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 Leopoldo Alas | 
          
          El juego de 
            las marcas
          Leopoldo Alas
          En una carta al director, Fernando 
            Sánchez Dragó puntualizaba que no prefiere la derecha 
            a la izquierda por parecerle aquélla más cristiana 
            que ésta, como se había publicado en la entrevista que 
            le hizo Pedro Simón, sino todo lo contrario. Según él, 
            el socialismo es una secta o herejía del cristianismo mientras 
            que el liberalismo hunde sus raíces en la tradición 
            pagana. Y hacía constar su apoyo por otros motivos 
            a la Iglesia en su actual pugna con el gobierno.
          No sé qué motivos 
            tendrá pero me pregunto qué pensará sobre la 
            manifestación del 18-J, en la que primeros espadas del PP, 
            como Acebes y Zaplana, marcharon del bracillo de los obispos a clamar 
            contra los derechos de una parte de la ciudadanía. ¿Qué 
            más pruebas necesita el escritor del cristianismo de ese partido? 
            No parece nuestra derecha (la suya) el mejor ejemplo de la tradición 
            pagana que él invoca.
          La situación es justo 
            la inversa: el PSOE apoya una sociedad mayoritariamente laica, democrática 
            y jurídica, y el PP, que sólo es liberal en lo económico, 
            antepone a ella los dogmas de fe y la doctrina católica. Le 
            doy un consejo a Fernando: que se replantee su postura, que vuelva 
            a pensarla. Las generaciones pasan, los tiempos cambian y, en caso 
            de que él siga siendo un heterodoxo, ¿de verdad cree 
            que hoy la heterodoxia se encuentra ahí, en esa oposición 
            empecinada y catolicona o en ese constreñido canal autonómico?
          En cuanto al breve órdago 
            político de Piqué, quedó en agua de borrajas. 
            Él no será el meteorito que acabe con los dinosaurios 
            de su partido. En la entrevista de Pedro Simón decía, 
            como Dragó, lo contrario de lo que demuestra la realidad: que 
            "las izquierdas son especialistas en empecinarse en los errores 
            y repetirlos". ¡Pues anda, que las derechas!
          También debe saber que 
            a Bush no sólo le ataca el antiamericanismo transversal de 
            esta sociedad. Están en su contra muchos norteamericanos espantados 
            de sus errores mortales. En la canción Sweet Neocom de 
            su nuevo disco, los Rolling Stones dicen directamente que está 
            "lleno de mierda".
          Como escribía Raúl 
            del Pozo en su desnudo de Fernández de la Vega, una 
            mujer admirable cuya responsabilidad y capacidad de trabajo resultan 
            tranquilizadoras, nuestra política es una competencia entre 
            dos marcas. Y hasta los más recalcitrantes deberían 
            reconocer que la marca PP está a la baja. Es la percepción 
            que se tiene en la calle. Los errores se pagan igual, pero antes, 
            en la oposición que en el Gobierno y, desde luego, ni el inconfundible 
            aroma de los armarios cerrados, ni el ruido de sotanas ni los dinosaurios 
            favorecen la percepción de una derecha laica y moderna, que 
            muchos de sus votantes desearían. Pero sus defensores andan, 
            cuando no empecinados, bastante despistados. Y, en esta disputa política, 
            el guerracivilismo es tan falso como el enfrentamiento promocional 
            entre la Cantudo y Bárbara Rey. Sólo es cuestión 
            de elegir bien para no equivocarse de marca.
        
         
           ¿Política? 
            No. Filosofía
¿Política? 
            No. Filosofía
            Epístola moral a Leopoldo Alas
          Respondo con estas líneas 
            a lo que Leopoldo Alas decía sobre mí, hace cosa de 
            una semana, en su columna Las Perlas, sorprendido por lo 
            que en una carta al director de este periódico había 
            manifestado yo unos días atrás a cuento de la derecha, 
            de la izquierda y de la Iglesia. Vaya por delante, ante todo, mi orteguiana 
            convicción de que tomar partido, en política, por lo 
            diestro o por lo zurdo es una de las infinitas formas que el ser humano 
            tiene a su alcance para convertirse en un estúpido. Y conste 
            también que, siendo yo un hombre de campo y no de polis, 
            que es donde se fragua la política (soy de los que nunca habían 
            oído hablar de María José San Segundo, Elena 
            Espinosa y Magdalena Álvarez. ¿Es descortesía? 
            Si lo es, lo siento), ésta –la política- no me 
            importa ni me afecta. Sólo me aburre. La juzgo, además, 
            innecesaria, pues apuesto por el autogobierno del individuo. Lo contrario 
            me sucede con la filosofía, y es en su marco donde deben situarse 
            mis palabras. Políticamente no soy de nadie, pero filosóficamente, 
            lo admito, ¿pasa algo?, estoy mucho más cerca de lo 
            que se entiende por derecha que de lo que se entiende por 
            izquierda. No soy, vade retro, progresista, sino 
            conservador, a mucha honra. Es decir: prefiero lo privado a lo público, 
            el laissez faire al intervencionismo y el laissez passer 
            al dirigismo, el Tao –fluye como el agua, que todo lo vence 
            porque a todo se adapta, y no actúes- al providencialismo 
            (que desemboca en el Estado, ese monstruo que no debería existir) 
            y, frente a la constante incertidumbre y desasosiego producido por 
            la falsa panacea del cambio, considerado como un fin en sí 
            mismo, me inclino por la consoladora reciedumbre de la traditio 
            (que en latín significa entrega), esto es, la 
            tradición, y de la aurea catena que en ella se 
            origina. Lo demás es plagio.
          Lo de que el socialismo, en 
            particular, y la izquierda, en general, proceden, como herejías 
            o sectas, del judeocristianismo no es cosa, me parece, que quepa poner 
            en duda. Toynbee y otros muchos pensadores e historiadores de similar 
            calibre lo creen así. También mi maestro Nietzsche, 
            en cuyo fértil hontanar abrevo. Ya sabes: la moral de los 
            esclavos, el clan de la servidumbre, la cultura 
            de la queja, la hermandad del Santo Reproche, la cofradía 
            (Escohotado dixit) de la Santa Pobreza y, en definitiva, 
            el miedo a la libertad. Todo eso es, para mí, la izquierda, 
            y por ello dejé, filosóficamente, de militar 
            en sus filas cuando en 1967 llegué por primera vez al Ganges. 
            Ya ha llovido.
          En cuanto a lo del paganismo 
            de la derecha... ¿De qué derecha hablamos, Leopoldo? 
            Yo me refería, únicamente, y dentro de ella, al liberalismo, 
            que es la razón –no la fe- que profeso. Te lo aclaro 
            porque en las agrupaciones de derechas, y el PP no es excepción 
            a la regla, abundan hoy los socialdemócratas, y yo ese palo, 
            el de la sopa boba, el dirigismo y la moralina barata, no lo toco. 
            Fue Mussolini, un socialista, quien inventó la mandanga del 
            Estado Social. A mí, todo lo que no sea liberalismo, 
            esté en la derecha o esté en la izquierda, me parece 
            fascismo (lamento recurrir a esta palabra, convertida por el abuso 
            que de ella se hace en insulto y flatus vocis).
          Esa derecha, la liberal, sépalo 
            o no, es mucho menos cristiana que pagana. Fue en Eleusis donde se 
            puso en marcha el proceso de ilustración –ilustración 
            he dicho, Leopoldo- que irguió al ser humano y que se vio bruscamente 
            interrumpido por el triunfal advenimiento de los tres monoteísmos 
            y, con ellos, de los Siglos Oscuros. Aún seguimos parcialmente 
            sumergidos en esas tinieblas, aún seguimos guerreando en nombre 
            de Yavé, de Cristo y de Alá.
          
          Penúltima cuestión: 
            la de por qué, pese a considerar el cristianismo una catástrofe 
            y a la persecución de la que soy objeto, desde que publiqué 
            mi Carta de Jesús al Papa, por parte de la Iglesia, 
            apoyo a ésta en su actual pugna con el gobierno (sic). 
            No me duelen prendas. Prescindo de lo personal y me declaro hombre 
            genéricamente religioso –budista, hinduista, taoísta, 
            animista, sintoísta, gnóstico, que no agnóstico. 
            Mi único dios es el anima mundi. Por eso soy también, 
            a rajatabla, ambientalista- por considerar que sólo la religión 
            (sin iglesias de ningún tipo) responde o intenta responder 
            a las grandes preguntas –las únicas que de verdad me 
            interesan- y por opinar que todos los valores éticos y también 
            los estéticos –el arte, si no busca lo sublime (vale 
            decir: la Belleza, la Bondad y la Verdad, entendida ésta como 
            tentativa de gnosis, de conocimiento), no es nada- 
            proceden del ámbito e impulso religioso. De ahí que 
            apoye la presencia, crucial, prioritaria, de la religión, como 
            asignatura obligatoria, en los bancos y pupitres de la escuela. Inclusive 
            si sólo es, por ley del embudo, la católica. Preferiría, 
            claro, cualquier otra, politeísta, pagana y mistérica 
            (la del éxtasis místico, por ejemplo, o la de los enteógenos, 
            vulgo alucinógenos, por ejemplo), y primaría, por supuesto, 
            la enseñanza no confesional de la historia de las 
            religiones, que es la cultura, así de fácil, pero del 
            lobo, un pelo. En el catolicismo también hay, solapado, mucho 
            helenismo y, naturalmente, altos valores espirituales: los que hoy, 
            urbi et orbi, nos faltan. Y eso es lo que, en último 
            término, me interesa y me mueve: el Espíritu, Leopoldo, 
            el Espíritu...
          Otra cuestión aún. 
            Respiras por la herida de la actitud de la Iglesia y de ciertos sectores 
            del PP en lo concerniente a los derechos civiles de los homosexuales. 
            No voy a embestir a ese trapo ni a mezclarme en esa querella. El paganismo 
            era pansexual, y yo lo soy (o intento serlo). La ilustración, 
            y no digamos la iluminación, propone como meta la androginia. 
            El Tantra, que tan caro me es, también. Tú sabes perfectamente 
            hasta qué punto yo fui, entre los de mi gremio, adelantado 
            de la homofilia –que no de la hemofilia- y 
            escarnecedor de la homofobia. Otra cosa es que alimente reticencias 
            filológicas –no hay filosofía sin 
            filología. Estudié Románicas y he sido profesor 
            de ella en diez universidades de siete países- respecto a si 
            se debe utilizar o no la palabra matrimonio para designar con ella 
            la unión conyugal entre personas del mismo sexo. Me inclino, 
            lo confieso, por lo segundo, pero desde luego, no entraré en 
            ninguna batalla atizada por esa disputa nominalista. Haga cada quien 
            de su capa un sayo y de su sexo un instrumento de libertad respetuosa 
            para con la del prójimo.
           Y, 
            ya puesto, otra confesión: tampoco entiendo ni apruebo que, 
            en muchos casos, no sé cuántos, la larga lucha de los 
            homosexuales por el reconocimiento de sus derechos civiles desemboque 
            en la, para mí, asombrosa aspiración a disfrutar (dicho 
            sea con ironía) de una ceremonia nupcial envuelta en confetis, 
            granos de arroz, cencerros, bendiciones de cura laico y velos de tul 
            ilusión. El matrimonio no es, a mi juicio, un sacramento (eso 
            se lo sacó la Iglesia de la manga a pitón muy, pero 
            que muy pasado. Fue en la Edad Media), sino una estupidez burocrática. 
            Si de mí dependiese, lo suprimiría, y hale, a vivir 
            en libertad. Pero tampoco por eso me metería en dibujos y mucho 
            menos en disputas. Allá cada cual. Sabido es que para todo 
            hay gente.
Y, 
            ya puesto, otra confesión: tampoco entiendo ni apruebo que, 
            en muchos casos, no sé cuántos, la larga lucha de los 
            homosexuales por el reconocimiento de sus derechos civiles desemboque 
            en la, para mí, asombrosa aspiración a disfrutar (dicho 
            sea con ironía) de una ceremonia nupcial envuelta en confetis, 
            granos de arroz, cencerros, bendiciones de cura laico y velos de tul 
            ilusión. El matrimonio no es, a mi juicio, un sacramento (eso 
            se lo sacó la Iglesia de la manga a pitón muy, pero 
            que muy pasado. Fue en la Edad Media), sino una estupidez burocrática. 
            Si de mí dependiese, lo suprimiría, y hale, a vivir 
            en libertad. Pero tampoco por eso me metería en dibujos y mucho 
            menos en disputas. Allá cada cual. Sabido es que para todo 
            hay gente.
          Sí, en cambio, me gustaría 
            hablar a fondo un día sobre el puñetero problema de 
            la adopción. Eso es mucho más complicado y delicado. 
            Palabras mayores, Leopoldo. ¿Necesita el niño, para 
            crecer en sabiduría vital y desarrollarse armónicamente, 
            tener ante él, desplegados, amistosos, un modelo masculino 
            y otro femenino? ¡Ay! Esquilo, Sófocles, Eurípides, 
            Freud, Jung, Hellinger, Jodorowsky, el yin y el yang... 
            No conocí a mi padre, como sabes, que fue inicuamente asesinado 
            por los Hunos, pero también podrían haberlo matado los 
            Hotros, al comienzo de la guerra civil, y lo pagué caro. Estoy 
            ahora escribiendo –terminando, casi- un grueso libro (Españolito 
            que vienes al mundo, se titula) para llenar ese hueco, para colmar 
            ese vacío, para saldar esa deuda. A él, Leopoldo, me 
            remito. Para febrero, Planeta mediante, estará en tus manos.
           ¿Guerra 
            civil? ¿Derechas? ¿Izquierdas? ¿Iglesias? ¿Nacionalismos? 
            ¿Terrorismos? Trifulcas maniqueas, Leopoldo. O, diciéndolo 
            con más precisión y extensión, dualismo 
            judeocristiano y musulmán. Volvemos, pues, al territorio de 
            la filosofía, quod erat demonstrandum. Yo, como casi 
            todo el mundo en Oriente, y como casi nadie en Occidente, soy monista. 
            Eleusis, a un lado; al otro, Egipto; y a mi frente, Benarés 
            y Kioto. Ahí tienes mi respuesta, ahí tienes mi cartografía 
            y, por lo tanto, mi posición, ahí tienes mi programa, 
            ahí tienes el sentido de mi voto. ¿Adivinas por quién, 
            in dubbio, lo hago?
¿Guerra 
            civil? ¿Derechas? ¿Izquierdas? ¿Iglesias? ¿Nacionalismos? 
            ¿Terrorismos? Trifulcas maniqueas, Leopoldo. O, diciéndolo 
            con más precisión y extensión, dualismo 
            judeocristiano y musulmán. Volvemos, pues, al territorio de 
            la filosofía, quod erat demonstrandum. Yo, como casi 
            todo el mundo en Oriente, y como casi nadie en Occidente, soy monista. 
            Eleusis, a un lado; al otro, Egipto; y a mi frente, Benarés 
            y Kioto. Ahí tienes mi respuesta, ahí tienes mi cartografía 
            y, por lo tanto, mi posición, ahí tienes mi programa, 
            ahí tienes el sentido de mi voto. ¿Adivinas por quién, 
            in dubbio, lo hago?
          La política es anecdótica; 
            la filosofía, categórica. Allá muevan feroz guerra 
            los partidos, que es mi dios la libertad... Sentémonos, 
            alegres, en la popa, sin diez cañones por banda, y 
            filosofemos, Leopoldo, filosofemos antes que el tiempo fallezca en 
            nuestras narices.
          Un saludo reaccionario, un 
            abrazo pirata
          Fernando Sánchez Dragó