DRAGOLANDIA: Crónica marciana
Tercera y última intentona: llega, por fin, lo del ser de lejanías.
Aparecerá esto en el blog el miércoles 14, pero lo escribo una semana antes. A partir de hoy, día 8, mis comunicaciones con elmundo.es quedarán cortadas. Lean la penúltima entrega de Dragolandia y entenderán por qué lo hago.
Tenía que acumular tres textos en un solo envío. A partir de éste el lingam o pendrive podría haberse infectado por cualquier virus cabrón, según dice mi ayudante, y no me quedaba más remedio que ponerlo en cuarentena si quería evitar el contagio de mi ordenador.
No sé nada de esas cosas. Opté por quemar las naves. Mi satélite no emite ya ningún bip bip.
Eso acentúa aún más, si cabe, mi sensación de lejanía. Sigo en Pnom Penh. Estoy solo. Llegué solo. Soledad es, para mí, sinónimo de felicidad. Llevo casi tres semanas sin hablar con nadie. Silencio absoluto, turbado por las imprescindibles frases cruzadas con los camareros, los conductores de tuktuks, las masajistas y los empleados del hotel. Pero eso no cuenta, no es hablar.
Me llegan de vez en cuando, a través de la televisión o de El Mundo (es y no es, digital e impreso, to be and not to be), noticias de España.
¿De España o del planeta Marte? ¿O soy yo, acaso, el que estoy en Marte mientras mis compatriotas siguen en la tierra?
Da igual. Ellos están lejos de mí, lejísimos, y yo estoy lejos de ellos. Lejísimos. Más, imposible.
¡Caramba! Parece ser que allí, en Marte o en donde sea, hace un frío del carajo, mientras aquí, en donde sea o en Marte, salimos a la calle en camiseta.
¿Rajoy, Zapatero, Ibarretxe? ¿Quiénes son esos marcianos?
Todo el mundo parece, allí, en las galaxias del agujero negro de Europa, y no digamos de España, preocupadísimo, angustiadísimo, atareadísimo… Que si el paro, que si la crisis, que si la mediación en Palestina, que si el gas ruso, que si las carreteras cortadas por la nieve, que si los goles de no sé quién, que si nuestros pilotos en el rally de no sé dónde, que si las elecciones gallegas, que si el juicio abierto al lendakari, que si la extradición de etarras, que si los autobuses ateos, que si las encuestas coincidentes de tres periódicos, que si la caída del consumo, que si la huelga de Iberia…
¡Quita, quita! ¿De verdad es tan importante eso? ¿Merece la pena vivir así? ¿Ya no hay sentido del humor? ¿Hay que tomárselo todo a pecho?
¡Qué raros son los marcianos! ¡Qué lejos están! ¡Qué lejos estoy!
Allá ustedes, señores.
Corto y paso.
Posdata – Las noticias que aquí menciono son de hace una semana. No creo que en los últimos siete días haya ocurrido nada nuevo. Y si ha ocurrido, da igual. La actualidad siempre es monótona. Se repite. La historia, también.
Segunda posdata – Cuando esta crónica marciana aparezca habré regresado a Bangkok y unas horas después recalaré de nuevo, por cuarta vez en veinte días, en su aeropuerto internacional para coger el avión de la Thai que me llevará de regreso a Marte, digo, a España. Tres preguntas al respecto: ¿por qué la citada línea aérea es tan eficaz, tan puntual, tan servicial, tan educada y tan limpia (sé de lo que hablo: fue también esa compañía la que me trajo a Pnom Penh), por qué el citado aeropuerto, que es descomunal, funciona con la precisión minimalista de un reloj suizo y por qué en España ni los aeropuertos ni las líneas aéreas son así? Esta posdata es una espontánea manifestación de gratitud a la Thai, a las autoridades aeroportuarias de Bangkok y a los thailandeses en general.