DRAGOLANDIA: ‘Un gen fuera de la ley’
Así se llama la novela más divertida (y no sólo eso) de cuantas he leído este verano. Su autora, primeriza en las lides literarias, aunque de larga andadura científica y cultural, es Isabel Fuentes. La ha editado Turpial.
Conocí a Isabel, bilbaína de 1971, y a su editor en la fiesta literaria convocada por El Mundo con motivo de la última Feria del Libro de Madrid. Iba yo e iban ellos de corrillo en corrillo. Se me acercaron, trabamos conversación, me dieron la novela de la que hablo y me dijeron que me sorprendería. Tenían razón.
No tuve prisa en leerla. Parecía un thriller, una novela policiaca de ésas que en los últimos tiempos inundan las librerías y que a mí, por lo general, me aburren. Casi todo, en la literatura actual (y también en el cine, que es la mejor narrativa de nuestra época), gira en torno a un crimen o a una serie de crímenes, y los criminales nunca han despertado mi interés. No me parece que haya tantos como el género negro sugiere. Yo nunca he conocido a ninguno, aunque en cierta ocasión, estando en la cárcel allá por el 58, vi de lejos a Jarabo.
Dejé, pues, la novela de Isabel Fuentes en el montón de los libros de la lista de espera y un par de semanas después algo me impulsó a meterla en la maleta de un viaje a Tailandia y a Camboya. Empecé a leerla en Phnom Penh y lo hice, entre carcajada y carcajada, entre sonrisa y sonrisa, de un tirón.
Desde la primera página me di cuenta de que aquello no era una novela negra más al uso de los tiempos. Era otra cosa: costumbrista, ácida, picante, trepidante, hilarante, irónica, satírica, sarcástica, muy bien escrita y sazonada no sólo por el sentido del humor, sino también por el buen humor de quien la escribe. Buen humor y sentido del humor son cosas que no siempre van aparejadas. Isabel Fuentes ha escrito un libro en el que se burla de todos, y especialmente de los varones, sin ofender a nadie.
Su novela es, entre otras cosas, un retrato a plumilla y al carboncillo de la sociedad surgida en torno al desquiciado quicio de Internet y anegada por el aluvión de las nuevas tecnologías. Es, además, un relato regeneracionista: si Larra dejó dicho aquello de que «escribir en España es llorar», Isabel Fuentes viene a decirnos que investigar también lo es. Pero sus lágrimas lo son de risa, aunque eso no quite garra a la contundencia de su denuncia. Un libro con uasabi. Ya la he invitado a que venga a mi programa. Aparecerá en él, si los hados no se oponen, el 11 de octubre.
Su visión es muy femenina (antónimo de feminista). Hay hombres, cierto, en su relato, pero no salen muy bien parados. Los gallos que cacarean en ese corral son las mujeres.
A cala y a cata…
«Carlos parece un presentador televisivo de variedades diurnas, todo rubio, con sus vaqueros claros como el cielo valenciano y su polo verde loro. Resulta complicado pensar en nada serio con un hombre así, por muy sola que una pueda sentirse en algunas ocasiones. El juez se llama Jacinto y huele como tal. Tiene unos ojos saltones y lascivos y no hace ningún esfuerzo para disimular que Marta le pone cachondo» (pág. 117).
Y más adelante…
«-¿Tú sabías que el quince por ciento de los europeos no es hijo de quien cree?
-¿Sólo el quince? -pregunta riendo.
-El quince de los que ni lo sospechan…
Marta sigue mirando las aceitunas mientras se acaricia el escote con el dedo anular.
-¡Ves! Estás ovulando y no paras de coquetear.
-¿Y qué coño tendrá que ver? -pregunta cogiendo una aceituna al descuido.
-Las mujeres cuando ovulan van a la caza de genes, aunque no lo sepan» (pág. 261).
Incluso de genes fuera de la ley.
Fernando Sánchez Dragó, elmundo.es, 06/09/2015.