DRAGOLANDIA: De Madrid al cielo


Koh Ngai (isla Ngai), al sur de Tailandia, famosa por sus idílicos y turísticos destinos

Alarma universal. Los animales se rebelan. El toque de rebato por la gripe porcina me alcanza en Laos, pero ya no estoy allí.

Golpe de Timón. Ayer salí de Vientián, crucé la frontera por el único puente que salva el Mekong, entré en Tailandia, cogí un tren, pasé la noche en una deliciosa ciudad de provincias ajena por completo al tráfago del turismo y hace un par de horas he aterrizado en Bangkok.

El Hotel Federal es ya, para mí, como una casa. Home, sweet home. Vuelvo constantemente a él. La próxima vez traeré mi nuevo gato y creeré que Bangkok es Castilfrío.

Imítenme. Vengan por aquí. No se arrepentirán. Esto es Jauja. Lo es ahora más que nunca, porque la ciudad y todo el país, después del episodio de los tanques, del que nadie ya se acuerda, están menos llenos de lo que lo estaban antes, los precios han bajado y todo es tranquilidad y amabilidad.

No creo que llegue aquí ni un solo virus de la nueva peste. Su foco pilla muy lejos, apenas se ven turistas de Iberoamérica, no existe ningún vuelo directo entre México y Tailandia y las autoridades sanitarias han adoptado fulminantes medidas de precaución que para sí quisieran en otras partes.

En los aeropuertos de Bangkok, Phuket y Chiang Mai, que son las tres principales puertas de acceso al país, funcionan ya los arcos de control de las temperaturas de los viajeros. Quienes tengan fiebre serán sometidos a vigilancia durante un mínimo de tres días y un máximo de cinco.

Se han prohibido las importaciones de productos cárnicos procedentes de México y de Estados Unidos, las autoridades sanitarias disponen de 170.000 tabletas de Oseltamivir, con la que se podría tratar a 17.000 enfermos potenciales, y se necesitarían solo cuatro días para preparar y poner en las farmacias un millón de comprimidos del mismo fármaco.

Si yo fuese uno de esos miles de españoles que tenían previsto viajar a México o a los Estados Unidos y que han decidido no hacerlo, en vez de quedarme en casita, compuesto y sin novia, cambiaría el rumbo de mi frustrado viaje y me vendría aquí.

No hay ningún otro país en el mundo que, hoy por hoy, ofrezca tanto al viajero. Turismo de playa, turismo de religión e historia, turismo de templos y de arte, turismo de aventura, turismo gastronómico, turismo de compras e incluso, ¿por qué no?, turismo de sexo entre adultos recíprocamente aceptado y honorablemente compartido. El menú tailandés es amplio y puede satisfacer las exigencias de cualquier paladar.

Más alicientes: los precios, la limpieza, la seguridad, las infraestructuras, los servicios, los masajes, la puntualidad y eficacia de los transportes, la buena educación, la simpatía, el entretenimiento… Un calidoscopio.

Y, encima, ahorrarán dinero.

Juro por todos los inexistentes dioses del budismo que no estoy a sueldo del rey de Tailandia ni del gobierno de su país.

Lo dije antes y lo reitero: esto es Jauja. Mi mujer también lo piensa. Lo piensan los amigos españoles que voy echándome aquí. Y no creo que mis hijas y mis nietos, que durante tres semanas han sido mis compañeros de aventura y de ventura a lo ancho del país y de la zona, me lleven la contraria.

Háganme caso. Olvídense, por el momento, de América y de Europa. Sáquense la espina de todos los viajes que ahora, por culpa de los virus, no sería prudente acometer y vengan a Tailandia, a Laos, a Camboya, a Vietnam… A cuanto fue Indochina.

¿Cómo? Aterrizando, para empezar, en Bangkok, donde los recibirá el mejor aeropuerto del mundo, y utilizando esa ciudad maravillosa, en la que el orden y el caos no se contradicen, sino que se complementan, como punto de partida para hacer parada y fonda, cuanto más larga, mejor, en los restantes círculos del paraíso.

Y escojan, por si las moscas y los virus, vuelos que no hagan escala, aunque sea técnica, en otros puntos del diablo mundo. Subrayo lo de diablo, porque éste, cuando se va al paraíso, no pinta nada.

¿De Madrid al cielo? ¡Pues claro!

O de Madrid a Bangkok. Aquí ya han empezado las fiestas de san Isidro. Respiren hondo, sin necesidad de mascarilla, y cojan fuelle. Son largas. Duran trescientos sesenta y cinco días al año.

Publicado en: ...el 29 Mayo 2009 @ 18:06 Comentarios (13)

DRAGOLANDIA: Hombre varado

Sigo aquí. No sé cuándo ni adónde me iré. ¿A Siem Reap, a Pnom Penh, a Saigón, a Bangkok para saltar desde allí a las Célebes o a Bali?

Infinito placer de hacer camino al andar, de no tener planes, de no estar sujeto a calendario, ni horario, ni rumbo alguno.

Es como volver a la juventud.

Me siento como un barco pirata con la quilla hincada en tierra. Hombres varados llamó Torrente Malvido a su primera y mejor novela. Su punto de partida (o de arribada) fue el viaje que hicimos juntos en la primavera de 1957 a dos islas de las Baleares que aún no habían sido devastadas por la Horda del turismo.

Él se quedó en Ibiza y se metió en mil líos. Yo regresé a Madrid e hice lo mismo.

Vita pericolosa.

Vientián, en 1967, era un paraíso elevado al cubo. Llegué a él o a ella, no sé cómo decirlo, porque es ciudad de travestis, después de sobrevivir durante un par de semanas, al hilo del Mekong, a una rigurosa dieta de arroz blanco con pinchos de saltamontes.

Había entonces guerras por todas partes: la de la Cía, la de los norteamericanos, la del tío Ho, la del vietcong, la de los vietnamitas del sur, la del Patet Laos, la de las guerrillas étnicas, la de los chinos, las de los mercenarios…

En Vientián reinaba la calma. Caí de hinojos. Fue un flechazo. Había pocos habitantes, casi ningún coche, muchas chicas, muchas putas, muchas mataharis, seiscientos fumaderos de opio (ya lo dije), pan francés, filetes de dos dedos de grosor con patatas fritas como Dios manda, vinos de Burdeos y de Riesling, espías, cazadores, vividores, colonos, personajes de novela, comunistas, fascistas, algún que otro nazi, números atrasados de Le Monde, películas de la nouvelle vague, traficantes de drogas, marihuana baratísima, ningún hippy (excepto yo), ningún turista, los mangos más dulces de Asia, calor, elefantes, pitones y muchos corresponsales de prensa supuestamente destacados en Saigón.

Todo era posible.

Una mañana vi un cachorro de tigre puesto a la venta entre las coles y espinacas del mercado matinal. No lo compré.

Una noche de opio y rosas, al arrimo de la plaza de Namphu, pegó la hebra conmigo un individuo disfrazado de Lee Marvin que parecía salido de una película de Huston o de Peckhimpah y me propuso llevar un kilo de heroína a Nueva York. Me darían, dijo, setenta y cinco mil dólares, un fortunón para la época, y luego me pegarían un tiro y mi cadáver sería pasto de las pirañas del Hudson. No acepté.

Volví a Vientián en el 68. Seguía siendo un paraíso, pero sólo al cuadrado. De lo dicho no quedaba casi nada. Sólo el aroma francés. La vita pericolosa había terminado. Los comunistas estaban en el poder y los aventureros en la reserva. El puritanismo hacía de las suyas. No vi tigres en el mercado. Aún se comía bien, el grosor de los filetes no había disminuido y los mangos eran igual de dulces, pero nadie me propuso nada.

Vientián es ahora un paraíso a secas. Va a menos, pero mantiene el tipo. Ya hay coches, aunque pocos, y el puritanismo se bate en lenta retirada.

Ciudad de travestis, dije. Son una maravilla. Hay que ser muy maricón, sostiene un amigo de acrisolada heterosexualidad, para que no te gusten.

Estoy de acuerdo.

No sé cuándo me iré de Vientián. Sospecho que será pronto. Cometí ese error en el 68 y lo reiteré en el 98. El hombre es el único animal que tropieza tres veces en la misma piedra.


Publicado en: ...el @ 18:00 Comentarios (142)

EL LOBO FEROZ: Ridiculeces

La sombra de Vandalia llega hasta Vientián, que es donde hoy aúllo. Las Furias perseguían a Orestes doquiera iba. Lo hacen ahora en alas de internet. El Mundo se materializa en la pantalla de mi ordenador y por él me entero de las idioteces jaleadas a diario por las tribus de aborígenes. ¿España Mágica? ¿España Trágica? ¿España Invertebrada? ¿España de las Tres Culturas? Antiguallas. La única España que hoy existe es la Ridícula. A tal conclusión llego, estupefacto, todas las mañanas. Ejemplos recientes… Cayo Lara dice que deberíamos teñir de azul los billetes de quinientos euros para que la riqueza de los opulentos pase a manos de los harapientos. ¿Es un chiste? ¿Lo entenderán en Bruselas o se quedarán con la misma cara de palo que puse yo al leer la noticia? ¡Qué papelón el nuestro! Cállese Cayo y deje de sacarnos los colores, azules o no que los mismos sean. ¿De qué color eran, por cierto, las bragas de Patricia Conde? Yo no las he visto -debo de ser el único- y la prensa no lo dice, pero cientos de miles de españoles, haciendo honor a su fama de reprimidos sexuales, han convertido ese traspiés en notición. ¡Caramba! Mi perplejidad aumenta, porque notición habría sido lo contrario. ¿Es noticia que un perro muerda a un hombre? No. Noticia es -lo dice la preceptiva del periodismo- que un hombre muerda a un perro. ¿Es noticia llevar bragas? No. Noticia sería no llevarlas. Lo dice la hemeroteca. Búsquese lo relativo a Marta Chávarri. Vamos a menos. ¿Será por corrección política? Contra el desencanto vivíamos mejor. ¡Pues anda, que lo de Sarkozy! ¡Zapatero y cierra Vandalia! Se acabó la crispación. Todos a una. Los vándalos unidos jamás serán vencidos. Furia de Amberes. ¡No profane mi palacio un fementido traidor, pues si él es de Carla esposo, de Sonsoles lo soy yo, llevándole de ventaja haber nacido español! Seguro que a mi amigo Luis Herrero le enseñaron en el cole el romance del Duque de Rivas. ¿Y si el enano del Elíseo llevara razón? Ciento treinta mil euros pide la fiscalía para premiar a la nena que acompañada por su mamá lució el palmito, se supone que cobrando, en las pasarelas de la telecaca. Eso sí que es pedagogía. Cundirá el ejemplo. Y encima, para remate, Jesús Neira dice que ahora le gustan los embotellamientos y la tele. Es profesor. Más pedagogía. ¿De verdad está curado? Lo siento, Jesús. Soy el Lobo Feroz. No puedo evitarlo. España Ridícula. El psiquiatra me aconseja que apague el ordenador.

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DRAGOLANDIA: El Reino del Millón de Elefantes

Vientián, 22 de abril de 1909

Sigo aquí.

Estoy en la Lani Guest House, una vieja casa colonial mantenida con esmero. No hay en todo Vientián mejor lugar que éste para alojarse. Es austero, sobrio, silencioso y elegante. Sus propietarios son gente delicada: en las habitaciones no hay televisión. Los muebles son de teca. Me cobran treinta dólares.

La fachada principal da a un templo. El edificio está al fondo de un callejón sin salida. En el jardín hay gatos, pájaros y árboles frondosos.

Somos, Naoko y yo, los únicos huéspedes. Fantástica soledad. Los turistas, torpones siempre, no llegan hasta aquí. Y si llegasen, no les gustaría. Lo suyo es el plástico, el diseño, el minimalismo y la música de fondo.

Ora et labora. Nos levantamos a las cinco y media de la mañana. Abluciones. Meditación. Un poco de fruta y un par de galletas de jengibre. Café. Correspondencia. Lectura de El Mundo en internet. A las siete ponemos manos a la obra. Cada cual en la suya. Yo escribo el libro sobre Soseki. Me está dando más guerra de lo que pensaba, pero ya se acerca a su fin.

A eso de la una salimos a tomar un piscolabis. Poca cosa. Yo, a veces, nada. Me gusta ayunar tanto como me gusta comer. Una breve siesta. Unos achuchones sin malicia. Un rato de lectura. Hoy ha sido Simenon. Encontré el otro día una novela de Maigret traducida al español por Joaquín Jordá en una librería de lance.

Entre 1959 y 1962 traduje ocho o nueve obras de ese autor por encargo de Luis de Caralt. Vivía de eso. Me pagaban catorce pesetas por folio. En tres o cuatro días, trabajando a toda mecha, a razón de cuarenta folios por día, dejaba visto para sentencia un relato de Maigret. No era imposible. Había mucho diálogo. Buenos días, hasta luego, comantalevú y cosas así.

A las tres reanudo la tarea. Naoko se va de compras, pero casi nunca compra nada. Es japonesa. Le gusta curiosear. Todos los japoneses son curiosos.

A las cinco cierro el ordenador, me doy una ducha y salgo a pasear. Tengo un podómetro en el cinturón. El paseo dura alrededor de hora y media: diez mil pasos, a veces más y nunca menos. Zancada extensa. Rapidez. Hay que mover los brazos mientras se camina. Sólo así se mueve, al unísono, el corazón. Caminar despacio no sirve para nada.

Miento. Sirve para ver.

Cena copiosa en un buen restaurante. La riego con media botella de vino. Naoko no bebe alcohol. Carece, como la mitad de sus compatriotas, de la enzima que lo metaboliza. Es una lástima. ¿Anda por ahí algún biólogo capaz de remediar esa carencia?

En Vientián se come muy bien: fue colonia francesa. Pido la cuenta. Dos personas: veinte dólares. En Tailandia o en Camboya habría pagado la mitad. En Laos, por culpa de los chinos, casi todo es más caro que en el resto de la zona, pero mucho más barato que en Vandalia.

Un masaje (energético, muscular, neurofisiológico, relajante, de pies y piernas, de cabeza, de cuerpo, de hombros, de hierbas, de aromas, de aceite… El muestrario es extenso. Cinco dólares, propina incluida), y al hotel.

No siempre. De cuando en cuando, a solas, me adentro en la noche. Soy cazador. Rastreo, olfateo, busco piezas. Rara vez capturo alguna.

Vientián no es lo que era, y yo, tampoco.

Una película en el ordenador. He traído un centenar. Son las once. Toque de retreta y de silencio. Apago la luz. Me duermo enseguida. La almohada se llena de sueños. Son intensos. Son excitantes. Son exuberantes. Cuando estoy en Vandalia, no sueño así.

Mañana, a las cinco, me despertaré y… La dolce vita.

Laos fue el Reino del Millón de Elefantes. Así lo llamaban. No todos han muerto. Algunos me visitan por la noche. Adoro este país. Detesto el que fue mío. En él no hay elefantes. Hay cabras. Ya lo dijo Gil de Biedma. Y donde hay cabras, abundan los cabrones, los cabritos y los cabreros. Yo no tengo pesadillas. Nunca sueño con los unos ni con los otros. Tampoco cuento ovejas. Prefiero contar las medidas que adoptaría, si fuese Obama, para salvar al mundo. Es sólo un juego. Sé que el ser humano es un animal irredimible.

Buenas noches. Les deseo que sueñen con un millón de elefantes. Yo también lo haré.

Publicado en: ...el 12 Mayo 2009 @ 11:34 Comentarios (17)

DRAGOLANDIA: Mala suerte

Vientián (Laos), 19 de abril de 2009

Ayer terminaron las fiestas del Año Nuevo budista, y lunar, en todos los países de la zona. Ha sido una semana de desmadre generalizado. Empezó, para mí, en Luang Prabang, siguió luego en la fragosa ruta que desde allí conduce, de puerto en puerto, de pueblo en pueblo, de nada en nada, a la inquietante Llanura de los Jarros, así llamada por los descomunales recipientes de piedra en bruto que desde hace un par de milenios, hincados en la tierra, la salpican, y terminó en la capital del país.

Los jóvenes habían tomado las calles y circulaban por ellas en tuktuk o en camioneta, montaban guardia en las esquinas, en las aceras, en los portales, en los templos, y desde esas garitas, troneras y rampas de lanzamiento arrojaban cubos de agua a los transeúntes o los perseguían con los chorros de las mangueras.

Era imposible dar un paso sin terminar empapado, y empapados terminaban el pasaporte, el dinero, la ropa interior, la exterior, el alma y cualquier otra cosa que se llevara en el bolsillo, colgada del cuello o escondida en las partes pudendas. También se arrojaban baldes de agua sobre las efigies de Buda plantadas en el patio de los templos o agazapadas en la penumbra de las capillas.

Nadie hacía un mal gesto. Llovía, por una vez, a gusto de todos. El calor, además, era infernal, por lo que las duchas se agradecían. Los jóvenes meneaban las caderas y alzaban los brazos al compás de músicas ensordecedoras. Miles de jovencitas con las camisetas mojadas, los ombligos al aire y las minifaldas en revolera transformaban la austeridad del budismo en explosión dionisíaca, zafarrancho de sensualidad y vórtice de feromonas.

En la cercana Tailandia, a todo esto, los partidarios de un político como tantos otros se echaban a la calle, el ejército los imitaba, los tanques salían a tomar el fresco con cuarenta grados a la sombra y las autoridades declaraban el estado de excepción.

¿De excepción? ¡Vaya, hombre! ¡Con lo que a mí me gustan esas situaciones! ¡Qué mala pata! ¡Para una vez que hay un poco, sólo un poco, de jaleo al alcance de mis sandalias, y yo, de picnic, por así decir, en uno de los lugares más pacíficos de la tierra! Laos lo es ahora, aunque no lo fuese en los años de la guerra de Vietnam (como lo atestiguan los miles de minas antipersonas que todavía, agazapadas a flor de tierra, acribillan la Llanura de los Jarros y otras partes del país), y yo estaba perdido en lo más profundo de sus entrañas.

Intenté regresar, desde ellas, a Bangkok, para ver lo que allí se cocía, pero no hubo forma. Hacerlo desde Phonsavang habría requerido no menos de tres jornadas, y yo sabía, porque conozco a los tailandeses, que el jaleo no duraría tanto. ¡A quién se le ocurre montar una algarada en coincidencia con el equivalente indochino y budista de la noche de san Silvestre!

Y, en efecto, no duró. ¡Mala pata la mía, en efecto, y buena, bonísima, la de mi amigo David Jiménez, corresponsal de El Mundo en el sudeste asiático, que estaba allí, al pie de los tanques y de los autobuses en llamas, bañándose no en agua lustral y sensual, como yo, sino en los manguerazos del subidón de la adrenalina!

Le envié un mail para felicitarle y dar cuenta de mi envidia. Supe luego por sus crónicas que los turistas estaban en desbandada, como era de suponer, y la envidia creció.

Aconseja Moratinos que no se viaje ahora a Bangkok. Se equivoca. No le hagan caso. Es el momento de hacerlo. Yo acabo de enviar allí a mis dos hijas y mis dos nietos, para que desde la capital de Tailandia regresen a la de Vandalia, y todo está en orden. Corran, si pueden y la crisis se lo permite, a Barajas, métanse en un avión de la Thai, aterricen en el mejor aeropuerto del mundo y disfruten de la ciudad más alegre, confiada y divertida del planeta. Todo, en ella y en el resto del país, estará aun más barato de lo que estaba hace unos días y, por añadidura, más vacío.

Jauja, amigos. No se la pierdan.

Yo también lo haré, ir a Bangkok, pero antes voy a quedarme ocho o diez días en Vientián, como si fuese un personaje de novela de Graham Greene o de Malraux, para que David Jiménez me envidie un poco.

De sobra sé que, por desgracia, no lo soy, americano tranquilo en el Continental de Saigón ni ladrón de tumbas reales en Camboya, pero fui feliz en la capital de Laos hace cuarenta y un años, y sigo siéndolo hoy, aunque todo en ella, como en el resto del mundo, haya ido a peor.

Ya no hay, como había entonces, seiscientos fumaderos de opio…

El puritanismo avanza, la represión se extiende y el mundo entero es ansí (dijo Baroja) mientras la libertad de costumbres, urbi et orbi, se bate en retirada.

Paciencia y, pese a todo, viajar.

Pero no vengan aquí. No incordien. No transculturalicen. Nos vemos, si les parece, en Bangkok.

Publicado en: ...el @ 11:26 Comentarios (1)

EL LOBO FEROZ: Más sobre Dios

Sí, más sobre Dios, después de la andanada que lancé el martes pasado contra los creyentes, los ateos y los que no saben ni contestan. La actualidad me obliga a ello. Domingo de Resurrección y lunes de Pascua. Ágape escatológico. Hoy nos ponemos a dieta, pero convendrán conmigo en que si de verdad Dios ha resucitado, ése es el notición de la semana, por más que los periódicos no lo den en titulares. Ya decía Borges que las noticias importantes nunca vienen en la prensa. No vino el nacimiento de Jesús, ni la costalada de Pablo, ni el patatús de Mahoma, ni el calentón de Lutero, ni la muerte de Dios anunciada por el Zaratustra de Nietzsche. Los lectores cristianos me acusan de dirigir sólo mis flechas envenenadas con curare -el suero de la verdad- hacia la religión que profesan e insinúan, poniendo en tela de juicio mi valor, que no sería capaz de arremeter contra los musulmanes con virulencia similar a la que despliego en lo que atañe a la ciega fe de quienes, por ella obnubilados, se empeñan en creer que Jesús era Dios. Contaré una anécdota. La recojo en un libro de Christopher Hitchen. Primavera de 2006. Ahmadineyad, acompañado por su gabinete, visita el pozo en el que, según los chiíes, se refugió el duodécimo imán, que entonces, en el 873, tenía cinco años, con el firme propósito de no salir de él hasta que llegase el momento de redimir al mundo, y arroja por el brocal un mensaje autógrafo en el que informa al ocupante del zulo de los progresos realizados por su país en el terreno de la fisión termonuclear y la producción de uranio. ¡Curioso buzón y curioso destinatario el de esa carta! Ahmanideyad acaba de volver de la sede neoyorquina de la ONU, en la que ha pronunciado un discurso que todos los asistentes han oído en religioso (sic) silencio. Era natural que así fuese, porque, según el primer mandatario iraní, una resplandeciente luz verde, que sólo él percibió pese a que el discurso se televisaba en directo, lo había bañado mientras cantaba las cuarenta a quienes rigen los destinos del mundo. Ese fenómeno, dijo, era fehaciente demostración de que el duodécimo imán, ya bastante crecidito, está a punto de salir del pozo para redimir al género humano. ¿Cómo lo hará? ¿Eliminando de una vez por todas a los infieles por medio del uranio? Eso no lo dijo él. Lo pregunto yo. ¿Quedan así disipadas las dudas de mis lectores? Leña al monoteísmo en sus tres frentes, caballeros, hasta que hable el idioma de la ilustración.

Publicado en: ...el @ 11:21 Comentarios (15)

DRAGOLANDIA: Mekong (y 2)

En el mismo lugar y el mismo día… O sea: surcando en una barcaza el Mekong, rumbo a Luang Prabang, abril de 2009.

En el barco fantasma descrito en mi crónica anterior, aparte de su tripulación laosiana, sólo viajan mochileros. Serán unos setenta. De ellos –casualidad, causalidad, causualidad, sincronía- dice Theroux, que no es turista, sino durísimo viajero, lo que a continuación voy a transcribir.

Recuerde el lector que estaba leyendo uno de sus libros de viajes en ferrocarril. Tiene varios.

Theroux, en las líneas que me dispongo a entresacar, se refiere al Cuzco. Está recorriendo América, casi de cabo a rabo, saltando de tren en tren. Su viaje arranca en Boston y termina en la Patagonia.

Dice al autor de La Costa de los Mosquitos, que no es, en lo concerniente al arte de viajar ni tampoco al de escribir, hombre de condición dudosa, cuanto sigue:

“Eran turistas de tarifa reducida, haraganes, vagabundos, gorrones, que habían acudido a ese pobre lugar porque querían ahorrar dinero. Su conversación era predecible y giraba exclusivamente en torno a los precios, el cambio de la moneda, el hotel más barato, el autobús más barato, cómo alguien había conseguido una comida por quince centavos o un jersey de alpaca por un dólar o dormido con indios aimaras en un atrasado villorrio. Eran estadounidenses, pero también había alemanes, ingleses, holandeses, franceses, británicos y escandinavos. Hablaban el mismo idioma. Siempre dinero (…) Los mochileros constituían motivo de alarma y desaliento. Tenían diversos efectos en Perú. Ante todo, mantenían baja la tasa de delincuencia. No llevaban mucho dinero, pero lo que tenían lo protegían con ferocidad. Los ladrones callejeros y carteristas peruanos que cometían el error de intentar robar a uno de esos viajeros siempre salían malparados de la pelea que de modo inevitable se producía. Más de una vez en Cuzco y sus alrededores oí el grito y vi a un holandés hecho un basilisco o a un estadounidense fuera de sí agarrando a un peruano por el cuello. El error que cometían los peruanos era pensar que esa gente eran viajeros solitarios; en realidad, eran como miembros de una tribu: tenían amigos que acudían al rescate. A mí no era difícil robarme, pero el barbudo patán con poncho encima de la camiseta “California es de quienes aman”, mochila y billete de vuelta a Lima en autobús, se trataba en realidad de un tipo duro. No le asustaba devolver el golpe”.

Y más. Valga la muestra. Theroux, del que ya he dicho que no es de condición sospechosa en lo tocante a todo esto, se despacha a gusto. ¿Tiene razón?

Doy vueltas al asunto mientras las orillas salvajes del Mekong corren hacia atrás a medida que el barco avanza. La horda turística se divide en dos grandes grupos: los borregos numerados y estabulados en autobuses por las agencias de viajes, de un lado, y los mochileros que, sin ser hippies, remedan a los hippies, de otro. Yo lo fui, hippy, y constato ahora, con ironía y melancolía, que aquellos polvos trajeron estos lodos. ¡Quién iba a pensarlo!

Los borregos numerados son, en realidad, menos dañinos que los mochileros, aunque su aspecto sea más hortera y sus costumbres más irritantes. Van siempre en grupo, militarizados bajo las órdenes de una sargento azafata, no se salen nunca de los surcos que les han sido asignados, no arriesgan, no visitan nada que no figure en los folletos de su kit, no se mezclan con las poblaciones locales, se limitan a sacar fotos o vídeos idiotas, a enviar postales cursis de playas con palmeras o de templos de cúpulas doradas y a comprar souvenirs de plástico, y se vuelven enseguida a casa maldiciendo por lo bajinis, aunque nunca de dientes afuera, la hora en que se les ocurrió salir de ella.

Son hormigas procesionarias.

Los mochileros, en cambio, llegan a todos los rincones, confraternizan (a su modo) con los indígenas, les calientan los cascos, y donde depositan sus mochilas no vuelve a crecer la hierba. Tardan, además, muchísimo tiempo en regresar a sus pagos, a las faldas de sus mamás y a las carteras de sus papás.

Son como la marabunta.

Recurramos a un parangón… ¿Quiénes provocan mayores estropicios en la naturaleza? ¿Los veraneantes de toda la vida, que se van con los niños, la suegra, un flotador con forma de patito y una nevera portátil a Benidorm o los senderistas que se meten, so capa de ecoturismo, en lugares adonde los benidormitas jamás habrían llegado?

Dejémoslo. El mundo es así y ya nunca volverá a ser de otra manera.

Lo que acabo de escribir me deja un regusto amargo. Sentimiento de culpa. No sé si estoy pecando de injusticia hacia los mochileros, pero sí, seguramente, de traición. Yo, al fin y al cabo, viajo como ellos. Lo que me molesta es que sean tantos y que todos hagan y digan exactamente lo mismo. Los hippies de los años sesenta éramos cuatro gatos. Apenas se nos veía. No transculturalizábamos. Todo eso cambió en la siguiente década y ahora… ¡Uf!

Por cierto: hay un tercer grupo de turistas. Son los de las ONG. Cristianitos occidentales, sépanlo o no, que quieren salvar al prójimo. Esos sí que transculturalizan. Son la vanguardia del neocolonialismo. Vade retro.

Yo, rodeado de mochileros, sigo surcando el Mekong y leyendo a Theroux. Mañana llegaré a Luang Prabang.

Publicado en: ...el 04 Mayo 2009 @ 09:48 Comentarios (12)

DRAGOLANDIA: Mekong (1)


Niños bañándose en el río Mekong

En el río, a bordo de un barco fantasma, rumbo a Luang Prabang (Laos), 9 de abril de 2009 (crónica enviada con varios días de retraso. No encontré durante ellos conexiones de internet).

Tailandia quedó atrás. El incidente sin accidente de la furgoneta, también. Hakuna matata.

Pasé los dos últimos días de estancia en el antiguo Siam recorriendo lo que fuese mítico y hermético Triángulo de Oro, y capital del imperio de la adormidera, y es ahora espacio abierto a todo el mundo por el que se pasean cochambrosas comitivas de turistas que sólo quieren sacarse fotos debajo de una puerta roja de falso estilo chino en cuyo travesaño superior se lee, inscrito en caracteres dorados, el rótulo en cuestión: Triángulo de Oro.

Decía Borges del tango: “una canción de gesta se ha perdido / en sórdidas noticias policiales”. Cierto. Y algo parecido cabría decir de esa encrucijada de cuatro países (Tailandia, Birmania, China y, al otro lado del río, Laos) en cuyos espesos bosques y altas cumbres la historia se hizo leyenda y la leyenda, historia.

Pero la sordidez, allí, ya no es policial, sino turística.

Donde hubo, pues, no siempre queda, pero en Sop Ruak, minúscula localidad asomada al Mekong, hay algo que justifica el rodeo y merece una visita atenta: la House of Opium, cuidadísimo museo que ilustra la historia, los usos y las costumbres generadas por la planta cuyas portentosas propiedades terapéuticas descubrió, glosó y utilizó Hipócrates, padre de la medicina.

El miércoles crucé el Mekong y me embarqué en lo que más arriba he llamado buque fantasma no porque lo sea, sino porque no tiene nombre. Tampoco es un buque. Es sólo una barcaza de unos cuarenta metros de eslora cubiertos por una toldilla de tablas, proa puntiaguda, popa de cola de pato, dos hileras de bancos incomodísimos, una plataforma para depositar las mochilas y los bultos, un retrete de agujero, un castillete chato para que el piloto maneje desde su asiento el volante del timón y un poderoso motor de fueraborda que ruge como un regimiento de diablos rabiosos.

Hoy es jueves y todavía me quedan por delante ocho horas hasta la arribada a Luang Prabang. La travesía completa dura dos días. Anoche dormí en un tugurio de Pak Bang, mísero villorrio anclado en un ribazo del tercer río del continente asiático en orden de tamaño e importancia, que sólo cede en longitud al Yang Tse Kiang y al Ganges, y que recorre más de cuatro mil kilómetros hasta desembocar en el delta vietnamita, al sur de Saigón.

Llueve torrencialmente, pero el nivel del agua está más de un metro por debajo del que en los meses húmedos suele alcanzar. Abril no lo es. Veo una selva impenetrable, palafitos, muy pocos, desperdigados por los huecos de la inmensa maraña vegetal, piraguas, cañas de pescar varadas en los arenales o hincadas entre los peñascos por pescadores ausentes, rocas que parecen hipopótamos, búfalos que sestean y, de vez en cuando, elefantes. En Laos, sede de uno de los últimos ecosistemas cuasi vírgenes del hemisferio septentrional, aún los hay a puñados.

Me duelen las rodillas y la rabadilla, me rechinan las junturas de las articulaciones, tengo los músculos anquilosados, los pasajeros se aburren y yo, como puedo, a duras penas, en una postura incomodísima, tecleo esta entrega del blog con el ordenador precariamente apoyado en los muslos. Su salpicadero parpadea. Pronto se le acabará la batería y tendré que reabrir el libro de Paul Theroux (El viejo expreso de la Patagonia, Punto de Lectura) en el que durante todo el día de ayer y parte del de hoy me he enfrascado. Seguiré mañana.

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EL LOBO FEROZ: Semana Santa

Ya está otra vez aquí el desfile de la estantigua, el gaudeamus de réquiem, el heavy metal del gorigori, la pasarela de la superstición. ¿Quién inventó la matraca de que todas las creencias son respetables? Es más cierto lo contrario: ninguna, por ser creencia, fruto ciego de la fe, y no idea generada por el uso de la razón ni hecho verificado y analizado por ésta, merece respeto alguno. Hace un par de meses me tomaba yo a chacota en esta misma columna la guerra de los autobuses entablada a mayor gloria de la estupidez humana por quienes creen que Dios existe y quienes niegan su existencia. Al día siguiente publicó este periódico la carta de un lector que me acusaba de haber faltado al respeto que toda religión merece y me exigía rectificación. ¡Exigir! ¡Qué palabra tan española! Pues bien: expañol yo, a mucha honra, no sólo no voy a hacerlo, rectificar, sino que voy a ratificar lo dicho, y así santificaré in nómine de la diosa Razón la semanita que nos espera. Defender la existencia o la inexistencia de Dios es tontuna, en ambos casos, porque no cabe demostrar con ideas o con hechos ni lo uno ni lo otro. De tontos, en efecto, es calentarse la cabeza tratando de resolver ecuaciones cuya incógnita sólo despejará la Parca. No veo, por lo tanto, razón alguna para respetar al creyente, ni al ateo, ni al agnóstico. Tampoco a éste, porque agnóstico es sinónimo de necio, de ignorante, y eso es el que no sabe. Gnóstico, en cambio, es quien intenta saber, consígalo o no, y a ése sí que lo respeto, y gnósticos, en consecuencia, son quienes se hacen cruces no cristianas esforzándose por entender, sin conseguirlo, la asombrosa conducta de los individuos supuestamente racionales que en el año nono del vigesimoprimer siglo después del alumbramiento de un niño cuyo nacimiento jamás ha sido demostrado aún creen, entre otras muchas bobadas, que la partenogénesis de los mamíferos es posible y que éstos pueden convertir el agua en vino, devolver la vida a los difuntos y resucitar ellos mismos para ascender al Paraíso y descender luego a una oblea atendiendo a las indicaciones de un chamán que recita mantras y desaconseja el uso de preservativos en los años del amor después del sida. Obvio es añadir que todo lo dicho vale para cualquier otra superstición de cualquier otro credo. De gentes así, decía con retintín Aldous Huxley al final de Contrapunto, es el Reino de los Cielos. ¿Y si fuera el del infierno asignado por Dante a los ilusos?

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