DRAGOLANDIA: Crónica marciana

Tercera y última intentona: llega, por fin, lo del ser de lejanías.

Aparecerá esto en el blog el miércoles 14, pero lo escribo una semana antes. A partir de hoy, día 8, mis comunicaciones con elmundo.es quedarán cortadas. Lean la penúltima entrega de Dragolandia y entenderán por qué lo hago.

Tenía que acumular tres textos en un solo envío. A partir de éste el lingam o pendrive podría haberse infectado por cualquier virus cabrón, según dice mi ayudante, y no me quedaba más remedio que ponerlo en cuarentena si quería evitar el contagio de mi ordenador.

No sé nada de esas cosas. Opté por quemar las naves. Mi satélite no emite ya ningún bip bip.

Eso acentúa aún más, si cabe, mi sensación de lejanía. Sigo en Pnom Penh. Estoy solo. Llegué solo. Soledad es, para mí, sinónimo de felicidad. Llevo casi tres semanas sin hablar con nadie. Silencio absoluto, turbado por las imprescindibles frases cruzadas con los camareros, los conductores de tuktuks, las masajistas y los empleados del hotel. Pero eso no cuenta, no es hablar.

Me llegan de vez en cuando, a través de la televisión o de El Mundo (es y no es, digital e impreso, to be and not to be), noticias de España.

¿De España o del planeta Marte? ¿O soy yo, acaso, el que estoy en Marte mientras mis compatriotas siguen en la tierra?

Da igual. Ellos están lejos de mí, lejísimos, y yo estoy lejos de ellos. Lejísimos. Más, imposible.

¡Caramba! Parece ser que allí, en Marte o en donde sea, hace un frío del carajo, mientras aquí, en donde sea o en Marte, salimos a la calle en camiseta.

¿Rajoy, Zapatero, Ibarretxe? ¿Quiénes son esos marcianos?

Todo el mundo parece, allí, en las galaxias del agujero negro de Europa, y no digamos de España, preocupadísimo, angustiadísimo, atareadísimo… Que si el paro, que si la crisis, que si la mediación en Palestina, que si el gas ruso, que si las carreteras cortadas por la nieve, que si los goles de no sé quién, que si nuestros pilotos en el rally de no sé dónde, que si las elecciones gallegas, que si el juicio abierto al lendakari, que si la extradición de etarras, que si los autobuses ateos, que si las encuestas coincidentes de tres periódicos, que si la caída del consumo, que si la huelga de Iberia…

¡Quita, quita! ¿De verdad es tan importante eso? ¿Merece la pena vivir así? ¿Ya no hay sentido del humor? ¿Hay que tomárselo todo a pecho?

¡Qué raros son los marcianos! ¡Qué lejos están! ¡Qué lejos estoy!

Allá ustedes, señores.

Corto y paso.

Posdata – Las noticias que aquí menciono son de hace una semana. No creo que en los últimos siete días haya ocurrido nada nuevo. Y si ha ocurrido, da igual. La actualidad siempre es monótona. Se repite. La historia, también.

Segunda posdata – Cuando esta crónica marciana aparezca habré regresado a Bangkok y unas horas después recalaré de nuevo, por cuarta vez en veinte días, en su aeropuerto internacional para coger el avión de la Thai que me llevará de regreso a Marte, digo, a España. Tres preguntas al respecto: ¿por qué la citada línea aérea es tan eficaz, tan puntual, tan servicial, tan educada y tan limpia (sé de lo que hablo: fue también esa compañía la que me trajo a Pnom Penh), por qué el citado aeropuerto, que es descomunal, funciona con la precisión minimalista de un reloj suizo y por qué en España ni los aeropuertos ni las líneas aéreas son así? Esta posdata es una espontánea manifestación de gratitud a la Thai, a las autoridades aeroportuarias de Bangkok y a los thailandeses en general.

Publicado en: ...el 28 Enero 2009 @ 14:00 Comentarios (18)

DRAGOLANDIA: El paraíso nunca se pierde del todo


Una vista de Angkor Vat, el sueño de piedra de Camboya y una de las grandes atracciones del país

Dejé el viernes en el aire lo del ser de lejanías. Anuncié que seguiría hoy, lunes 12 de enero…

¿12 de enero? ¿Seguro? ¿Es lunes? ¿No será domingo y estaré en Bélgica?

Bueno. No importa. En Bélgica, desde luego, no estoy. Sigo, por suerte, en Pnom Penh.

Me gusta esta ciudad. Llegué por primera vez a ella en 1968, antes de que lo hiciese Pol Pot. Era un paraíso. El mejor lugar del mundo. Oriente entreverado de Francia, Francia entreverada de Oriente.

En el Mercado Central, precioso edificio convertido hoy en cochambre, podía uno elegir entre un pincho de tarántulas y escorpiones asados, un pato a la pequinesa, un curry de Madrás y un filet mignon acompañado por una baguette y regado por un borgoña.

El Gran Jefe era Sihanuk: un rey Salomón, simpatiquísimo, cultísimo, avispadísimo, neutralísimo, cachondísimo, que gobernaba el país con mano sabia, era versátil, ubicuo y promiscuo, dirigía películas, escribía versos, cantaba en una discoteca por las noches y, encima, recibía todos los viernes a sus súbditos, de uno en uno, para escuchar sus cuitas, de una en una, y tratar de resolverlas.

No había turistas. No los había ni siquiera en Angkor, infestado hoy de chinos y borregos de otras nacionalidades uniformados, catalogados y numerados todos por las agencias de viajes, que era entonces el lugar más hermoso de la tierra y que volvería a serlo si los turistas desapareciesen.

Siem Reap, donde residían y residen los visitantes de Angkor, era entonces un caserío. Había en él un par de hoteles con diez o doce habitaciones cada uno.

Volví en 1998, veintiún años después de que los vietnamitas desahuciaran a Pol Pot. Murió esa víbora rabiosa, para irse de patitas al infierno, no mucho más tarde de mi regreso al paraíso. Sihanuk ya lo había hecho, morir, para entrar con la frente alta en otro reino que también le pertenecía: el de los cielos.

Empezaban a llegar los turistas, pero Pnom Penh, pese a ellos, y a Pol Pot, y a la inmensa devastación y humillación sufrida, era todavía una ciudad fantástica.

Volví por tercera vez a Camboya, acompañado por mis dos hijas y uno de mis nietos, en 2004, pero sólo fuimos a Angkor. Había ya decenas y decenas de hoteles, turistas a puñados de casi todas las nacionalidades y algún que otro chino enviado por sus paisanos como hormiga exploradora. Ahora ya está allí la marabunta.

El pasado 1 de enero entré en 2009 de la mejor manera posible: aterrizando una vez más en Pnom Penh, sólo en Pnom Penh. Sospecho que nunca más visitaré Angkor, porque duele verlo, pero no estoy seguro. Quizá lo haga. ¡Es tan hermoso! Lo reitero: no existe en el mundo ningún otro lugar así.

Todo, en Pnom Penh y en el resto de Camboya (y del mundo), ha ido a peor, a mucho peor, pero sigo encontrándome bien aquí. Siento debilidad por esta microurbe que va camino de convertirse en megalópolis. Está llena de motos, de bicicletas y de coches. Cruzar la calle es jugártela. Los coreanos levantan por todas partes edificios horrorosos. Lo que fuese majestuosa rive gauche (o droite, no lo sé) del ancho y sereno río que la riega y la separa del horizonte es ahora infernal batiburrillo de hormigoneras, grúas, camiones, pícaros, chicas de alterne, ganchos de burdel, pordioseros, turistas de chancleta y estúpidos locales de tente mientras cobro para guiris de quiero y no puedo.

Sí, sí, es tal como lo describo, pero el sutil, misterioso encanto de esta ciudad alegre, provinciana y, a la vez, cosmopolita no se ha perdido. Los locales estúpidos tienen gracia. Los ganchos no son agresivos ni insistentes. Los pordioseros no acosan. Las chicas de alterne son simpáticas, ingenuas y respetuosas. Los pícaros, también. Las motos parecen abejas. La contaminación pasa inadvertida. El ruido se convierte en costumbre que no molesta. El Mercado Central sigue siendo tan sabroso como una olla podrida. Se come bien en cualquier parte, y hay infinidad de sitios de toda laya para hacerlo. Un buen masaje cuesta ocho dólares. El amanecer del río y el crepúsculo del inmenso lago que adorna y refresca la ciudad quitan el hipo, el oremus y el resuello. Hay junto a ese lago, metida de rondón, una calle sinuosa y armoniosa, un país de las maravillas, un milagro en el que viven los últimos hippies y los jóvenes que a bulto los imitan: es lo que queda de lo que fueron, en el sudeste asiático, los sixties que ya nunca volverán.

Mi hotel, modesto, cómodo y barato, está junto a esa calle. Le haré propaganda. Es el Pho Paris. He llegado a él gracias a mi viejo amigo José María Poveda, que para esas cosas es un lince, y para otras, también. No hay en la ciudad, para un viajero, mejor sitio que éste. Absténganse los ejecutivos y los turistas.

Veo desde los ventanales de mi habitación, mientras escribo, una mezquita y, tras ella, el lago. Atardece. Dentro de unos minutos, en cuanto ponga el punto final, me perderé en la calle de los hippies, regresaré a la década prodigiosa, tomaré un mango lassi y después un whisky, encargaré una pizza Very Happy (pero happy, happy) Herb aliñada con lo que su apodo sugiere, me tumbaré sobre enormes cojines de tela oriental frente al lago y seré lo dicho: feliz.

Hoy como entonces. Siempre me quedará Pnom Penh.

Posdata – Vuelvo a posponer lo relativo al ser de lejanías. Dragolandia es así. A la tercera irá la vencida.

Publicado en: ...el @ 13:56 Comentarios desactivados

EL LOBO FEROZ: ¡Y dos huevos duros!

Fue en 1798 cuando el economista Malthus agarró por las vedijas la madre del cordero del cataclismo que ahora nos aflige y puso sobre el tapete de la historia los naipes del futuro de la humanidad. Anda ésta a punto de perder el plato y las lentejas que contiene. Rindámonos a la evidencia: es el crecimiento demográfico lo que nos ha conducido al actual callejón sin salida. Siete mil millones de egos no caben en las sentinas del planeta. El aforo de ese barco tiene un límite. No hay ni puede haber comida, agua y trabajo para todos. La hambruna, la sed, el paro y la pobreza irán constantemente a más. Esto es un naufragio y será pronto un hundimiento. En el arca de Noé sólo cupo una pareja de cada especie. Si hubiesen entrado más se habría ido a pique. Las leyes de la naturaleza no admiten excepciones. Los zoólogos saben que está condenado a la extinción cualquier grupo animal que crezca por encima de lo que su hábitat consiente. ¿No es el hombre un animal? ¿No hemos crecido (en número, no en virtud ni en sabiduría) infinitamente más de lo que madre natura puede amamantar? El científico Lovelock y quienes lo siguen, valedores todos de la llamada Hipótesis Gaia, sostienen que el universo es un sistema inteligente y capaz, por ello, de identificar y exterminar a quien lo amenaza. Así perecieron los monstruos descomunales del parque jurásico. Gaia nos tiene en su punto de mira. Cambio climático, agujeros de ozono, degeneración irreversible de los fondos marinos, terremotos, inundaciones, enfermedades víricas de nuevo cuño, deterioro del esperma del homo protésicus… ¡Anda, jaleo, jaleo! Ya comenzó el alboroto, pero la mascletá aún no ha estallado. El hombre hace cuanto puede para acelerar su llegada. Una pulsión suicida del inconsciente colectivo lo obliga a ello. Es el mandato de Gaia. Somos como esos ejércitos de roedores que salvan distancias inverosímiles para llegar a la orilla del océano y arrojarse a él. ¿Saben cuántas guerras hay ahora? Casi trescientas. Más que nunca. ¿Por maldad congénita, por instinto de depredación? Sí, claro, por eso, pero también porque en el mundo no cabe un alfiler. Es como el metro en hora punta. Hay que avanzar a codazos. Cuesta admitirlo y decirlo, pero la especie humana sólo sobrevivirá si algo o alguien la diezma. ¿Será Gaia? ¿Será Wall Street? ¿Será el Club Bilderberg? Seremos nosotros. Malthus no fue un economista. Fue un profeta. ¿Estamos a tiempo?

Publicado en: ...el @ 13:52 Comentarios (1)

DRAGOLANDIA: Un ser de lejanías


Interior de un cybercafé

Fue, me parece, Heidegger quien acuñó la metáfora que hoy me sirve de título. Umbral, en uno de sus libros, la hizo suya.

Así me siento yo en el momento de escribir estas líneas: un ser de lejanías.

Son, en Pnom Penh, las nueve de la mañana del viernes 9 de enero. Las tres en España. Pero ni siquiera de eso estoy seguro. Hasta tal extremo estoy desubicado y descronometrado.

¿Es hoy viernes? ¿Cae ese día en 9? ¿Tengo que enviar ya la entrega de Dragolandia posterior a la que hace ocho amaneceres escribí y remití, adelantándome a los acontecimientos y a la lógica cronológica, en Bangkok?

Me curaba en salud, porque no las tenía todas conmigo acerca de la posibilidad de seguir enviando desde Camboya estas croniquillas. Ciertos eran los toros. Estoy en un hotelillo de hippies –los que más me gustan: campechanía, sencillez, buen humor y veintiún dólares de cuota– y no puedo conectarme a internet desde mi habitación.

A ver cómo me las apaño. Mal. Eso es seguro. Tendré que salir en busca de un cibercafé y…

Y entonces ¿qué? Me dice por correo electrónico Javi, mi ayudante, que pase el artículo al pendrive (¿se llama así? Yo lo llamo lingam, en sánscrito, o pirulín, en argot), lo lleve al cibercafé, busque la torre del ordenador que me asignen y lo meta, el lingam, en no sé qué ranura de nombre absurdo. Decido llamarla yoni, en sánscrito, o coño, en español barriobajero.

Aparecerá en ese momento –añade Javi– una madeja de iconos, elegiré yo el apropiado, apretaré unas cuantas teclas, seguiré las instrucciones, crearé un archivo, pulsaré dos veces… ¡Uf!

Y todo eso, ¿en qué lengua? Porque de nada me servirán los consejos de mi amabilísimo y avezadísimo colaborador si el encargado del cibercafé no accede a guiarme por el laberinto electrónico como si fuese yo un niño al que se coge de la mano para cruzar la calle.

Se supone que deberíamos entendernos en inglés, puesto que el francés de la época colonial lo ha olvidado aquí todo el mundo, pero los camboyanos apenas lo hablan y yo, menos. Soy un borrico. No doy pie con bola en esa lengua.

Y, para colmo, me explica Javi que el tenebroso mundo de la guerra de las galaxias de internet es un hervidero de virus paridos por mala madre y que mi lingam (cipote en sánscrito) podría pescar un síndrome de inmunodeficiencia electrónica, transmitirlo luego al yoni (almeja en sánscrito) y borrar en el disco duro de mi flamante Toshiba todo lo que hasta el momento llevo escrito sobre Soseki, así como las doscientas páginas del libro de memorias que interrumpí al irme de España para contar la historia de mi pobre gato.

Sea. Me voy al cibercafé con todo esto. A ver en qué para la aventura. Terminaré sumido en la desesperación. Me siento como un náufrago a punto de confiar a las olas sus últimas voluntades metidas en una botella.

¡Con lo fácil que era todo antes de que el anticristo Bill Gates se pusiera a complicarnos la vida!

Lo del ser de lejanías tendrá que quedarse para la próxima entrega del blog. Hakuna matata. Yo, ese día, seguiré en Pnom Penh y me sentiré aún más desubicado y descronometrado de lo que hoy me siento.

Muy bien. Ya he llegado al cibercafé. Tengo el lingam en la mano y el yoni al alcance de ella. No piensen mal. Me santiguo y… ¡Ale hop!

Publicado en: ...el 26 Enero 2009 @ 14:57 Comentarios (5)

DRAGOLANDIA: Un aleph


La barca Suphannahongse del rey de Tailandia navega por el río Chao Phraya en Bangkok

Ya habré llegado a Pnom Penh cuando estas líneas aparezcan, pero las escribo en Bangkok, que no es lo que era, pero que sigue siendo en parte lo que fue: la encrucijada de cuanto el universo contiene.

Podría hacer un escáner de esta ciudad. Podría cortarla en lonchas. Podría dividirla en gajos cronológicos. Mi primera visita se remonta a la primavera del 67. Volví en el 68, en el 80, en el 83, en el 84, en el 85, en el 87, en el 88, en el 89, en el 90… Y así, con intervalos, hasta ahora.

Me quedo con la Bangkok del 67, en la que había soldados norteamericanos procedentes de la guerra de Vietnam, pero muy pocos turistas, y con la del 68, a la que ya habían empezado a llegar los hippies. Yo era uno de ellos.

Después, poco a poco, fue degradándose, como el resto del mundo, pero siempre conservó el indiscreto encanto de la libertad. Todo, en ella, era posible, incluso lo más prohibido. Hoy ya no existen las drogas, que corrían a raudales, y se ha puesto eficaz coto a la prostitución infantil. No crean a quienes dicen que esta última aún se practica, porque no es verdad. Pero en lo concerniente a todo lo restante sigue siendo Bangkok una ciudad tan libre, tan abierta, tan disponible, tan espontánea y tan múltiple como siempre lo fue.

La suma de todos esos vectores arroja un impresionante saldo de felicidad y de facilidad. Es fácil, muy fácil, en efecto, vivir aquí, pese a la contaminación, los embotellamientos, el overbooking turístico y el superávit de comercio carnal.

La ciudad bulle veinticuatro horas al día. Todo está al alcance de la mano. Sale uno del hotel, de cualquier hotel, caro o barato que sea y esté en el barrio en que esté, y se topa con la vida, con el movimiento perpetuo, con el gran bazar de los oficios y los días, con restaurantes de todo tipo, con tiendas de lujo o de trapillo, con salones de masajes y agencias de viajes, con oficinas de cambio, con rascacielos y chabolas, con saunas y discotecas, con tugurios y palacios, con mercadillos, chiringuitos y aguaduchos, con tenderetes de insectos pulcramente cocinados, con vendedores ambulantes de mercancías pirateadas, con mujerío, con puterío de varia lección, con homosexuales, con travestis, con turistas barrigones y mochileros despeinados, con pícaros, con monjes, con testigos de Jehová e, incluso, en plena calle, con elefantes rodeados de coches y de alboroto que no se inmutan por nada de lo que ven.

Es fantástico. Un koan. Una aporía de Zenón. Bangkok me descoloca y me confunde. No acierto a comprender por qué me gusta tanto una ciudad en la que tanto abunda lo que me disgusta: los coches, los turistas, el ajetreo, el ruido, el asfalto, la tecnología, el exceso de población, la promiscuidad, la modernidad…

Dios (dicen) creó el mundo, y luego vino Bangkok para animarlo y para que yo, por los siglos de los siglos, lo visite.

Publicado en: ...el @ 14:51 Comentarios (6)

EL LOBO FEROZ: Vaticinios

Suelen hacerse cuando empieza el año. Rara vez se cumplen. Es sólo un juego.

Política interior. El PP seguirá siendo el partido más votado en Galicia, pero los dos grupos minoritarios conculcarán de nuevo la voluntad de la mayoría, darán vida renovada al híbrido de la isla del doctor Moreau que ahora gobierna la zona y seguirán con sus destrozos de lobisome. En el País Vasco ganará por los pelos Ibarretxe y perderán, como de costumbre, los constitucionalistas, incapaces de presentar un frente unido. Divide y vencerás. En las europeas bajarán todos, menos Rosa Díez, y comenzará el subidón de ésta, que la convertirá después de las generales en árbitro de la dignidad de la nación y en fiel de la balanza del gobierno que se forme. A Rajoy, como a los amores de Escarlata O’Hara, se lo llevará el viento de la historia. Buen viaje. Habrá un congreso extraordinario del Partido Popular, Esperanza y Gallardón entrarán en liza, y a ver qué pasa. No es imposible que los conspiradores peregrinen a Colombey-les-deux-Églises y consigan que vuelva Rato. Éste, de ser así, acabaría en la Moncloa. Insh´allah!

Política exterior. Las fuerzas de ocupación occidentales seguirán recogiendo descalabros en el avispero de Afganistán. Putin pujará fuerte en todas las casillas de la ruleta y hará en muchas el pleno. Continuará en Italia la irresistible ascensión de Berlusconi –obras son amores– y el vertiginoso declive de la corrupta izquierda. Sarkozy seguirá apostando simultáneamente a rojo y a negro, besuqueará a Carla Bruni y a Zapatero, dirá vaguedades, amagará sin dar, prometerá mucho, no cumplirá nada, irá al gimnasio y se parecerá cada vez más a los monigotes de los mangas. Obama decepcionará a quienes han depositado en él sus ahorros de ilusión, enseñará la patita (imposible saber si negra o blanca), defenderá los intereses de las grandes corporaciones y servirá, como Beltrán de Duguesclin, a su señor. Dicen que han sido los Rockefeller quienes lo ha llevado adonde ahora está. ¿Hablilla o noticia? ¿Impecable e implacable lógica o síndrome de complot atizado por los integristas del Código da Vinci? Yo no lo sé, pero sí sé que era perentorio lavar la imagen de los Estados Unidos, deteriorada extramuros por la guerra de Iraq, los latrocinios bancarios, la necrosis del sistema financiero y los destrozos de Bush. Los magnates lo exigían, y Obama es, para tan necesaria y astuta estrategia, el candidato perfecto. China, entre tanto, seguirá haciéndose con el control de los recursos del África Negra mientras Europa se cruza de brazos. Los fachas antisistémicos gamberrearán, berrearán, cargarán la suerte y acelerarán la decadencia de Bruselas. El viejo mundo será cada vez más viejo y más pobre. España, al terminar el año, también lo será. En vez de caviar para todos, no tendremos café para nadie.

Permítanme una bravata. Yo sigo en Pnom Penh. Corolario: ¿debo aclarar que a mí, de todo lo dicho, plin? Pues lo aclaro, y a otra cosa.

Publicado en: ...el 22 Enero 2009 @ 16:27 Comentarios (15)

DRAGOLANDIA: Los pájaros de Bangkok

Pues sí… A pesar de los rascacielos, las excavadoras, las hormigoneras y la contaminación, aún hay pájaros en Bangkok. Los escuché, a miles, en la noche del domingo, cuando, a poco de llegar aquí, me adentré por barrios inquietantes en las entrañas de la ciudad. A lo oscuro por lo más oscuro, a lo desconocido por lo más desconocido. Ése era el lema de los alquimistas (aunque no el de Paulo Coelho).

Iba yo en estado algodonoso, con el cerebro convertido en pulpa de pulpo por el zurriago del jetlag, y en eso, inexplicable e intempestivamente, porque no eran horas, los pájaros en cuestión rompieron a alborotar. ¿Dónde se ha visto una cosa así? ¿Eran, quizá, vampiros? ¿Aludía a esa extravagancia de madre natura el título de la novela con la que Manolo Vázquez Montalbán ganó el Planeta?

Hablé de ella, y de él, el otro día, aquí mismo, antes de remontar el vuelo.

La leí, en Nairobi, hace veinticinco años. No recuerdo ese detalle.

Ignoraba yo, en cualquier caso, que las avecicas de san Francisco, tan dadas a cantar el albor en los romances de nuestra literatura, fuesen también capaces de rasgar el silencio hosco de la noche. Cosas, quizá, de Oriente o ectoplasmas sonoros producidos por el salto de los husos del reloj. El jetlag es una droga psiquedélica.

Mi inquietud del viernes carecía de fundamento. Estoy vivo. No me ha dado un siroco. Seguro que no faltarán lectores de Dragolandia disgustados por la noticia. Serán los mismos –pocos– que no compartieron mi tristeza por la muerte de Soseki. El mundo es ansí (con ene de navajeros), dijo Baroja.

No echemos las campanas a repicar, y menos aún a doblar. Aún tengo por delante el viaje de vuelta. Será dentro de tres semanas.

Me gusta el jetlag. Me incita y me excita. También Bangkok me excita (¿a quién no?) y me excita. Es la ciudad más viciosa del mundo, pero su vicio es virtuoso. Todo el mundo sonríe. Nadie se enfada nunca. Los thailandeses viven en permanente estado de inocencia. No gravita sobre ellos la siniestra sombra del pecado original. Tampoco el de la envidia ni el del miedo a la libertad, que son los dos males de España. La vida es fácil y está, por doquier, al alcance de la mano.

Me entero, por este mismo periódico, de que hay manifestaciones, protestas, algaradas frente al Parlamento… Es pasmoso. Ni yo, ni nadie, ni los tres amigos con los que cené anoche (uno de ellos era David Jiménez, corresponsal de El Mundo en el sudeste asiático), hemos percibido nada. Todo fluye, todo está tranquilo. La normalidad es absoluta. La prensa, siempre alarmista, como los pájaros de Bangkok, no refleja el mundo. Lo inventa.

Mañana salgo hacia Pnom Penh. O no. Quizá me entretenga en el camino. Viajar no es avanzar, sino zigzaguear. David me propone otras aventuras. Arriesgadas, claro, porque si no, no lo serían. ¡Pero si yo he huido de España para escribir el libro sobre Soseki! Sus maullidos cosquillean mi conciencia. Decía Oscar Wilde que podía resistirlo todo, menos la tentación.

Ya se verá.

Publicado en: ...el @ 16:22 Comentarios (8)

Número 1000 de Cuadernos del Sur (Diario Córdoba)

Cosas de Córdoba… Me las pide, para el Milenario del suplemento de literatura que dirige, Antonio Rodríguez, y acato sus órdenes.

Me contaba mi madre que mi padre soñaba con retirarse a las ermitas blancas de la serranía cordobesa. No pudo hacerlo. Lo mató antes, en septiembre del 36, mala gente de esa que, según Machado, camina y va apestando la tierra. Lo conté todo en el libro de más aliento que he escrito: Muertes paralelas. En él sale Córdoba, porque mi padre, siempre mi padre, estaba comiendo allí, invitado por el gobernador civil, antiguo periodista de El Sol, el día 18 de julio más célebre de la historia. Las tropas rebeldes rodearon el edificio y detuvieron a mi progenitor y al amigo, también periodista, que le acompañaba. Estuvieron unos días en la cárcel, pero no había nada contra ellos. Los soltaron, se las apañaron para llegar a Granada y… La muerte los alcanzó en Burgos un par de meses más tarde. Mi padre cumplió ese mismo día veintisiete años. Y ya no cumplió más.

Las ermitas de Córdoba siguen esperándole.

Antonio: yo también dirigí, como sabes, un suplemento de letras. Fue a comienzos de los 80, en el Diario 16 de Pedro Jota. Se llamaba –no los habrás olvidado– Disidencias.

En ellas sigo.

Recibe mi enhorabuena y un abrazo califal.

Publicado en: ...el @ 16:19 Comentarios (1)

DRAGOLANDIA: Regalo


Un comedor del Restaurante Aynaelda

Última entrega de Dragolandia en el año que termina. La escribí el pasado viernes, hace cinco días, con el pie ya en el estribo del avión de la Thai que iba a llevarme a Bangkok. Estaré en Pnom Penh, supongo, cuando estas líneas se publiquen, si todo ha ido bien. Lo hice –escribir– curándome en salud, porque no estaba entonces ni estoy ahora seguro de poder enviar artículos desde lejanas tierras pese a las minuciosas instrucciones que Javi, mi ayudante, me ha impartido. Lo de internet me parece cada vez más complicado. ¡Con lo fácil que era antes la vida del periodista andariego!

Nostalgia del télex, del fax y del teléfono. Yo ya no sé ni siquiera manejar éste. Demasiados dígitos, prefijos, sufijos, desinencias, y al final, no falla, una voz gangosa y obsequiosa informándome en inglés o en japonés de que ha sido imposible establecer la comunicación. A veces, ni eso. Tres pitidos y a otra cosa.

Mi amigo Arcadi Espada opina que todos estos dengues y visajes de damisela clorótica son coqueterías de intelectuales encastillados en esteticismos impropios del siglo XXI. ¡Ojalá fuera eso! Pero te juro por los Picapiedra, querido Arcadi, que lo mío es, sencillamente, torpeza sin posible cura. Me esfuerzo, te lo aseguro, y nada. A los pocos minutos se me olvida todo. ¿Será por senectud? Me resultaría más fácil aprobar las oposiciones de notario. Ni siquiera sé para qué demonios sirve el noventa por ciento de los artilugios que figuran en el salpicadero de mi coche. Éste, sin embargo, funciona. Señal de que son inútiles.

Voy a dejar aquí un regalo de Reyes. Orientales son los tres y yo estoy (se supone) en Oriente. Es de índole gastronómica. ¿Les gustan los arroces? Pues vayan al restaurante Aynaelda (Los Yébenes, 38 – Aluche – 91 710 10 51) y sabrán lo que es bueno. Nunca mejor dicho lo de bueno.

Es un hallazgo y, a la vez, un secreto a voces. Tres amigos, cada uno a su aire, me habían pasado el soplo. Tardé en hacerles caso. Aluche queda fuera de mis cazaderos habituales.

Anoche, por fin, recalé en ese restaurante. No sin fatiga, porque el tráfico de la navidad convierte Madrid en un infierno. La di por bien empleada. Soy hijo de madre alicantina y alicantina fue buena parte de mi niñez, adolescencia y juventud. Entiendo de arroces y sé que no es fácil encontrarlos a la altura de lo que el paladar espera. No conozco en Madrid, hoy por hoy, ningún lugar mejor que Aynaelda para dar con ellos.

La carta es espectacular, abrumadora, y no sólo, por cierto, en lo concerniente al arroz, pero es éste el que manda, domina e impone. Lo tienen meloso, caldoso y seco, de todos los sabores, para todos los gustos y en todas las versiones posibles, clásicas o imaginativas. Sólo en el Dársena del puerto de Alicante se ha topado mi apetito con semejante despliegue de buen hacer arrocero.

Restaurante sólido, de los de toda la vida, y a la vez moderno, confortable, de buen servicio, con aforo, con un enorme aparcamiento y con un maestro de ceremonias atento a cuanto esa alta profesión exige.

Pídanle consejo en lo tocante a los vinos. Cada plato de arroz requiere uno diferente. La carta señala algunos.

Soy persona agradecida. Donde no hay publicidad, resplandece la verdad.

Buen provecho y feliz año.

Publicado en: ...el 19 Enero 2009 @ 04:57 Comentarios (15)

EL LOBO FEROZ: Año electoral

O sea: annus horribilis… Las gallegas, las vascas, las europeas y, si se produjese el milagro de una moción de censura al peor gobierno de la historia de España o si Zapatero (doble milagro) se marchase motu proprio, las generales. Lo dicho: ¡qué horror! Meses y meses de mítines y mentiras, jornada tras jornada mirando sin ver y escuchando sin oír a los políticos. Sonreirán, beatíficos, a troche y moche. Besarán a los niños, estrecharán todas las manos, incluso (lo hizo Fraga) las de los maniquíes. Darán la puntilla al idioma, que ya está en las últimas. Animalizarán a las mujeres, excluyéndolas del género humano con el sonsonete de españoles y españolas, madrileños y madrileñas, ciudadanos y ciudadanas

¿Ciudadanos? Ciudadasnos, más bien, con ese de jumento intercalada, y súbditos, por ello, pues tales calificativos merecen quienes tropiezan más de una vez, tras cuatro años de horribilis legislatura, en la misma piedra leonesa. ¿Seguirán en sus trece? Así lo auguran, por ahora, las encuestas. El PSOE no se hunde y el PP de Rajoy tampoco. Mal andamos. ¿España como problema? No, pero sí. España no es un problema. Los españoles que lo son. Emigren en masa, y todo se arreglaría. Sobran inmigrantes, faltan emigrantes.

Soy yo, supongo, quien debería emigrar a causa de esta columna. Me voy, de momento, a Pnom Penh. Ya lo habré hecho cuando estas líneas se publiquen. Vete, vete de casa por navidad. Las fiestas, Zapatero, Rajoy, España y yo somos incompatibles.

¿Votar o no votar? That is the question. Condiciones necesarias, aunque no suficientes, para que opte por lo primero. Sólo votaré a candidatos, si los hay, que reúnan estos tres requisitos:

1. No emplear en sus discursos el término ciudadanía ni dirigirse a los ciudadanos y las ciudadanas. Soy escritor. El idioma es mi herramienta. No puedo cruzarme de brazos mientras lo acuchillan.

2. Comprometerse a prohibir a rajatabla el humo del tabaco en todos los lugares públicos. Las plazas de toros, por cierto, lo son. En cuanto a los estadios, allá penas: las de quienes van a ellos.

3. Intentar que se apruebe una nueva Constitución. Nueva, digo. No basta con reformar la que ya existe. Propósito de la iniciativa: atajar los abominables excesos de ese monstruo de Frankenstein y de la Transición al que llaman Estado de las Autonomías. Si eso no se desmonta, bye bye, Spain.

El último punto de mi lista es un clamor. Lo pide, en privado, extramuros de Cataluña y de las Vascongadas, todo cristo. ¿Por qué casi nadie se atreve a pedirlo en público? Lo ha hecho la Reina en el libro de Pilar Urbano y lo hace, entre los políticos, Rosa Díez. Será cosa de ir pensando en votarla. Dicho queda. Me voy a Oriente. No sé navegar por Internet. Critíquenme los nacionalistas, los rajoyistas, los zapateristas y quienes los votan cuanto les venga en gana. Será un honor, pero no me enteraré. Adiós, España.

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Nos vemos en Eleusis

El 29 de abril murió en Basilea, donde había nacido y vivido siempre, el químico y psiconauta que, sin proponérselo, iba a cambiar el mundo. Tenía 102 años. Su longevidad, que corrió pareja a su prodigiosa vitalidad, es la mejor demostración de que el LSD, la psilocibina, el ololiuqui, la salvia y, en general, y con algunas excepciones, las drogas mal llamadas alucinógenas no son perjudiciales para la salud.

Albert Hofmann, con el que tuve trato personal, fue el descubridor de la primera sustancia citada e investigó, teórica y experimentalmente, los efectos de las restantes. Su larga y fecunda vida, al hilo de la cual se mantuvo en no menos fecundo contacto con muchos de los intelectuales más notorios de su siglo, lo indujo a escribir obras tan originales, sugestivas, subjetivas y, a la vez, objetivas como El camino a Eleusis, Historia de la LSD, Mundo interior, mundo exterior y Plantas de los dioses. Siruela ha publicado recientemente un libro de conversaciones con Hofmann: El dios de los ácidos. Aconsejo su lectura a quien quiera adentrarse en el misterio de los estados alterados de conciencia y conocer el pensamiento y los sentimientos del hombre que el lunes 19 de abril de 1943 emprendió el viaje a Eleusis y llegó en bicicleta hasta el borde del más allá. En él no le esperaba la muerte, sino la lucidez.

Fue ese día cuando Hofmann ingirió en el departamento químico-farmaceútico de los laboratorios Sandoz, donde trabajaba, una dosis de 250 miligramos de dietilamida del ácido lisérgico (vulgo LSD), agarró su bicicleta, como lo hacía a diario, para volver a casa y atravesó con su vehículo el umbral de lo que Aldous Huxley llamaría unos años después, en otro libro célebre, Las puertas de la percepción. Hofmann no era –no podía ser– aún consciente de que acababa de convertirse en el ciclista más famoso de la historia. En 1789 tomaron la Bastilla los descamisados. En 1917 asaltaron el Palacio de Invierno de San Petersburgo los bolcheviques. En 1943 las carabelas de Hofmann arribaron a las playas de un mundo nuevo: el que se despliega en el interior del hombre. Fue el comienzo de otra revolución: la del movimiento psicodélico. Sigue éste en marcha, subterráneo, poderoso, incontenible, por más que los bienpensantes y los hombrecillos de la llanura, atenazados todos por el síndrome del miedo a la libertad, se empeñen en impedirlo. La semilla, a la larga, germinará. Es de efecto retardado.

Gracias, Albert. Nosce te ipsum: ésa es la consigna. Nos vemos en Eleusis.

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DRAGOLANDIA: Inquietud

Hoy es el penúltimo viernes del año. Mañana salgo hacia Pnom Penh. Pasaré unos días en Bangkok antes de rendir viaje en la ciudad que vaciara Pol Pot y regresaré a Madrid el 17 de enero.

¿Por qué me voy?

Motivos no me faltan. A saber…

No me gustan las navidades, no me gusta España, no me gusta Europa.

Me gusta la lejanía, me gusta vagabundear, me gusta Oriente, me gusta Thailandia, me gusta Camboya.

Me gustaba ese país, sobre todo, antes de que el mayor genocida (en números relativos) de la historia de la humanidad perpetrase allí sus fechorías.

Llegué a Pnom Penh en junio del 68, procedente de Saigón, que estaba en guerra (la de Vietnam), y me topé con el paraíso. Lo gobernaba entonces el príncipe Sihanuk. Nunca había visto nada igual. Durante muchos años, maldiciendo a los khmer rojos, soñé con volver allí. Lo hice treinta años más tarde. Casi todo había cambiado, y no para mejor, pero seguía siendo, pese a ello, un lugar fantástico, a decir poco. Podría vivir en él. Quizá lo haga. Este viaje es un tanteo.

Inciso… Angkor, cuando lo vi por primera vez, era el enclave más hermoso de la tierra. El más hermoso, digo. Hoy está lleno de turistas, pero no ha dejado de serlo.

¿Turistas? No los hay ahora en Thailandia. Eso me dicen. Han huido, asustados por las noticias que de allí llegaban en los primeros días de diciembre. Ya saben: manifestaciones, aeropuerto cerrado, caída del gobierno… Alarmismos sin fundamento. Todo está en paz. Lo estuvo siempre. Los thailandeses no son violentos. Su norma es la sonrisa. Créame el lector. Siga mis pasos. Quiero dar ejemplo. Por eso, entre otras cosas, haré escala en Bangkok. Guardo gratitud a esa ciudad y a todo el país. He pasado en él, y en ella, muchos momentos inolvidables.

Lo hago, eso sí, con cierta inquietud de carácter estrictamente personal, íntimo, privado: la que hoy sirve de título a esta entrega de mi blog.

Es la primera vez que emprendo a solas, sin Naoko, un viaje tan largo después de la intervención quirúrgica que hace cuatro años, un l7 de diciembre, me salvó la vida. Llevo desde entonces tres by-passes en las coronarias. Doce horas de avión son muchas horas, y otras tantas al volver. La sombra del síndrome de clase turista se cierne sobre mí. A David Gistau, que es un chicarrón de corta edad, le pegó un zarpazo viniendo de Buenos Aires.

Ya digo: inquietud.

Manolo Vázquez Montalbán, que había ganado el Planeta con una novela titulada Los pájaros de Bangkok, murió de repente, muchos años más tarde, en el aeropuerto de esa ciudad. Estremecedora sincronía. También él estaba operado del corazón. ¿Muertes paralelas? Así se llama la novela que yo estaba escribiendo cuando descendí a los ínferos en el Rúber.

¡Caramba! Esto parece un obituario. A otra cosa.

Me voy por los motivos expuestos, y por alguno más que se me queda en la recámara pero lo hago, sobre todo, para escribir el libro sobre Soseki. Tengo que aislarme. España está llena, en mi caso, de cronófagos: gentes, decía André Maurois, que devoran el tiempo de los escritores.

Pasaré muchas horas cada día encerrado en los hoteles de Bangkok y de Pnom Penh, a solas con mi ordenador y con el alma de mi gato. Le debo ese libro.

Luego, a media tarde, callejearé, seguiré el consejo de Hemingway, me mezclaré estrechamente con la vida…

Ojalá pueda contarlo.

Posdata – Javier Puebla ha publicado en Cambio 16 la columna que a continuación transcribo. Es casi tan hermosa como las chicas de Thailandia, como las orquídeas de ese país, como el Mercado Central de Pnom Penh, como las ruinas de Angkor…

DRAGÓ Y EL GATO

Es de noche. Pero siempre es de noche en el plató de Telemadrid donde se graba Las Noches Blancas. Incluso un soleado día de verano a las dos de mediodía seguiría siendo de noche. Doble noche. Porque la muerte nos acompaña. Una muerte pequeña. Una muerte tigre. Una muerte gato. Una muerte Soseki. Soseki era el nombre del gato. Estamos convocados Gonzalo Torrente Malvido, Carlos Salem, Román Piña, Rafa Sarmentero, Luis Alberto de Cuenca, y quien más arriba firma. Las Noches Blancas; se emitirá en enero y Dragó ha estado a punto de suspender la grabación de su programa favorito (no hay más que ver como lo mima desde su web). Dragó llega el último. Llega triste y de luto y con el cerebro suspendido en Tranquimazim. Su gato ha muerto. Y algo de él a muerto con el gato. Pero Dragó no se resigna. Es un guerrero. Un hombre de poder. Capaz de proezas o milagros. Está resucitando o intentando resucitar al gato. Soseki. Su nombre se repite como un mantra a lo largo del programa. Ese mismo día ha publicado Mortal y tigre en el Mundo. No es simple casualidad que yo esté allí para defender a otro Tigre. Manjatan. Tigre Manjatan. Y no es casualidad porque yo también me creo capaz -de algún modo loco o mágico o paralelo a la realidad- resucitar a los muertos. Dragó hace dos cosas, dos actos o pasos rituales para resucitar a Soseki. A Sosiego. En primer lugar no le deja irse. Repite su nombre ante miles y miles de oyentes entregados y así consigue que el espíritu del gato siga entre nosotros, pegado a la piel de la realidad. Es su magia maestra. El dominio en el que nadie podría atreverse a desafiarlo: escribir sobre la piel de la realidad. Lleva una vida dibujando a un personaje sobre la piel de la realidad, a su personaje, a Dragó (mientras permanece tranquilo e invisible en la sombra; Fernando). Y ahora utiliza la magia con el gato.

Pero si ello no fuera suficiente Dragó vuelve a invocar a los dioses o al poder o a la magia y afirma que, según los egipcios, los espíritus vuelven a encarnarse a los 48 días. Que le avisen si alguien identifica o encuentra a su gato tigre. Su gato hijo. Su gato amigo. El gato ante quien puede ser a la vez Dragó y Fernando sin ser mirado con extrañeza; ante no tiene que fingir ni disimular, y en el que ha depositado una parte de sí mismo. Como se deposita en un hijo, pero también en una casa, un coche o una camiseta o una joya. El afecto y la energía pueden almacenarse de maneras muy variadas. Cuando acaba el programa veo en la calle a Naoko al volante del Jaguar oscuro que ya arranca con Dragó a su lado y Arancha detrás. El elegante vehículo parece una limusina egipcia y funeraria. Noto a Soseki, su espíritu, flotando dentro y fuera, alrededor y en la cabina. La magia continúa y yo no voy a ser tan mezquino como para no hacer cuanto pueda para ayudar a mi amigo Fernando. Así que me beso en la punta de los dedos y les lanzo mi afecto y lo mejor de mi energía a todos ellos. Naoko me sonríe. Dragó quizá ni siquiera me ve. Soseki maúlla desde el más allá hasta el más acá, y me quedo solo en la calle. Solo. Con Sosiego; y el corazón helado.

Publicado en: ...el 17 Enero 2009 @ 21:33 Comentarios (1)

DRAGOLANDIA: Mil perdones

No recuerdo si fue aquí, en Dragolandia, o en la columna de El Lobo Feroz, que sale los martes en la edición impresa de El Mundo. Poco importa. Lo cierto es que fue. Dije en ese artículo, literalmente, y a cuento del entusiasmo erótico que despertaba en mí Sarah Palin, lo que sigue: “no dejaría de amarla ni aunque fuese tan cobarde como los soldaditos de las fuerzas de ocupación españolas destacadas en Afganistán”.

Se trataba, por supuesto, de una metáfora y no, en modo alguno, de una definición ni de un insulto. No había en mi ánimo voluntad de tal. Empeño mi palabra. Quizá, eso sí, se me fue la mano. Era una hipérbole. No siempre es fácil, para los escritores, dosificar el alcance de lo que escriben. Menos aún si lo hacen a vuelapluma y en alas de una declaración de amor.

La metáfora aludía a lo que unos días antes había dicho alguien, de nacionalidad afgana y relevancia política o castrense, a propósito de lo que hacían o no hacían, y de para qué servían o no servían, los soldados españoles presentes en su país. Lo leí unas horas antes de escribir mi columna y… Lo dicho: se me fue la mano. Pude poner la frase en cursiva y citar su fuente, pero no lo hice. Agobios de la prisa, apretujones del espacio, que siempre, en los periódicos, escasea.

Algunas personas se han sentido ofendidas. Lo siento. Les pido mil perdones. No era mi intención. Retiro lo que dije, anulo la metáfora, desactivo la hipérbole y solicito el indulto. No creo que los soldados españoles, ni los de ningún otro país, sean, en general, cobardes, aunque en algunos casos particulares puedan serlo. También lo son, a veces, los escritores. O los periodistas. O los notarios. O los porteros. Hay gente para todo en todas partes.

Cosa bien distinta es mi opinión acerca de la oportunidad o inoportunidad de la presencia de tropas extranjeras en cualquier país. Estoy en contra de eso. Afganistán para los afganos (que con su pan de higos y de higas se lo coman), América para los americanos y España para los españoles. No apoyo el llamado “derecho de ingerencia”. Lo considero un abuso. No creo que las misiones militares puedan ni deban ser humanitarias. Esa tapadera esconde siempre, no por parte de los soldados, sino de los políticos que los envían, intenciones colonialistas y defensa de intereses espúreos e inconfensables.

Cada país, como cada hombre, es hijo de sus obras, buenas o malas que las mismas sean. Lo que les sucede es de incumbencia propia, fruto exclusivo de su responsabilidad. No meto nunca las narices en la alcoba del vecino ni me gusta que el vecino meta las suyas en la mía. Las campanas ajenas no doblan por mí ni las propias doblan por el prójimo. Cada uno en su casa y Dios en la de quienes crean en Él. Es mi filosofía: la del Tao. Discutible, sin duda, pero respetable, creo. El mundo iría mejor, a mi juicio, si lo dejáramos fluir. Todo, más tarde o más temprano, se arregla por sí mismo. Intervenir sólo sirve para agravar los problemas. ¿Solidario? No. Solitario.

Afganistán, por otra parte, es un país eternamente invadido, y quien lo invade –no es opinión, sino historia- termina por morder el polvo. Sacudámonos éste de nuestras botas, sean éstas militares o no.

Miguel Ángel González Portal publicó un artículo titulado Los cobardes – Carta abierta a Fernando Sánchez Dragó en el número 368 de la revista Fuerzas de Defensa y Seguridad. Le pido perdón

Bruno Navarro Rousseau-Dumarcet cerró filas con ese artículo en mensaje enviado al blog de mi web el día 8 de diciembre. Le pido perdón.

Gonzalo Rubio, cuatro días después, hizo lo mismo. Le pido perdón.

Otros blogueros siguieron sus pasos. Les pido perdón.

No leo nunca lo que llega a mi web. Javi Axia, en esta ocasión, me lo ha pasado.

Hoy es 24 de diciembre. Pax in terra.

Publicado en: ...el @ 21:29 Comentarios (2)

EL LOBO FEROZ: Jamón, jamón

Propósito de año nuevo. Juro por los Tres Cerditos que en los próximos doce meses no tomaré ni una loncha de jamón ibérico (y del otro, menos). Lo suplico: no me lo ofrezcan. Estoy de él hasta el colodrillo del paladar. Es el pensamiento único de nuestra gastronomía y, de paso, la enésima manifestación del triunfalismo patriotero que nos caracteriza. Andan todos los españoles (menos uno) convencidos de que el pernil de marras no tiene parangón posible en el resto de la tierra. Vayas donde vayas, así sea figón de menestrales, taberna de pijos o restaurante de tropecientos tenedores, aparece un maître obsequioso, un chef con aires de mariscal o un camarero campechano que te propone, para empezar, dice, mientras va usted hojeando la carta, unas lonchitas de jamón de supuesta pata negra. Supuesta, digo, porque si todo lo que en los restaurantes, charcuterías y delikatessen se despacha como cerdo ibérico lo fuera de verdad, aquí no cabría ni un cristiano (y menos aún, por el tabú que lo proscribe, un moro o un judío, poniendo fin así a la vaina de las Tres Culturas). Toda la superficie de la península e islas aledañas estaría cubierta por un hervidero de cochinos hozando sobre una moqueta de bellotas. Nuestra cabaña porcina se vería desde el satélite Hispasat. Se organizarían safaris, vendrían a puñados los ecoturistas y en manada los zoólogos, la triquinosis sería endémica y entraríamos en el Guinness. Pero que no cundan el júbilo ni el pánico. Lo único, excepciones aparte, que hay de ibérico en la cerdolatría gastronómica de mis paisanos es la picaresca. Si elevasen ésta a deporte olímpico tendríamos garantizado en él todo el medallero. ¿Pata negra? ¡Y tan negra! Así deben de tener el alma quienes falsifican los jamones de bellota con chutes de productos químicos e importan cerdos de Jabugo o de Montánchez nacidos y criados en Hungría. Es sólo un ejemplo, porque pronto los traerán de China, de Zimbabue o de la Luna. ¡Y aunque no fuera así! ¡Aunque la honradez predominase y el jamón de pata negra fuese tan extremeño como Pizarro o tan andaluz como Lola Flores! Monoteísmos de la gula. Hasta en la mesa se nos ve el plumero judeocristiano. Yo soy politeísta: me gustan las ostras y el caviar o la tortilla de patatas y el pan con aceite de oliva tanto, por lo menos, como me gustaba el jamón de pezuña oscura hasta que los patriotas del Jabugo y cierra España decidieron metérmelo por los hocicos a todas horas y en todas partes. En el mundo, Horacio, hay otras cosas. Angulas y percebes todos los días, como del pollo se decía antes, cansan. Avisados quedan los maîtres, los cocineros y los camareros. Si a lo largo de 2009 (luego ya se verá) me ven aparecer por los locales en los que trabajan, absténganse, por favor, de sugerirme que tome, para empezar, don Fernando, unas lonchas de jamón multiculturalista embadurnado de productos químicos y avecindado en Huelva o en Badajoz por arte de monipodios ibéricos. Mejor me ponen otra cosa, y tan amigos, señores. Feliz año sabático (en lo concerniente al jamón).

Publicado en: ...el @ 21:24 Comentarios desactivados

DRAGOLANDIA: Los días pasarán

Amanezco en Ponferrada. Ayer di una conferencia sobre el juego de la oca y el club Bilderberg. El vaho de la bruma envuelve la ciudad. En el hotel no tienen el periódico cuya lectura suele acompañar mis desayunos. Se les habrá terminado. Cojo otro, de cuyo nombre no voy a acordarme, y lo hojeo, instalado ya en el asiento pasivo del coche que va a llevarme a Madrid. Conduce Naoko.

Mi buen amigo y excelente escritor Juan José Millás inscribe en la columna de la página trasera del periódico en cuestión un par de frases que me sorprenden. Dicen: “Esos chicos que se encadenan a las puertas de una reunión del G-8 no son antisistema. Por el contrario, lo fortalecen al dar trabajo a la policía”.

¡Hombre, Juanjo! Eso es un sofisma. Por la misma regla de tres tendrías que romper lanzas a favor de los terroristas, los maltratadores, los proxenetas o los narcotraficantes.

Sigo. Un tal Jorge Urdánoz Ganuza escribe: “En la polémica sobre el crucifijo en las escuelas olvidan lo esencial: un Estado de Derecho que se precie ha de ser neutral en lo tocante a las creencias religiosas. O se inhibe o da a todos en proporción a su peso”.

Lo de la inhibición parece razonable. Lo de la proporción es un desatino. Supongamos que por cada musulmán hay en España cien cristianos y mil por cada budista. ¿Qué deberían hacer los directores de los centros escolares? Colgar en las paredes de las aulas mil crucifijos, diez versículos del Corán y una estatuilla de Buda o dedicar a los respectivos símbolos iconográficos de las religiones citadas su parte alícuota de pared, medida, por ejemplo, en centímetros?

El pensamiento progre tiene razones que la razón desconoce.

Sigo. Otro titular: “El Vaticano cree que España avanza hacia la estadolatría”. Cierto. La verdad es la verdad, dígala Agamenón o el Santo Oficio. ¿Acaso no es así? El Leviatán que Hobbes denunciase es ya un demonio omnipresente. Parece lógico que la Iglesia lo exorcice, pero sin olvidar que el Vaticano también es un Estado. Suprímanse todos: los laicos y los confesionales.

Es un decir. Ya sé que no caerá esa breva.

Sigo. “Más de cuatro mil cajas sobre la represión de Franco llegan a Salamanca. Se exponen tebeos de la Guerra Civil como Flechas y Pelayos o Camaradas”. Perplejidad: la mía. ¿Fui un niño reprimido? ¿Padecí persecución política? ¿Es una tortura leer tebeos? El primero de los citados me encantaba. Tendré que ir al psicoanalista.

Sigo, y acabo. Carta al director. Su primer párrafo dice: “Algunos hablan de que lo que está ocurriendo en Grecia es la antesala de una revolución. Yo veo este análisis demasiado optimista”. ¿Optimista? ¡Caramba! No se me ocurre mejor comentario. ¿ Aún quedan a estas alturas del siglo XXI, después de lo que el mundo ha visto con posterioridad a 1789, partidarios de las revoluciones? ¡Marchando otra de perplejidad!

Llego a Madrid. Preparo con mimo el equipaje de mi próxima fuga. Es inminente. Dentro de unos días me largo a Camboya. Es uno de mis países favoritos. Voy a empezar allí mi libro sobre Soseki.

A eso de las ocho pongo rumbo al teatro Alcázar para ver la obra –Un dios salvaje– de la que todo el mundo habla, y habla bien, y lo hace con razón. El texto de Yasmina Reza es magnífico, magnífica es la puesta en escena de Tamzin Townsend y magníficos están Pere Ponce, Antonio Molero, Aitana Sánchez-Gijón y Maribel Verdú en sus respectivos papeles. No cabe pedir más. Llevaba mucho tiempo sin reírme tanto y tan a gusto mientras un escalofrío de terror –el que se deriva del espectáculo ofrecido por la eterna condición humana– añadía al cóctel unas gotas de angostura.

Me voy, para celebrarlo, a beber saké y comer sushi en el restaurante Aki, de mi gran amigo Masato. Está en la calle de Echegaray. No se lo pierdan, y no se pierdan tampoco el acontecimiento teatral del año que ya termina. Aún están a tiempo, pero apresúrense. El dios salvaje, dentro de unos días, hará mutis y reaparecerá, a partir de febrero, en otras ciudades de España. Tiemblen después de haber reído y rían después de haber temblado.

Publicado en: ...el 14 Enero 2009 @ 14:58 Comentarios (4)

DRAGOLANDIA: Zapatos

Divirtámonos un poco, bromeemos… Los españoles confunden cosas tan dispares como lo son la seriedad y la profundidad. Mi filósofo favorito es Diógenes, el cínico, el perro, el del barril, que todo se lo tomaba a risa. ¡Con decir que iba por Atenas en pelota y se masturbaba en público!

Zapatos, de repente, por todas partes. Diógenes no los tenía: iba descalzo. Nosotros, siempre excesivos, siempre esperpénticos, nos permitimos el lujo, en plena crisis, de tener un presidente que se llama Zapatero. Nomen est omen, decían los latinos. O sea: el nombre marca, es ominoso, amenazador, funciona como una especie de brújula del destino…

Zapatero es palabra ambigua. Lo es, zapatero, quien fabrica zapatos, quien los vende y quien los remienda. Ninguna de las tres acepciones encaja en lo que hace el hombre que nos gobierna. Remendón, desde luego, no lo es, porque todo lo desarregla. Vendedor, tampoco, pues hace mucho que su tienda está vacía. Y fabricante, menos, pues las fábricas, de zapatos o de lo que sea, suelen cerrar a su paso.

Hojeo apresuradamente el tumbaburros. Zapatera, dice éste, es la comida que queda correosa por haber sido guisada hace mucho tiempo. Nos vamos acercando. Las ideas de Zapatero, y de los socialistas en general, son decimonónicas. Ya no hay quien las digiera.

El mundo al revés: lo progre es regre. Los latinos llevaban razón. Tenemos un presidente correoso. ¡Si por lo menos tuviese correa!

Más zapatos. Se los tiran, a pares, a Bush en el país donde desencadenó una guerra.

Mal asunto. Ya nos descalzamos, a veces, en los aeropuertos. Pronto tendremos que hacerlo en todas partes. Lo harán, al menos, los periodistas cuando cubran ruedas de prensa. Sería chusco que Zapatero, verbigracia, recibiese un zapatazo. Chusco e inquietante. Lo mismo ganaba votos. España es así.

No creo que los chicos de la LOGSE sepan quién fue Kruschef. Se lo aclaro. Era también jefe de gobierno: el de la Unión Soviética, nada menos. Hace casi medio siglo se hizo célebre gracias a uno de sus zapatos. Asistía a la Asamblea General de las Naciones Unidas y se lo quitó para golpear con él, a modo de protesta, la repisa delantera de su escaño. No le sirvió de mucho. Hoy ya nadie se acuerda de él. A Zapatero, en cambio, será difícil olvidarlo.

Anda por ahí un chavalote que el otro día tiró una zapatilla a su madre. Seguro que ya sabe el lector de lo que hablo. Ese chico apunta maneras. No me extrañaría que llegase a ser jefe de cualquier gobierno. En España hay muchos. Diecisiete, ¿no? Así nos va.

Zapatos, decía, por todas partes. Divirtámonos un poco, bromeemos, bailemos un zapateado… Es lo que haría Diógenes.

Posdata. Soseki, el gato literato, sigue dando que hablar. La novelista y periodista Silvia Grijalba, tribuno de las letras en Las noches blancas, le ha dedicado un cuento conmovedor. Es éste…

Soseki, el gato sin botas

Soseki era un gato sin botas. Cuando llegó al castillo del Caballero del Escarabajo y la Emperatriz Naoko, las dejó en el jardín, cerca del Olivo. En el Castillo del Frío, los zapatos eran un estorbo.

Un día, cuando las primera nieves empezaron a poner sombreros a los Budas del castillo, Soseki comprendió que su misión había terminado y que sólo le quedaba por dar una última lección a esos que la gente llamaba sus amos. Tenía que advertirles del peligro de una máquina que habían traído desde muy lejos y que podía provocar un accidente terrible.

Durante aquélla semana, Soseki empezó a despedirse. El era un gato exquisito, cultivado, un gran lector y un extraordinario escritor que pasaba horas y horas tecleando en la Olivetti del Caballero del Escarabajo. Quería irse avisando. Lo dejó todo preparado. Ronroneó, se frotó con los habitantes del castillo, impregnó de su olor todas las esquinas, embadurnó sus patas (sin botas) con tierra, se paseó por las mesas de cristal del nuevo templo de Eleusis y dejó en ellas sus huellas casi invisibles, que sólo los elegidos podrían descubrir.

Sabía que su marcha iba a provocar dolor, pero lo tenía todo preparado para que fuera lo más leve posible. Había elegido a otro gato sin botas que parecía su gemelo y le había aleccionado sobre cómo hacer feliz al Caballero del Escarabajo y la Emperatriz Naoko. Se fue tranquilo. Volvió al Olivo del jardín, desenterró sus botas de siete leguas y siguió su destino de gato aventurero, se fue a recorrer el universo.

Para Fernando y Naoko.
Con todo mi cariño,
Silvia Grijalba

Gracias, Silvia. Naoko, Soseki y yo te las damos. Nuestro nuevo gato, que aún no tiene nombre, también.

Publicado en: ...el @ 14:55 Comentarios (1)

EL LOBO FEROZ: Manos blancas

Ni Abundio convertiría en delito de maltrato una colleja propinada en el momento justo. Mi madre, que nunca me impuso un castigo por más que a veces lo mereciera, me dio dos bofetones a lo largo de su vida. Uno, porque le dije una mentira. Otro, porque le alcé la mano. Agradecí entonces y agradezco ahora lo que hizo. Los niños tienen sentido innato de la justicia y, a diferencia de Abundio, saben distinguir entre lo excepcional y lo habitual. Amor y pedagogía, dijo Unamuno. La segunda no duele si va acompañada por lo primero. Excepcionalidad es ejemplaridad, y ejemplares, por excepcionales, y altamente pedagógicos, por el amor que los acompañaba, fueron los dos bofetones de mi madre. Jamás volví a decir una mentira, y estoy convencido de que ese infantil y evangélico amor a la verdad me enseñó a ser libre. Sólo mentí, muchos años después, a quienes me interrogaban en las mazmorras de Sol, pero lo hice en defensa propia y estaba allí, precisamente, por amor a la verdad, esto es, a la libertad. Tampoco volví a levantar la mano a nadie. La de mi madre, en ambas ocasiones, lo fue de santo. Quedé inmunizado de por vida frente a los virus de la doblez y la violencia. No lo fui, violento, cuando en 1971, padre ya, arreé un sopapo a mi hija Ayanta. Tenía menos de tres años. La pesqué balanceándose sobre la barandilla del balcón de un cuarto piso. Su punto de apoyo era el ombligo. Me acerqué reptando por la tarima como un tigre al acecho, la agarré por los tobillos, tiré de ellos, le aticé la bofetada en cuestión y me caí redondo, desmayado yo, salvada ella, al suelo. Fue también, la mía, como lo había sido la de mi madre, mano de santo. Primera y única vez. Nunca más volvió mi hija a practicar acrobacias de funambulismo a quince metros de altura. Mi madre y yo tuvimos suerte. Hoy nos habrían procesado y condenado, alejándome a mí de ella y a Ayanta de mí, por un delito de malos tratos. ¿A qué extremos de estupidez estamos descendiendo? ¿Adónde nos lleva la repugnante moralina puritana de los monstruos generados por los sueños de la razón utópata del pensamiento progre? ¡Claro que las manos, como dice un anuncio necio, por obvio, de la tele, sirven para acariciar, recoger y proteger, pero también sirven para descargar una bofetada de amor y pedagogía cuando las circunstancias lo aconsejan! Por ejemplo: cuando un niño grandullón y caprichoso lanza una zapatilla contra el noble rostro de su madre (tampoco son modales lo de los zapatazos a Bush). Indulte ipso facto a la acusada, sin que medien subterfugios ni demoras judiciales, quien esté capacitado para hacerlo. La sentencia a la que aludo es ignominiosa. No soy yo quien lo dice. Lo dice toda España, ese país en el que Abundio abunda, juzga y manda. En el gobierno, en la oposición, en la magistratura y en la fiscalía no cabe un tonto más. Sería acto de justicia, y no delito, descargar sendos bofetones pedagógicos y amorosos en los mofletes de quienes por activa han perpetrado y por pasiva han consentido el crimen de lesa falta de sensatez contra el que arremeto. Manos blancas no ofenden. Las de una buena madre o un buen padre lo son.

Publicado en: ...el @ 14:51 Comentarios desactivados

EL COBAYA: Prospectos

Los vinos se beben, pero también se leen. Un buen bebedor no descorcha una botella sin enterarse antes de lo que su etiqueta dice. Lo mismo sucede en el caso de las medicinas. Éstas se toman, pero también se leen. Hablo, obviamente, de los prospectos que las acompañan, caracterizados siempre por la imprecisión, las contradicciones y el uso y abuso de latinajos ininteligibles.

Tengo ahora delante uno de esos manualillos de instrucciones. No importa el nombre del fármaco. Todos los textos son similares.

No debería yo ingerir el producto en cuestión si soy alérgico a los anestésicos locales derivados del ácido p-aminobenzoico. ¿Cómo saberlo? ¿Qué diablos será eso? Me encojo de hombros y sigo.

Tampoco debo aplicarme el medicamento si estoy tomando sustancias que contengan tricíclicos o sean de la especie IMAOS. Siempre me he preguntado, perplejo, por lo que tales siglas, clásicas, esconden. Los tricíclicos son, supongo, reptiles jurásicos ya desaparecidos o habitantes de algún remoto planeta todavía no identificado.

¡Caramba! El fármaco descrito puede interaccionar con los inhibidores de la colinesterasa. ¿Anda por ahí alguien capaz de aclararme en qué consiste ésta? Dios, y Gregorio Marañón, seguro que sí.

Capítulo de “efectos adversos”. Podría ser el título de una película de terror. Su enumeración pone los pelos de punta. Cabe, incluso, morir en la intentona. Lo normal, tras la lectura de ese recuadro, es tirar la medicina al cubo de la basura (cosa que no debe hacerse sin consultar a un especialista en daños ambientales) y salir corriendo.

De algunas medicinas dicen sus prospectos que deben ingerirse antes o después de las comidas. Muy bien. Pero, ¿cuánto tiempo antes? ¿Cuánto tiempo después? ¿Cinco minutos? ¿Un cuarto de hora? ¿Siete padrenuestros? ¿Un par de rosarios?

Me desesperan estas cosas. A mí, y a todo quisque. Son sádicas. Los enfermos no tienen por qué ser farmacéuticos ni doctores en medicina. Alguien debería tomar cartas en el asunto. De sobra sé, amigo Bernat Soria, que no lo hará.

Publicado en: ...el 09 Enero 2009 @ 23:06 Comentarios (6)

EL LOBO FEROZ: Episodios nacionales

País aquejado de trastorno bipolar. ¿Hay dos Españas? No, hay muchas, pero la dicotomía a la que aludo no es la del tópico, la que opone los progresistas (dígase cum grano salis) a los conservadores, los ilustrados a los castizos, los rojos a los azules, los republicanos a los monárquicos, los del PSOE a los del PP… No, no. No hablo hoy de esas dos Españas, la de la rabia y la idea y la de charanga y pandereta, sino de la España buena y la España mala. En la primera cabemos todos: Blanco White y Calderón, Giner de los Ríos y Menéndez y Pelayo, Valle-Inclán y Echegaray, Rafael Alberti y José María Pemán, Picasso y Dalí, Margarita Xirgu y Lola Flores, Buñuel y Garci, Labordeta y Jiménez Losantos, Javier Marías y yo, y los dos Machado. Todos esos nombres (perdonen que incluya el mío), y lo que encarnan, son parte de la España decente, que puede ser de derechas o de izquierdas (o de nada), religiosa o atea, cristiana o musulmana, taurina o antitaurina, del Madrid o del Barça, nacionalista o constitucionalista, pero que es capaz de sentir, porque sin sentimiento no hay bondad, y de acomodar su conducta a lo ético y lo estético. Ni estética ni ética era la terrible foto que nos mostraba a los compañeros de naipes de Ignacio Uría, gentes tan cortas de palabras como de luces, palurdos, ceñudos, toscos, triperos, abotagados, insensibles al dolor, inasequibles a la amistad, ajenos a la condición humana, impertérritos ante la desdicha y enfrascados como si tal cosa en su rutinaria y estúpida partidita de tute. Sólo faltaba en ella ese cacique de Jetafe (con jota de jeta y de cojón), casi homónimo de Pedro Crespo, alcalde de Zalamea, pero que es su antónimo moral, pues carece de honor. Será tonto de los cojones quien vuelva a votar a ese ídem. Pero regresemos a la foto, que es de premio Pulitzer. El planeta de los simios. Un akelarre. Un aguafuerte de Goya. Un cuadro de Solana. Una secuencia de Buñuel. La España mala, la España encanallada y encallecida, la de piel de tiranosaurio y halitosis de cocodrilo, la de los siete pecados capitales y alguno más (el de la indiferencia y displicencia, el del pancismo y el cerrilismo), la que el Año del Desastre carecía de pulso y se fue a los toros, las verbenas y las horchaterías, la de los paseos, las checas y las purgas de ricino, la que no llora la muerte del industrial asesinado ni la de Soseki, la España cafre, la España vándala, la España de la mofa y el sarcasmo, la España que no tiene sentido del humor, sino del chiste cruel. Les contaré uno, español hasta el escroto. Cinco puntos están jugando una partida de póquer. A uno de ellos le da un infarto y se queda seco. El que está a su lado exclama: ¡Se ha muerto Iñaki! ¿Y ahora qué hacemos? Le responden: Quitar los seises.

Seguro que los sujetos inmortalizados por la imagen de El Mundo, tan seriecitos todos, se troncharían de risa si uno de los mirones de la satánica partida de tute rompiera su fúnebre silencio y les contase ese chiste. El tonto de los cojones, también.

No hay foto sin pie. Ésta ya lo tiene: España guadaña. Dios salve a Euskadi y nos salve a todos.

Publicado en: ...el @ 23:04 Comentarios (2)

EL LOBO FEROZ: Lobito bueno

Romper rutinas. Eso hace el sabio. No es fácil. Las circunstancias, a veces, vienen en nuestra ayuda y nos obligan a hacer cosas que antes no hacíamos. Yo, por ejemplo, nunca había tomado sedantes para escribir. Sí, en cambio, excitantes: cafeína, ahora, y centramina o dexedrina en otros tiempos, hasta que la democracia se puso a prohibir el libre albedrío. Ayer, por primera vez en mi vida, escribí sedado. Lo que de esa experiencia se derivó fue una elegía ―Mortal y tigre― dedicada a mi gato Soseki y publicada en la sección de cultura de este periódico. No habría sido capaz de escribirla si no me hubiese atizado un par de comprimidos de trankimazín. Detesto las benzodiacepinas y creo que lo mejor es no ingerirlas nunca o hacerlo sólo en situaciones de perentoria necesidad y extremando la cautela. Hoy, lunes, martes ya para ustedes, sigo estando mal, tan mal, casi, como me he sentido durante los tres últimos días, pero no quiero meterme en la cama con la cabeza debajo de un almohadón. A Soseki no le gustaría. Vuelvo, pues, a escribir sedado, para que el lobo no falte, por primera vez en once meses, a su cita con los lectores. Ese lobo, por cierto, no será hoy tan feroz como lo pinto. No quiere morder a nadie. El trankimazín lo ha transformado en cordero o, mejor aún, en aquel lobito bueno de José Agustín Goytisolo al que puso voz y música Paco Ibáñez. Curiosa experiencia. Escribir con un chute de cafeína en la neuronas es como escalar ochomiles (digo yo, aunque nunca los he escalado, como lo hacían las bravas gentes de Al filo de lo imposible) o como jugar el último partido de la Copa Davis con los calzones bien agarrados para que el respetable no me los quite. Escribir, en cambio, medio groggy, tal como yo lo estoy haciendo ahora debido a la acción combinada de la pena y el trankimazín, es deslizarse por un suave tobogán a cuyo término te espera una colchoneta de nieve con textura de panettone. Lo mismo le cojo gusto y dejo de ser escritor espídico para convertirme en escritor sonámbulo. No estaría mal. Así, deslizándome cuesta abajo, patinando como lo haría la Sharapova con su faldita si se reencarnase en ella la Pavlova con su tutú, he salido del paso, he acudido a mi cita de los martes y he llegado al final de esta columna sin decir que el ministerio de Cultura, discretamente gobernado por ese buen ministro y mejor poeta que se llama César Antonio Molina, ha hecho por fin justicia institucional a los dos Juanes ―Goytisolo y Marsé― que más justicia literaria han impartido a lo ancho de media centuria en la república de las letras de este país. Sea. Se acabó la columna. Volveré a hablar de ellos. Hoy, amigos todos y de todos, yo, amigo: Marsé, los dos Goytisolos, César Antonio, la Sharapova, los de la copa Davis, Sebastián Álvaro y sus hombres, Paco Ibáñez y, por supuesto, Soseki. Cientos de personas me han enviado sus condolencias estos días. Gracias a todos. Me habéis hecho llorar. El mundo está lleno de buenas personas que jamás harían lo que otros lobos de verdad feroces acaban de hacer en Bombay.

Publicado en: ...el 07 Enero 2009 @ 23:51 Comentarios (7)

DRAGOLANDIA: ¡Es la guerra!

Frente a mí, en Castilfrío, al otro lado del ventanal, bruma, vapor de hielo, niebla londinense y tejados con costra de nieve en sus junturas, canalillos y canalones.

¿Nieve? No. Será otra cosa, porque no ha nevado. ¡Ojalá lo hiciese! La tele ha vuelto a engañarme. Estoy a mil doscientos metros de altitud, y nada. Ni por ésas. Los in formativos mienten incluso cuando nos dan el parte meteorológico. Hay que verlos al revés: buscando la verdad en el reverso de sus mentiras.

Sueño, desde que me instalé en las Tierras Altas del llano numantino, con quedarme aislado por la nieve, como en las películas de Hollywood. Y no hay manera. No me ha sucedido nunca. Caen cuatro copos y en cuestión de horas aparecen horribles máquinas con hechuras de dinosaurio, dientes de ogro, halitosis de hidrocarburo y vocación de escobas, y lo despejan todo. Las detesto.

Marinetti, D’Annunzio y otros poetas del fascismo italiano volvieron los ojos a la antigua Roma para extraer de sus catacumbas el hermoso ideal de la vita pericolosa. Hemingway lo hizo suyo: caza mayor, pesca de altura, boxeo, toros, enviado especial… Cuando estallaba una guerra, allá que se iba. Estuvo en la de China, en la española y en la mundial. Encajó heridas de metralla, escuchó de cerca el silbido de los obuses, corrió los sanfermines, convirtió el Pilar en buque espía al servicio de los aliados, esquivó acometidas de búfalo, sobrevivió a accidentes aéreos, ayudó a Fidel Castro y un mal día se voló la tapa de los sesos mientras su última mujer, que lo llamaba papá, dormía plácidamente encima de su cabeza recién volada.

Hemingway, al que conocí muy de refilón en el entierro de Baroja, fue para mí, como para Mary, una especie de padre, que sustituía al que no pude conocer, porque también amaba éste la vita pericolosa y fue eso lo que lo condujo a salir de Madrid, rumbo al sur, en otro amanecer aciago: el del l8 de julio del 36.

Siempre, desde que leí Fiesta, quise imitar a Hemingway. Era mi modelo de conducta, mi magister vitae, mi director espiritual y mi fuente de inspiración vital. O sea: lo dicho… Un padre.

Y también yo, como buen hijo, siento el impulso irreprimible de salir disparado (nunca mejor dicho) hacia el teatro de los acontecimientos cada vez que estalla una guerra, hay un golpe de estado, revienta un volcán, ruge un tsunami, cruje un terremoto, deflagra una revolución o la emprende a tiros con cuanto lo rodea un grupo salvaje de alimañas, como siempre lo son los terroristas.

Acabo de volver de Egipto, no quepo aquí, me hierve la planta de los pies, busco afanoso algún otro lugar del orbe en el que refugiarme huyendo de esa orgía de estupidez gregaria que son las inminentes fiestas de navidad, constato por enésima vez que no queda en el mundo un solo rincón que no haya sido devastado por los turistas, recorro con el dedo el mapamundi, es en vano, me desespero, estoy a punto de darme por vencido y, de repente, la maldad humana viene en mi ayuda.

Ya sé dónde ir. Acudo a personas amigas que saben navegar por Internet y les pido que lo hagan a escape para averiguar qué vuelos baratos salen en los próximos días con destino a Bombay y a Bangkok.

Entiéndase en sentido ligeramente lato lo de la proximidad en el tiempo. Me gustaría estar ya volando hacia una de esas dos ciudades o hacerlo, a más tardar, dentro de unas horas, pero no podré emprender la huida hasta que las lucecillas de la navidad se enciendan. ¡Ánimo, me digo, que ya falta poco!

Sé, porque los turistas no son hijos de Hemingway, que no me encontraré con ellos en ninguno de los dos lugares citados. ¡Aleluya!

¿India, Thailandia (y, desde ésta, Camboya, Laos, Vietnam, Birmania… Es la zona del mundo que prefiero)? That is the question. Responderé a ella en función del precio de los billetes y de lo que en el último momento, hacia el 20 de diciembre, me pida el alma.

Anoche puse en el deuvedé Los hermanos Marx en el oeste. Razón llevan, en lo que me concierne, sus protagonistas, hijos también de Hemingway: ¡Es la guerra! Sí, pero en el este. Mejor aún. Allá que me voy. Merry Christmas. Que ustedes lo pasen bien con los turrones de El Almendro.

Vete, vete de casa, por navidad

Publicado en: ...el @ 23:42 Comentarios (3)

DRAGOLANDIA: Vemos lo que somos

Dos semanas en otro país, en otra ciudad, en otras ciudades…

El país es Egipto. Acuda allí quien quiera entender la historia universal. La del pensamiento, digo, la del sentimiento religioso, la de la filosofía, la del espíritu. Todo ―Oriente y Occidente, el monoteísmo (que es dualista… Paradoja) y el politeísmo (que es monista… Paradoja), el paganismo y el cristianismo― se fraguó en el Alto Nilo, en Tebas, en Sais, en la isla isíaca de Filé, en el laberinto de Al Fayún, y desde esos lugares genesíacos, desde esas matrices de la humanidad, llegó al resto del mundo.

Las ciudades son Siwa, el Cairo y Alejandría.

Puntualicemos. Siwa no es una ciudad. Es un oasis, y en ese oasis surgió una alcazaba de adobe, y al pie de esa alcazaba creció una aldea, y alrededor de esa aldea se extiende un océano de huertos, de palmerales, de dunas, de horizontes, de infinitos… Sí, sí, de infinitos, porque el infinito, en el desierto, se declina siempre en plural.

Pero en Siwa, además de todo eso, que aún existe, ahora hay turistas.

El Cairo…

El Cairo no cabe en un blog. No cabe en un libro. No cabe, ni siquiera, en el mundo. Es más extenso y más intenso que éste. Allí, en una de sus mezquitas, según Borges, está el Aleph, la letra del alfabeto judío y el concepto de la Cábala en el que converge el infinito. El infinito declinado en singular. El infinito que nace del Caos cuando el Caos se convierte en Orden para volver a ser Caos.

Eso es El Cairo: alta filosofía, caos y orden, orden y caos, un fractal, una enciclopedia de física cuántica, una cátedra de cosmogonía. Esa ciudad no cabe en ningún sitio, ni siquiera en el mundo, pero todos los sitios caben en ella y en ella cabe, sobre todo, el universo. Éste, como El Cairo, es mucho más intenso y extenso que el mundo.

¿Cómo no va a haber en El Cairo turistas? Los hay, ¡vaya si los hay! De no ser por ellos, El Cairo, pese a su desorden, o quizá por él, sería la capital del universo. Pero allí, de todos modos, está el Aleph, y en el Aleph no hay turistas. Las agencias de viajes no lo mencionan en sus itinerarios.

Alejandría… De ella, y sólo de ella, quería hoy hablar aquí. Empecé a hacerlo el otro día, en la anterior entrega de mi blog. Dije que es una ciudad de sombras, como Tánger, pero de sombras presentes, y no ausentes, como lo son las de Tánger.

Es curioso. No quedan allí muchas huellas tangibles, visibles, de lo que hubo, pero permanece lo invisible, lo intangible.

Adoro Alejandría. Fantaseo con lo posibilidad de instalarme en ella. La conozco bien. Me gustan sus viejos hoteles restaurados ―el Cecil, el Windsor, el Metropol―, me gustan sus restaurantes populares ―el Abu Ashraf, el Samakmak, el Qadoura― y los que no lo son (el Santa Lucía, el Club Griego), me gustan a rabiar sus zocos, sus mezquitas, su fuerte, sus catacumbas, sus columnas, su anfiteatro, su paseo marítimo que corre al hilo de la bahía más hermosa de la tierra, sus tranvías, sus pastelerías, sus panaderías y sus cafés. Quedan muchos, y todos están llenos de sombras presentes… El Trianon, que era uno de los preferidos por Kavafis, el Brazilian y el Sofianópulo, sin asientos, de olores intensísimos y antiquísimas máquinas, el Baudrot y, sobre todo, el Athineus y el Pastroudi’s, en el que se reunían los personajes de las novelas de Lawrence Durrell.

Por las calles del centro de Alejandría pasean las sombras presentes de la historia universal: los faraones, los tolomeos, los griegos y los romanos, Alejandro, Cleopatra, Marco Antonio, la Hélade, los últimos sabios del paganismo, Hipatia, los cristianos gnósticos y los literalistas, el oleaje del Islam, la invasión napoleónica, Kavafis, Durrell, Somerset Maugham, Noel Coward, Churchill, los nazis, los aliados, las espías, Faruk, Nasser…

No somos lo que vemos. Vemos lo que somos.

En Alejandría, además, hay pocos turistas. ¿Por cuánto tiempo? Perdónenme las sombras. Sé que estoy traicionándolas, sé que estoy contribuyendo, por mínima que mi aportación sea, al desembarco de la Horda. ¡Pero qué más da si ya todo está perdido!

Hubo, dicen, siete plagas en Egipto. La octava es la peor. Cuando llegue a Alejandría, las sombras se irán de la ciudad.

Publicado en: ...el 03 Enero 2009 @ 21:26 Comentarios (6)

EL LOBO FEROZ: Discotecas

Los balineses creen que el paraíso es idéntico a Bali. Uno se muere, pero su vida sigue tal como era. ¡Fantástico optimismo! ¡Ya me gustaría a mí que lo de ultratumba fuese como era Bali antes de que el turismo la devastara! Llegué a esa isla en septiembre del 68 y allí, en efecto, estaba el jardín del Edén. Luego llegaron las discotecas. Los islamistas pusieron una bomba más feroz que el lobo de esta columna en una de ellas. Ahora acaban de aplicarles la pena capital. No eran balineses, porque Bali es hinduista. Quienes perpetraron aquel crimen se pudren ya en el infierno. ¿Se atendrá éste al modelo escatológico de muchas de las víctimas? ¿Será idéntico al lugar en el que murieron doscientas personas? ¿Seguirá siendo la depravada vida de sus asesinos tal como era antes de que Satán los acogiese en su seno? Lo digo porque todas las discotecas, aquí y en China, o en Bali, son un infierno en el que reina a sus anchas la depravación. Lo de Álvaro Ussía no es anécdota, sino corolario fatal de una lógica inexorable. Tenía que suceder, ha sucedido y sucederá. Noche madrileña de san Valentino y tragedia griega. Concurren en el episodio las tres fases de ésta: nudo dramático (muerte del protagonista), agnición (toma de conciencia por parte de los actores y los espectadores) y catarsis de los unos y de los otros al descubrir que el tañido fúnebre de El Balcón de Rosales dobla por la sociedad. Confiemos en que lo primero, en contra de mi vaticinio pesimista, no se repita, en que lo segundo no se nos olvide y en que lo tercero no sea pólvora en salvas demagógicas lanzadas por unas autoridades que sólo se acuerdan de santa Bárbara cuando las municiones guardadas en el pañol revientan. He ido seis veces en mi vida a otras tantas discotecas. Las recuerdo perfectamente, una por una, porque en las seis ocasiones pensé lo mismo: así debe de ser el infierno. Oscuridad, humo, orgía de decibelios, incomunicación, restregones de bolobos y contorsiones de neandertales poseídos por el amok, berridos de licántropos en noches de luna llena y barridos de llamaradas estroboscópicas, cancerberos nazis de espaldas como paredones de fusilamiento y cabezas con aspecto de hachas de sílex, narcotraficantes, macarras, horteras, chicas gogó que no hubiesen desentonado en Babilonia, pinchadiscos con ínfulas de directores de orquesta, matarratas servido a granel y aliñado con drogas de garrafón, y zafarrancho de animalidad generalizada. En ninguno de esos sitios aguanté más de diez minutos. Preferiría pasar el fin de semana entre barrotes antes que volver a una discoteca. Por mí, que las cierren todas. Ya sé que no lo harán. Quien lo haga, perderá votos, o eso cree, y por añadidura lo llamarán fascista. España no es un estado de derecho, sino de derechos: los de los delincuentes. Las víctimas –los jóvenes, sus padres, el vecindario- nunca tienen razón, y ni siquiera pueden refugiarse en Bali. Allí también hay discotecas. Y turistas. El infierno ya no empieza después de la muerte. Es un lugar hecho a imagen y semejanza del mundo de hoy.

Publicado en: ...el 02 Enero 2009 @ 21:59 Comentarios (1)

DRAGOLANDIA: S.O.S.

Mis disculpas. Situación de emergencia. No puedo colgar hoy aquí mi apunte de los viernes. Es la primera vez que me sucede algo así desde que el 1 de abril me hice cargo de este blog. Llevo quince días en Egipto. Dejé, al irme, bastante material escrito, pero ya se ha agotado. Mañana (es decir: hoy) volveré a Madrid y remediaré el desaguisado, pero será tarde para hacerlo con puntualidad. Me encuentro ahora en un oasis perdido, lejos de todo, cerca de nada. Es el de Siwa, adonde acudió Alejandro para consultar al oráculo de Amón. Imposible conectar con el resto del mundo, incluyendo en él elmundo.es. Su director, que es viajero inveterado, lo entenderá. Ustedes, no sé. Entrego estas líneas a un camellero para que les dé curso desde Alejandría (ciudad de sombras presentes y no, como Tánger, de la que hablé hace poco, ausentes), pero sólo el mencionado Amón sabe si la estratagema funcionará. En Él confío. Las dunas me rodean. Tengo sed. Hay buitres. Quizá sean éstas mis últimas palabras. Adiós.

Publicado en: ...el 01 Enero 2009 @ 21:20 Comentarios (3)