«Abrir las fosas de la Historia sin perdonar es abrir trincheras»

 

Fernando Sánchez Dragó aprovechó su visita anual a Oviedo (mayo de 2006), como miembro del jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras, para presentar su última novela, Muertes paralelas. Dice que es el libro más importante de su vida y el entusiasmo con el que habla de ella, enlazando vivencias personales, anécdotas, pasajes históricos y referencias míticas, no deja dudas al respecto.

-Afirma que este libro parte de un descubrimiento personal sobre la muerte de su padre. ¿Es un pretexto literario?

-No, no, no. Ésta es una novela de no ficción, todo lo que en ella se cuenta no sólo es rigurosamente cierto, con nombres propios, sino que es fruto de una gestación de cincuenta años y una investigación de doce.

 

-El autor de El código Da Vinci también asegura que lo que cuenta en su novela es cierto.

-No, por favor. Todo lo que se cuenta en El código Da Vinci es mentira. Si tiene que compararse a algo que sea a A sangre fría. Truman Capote es un señor que lee la noticia de un crimen en la América profunda, se pone en marcha, investiga y va escribiendo ese libro, que se convierte en lo más importante de su vida y lo transforma -en el caso de Capote lo destruye-. A mí me sucede lo mismo, tengo noticia de un crimen y para esclarecerlo me meto en el mayor lío literario de mi vida. La investigación la llevo, como Truman Capote, a sangre fría; la diferencia es que la víctima es mi padre y está escrito con el corazón caliente.

 

-¿Cómo empieza la historia?

-Yo soy hijo de un periodista asesinado al principio de la guerra civil, al que no conozco. No me explican quién lo ha matado y llego a la conclusión, con mi lógica infantil, de que habían sido los malos, que en aquel momento oficialmente eran los republicanos. A pesar de eso, me hago antifranquista, organizo e intervengo activamente en el primer motín antifranquista de la Universidad, soy detenido con Dionisio Ridruejo, Ruiz-Gallardón padre, Javier Pradera, Tamames, Enrique Múgica, etcétera, y en el curso del interrogatorio, el policía duro de la Brigada Político-Social, Conesa, se viene hacia mí hecho un basilisco y me dice: «Tú estás aquí porque eres un resentido, porque matamos a tu padre». Me quedé lívido, yo creía que a mi padre lo habían matado los rojos. El chispazo del que nace este libro se produce en ese momento, pero a los 19 años no se puede acometer un libro como éste. En 1994, estando en la Feria del Libro de Madrid, se me planta delante un señor diciéndome que su padre pasó con el mío su última noche de vida. Ese hombre está vivo, cojo el coche, me voy a verlo, hablo con él y es entonces cuando me doy cuenta de que ha llegado el momento de escribir este libro.

 

-Una novela en tres actos.

-Primer acto, el padre: 17 de julio, cinco de la tarde, cafetería de las Cortes. Indalecio Prieto entra y comunica a los periodistas allí reunidos que se ha sublevado la guarnición de Melilla. Mi padre, que era el director de la agencia de noticias Febus, la agencia de La Voz y de El Sol, se va hacia el Sur a informar, tenía 26 años y abandona a mi madre embarazada de mí, que lo maldice desde un mirador de la calle de Lope de Rueda. Mi padre ya no puede volver a Madrid, pasa por Granada, va a Sevilla, a Valladolid, y allí lo denuncia un primo de mi madre -que sabía perfectamente que mi padre era de derechas, del partido de Maura-, lo pasean en Burgos, lo matan.

 

-¿Segundo acto?

-La madre. Mi madre, señorita de buena familia, con una hermana suya de trece años, Susana -a la que está dedicado el libro-, y conmigo, de 1 año, se escapa de Madrid, intentando encontrar a su marido. Sobrepasa 167 controles milicianos, camino de Valencia, de Valencia a Alicante, llega a Orán, Melilla, etcétera, etcétera.

 

-¿Recuerda todo eso?

-No, no, era muy pequeño. Mi primer recuerdo es de la guerra, pero ya de cuando tenía pocos años, en Galicia. Recuerdo que robé una vaca, agarré el ronzal de la vaca y aparecí en casa con la vaca. Mi tío se puso muy contento: «Esto es lo que tienes que hacer, traer una vaca todos los días en tiempos de tanta penuria».

 

-¿Tercer acto?

-El hijo, yo. Cuento cómo me pongo en marcha para contar lo que pasó, hasta el momento culminante del libro, una conversación con Jodorowsky en la que me da las claves del enigma. Conozco a mi padre, sé quién soy yo y puedo empezar a envejecer. Como dice García Márquez, una persona empieza a envejecer cuando se mira al espejo y se da cuenta de que se parece a su padre. Y ése es el libro. Jodorowsky me revela que mi padre se inmola arrastrado por el inconsciente colectivo del árbol genealógico para que yo pueda llegar a ser el que soy.

-Parecen ganas de buscar sentido a algo que no puede tenerlo, como un asesinato.

-Claro, claro. Ésta es la historia de mi familia y de otros treinta millones de españoles. Además de un libro íntimo, es una tragedia coral, épica, sobre la Historia de España. Ésas son las muertes paralelas, los que en esa guerra mueren en la retaguardia, los que son asesinados. No es casualidad que mi padre y José Antonio Primo de Rivera figuren en la portada de este libro. A mi padre, que era un hombre de derechas, lo mata la derecha y la izquierda mata a José Antonio, que era un hombre de extrema izquierda -sé que esto es polémico de decir-, basta ver su programa: reforma agraria, estado obrero, justicia social, nacionalización de la banca -ni siquiera la izquierda se atreve ya a proponer eso-. Y es asesinado por la izquierda, aunque con la connivencia de Franco, que no accede a intercambiarlo. Tanto en la derecha como en la izquierda se producen esos asesinatos civiles, las muertes paralelas, vidas truncadas, interrumpidas.

 

-¿Aprovecha la ocasión para ajustar cuentas?

-No, por favor. Abrir las fosas de la Historia sin perdonar, sin una amnistía total, es estar abriendo trincheras.

 

-Parece imposible que pueda haber una reconciliación en el País Vasco, cuando las heridas de la Guerra Civil aún sangran.

-Los españoles, por lo que sea, siempre estamos peleándonos con nuestra propia sombra. El fantasma de los separatismos gravita sobre la historia de España desde Viriato. Somos el hazmerreír de la humanidad.

 

-Busca a Luis Díez Carreño.

-Sí, es el compañero de mi padre, el periodista que se fue con él.

 

-Pues a lo mejor es asturiano. Aquí Carreño es un apellido frecuente.

-Pues lo mismo es asturiano. A él también le costó la vida y quiero localizar a la familia.

 

-Revaloriza la figura del fundador de la Falange.

-La persona más desconocida de la historia contemporánea de España es José Antonio. Es una figura interesantísima, llena de dignidad y nobleza tanto en su vida como en su muerte. Una cosa es la Falange franquista y otra cosa es ser joseantoniano. Soy un hombre sin etiquetas, pero José Antonio es, seguramente, el español más interesante del siglo XX.

 

-Usted fue antifranquista y comunista.

-Estando en la cárcel de Carabanchel, detenido con otros comunistas, rellené un test que publicaba el Paris Match, que te decía si eras más o menos de derechas, más o menos de izquierdas, y al aplicar el baremo, al final, me sale que soy liberal. Me quedé perplejo, pensaba que era más rojo que Lenin y resulta que ya entonces era un liberal, que es lo que he sido toda mi vida. Comunistas, liberales... en realidad somos hijos de nuestro carácter, nuestro carácter es nuestro destino y nuestra vocación.

 

-¿El carácter es el destino?

-Nacemos con un carácter, que luego se extravía con las etiquetas que nos ponen, por lo que hay que volver a fabricarse un alma. Lo que no se puede es ser un marmolillo que pasa por la vida sin enterarse de nada. Aristóteles decía que lo que no es, no puede llegar a ser. Se nos da la oportunidad de tener un alma, que a partir de ese momento se hace indestructible, aunque yo desconozco cuál es ese modo de indestructibilidad.

 

Durante su estancia en Asturias

-¿Aparcó este libro tras su enfermedad para escribir Kokoro?

-Había escrito ya 200 o 300 páginas y fue una vez más mi padre el que me salvó la vida. Para recuperar el estado de nitidez y conciencia y escribir el mejor de mis libros decido, de repente, dejar de fumar porros después de cuarenta años haciéndolo todas las noches de mi vida. En realidad esa porquería que nos venden los moros como hachís sólo me había sedado y me hacía dormir. La verdad es que lo tomaba para follar, sólo para follar y para dormir. Dejé de fumar y tuve unos trastornos del sueño que me hicieron pensar que me estaba volviendo loco, eso me condujo a una clínica del sueño, el médico descubrió que estaba a punto de tener un infarto y en 24 horas me operaron. Fue una experiencia interesantísima, paralela a la de la novela sobre mi padre, dos afluentes de un mismo río, la muerte, en este caso la laguna Estigia.

 

-Muertes paralelas continúa con un ensayo aún sin publicar, A contraespaña, pero ya ha adelantado parte de su contenido: «España es un país de gentes sin educación», «de salvajes y de cafres», «un país ridículo».

-Es que éste es un país salvaje -es una generalización, por supuesto-, el país con más sinvergüenzas por metro cuadrado, Italia peor que nosotros y Argentina, también peor, hija de españoles e italianos. Mi mujer, japonesita, al llegar a España volvía todos los días llorando por la brutalidad de la gente, el puteo generalizado, los gritos. España es un país durísimo. Yo creía que por esa frasecita que cierra el introito del libro -«lamento profundamente haber nacido español»- se me iban a comer. No, las reacciones fueron a mi favor, menos un anciano que me increpó por la calle: «¿Qué pasa? ¿Se siente usted orgulloso de ser catalán?». Si no me siento español, me voy a sentir catalán... No tengo más bandera que la pirata. Tengo tierra, lengua, hijos, raíces, pero no quiero banderitas. Soy de esta tierra, no de esta patria.

 

-Dice que España es un país permanentemente malhumorado, probablemente irredimible, invertebrado, bicéfalo, esquizofrénico, envidioso, perezoso, iracundo, parricida... ¿No cabe ningún adjetivo virtuoso?

-Es que a medida que avanzaba en la investigación, el sentimiento que fue predominando era el de la cólera. Admito que ahí incurro en una generalización. En realidad, hay tres Españas: la de las muertes paralelas, en la que hay víctimas de una y otra orilla -o de ninguna-, y las de la bandera rojigualda y tricolor, que son las que por envidia, zafiedad, cainismo y pretextos políticos o ideológicos, producen esas víctimas.

 

-Definitivamente, ¿se declara apátrida?

-El seudónimo que empleé en el certamen para esta novela -Premio Fernando Lara 2006- fue el de Juan sin Tierra. Es un error, debería haber firmado Juan sin Patria, porque tengo una tierra, que es la de mi lengua, la de mis costumbres, la de mis hijos y mis amigos.

 

-Se declara defensor de las ideas contra las ideologías. ¿Las ideologías no corresponden a ideas estructuradas?

-Las ideologías son un encasillamiento de las ideas, en las que triunfa el sectarismo y el pensamiento único.

 

-¿Valía lo mismo la ideología de los estudiantes que se movilizaron contra Franco en el 56 que la del régimen dictatorial?

-Yo militaba en el Partido Comunista, y allí había buena gente y también hijos de puta. A López Campillo le avisó de que estaba en peligro una persona de la Brigada Político-Social, que acabaría en la cárcel con nosotros... Hasta en la Brigada Político-Social había buena gente...

 

-¿Ha resarcido una deuda personal con este libro?

-Me siento como si hubiera parido quintillizos. Tenía una desazón interior inmensa, que era la de saber quién soy yo. Todavía ignoro si mi padre está en la fosa de Estépar o en la de Villamayor de los Campos, pero he saldado una doble deuda: la que tenía mi padre conmigo y la que tenía yo con mi padre. Me he educado, he envejecido y sé quién soy.

 

-Y asimismo asegura que ha perdido el miedo. ¿Cómo se logra?

-Muriéndote. Sin llegar a morir, claro. A través del ayuno, de la soledad, de la ingesta de enteógenos, de la meditación, del tantra... He estado a punto de morir en burdeles de Taiwan y Manila, en el Sáhara, cuando me mordió un perro rabioso en Etiopía y se carecía de un antídoto. Y en la última operación a vida o muerte, tras la que he escrito 1.300 páginas. Perder el miedo es bajar a los infiernos.

 

El jurado del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006

-Yendo a lo más inmediato, ¿cuáles son los favoritos para el Premio Príncipe de Asturias de las Letras?

-Creo que Amos Oz, Philip Roth y Paul Auster. Aunque deberíamos empezar a mirar hacia Oriente. Todavía nos pesa la visión occidental. Y Oriente nos va a comer en menos de cinco años.

 

-Escribió usted a la ministra de Sanidad para protestar por la ley antitabaco.

-Agradezco las medidas contra el tabaco, pero todo lo que se hace en este país es chapucero. Si cualquier local de menos de cien metros puede elegir entre permitir el tabaco o no, es evidente que, debido al chantaje que los fumadores ejercen sobre los no fumadores, van a optar por dejar fumar. En España todas las leyes son chapuceras, y además dan igual, porque después no se aplican.

 

-¿Y a qué país nos podríamos ir?

-A Japón. Yo, en el momento en que no tenga programa de televisión -soy el presentador más viejo de España, con casi setenta años que tengo- me voy a ir a vivir a Japón.

 

Elena Fernández Pello / Alberto Piquero / Georgina Fernández