Convocatoria para un acto poético de justicia familiar, personal e histórica

Queridos amigos: Os comunico que el domingo, 3 de septiembre, a las 19:30h. de la tarde en la Plaza de Juan Pujol, en Madrid (sita en la calle Espíritu Santo, a media altura, la del restaurante vegetariano, de ellas salen las calles del Tesoro, Marqués de Santa Ana y San Andrés), oficiaré, al aire libre, acompañado por mis gentes, de maestro de ceremonias en un acto poético de justicia familiar, personal e histórica, y de reconciliación entre todas las Españas y todos los españoles. No puedo revelar, hasta que se produzca, la naturaleza de este acto, que lo será de noble e imaginativa transgresión. Si venís, entenderéis el porqué de tanto misterio. Me gustaría que asistierais.

Un saludo a todos.

Fernando Sánchez Dragó
30 de agosto de 2006
Publicado en: ...el 30 Agosto 2006 @ 12:59 Comentarios (12)

Günter Grass, yo y la ‘Buena Pipa’

Voy a cumplir 70 años. Es hora de que confiese. Llevo en el buche cosas que avergonzarían a cualquiera. No puedo seguir disimulando. Me acuso, padres y madres de la Santa Corrección Política, de haber fundado y capitaneado en mi niñez la Banda de la Buena Pipa. Debía de tener yo, cuando lo hice, cosa de siete años. Acababa de hacer la primera comunión y ya apuntaba, pese a ello, maneras de delincuente. Enredé en el asunto a media docena de facinerosos de mi misma edad reclutados en el cole, en el estanque del Retiro de Madrid y en el vecindario de mi casa. Fui yo quien escogí el símbolo de la Buena Pipa. Todos nos compramos una en el carrito de las chucherías instalado en la esquina de Narváez con O’Donnell. Era nuestro signo distintivo, que enarbolábamos con orgullo. Perseguíamos, como es habitual en ese tipo de asociaciones delictivas, fines tan reprobables como el de alzar las faldas de las niñas tratando de atisbar lo que escondían debajo, darnos de puñadas con los otros niños cuando invadían nuestro territorio o pretendían birlarnos a las novias y acumular tebeos con miras a la fundación de la Biblioteca del Reporter Tribulete.

Yo, que siempre he tenido labia, fui quien pervirtió, uno por uno, a todos los miembros del clan. Yo fui quien organizó las operaciones de acoso sexual, quien planificó la estrategia de los malos tratos infantiles y quien fomentó subversivas actividades de lectura con el propósito de derribar al Régimen.

Lo que ahora, cabizbajo, me pregunto es cómo he podido callar durante tantos años y sobrellevar el peso de mi culpa. Lo admito: no tengo perdón de Dios ni de los hombres. Reclamo castigo. Heme aquí. Tiendo ya mis muñecas a las esposas y mis tobillos a los grilletes. No quiero piedad. Dura es la ley, en efecto, pero es ley.

¡Y si lo dicho fuera todo! Pero no. Hay otras cosas.

A los 12 ó 13 años ingresé como aspirante en la Congregación pilarista de María Inmaculada y a los 16, ya en séptimo de bachillerato, fui elevado por decisión de quienes las tomaban en el seno de esa mafia a su grado superior.

¡Caramba! Me percato ahora -no era consciente de esa circunstancia agravante en el momento de iniciar mi confesión- de que la misma edad tenía, grosso modo, el paleonazi Günter Grass cuando sentó plaza de miembro de las SS. Se conoce que su maldad, como la mía, era cromosomática, genética y congénita. ¡Y encima le dieron el premio Nobel! No es -injusticia lamentable y que lamento- mi caso.

Por la misma época, más o menos -la mía, digo, no la de mi colega-, empecatado yo ya desde la rabadilla hasta la coronilla y presa de mi afán de perversión, participé de las tareas de la catequesis organizada y financiada en los barrios bajos de la capital del futuro reino por los aviesos frailes -masonería pura- de la Orden del entonces beato (y ahora, me parece, santo) padre Chaminade -vulgo marianistas-, enseñé el Ripalda a la prole del proletariado y repartí, al llegar las navidades, juguetes, uvas y botes de leche condensada entre los vecinos de las chabolas de Carabanchel.

Un par de años después, por cierto, volví al escenario de ese crimen, y concretamente, en su entorno, a la prisión provincial de hombres allí levantada, no por ser antiguo secretario general de la Banda de la Buena Pipa, ex congregante de María Inmaculada ni profesor emérito de catecismo en el territorio comanche de la clase obrera, sino por haberme metido hasta el pescuezo en las filas del Partido Comunista. ¡Claro! Era inevitable. Genio y figura de delincuente. Quien mal empieza.

Quien mal empieza, como lo hizo Günter Grass, puede acabar engañando a todo el mundo, convirtiéndose en escritor de éxito y recibiendo en Oviedo el premio Príncipe de Asturias o en Estocolmo el Nobel de Literatura.

¡Qué escándalo! ¿Dónde vamos a ir a parar? ¡Un chavalote de 17 primaveras, rodeado de discursos y fanfarria nazi por todas partes, sometido a la presión patriótica de una guerra mundial y víctima psicológica del misticismo castrense por ella generado, ingresa de refilón, cuando todo está ya casi perdido, en un cuerpo de élite unánimemente ensalzado por sus mayores, y luego va el muy cabrón y se arrepiente, rectifica, se convierte en demócrata de izquierdas, escribe El tambor de hojalata, lo traducen a todos los idiomas del mapamundi, va añadiendo otros títulos, siempre de peso, aunque discutibles (y por mí discutidos), a su ubérrima obra, y al cabo, ya en la recta final de la vida, y no por lo que en su adolescencia hiciese, sino por lo que en su juventud y madurez ha escrito, le otorgan el premio Nobel! No contento con eso, anciano ya y en un escalofriante alarde de cinismo, se atreve a confesar su pecado motu proprio, voluntariamente, sin que nada -excepto la conciencia- le obligue a ello, sin que nadie se lo exija y sabiendo de sobra, y de antemano, a lo que se expone.

Lo dicho: escandaloso. Esto es Sodoma y Gomorra, el triunfo de la Bestia 666, el fin de los tiempos. Algo habrá que hacer. No podemos quedarnos con los brazos caídos. ¡Que le quiten el premio Nobel! ¡Que renuncie a ser hijo honorífico de la ciudad de Gdansk! ¡Que le bese el cipote, en penitencia, a Lech Walessa! ¡Que se prohíban sus obras en todo el mundo! ¡Que se quemen en la plaza donde estuvo el Reichstag! ¡Que se reabra el campo de Treblinka para gasear al réprobo!

Uno así mi voz a la de los neoinquisidores de la corrección política y, dándome golpes de pecho, mea culpa, mea culpa, mea culpa, confieso, padre, que fundé la Banda de la Buena Pipa, me pegué con los compañeros del colegio, sofaldé a las niñas y luego, ya en mi casa y en mi cama, me la casqué cientos, qué digo cientos, miles de veces, pensando en lo que sus bragas escondían.

Y todo lo demás.

Estoy, eso sí, asustadísimo. No me llega la camisa a las partes pudendas. Me temo lo peor. ¿Prohibirán también mis libros? ¿Impedirá Pedro Jota que colabore en las páginas de este periódico? ¿Cerrarán Las Noches Blancas? ¿Me obligarán a devolver el Planeta, el Nacional de Literatura y el Fernando Lara, y dejaré de ser hijo adoptivo de la ciudad de Soria? ¿Me echarán -merecido me lo tengo- del club al que, en compañía de Groucho Marx, no pertenezco? Ya saben, ése que nunca admitiría entre sus miembros a personas como yo. O como Günter Grass. ¡Atiza! Recuerdo ahora, para más inri, que formé parte del jurado que le concedió el Príncipe de Asturias. Lobos de la misma camada, el compadre Günter y yo. Seguro que Graciano no vuelve a confiar en mí.

Pero lo peor no es eso. Lo peor, amigos, es que ya no me van a dar nunca el premio Nobel.

Fernando Sánchez Dragó
18 de agosto de 2006
Publicado en: ...el 18 Agosto 2006 @ 16:14 Comentarios (69)