de guardarropía. ¿Por qué no me acogí a sagrado? Una emperatriz de Génova se exhibe en enaguas, y todas las manolas y chisperos de la corrala nacional aguzan los ojos para verle los adentros. Decepción: no es la Chávarri. Fiesta sorpresa para Rajoy, atentos al pajarito, fogonazo ―el de las bombillas made out of Spain del ministro autárquico― y museo de figuras de cera a dos manzanas del de Colón. En ese retrato gazmoño de familia mal avenida hay alguien que tiene voz propia, pero van a por ella y puede quedarse en lo que su nombre de pila indica. Centenario de Larra. Vuelva usted mañana. ¿Mañana? ¡Pero si carecemos de futuro! En nuestras calendas sólo hay un año: el de la marmota. Así ha sido siempre y siempre será así, decía Sinuhé. De Franco a Zapatero. Sobraban las alforjas. ¡Vista a la izquierda! ¡Vista a la derecha! ¿No hay nada al frente? Sí, el abismo. ¡Ar! ¡Menuda tropa!, exclamaba Romanones. Valle-Inclán, en Romance de lobos, una de sus Comedias Bárbaras, añadía: ¿sois almas en pena o sois hijos de puta? ¿Bárbaras? ¿Lobos? Carga la suerte, Pepe. Ferraz, Génova, las Cortes, las Generalidades y las particularidades: intereses creados y por crear. ¡Arriba el telón! He aquí el tinglado de la antigua farsa.

Publicado en: ...el 09 Marzo 2009 @ 21:33 Comentarios (52)

El año de la España Mágica

¿1979? ¡Vaya, hombre! ¿Tengo que escribir precisamente sobre esa fecha y no sobre cualquier otra de las muchas comprendidas entre el referendo de la Constitución y la apoteosis de la España Hortera?
En esta última andamos, pero no quiero hacerme mala sangre ni sentar plaza de borde. Seré festivo. No hablaré aquí de política por más que la política fuese entonces importante y sea hoy repugnante. Hablaré sólo de ese año, el de 1979, y de cómo en su transcurso saltó mi mundo por los aires y dejó de ser mi vida lo que hasta entonces había sido.

¿Cambió también España? Eso dicen, pero allá ella. No es asunto que me incumba. Voy a confesar, padre, algo terrible. Me acuso de que no me personé en las urnas el día en que mis supuestos compatriotas desfilaron ante ellas para dar el sí a la Constitución. ¿Y cómo rediez iba a hacerlo si la cosa me pilló en Marruecos dando clases (pocas) en la Universidad de Fez, disfrutando de la vida (bastante) en las dos orillas del Estrecho, fumando pésimo hachís de Ketama (a granel), seduciendo a todas las señoritas (muchas) que el demonio ponía a mi alcance y atando los últimos cabos sueltos de mi magna obra Gárgoris y Habidis?

Constitución, democracia, posfranquismo, tejerazos… No tenía yo tiempo para tales minucias. Solo lo tenía para beberme el vivir a chorros. Era un acratón, y lo sigo siendo. Las cosas de la cosa pública nunca me han interesado. Que gobiernen los políticos, esa gente tan aburrida. Para eso los pago. Fui, padre, un hombre puro hasta que en 1993, ruborizado, avergonzado, perdí el virgo y voté, pero lo hice en defensa propia, que es circunstancia atenuante. ¡Llevábamos once años de socialismo a cuestas! Yo solo me meto en política cuando quien manda me toca los cojones. Franco lo hizo. Felipe, también. Zapatero… ¡Uf!

A lo que iba… 1979 fue para mí, a todos los efectos, el año de la España Mágica, el de Gárgoris y Habidis, tochazo que en realidad había roto aguas ―las de su primera edición― un poco antes: llegó a las librerías el 28 de diciembre del 78. En tal día como ése, el de Inocentes, tuvo que ser, puesto que yo lo era, inocente, e ignaro aún de lo que se me venía encima: éxito, fama, prestigio, popularidad… Una catástrofe. Una dolencia que es imposible detectar a tiempo. Cuando se percibe el primer síntoma, la metástasis es ya irreversible. No hay nada que hacer. Nada. No vale cerrar el pico, ingresar en un convento o irse, como yo lo hago, a las antípodas. Coger esa enfermedad, la de la fama, no es, por suerte para muchos, fácil, pero dejar de ser famoso es imposible. Yo me he rendido.

Total: que salió el libraco y mi vida de hippy amamantado con pipones de charas en Kathmandú y transterrado a Soria cambió, como digo, de arriba abajo, y no siempre ni en todo para mejor. Mi camisa, hasta entonces, había sido la del hombre feliz: sin bienes raíces (excepto la guardillita de la calle de la Madera en la que tantas cosas sucedieron, tantos polvos eché y echaron otros, y tanta gente vivaqueó), sin un duro y sin enemigos. Pero fue aparecer el libro ―que en eso, al menos, resultó mágico, sí, pero de magia negra― y llegar las envidias, las cuchilladas, los sinsabores, las enemistades gratuitas y el dinero, ese cabrón que sólo trae complicaciones y obliga a vivir por encima de las necesidades.

Tenía yo leído, en Ortega, que el mal de España no es la sífilis, como aseguran los franceses, sino la aristofobia (¡leña al que destaque!), pero nunca lo había sentido en carne propia. Fue puñetero y chocante, pero sobreviví y, encima, me divertí. Rabia rabiña. Todos los años se aprende algo nuevo.

Lo demás fue fantástico. Mi quehacer televisivo, en Encuentros con las Letras, se consolidaba. La autoridad competente, obedeciendo a presiones del Partido Comunista, del que yo había renegado quince años antes, prohibió un debate sobre mi libro en el que interveníamos Carlos Vélez, Juan Cueto, Savater, Arrabal y yo. No pasó nada. ¡Menuda se habría armado si hubiera sido al revés! Las ediciones del mamotreto, contra pronóstico, se sucedían. Agustín García Calvo, Torrente, Aranguren, Dámaso Alonso, Caro Baroja, Racionero y, de nuevo, Arrabal y Savater lo presentaron en una tumultuosa sesión, hoy legendaria, del Ateneo, que se puso a reventar. Manolo Cerezales publicó una crítica desmesurada en el ABC proclamándome patriarca (sic) de las letras españolas con un solo libro ―cuádruple, eso sí― y Joaquín Garrigues, herido ya por la leucemia, lo leyó en el hospital y se descolgó con un articulazo en El País (eran otros tiempos) donde sostenía que todos los antifranquistas, empezando por él, se habían equivocado en lo concerniente a su visión de España hasta que en eso llegó Gárgoris ―¡comandante de Cuba yo con estos pelos!― y los mandó parar. Areilza, poco después, dedicó a mi libro una tercera del ABC, palabras mayores, comparándolo con el Quijote y la busca del tiempo perdido. Era aquello hipérbole manifiesta, por no decir delirio, pero lo agradecí. Almorzamos luego juntos en El Bodegón, acompañados por Antonio de Senillosa, y con los dos mantuve a partir de ese momento larga y fecunda amistad. Tan fecunda, dicho sea de paso, que de ella, por transversa vía, di en fugaces amoríos con la gentil Cristina de Areilza, hija menor del prócer, que murió no mucho después, víctima de la misma enfermedad que se llevó a su pariente Joaquín Garrigues y descabezó en agraz la democracia. Ésta nació capidisminuida: Dionisio Ridruejo, al que tanto quise, ni siquiera vio morir a Franco. Éramos todos liberales. Senillosa se mató en la carretera y a Areilza lo secuestró el Alzheimer. Sólo yo sigo vivo. ¡Maldita sea!

Vuelvo a la España Mágica. No todo fueron flores. También hubo palos y reyertas. Cito, entre quienes me molieron las costillas, al bendito Paco Umbral, con el que me las tuve muy tiesas, a Carmen Martín-Gaite y a Leopoldo Azancot. Éste me acusó de antisemitismo. Él sabrá por qué. Yo sigo sin saberlo, pero su artículo, que apareció en El País, desencadenó una bonita zapatiesta en la que entré alegremente al abordaje con una tizona del Cid entre los dientes, un alfanje cordobés con vaina de marroquinería en la diestra y un garfio sefardí en la siniestra. El mito de las Tres Culturas, que hoy me parece de cartón piedra y tramoya barata, quedó, a partir de ese instante, servido y guarnecido. Mea culpa, pero también de otros. Fue un cristo, un alá y un yavé. Así éramos entonces: gente brava. Hoy reina en la república de las letras la paz de los cementerios y de la corrección política. ¿Por quién doblan las campanas? Ese lento tañer que rasga el viento… Escribo este artículo en día de Difuntos. No es tropo, sino data. ¿Será por algo?

Primavera, verano y otoño del 79. Me llamaban de todas partes, y a todas iba. Es mi modo de ser y era yo al escritor de moda. O sea: me metí en mil líos. Dar aquí cuenta de ellos, siquier sucinta, no es posible. Lo dejo para mis memorias, que están al caer. ¡Temblad, malditos!

El noventa y nueve por ciento de esos lances lo fueron de faldas. Me buscaban las chicas, embestía yo ―torito en puntas o, acaso, corderito― a todos los trapos, me llevaban ellas por donde querían con el engaño del percal de sus blusas y la seda de sus medias, y salía yo a menudo de aquellas batallas de amor en alberos de pluma, o de lo que ―aquí la pillo, aquí me la cepillo― se terciara, con banderillas de fuego puestas en todo lo alto.

Me corrijo: eran ellas quienes se me cepillaban. Siempre es así.

¡Jesús! ¡Qué tiempos aquéllos y cuánto mujerío, cuánta copa, cuánto porro, cuánta noche y cuánta libertad, promiscuidad y golfería! ¿Me pongo moños y coños que no son míos? ¡Qué va! Al contrario: me quedo corto. Soplaba el viento a mi favor e hinchaba mis velas. Era yo entonces, según una de las tres mujeres a las que dediqué mi libro, el pirata más hemingwayano de la costa y, además, salía en la tele, había corrido mil aventuras en los siete mares y… Lo diré, porque ellas lo decían: era guapo. ¡Quietos todos! Hablo de oídas, las doy por buenas y que se chinchen los feos.

Allá por junio, si es que no fue por septiembre, la CNT organizó una asonada cultural en el teatro Martín, que lo había sido de revistas y coristas, y su última jornada corrió a cargo de Bernard Henri-Lévy, Arrabal y este servidor de nadie. Fue la caraba. Pasó de todo. Había gente hasta en los casquillos de las candilejas. Nos rodearon los fachas y durante siete horas ni los ratones, que los había, pudieron salir de allí. Entre los presentes se encontraba, casi anónimo aún, un joven periodista, Pedro J. Ramírez, que al día siguiente publicó en el ABC un artículo, titulado Arrabal, Lévy, Dragó, en el que sostenía que lo nuestro había sido el acto político más importante del posfranquismo. Como suena. Lo leí, cogí el teléfono, llamé al autor y… Bueno, ésa es, seguramente, la razón de que esté yo ahora escribiendo para El Mundo una croniquilla del año en que España fue mágica. Arrabal y Lévy también son colaboradores, y algo más, como yo mismo, de este periódico.

Llegó diciembre y me dieron el premio Nacional de Literatura: un millón de pelas. Las cogí, me compré un Land Rover y, como Woody Allen, salí corriendo. Estaba harto de tanta fama, tanto premio, tanto lío, tanta chica y tanta leche. El 1 de enero, en la plaza soriana del Chupete y en presencia, como testigos, de los Sánchez-Gijón, Aitana incluida, estrellé una botella de Codorniú contra el capó del vehículo, le impuse el nombre de Gárgoris y enfilé con su morro la ruta de Estambul, de Aleppo, de Damasco, de Ammán… Quería llegar a Kabul. A bordo íbamos mi hija, mi novia y yo. Anochecía. A poco de salir de Soria nos cerró el paso, plantada en la carretera, una lechuza. Frené a tiempo, voló y lo tomé por buen augurio.

Lo era. El año en que mi mundo saltó por los aires había terminado y yo volvía al camino y, como la lechuza, al vuelo: feliz, desconocido y libre.

Pero eso es ya otra historia. Mágica, por supuesto.

Publicado en: ...el 17 Septiembre 2008 @ 14:23 Comentarios (148)

Españolito que vienes al mundo

Así -Españolito que vienes al mundo- iba a llamarse, cuando lo empecé a escribir, mi libro. Era, entonces, aunque todavía en agraz, una obra situada a mitad de camino entre la historia, la biografía, el ensayo, la narración, el periodismo de investigación y la confesión. Ahora es una novela en la que todo, menos el desenlace, es cierto y ha cambiado de título: se llama Muertes paralelas. Su estructura es la de una tragedia clásica articulada en un preludio, tres actos y un epílogo. Todo, en ella, se ha investigado con rigor y está escrupulosamente documentado.

Escribí su primera línea el 18 de julio de 2004. Llegué a la última diecisiete meses después. Durante ellos, como Ulises, como Eneas, como Pedro Páramo, descendí al Hades en busca de un hombre al que no conocía: mi padre, asesinado en Burgos al comienzo de la Guerra Civil. Ahora lo conozco más y mejor que a cualquier otra persona del mundo.

Lo he buscado, jugándomela, como Edipo buscó al suyo, por todas partes, en el reino de los cielos, sobre la superficie de la tierra, bajo ella e, incluso, entre los pliegues de las sábanas del tálamo de mi madre, en el que dormí hasta que ella, ocho años después de mi nacimiento, contrajo segundas nupcias.

Como Hamlet, otro paralelismo trágico, también yo fui engañado en lo relativo a las circunstancias de la muerte de mi padre. Quien no conoce al suyo no se conoce a sí mismo y, por ello, no llega nunca a ser el que es. To be or not to be: ése era mi problema y mi dilema.

Preludio

En febrero del 56 fui detenido por la Brigada Político-Social en compañía de gentes como Dionisio Ridruejo, Ruiz-Gallardón (padre), Enrique Múgica, Gabriel Elorriaga, Ramón Tamames, Javier Pradera, José Luis Abellán y otros mozos jaraneros y alborotadores. Así nos llamó Franco en carta enviada a don Juan. Se nos acusaba, con razón, de haber organizado en la universidad y en las calles de Madrid la primera sublevación antifranquista de la posguerra.

Creía yo entonces, pese a mi transitoria condición de cachorro comunista, que mi padre había muerto a manos de los rojos. Había troquelado esa falsa idea al hilo de la infancia, cuando todo era en torno a mí clamor franquista, y nadie, ni entonces ni luego, por pasividad, por comodidad, por distracción o por lo que fuera, me había sacado de tan absurdo error.

Lo que es la vida: fue el comisario Roberto Conesa, que luego, al llegar la democracia, se convertiría en superagente (sic) de ésta, quien me abrió los ojos al acusarme allí, en Sol, al hilo de uno de los interrogatorios, de ser un resentido porque «nosotros», aulló, «matamos a tu padre».

Boqueé. Palidecí. Comprendí en ese momento -tenía diecinueve años- que era crucial para mí averiguar quién había sido mi padre y lo que con él había sucedido, y fue entonces cuando tomé la decisión de escribir cuanto antes este libro.

Pero la vida, con sus vericuetos, con sus sabores y sinsabores, me distrajo, y sólo ahora, de bruces en la ancianidad, he conseguido llevar a puerto aquella promesa.

¿Demasiado tarde? No, al contrario. Nunca lo es para el nosce te ipsum. Sócrates pagó su última deuda cuando ya había bebido la cicuta.

Primer acto: el padre

17 de julio del 36, cafetería de las Cortes, cinco de la tarde. Indalecio Prieto comunica a los periodistas allí reunidos que la guarnición de Melilla se ha sublevado. Fernando Sánchez Monreal, veintiséis años, director de la agencia Febus (filial de El Sol y de La Voz), hijo de uno de los fundadores de la Asociación de la Prensa, sobrino de un ex director de La Vanguardia, amigo íntimo y delfín de don Manuel Aznar en la empresa Urgoiti y estrella en alza del periodismo español, sale como un relámpago hacia el sur en compañía de Luis Díez Carreño, colega, amigo y redactor de La Voz. Deja, al hacerlo, en Madrid, maldiciéndolo desde el mirador del tercer piso del número 19 (hoy 21) de la calle de Lope de Rueda, a una mujer encinta: Elena Dragó, Nelly, mi madre. Yo estoy en su vientre.

No regresará nunca. Empujado por la audacia y por la vocación llega a Córdoba, almuerza -el día 18- con el gobernador civil, lo detienen, lo encarcelan, lo ponen en libertad, alcanza Granada, coincide allí con el asesinato de Lorca, consigue un salvoconducto para moverse por el territorio nacional, pasa por Sevilla (de donde lo saca -«para que no te maten, Fernandito»- Queipo de Llano), por Cáceres, por Salamanca, por Segovia, se instala en Valladolid, pide ayuda económica a los corresponsales y clientes de Febus en Lisboa, Zaragoza y Logroño, se entera de que su madre, su hermana Alicia (madre de la escritora Lourdes Ortiz), sus tres sobrinos y las respectivas familias -dieciocho mujeres y niños en total- de Díez Carreño y de otro periodista amigo están refugiados en la casa del barbero de Las Vegas de Matute, en la serranía segoviana, los rescata, se los trae a Valladolid en furgoneta, los instala como puede en pensiones, hostalillos y hoteluchos, y apenas dos días después, denunciado por lo que no era ni jamás había hecho, lo detienen, se lo llevan a Burgos y…

En esa ciudad se pierde su rastro hasta que yo, su único hijo, cincuenta años después, me pongo a tirar del hilo, recorro España, hablo con los unos y con lo otros, con los rojos y los azules, con los supervivientes y con sus hijos, indago en las hemerotecas y los registros oficiales, busco papeles en los cajones, los encuentro, rastreo fosas comunes, me devano los sesos, juego a ser Sherlock Holmes y consigo reconstruir paso a paso, milimétricamente, sin piedad hacia nadie (tampoco hacia mí), a sangre fría -como lo hizo Truman Capote para investigar otro crimen. Sálvense las distancias que el lector considere oportunas- y corazón caliente, todo lo sucedido.

Ahora sé cómo y por qué lo mataron, sé dónde están sus restos -en el término de Estépar o entre los cadáveres exhumados en la fosa común de Villamayor de los Montes. Lo aclarará el ADN- y conozco el nombre de los dos hijos de puta (un primo político de mi madre y un colega que luego alcanzó canonjías y dirección de rotativos en la España franquista. Se llamaba Juan Pujol) que lo denunciaron, señalaron y sentenciaron sin juicio.

Fernando Sánchez Monreal murió horas después de cumplir veintisiete años. Temprano levantó la muerte el vuelo.

Segundo acto: la madre

Finales de octubre del 37. Nelly, en compañía de su hermana, que aún no tiene catorce años, y conmigo a cuestas, que acabo de cumplir uno, sale de Madrid en busca de su marido, llega a Valencia después de sortear decenas y decenas de controles milicianos, pone rumbo a la ciudad en la que había nacido, Alicante, salta desde ella, a bordo de un avión de los servicios postales franceses, hasta Orán, donde ha echado raíces una rama de la familia paterna, se sube a una avioneta que vuela a ras del suelo y rinde viaje en Melilla, se embarca allí en un buque de guerra bombardeado por la aviación republicana que la deposita en Cádiz, se traslada a Huelva, punto de origen de la fabulosa saga periodística protagonizada por los Sánchez, se une en esa ciudad a las mujeres y los niños dejados a la ventura en Valladolid tras la desaparición de mi padre, sube a Castilla para recabar, cabe el Pisuerga y el Arlanza, noticias de la suerte corrida por su esposo, regresa con manos vacías al barrio onubense de El Conquero, donde me ha dejado junto a su hermana, nos recoge, subimos a otro barco -esta vez de la CAMPSA, de la que su padre, mi abuelo, retenido en el Madrid del no pasarán, era altísimo directivo-, llegamos de ese modo, por entre galernas, mareos y vomitonas, a Galicia, y allí, acogidos a la hospitalidad de mi tío Jorge Dragó, pasamos el resto de la guerra.

Una joven viuda criada entre sábanas de lino, una espigada adolescente y un niño de cortísima edad recorren así de punta a punta, de tumba en tumba, un país en llamas. Madre Coraje: nadie negará ese título a la que lo fue mía.

Nunca se recuperó del todo, nunca aceptó su viudez. Se querían, sabedlo. Murió sesenta y cinco años después con el nombre de mi padre en sus labios, con su rostro en las pupilas y con la ilusión, en el alma, de que iba a reencontrarse con él.

Tercer acto: el hijo

Yo.

En esa parte de la novela, escrita en tercera persona, me llamo Dioni y cuento cómo fui devanando la madeja -obra en marcha: así, en paralelo a las investigaciones, comiéndome a veces lo dicho, pero sin renunciar a ello, la he redactado- de la muerte de mi padre y de la vida de mi madre, de mis hermanos de ésta, de mis hijos, de otros parientes y de la mía propia, y cómo fui descubriendo hasta qué punto aquel crimen ha gravitado siempre, en sordina, envuelto en la penumbra de lo que no se sabe o no se dice, sobre todos nosotros, no sólo sobre mí, no sólo sobre Nelly, condicionando nuestras vidas, desviándolas, enturbiándolas, confundiéndolas.

Así son las guerras civiles. Sus efectos, como una maldición bíblica, perviven durante varias generaciones.

Pero no hay tragedia sin catarsis final, sin purificación y liberación de los protagonistas. Es Jodorowsky quien, cercano ya el desenlace de la acción dramática, somete a Dioni a la experiencia del árbol genealógico -así la llama- y le entrega la última y más inconcebible clave del enigma, el hilo y la espada que le permitirán salir del laberinto y averiguar, por fin, quién es.

Cae el telón.

Muertes paralelas

Son las de García Lorca y Miguel Hernández, las de Ramiro de Maeztu y Pedro Muñoz Seca, la de José Antonio, sobre todo, por lo que en él hay de paradigmático y por la confusión en la que yace su figura, y la de todos aquellos, de uno u otro bando o, mayormente, de ninguno, ni de derechas ni de izquierdas, ni monárquicos ni republicanos, ni reaccionarios ni revolucionarios, que no murieron en el frente, sino en la retaguardia de aquella guerra, de la Guerra Civil, de nuestra guerra. ¿Nuestra? No, no, la de ellos, los cainitas, los parricidas, los de las dos Españas, porque mía, ciertamente, no es. Yo, como sugería Montaigne y como Pedro J. Ramírez recordaba hace unos días en las páginas de este periódico, siempre he procurado ser gibelino entre los güelfos y güelfo entre los gibelinos.

Tampoco lo fue, seguro, de mi padre, afiliado al partido de Miguel Maura, republicano, demócrata, católico y conservador. Ni de su hermano Modesto, socialista a su manera, como hoy lo son casi todos sus hijos. Ni de mi abuelo materno, don Roger, que era persona honrada, de posibles y de orden. Ni de los Ruiz-Vernacci, parientes del felón que denunció a mi padre y primos míos, en cuya casa de Goya, según sostiene una leyenda familiar que a saber si es cierta, se compuso parte del Cara al Sol. Pero sí es cierto, por desgracia, que dos de ellos murieron en la División Azul. Todos los citados, gentes de bien, y muchos más que no menciono, son actores secundarios, mas no por ello irrelevantes, de la tragedia que he escrito. Y lo son, entre otras razones acaso de más peso, porque en ella también se cuenta la historia de los míos, en sus dos ramas, y la del linaje de periodistas -represaliados todos en la posguerra, cuando no encarcelados- a la que me honro en pertenecer.

¡Ay, nuestra guerra! He querido ser ecuánime. Reparto estopa a los Hunos y a los Hotros, y hablo bien, cuando a mi juicio lo merecen, de los otros y de los unos. No me refiero al decir esto, ¡faltaría más!, a los miembros de mi familia, a los que ensalzo sin excepción alguna, sino a los de la España Nacional y la España Roja. Yo, durante la niñez, la adolescencia y la primera juventud, me moví constantemente entre esas dos orillas. La familia de mi madre, de derechas, vivía en Lope de Rueda esquina a O’ Donnell; la de mi padre, de izquierdas, en Hermosilla, dando a Goya, frente al cine Benlliure. No había entre esos dos mundos ni seis manzanas. Yo, a los seis años, ya iba a solas, libremente, del uno al otro. Eso me marcó.

Soy, pues, hijo de las dos. ¿Por qué campea el rostro de José Antonio junto al de mi padre en la portada de Muertes paralelas? Porque esas dos caras escenifican a la perfección el título del libro: al periodista Sánchez Monreal lo asesinaron sedicentes falangistas en Burgos el 14 de septiembre del 36 y al fundador de la Falange lo asesinó el 20 de noviembre de ese mismo año en Alicante el Frente Popular.

Muertes, sí, paralelas. Hubo muchas así. No soy Montesino Capuleto. Carezco de rencor.

Juan sin Patria

¿De Verdad, como digo al término del Preludio de mi libro y he reiterado en público últimamente sin que por ello haya llegado hasta ahora mi sangre al río, lamento haber nacido español?

Pues sí: lo lamento. Por muchas cosas. Las explicaré en mi próximo libro, que se llamará, si antes no cambio de opinión, A contraespaña. Pero, sobre todo, porque España mató a mi padre y desarboló la vida de mi madre. Vine al mundo con el corazón doblemente helado. No creo que nadie pueda, en justicia, negarme el derecho, que lo es de orfandad y soledad, a decir que detesto el patriotismo de igual forma que detesto todas y cada una de las cabezas de la hidra fascistoide de los nacionalismos. Nunca bandera alguna, propia o ajena, ejercerá mando alguno sobre mí.

Me presenté al premio Fernando Lara bajo el pseudónimo de Juan sin Tierra. Debí decir Juan sin Patria, porque tierra tengo, el genius loci, y lengua, la española, también. Lo demás son pamplinas.

Termino. El nombre de Fernando Sánchez Monreal apareció por última vez al pie de un artículo en julio del 36, pero regresó al negro sobre blanco de la prensa en el verano del 68. Fue entonces cuando yo recurrí al nombre de mi padre para firmar -ocultándome en un relativo anonimato, pues así se me había exigido- lo que resultó ser la primera colaboración mía, enviada desde el exilio en Tokio, que publicaba un periódico español. Con ello se reanudó el suma y sigue, interrumpido por la guerra, del quehacer periodístico de mi familia. No soy yo quien debo opinar sobre si lo hice, entonces, y sigo haciéndolo ahora con el mismo honor y brillantez, y sentido de la libertad y de la independencia, con el que durante casi un siglo lo hicieron mis mayores, pero sea como fuere, y aun en el supuesto de que no haya sabido rayar a tanta altura, bendita sea la rama que al tronco sale.

Me han dado por este libro veinte millones (de pesetas). Es la herencia que mi padre, asesinado por la furia española en plena juventud, no pudo dejarme. Por tal la tomo. Con Muertes paralelas -la obra de más aliento, ambición y alcance que hasta ahora he escrito- pago una deuda, pero también la paga el hombre que, inmolándose, fugitivo hacia el sur por arrabales últimos, la hizo y me hizo posible. Los dos, por fin, estamos en paz.

Fernando Sánchez Dragó
Madrid, 21 de mayo de 2006

Publicado en: ...el 24 Mayo 2006 @ 18:50 Comentarios (245)