DRAGOLANDIA: De Madrid al cielo
Koh Ngai (isla Ngai), al sur de Tailandia, famosa por sus idílicos y turísticos destinos
Alarma universal. Los animales se rebelan. El toque de rebato por la gripe porcina me alcanza en Laos, pero ya no estoy allí.
Golpe de Timón. Ayer salí de Vientián, crucé la frontera por el único puente que salva el Mekong, entré en Tailandia, cogí un tren, pasé la noche en una deliciosa ciudad de provincias ajena por completo al tráfago del turismo y hace un par de horas he aterrizado en Bangkok.
El Hotel Federal es ya, para mí, como una casa. Home, sweet home. Vuelvo constantemente a él. La próxima vez traeré mi nuevo gato y creeré que Bangkok es Castilfrío.
Imítenme. Vengan por aquí. No se arrepentirán. Esto es Jauja. Lo es ahora más que nunca, porque la ciudad y todo el país, después del episodio de los tanques, del que nadie ya se acuerda, están menos llenos de lo que lo estaban antes, los precios han bajado y todo es tranquilidad y amabilidad.
No creo que llegue aquí ni un solo virus de la nueva peste. Su foco pilla muy lejos, apenas se ven turistas de Iberoamérica, no existe ningún vuelo directo entre México y Tailandia y las autoridades sanitarias han adoptado fulminantes medidas de precaución que para sí quisieran en otras partes.
En los aeropuertos de Bangkok, Phuket y Chiang Mai, que son las tres principales puertas de acceso al país, funcionan ya los arcos de control de las temperaturas de los viajeros. Quienes tengan fiebre serán sometidos a vigilancia durante un mínimo de tres días y un máximo de cinco.
Se han prohibido las importaciones de productos cárnicos procedentes de México y de Estados Unidos, las autoridades sanitarias disponen de 170.000 tabletas de Oseltamivir, con la que se podría tratar a 17.000 enfermos potenciales, y se necesitarían solo cuatro días para preparar y poner en las farmacias un millón de comprimidos del mismo fármaco.
Si yo fuese uno de esos miles de españoles que tenían previsto viajar a México o a los Estados Unidos y que han decidido no hacerlo, en vez de quedarme en casita, compuesto y sin novia, cambiaría el rumbo de mi frustrado viaje y me vendría aquí.
No hay ningún otro país en el mundo que, hoy por hoy, ofrezca tanto al viajero. Turismo de playa, turismo de religión e historia, turismo de templos y de arte, turismo de aventura, turismo gastronómico, turismo de compras e incluso, ¿por qué no?, turismo de sexo entre adultos recíprocamente aceptado y honorablemente compartido. El menú tailandés es amplio y puede satisfacer las exigencias de cualquier paladar.
Más alicientes: los precios, la limpieza, la seguridad, las infraestructuras, los servicios, los masajes, la puntualidad y eficacia de los transportes, la buena educación, la simpatía, el entretenimiento… Un calidoscopio.
Y, encima, ahorrarán dinero.
Juro por todos los inexistentes dioses del budismo que no estoy a sueldo del rey de Tailandia ni del gobierno de su país.
Lo dije antes y lo reitero: esto es Jauja. Mi mujer también lo piensa. Lo piensan los amigos españoles que voy echándome aquí. Y no creo que mis hijas y mis nietos, que durante tres semanas han sido mis compañeros de aventura y de ventura a lo ancho del país y de la zona, me lleven la contraria.
Háganme caso. Olvídense, por el momento, de América y de Europa. Sáquense la espina de todos los viajes que ahora, por culpa de los virus, no sería prudente acometer y vengan a Tailandia, a Laos, a Camboya, a Vietnam… A cuanto fue Indochina.
¿Cómo? Aterrizando, para empezar, en Bangkok, donde los recibirá el mejor aeropuerto del mundo, y utilizando esa ciudad maravillosa, en la que el orden y el caos no se contradicen, sino que se complementan, como punto de partida para hacer parada y fonda, cuanto más larga, mejor, en los restantes círculos del paraíso.
Y escojan, por si las moscas y los virus, vuelos que no hagan escala, aunque sea técnica, en otros puntos del diablo mundo. Subrayo lo de diablo, porque éste, cuando se va al paraíso, no pinta nada.
¿De Madrid al cielo? ¡Pues claro!
O de Madrid a Bangkok. Aquí ya han empezado las fiestas de san Isidro. Respiren hondo, sin necesidad de mascarilla, y cojan fuelle. Son largas. Duran trescientos sesenta y cinco días al año.