DRAGOLANDIA: Vida (y muerte) de Leónidas Oblómov

Hoy tocaba Chiloé, pero ¿qué importa eso cuando muere un gato?

El de mi viejo amigo y excelente escritor Rubén Caba lo hizo el pasado 31 de enero. Era ya, casi, tan anciano como la amistad a la que aludo.

¿Qué hizo aquel día Rubén? Hizo lo que hace un escritor, hizo lo que yo también hice cuando murió Soseki. Empuñar la péñola, envuelta en lágrimas, y escribir, braceando entre ellas, sobreponiéndose a la angustia, un responso, una misa de réquiem, una elegía, un obituario…

Quiso darlo a la imprenta de un periódico, el que fuese, pero ninguno atendió su súplica. Su gato no era célebre, como lo fue el mío, que en varias ocasiones había ido a la tele, y él, Rubén, al no ser columnista ni articulista habitual, carecía de percha propia en la que colgar su llanto.

A mí, que soy ambas cosas, columnista y articulista, y además tengo este blog, también me costó trabajo publicar mi esquela, que llevaba el título de Soseki – Mortal y tigre. Los amigos de El Mundo, edición impresa, se resistían a incluir en sus páginas algo tan inusual y, aparentemente, tan privado, como lo es el dolor por la muerte de un gato. Imploré, pataleé, lidié (era, por añadidura, domingo, lo que complicaba las cosas) y fue, al cabo, Manu Llorente quien dio cabida a aquel artículo, que yo también había escrito con los ojos nublados por las lágrimas y roto el corazón por los sollozos, en las páginas de cultura.

Cultura era. Nada, de cuanto con mejor o peor fortuna ha saltado de mi caletre a la imprenta, ha tenido nunca tanta repercusión. Miles y miles de lectores se pusieron en contacto conmigo, y con el periódico, y con Dragolandia, y con mi gente, en los días que siguieron al de la publicación del obituario. Ahí y de ahí nació mi último libro, Soseki – Inmortal y tigre, al que tengo por el mejor, o por el menos malo, de los míos. Leónidas, por cierto, aparecía de soslayo en él, y también su dueño, en calidad, ambos, de artistas invitados. A la página 307 me remito.

Soseki había dejado de ser mortal y era ya todo lo contrario.

Rubén me envió lo que había escrito y me pidió que lo ayudara a publicarlo. Lo intenté, pero no hubo modo. Le dije entonces que podría, si él me autorizaba a ello, colgarlo en este blog, y me dio su beneplácito. Aquí lo tienen…

“Más que un amigo, Leónidas ha sido un miembro de la familia, un pariente enigmático que nos hizo el favor de soportar nuestros mimos para que no se nos empozara la ternura. Lo elegimos entre cuatro de una camada gatuna nacida el 31 de enero de 1993, porque era el único que, indiferente a su entorno, apenas se despegaba de la madre. Leónidas Oblómov, Leo en la intimidad, llegó a nuestra casa con un mes de vida y, como aquel día estábamos leyendo en Heródoto las hazañas de Leónidas, el rey de Esparta que había contenido al ejército de Jerjes en el paso de las Termópilas, el aire tímido y lastimero del cachorro nos sugirió la broma de ponerle el nombre del héroe lacedemonio. Y años después, al cuajar su naturaleza soñadora y abúlica, le dimos, ya con propiedad, el apellido del personaje creado por Goncharov.

Con propiedad y sin justicia, pues el carácter de Leo no se agotaba en sus afinidades con Oblómov: desidia, retraimiento y apego a los ensueños horizontales. De pequeño, le intrigaba cualquier sombra repentina. Tras aventurar una mano sobre ella y olisquearla, se alejaba temeroso de aquel fenómeno intangible e inodoro. Observador minucioso de lo inmediato, Leo investigó con sus dos lupas doradas hasta el último rincón de la vivienda. Pero ni un paso más allá, porque también en asustadizo le ganaba a Oblómov. El rellano de la escalera era un territorio minado del que se retiraba en cuanto oía voces o ruidos que imaginaba hostiles.

A la intemperie, sólo exploró la terraza del apartamento que alquilábamos en Almuñécar o el pequeño jardín del chalé que nos dejaban en el Rincón de la Victoria donde solíamos pasar varias semanas de septiembre. Y eso cegado por la pasión cinegética de capturar una libélula o una salamandra. Si decidía asomarse a un balcón del piso de Madrid, permanecía oteando pájaros el brevísimo tiempo que tardaba en pasar un coche por la calle. Ya en el declinar de su vida, todavía se sobresaltaba al oír el timbre de la puerta y se escondía bajo la mesa camilla cuando entraba un desconocido. Y en los últimos años se le acentuó una cualidad que Lao-Tse atribuía a los sabios: caminaba con el paso cauteloso de quien teme un peligro omnipresente.

Arropado en un piloso mapamundi de color canela entre mares de blancura, acostumbraba elevar sus desdenes a un estado de nirvana ronroneante que preludiaba un sueño intemporal. Por lo común, nos ignoraba su arrogancia de criatura bella, limpia, ágil, solitaria. Cuando alcanzaba esas cotas de altivez, no había quién le tosiera, literalmente. Apenas se me escapaba un carraspeo, me lo reprochaba con dos o tres maullidos tajantes y desaparecía de la habitación. Pero si lo abatía la enfermedad o la melancolía, retraído a su inocencia edénica nos veneraba como a dioses. Y yo le concedía imposiciones de mano en la postrada cabeza para no defraudar sus esperanzas milagreras. Nos angustiaba ver sufrir a un ser tan desvalido, sórdida crueldad que jalona el despliegue de la vida.

Empleaba un variado lenguaje de gestos, ademanes y maullidos. En los movimientos del rabo se traslucían sus estados de ánimo: placidez, osadía, temor. Las posturas de las orejas registraban sus pensamientos: recuerdos, dudas, intenciones. Y en los ojos confluían sus emociones: lo novedoso o incomprensible los redondeaba; la indignación y el rencor les daba forma de almendra; la gratitud y el cariño los entornaba. Como los miembros de otras especies, se comunicaba a través de la voz incluso en sueños. Jalonaba las pesadillas de maullidos que parecían lamentos con sordina. Pero su expresión más enigmática, casi metafísica, la reservaba para las primeras horas de la mañana, después de beber, desayunar y evacuar el vientre. Si entonces, cuando estaba pensativo y con la vista arriada, yo le decía “Leo, ¿qué tal?”, me respondía con un maullido largo y quejumbroso que podría traducirse por “¿Y ahora qué hacemos?”.

Aunque estaba castrado, tropelía imperdonable, conservaba un resto de lascivia que descargaba de tarde en tarde sobre sus juguetes de peluche. Los primeros que tuvo, ratones con ruedecillas, se escurrían hacia adelante cada vez que los montaba. Se acoplaba mejor con Carlota, una leona de su mismo tamaño y sin pies deslizantes, a la que dedicaba apasionados maullidos antes de lamerle una oreja o de morderla en el cuello. Pero era incapaz de seducir a Carlota en presencia de alguien. Si lo sorprendíamos en pleno idilio, nos miraba mohíno, como avergonzado, y se alejaba de ella. Pudor inexplicable porque nadie le reprendió jamás por sus refriegas eróticas.

Tras una semana de haber sido tratado con delicadeza por una veterinaria de alma seráfica, Leo se fue de este mundo a la una de la tarde del domingo, 31 de enero de 2010, al cumplirse los diecisiete años justos de su nacimiento, como si hubiera querido volverse por el mismo túnel del tiempo a través del que llegó. Morirse con placidez en casa, en los brazos de Eloísa, ha sido el único disgusto que nos dio Leo, criatura elegante y pacífica a la que incluirían entre los animales y las bestias algunos humanos de pro. Ejemplares de homo insipiens incapaces de percibir la sensibilidad de un ser tan exquisito y autónomo que vivió “desconfiando / de todo lo terrestre, / porque todo / es inmundo / para el inmaculado pie del gato”, como cantó Pablo Neruda en una de sus odas franciscanas”.

Hasta aquí, lo escrito por Rubén Caba. Honor y fuerza, viejo amigo. Tal era el lema de Soseki. El otro día, por cierto, Alex de la Iglesia lo hizo suyo, sin citar la fuente, en su discurso de la ceremonia de los Goya. Me quedé clavado en la butaca, y se lo agradecí. Sacrosanto derecho del lector es convertir en voz propia, y del pueblo, en definitiva, la voz ajena que se alza en la literatura. Yo mismo, y el buen Soseki, habíamos recogido esas palabras y esos conceptos -los de la fuerza, los del honor- en la película Gladiator.

Rubén, estoy seguro de que Leónidas anda feliz, en compañía de Soseki, por el cielo de los gatos. Algún día nos reencontraremos, tú y yo, con ellos, y serán campanas que cantan en el corazón.

¿Crees en esas cosas? A mí me constan.

He recibido, con posterioridad a la aparición de mi novela, otras dos cartas enviadas desde el más allá por su protagonista. Lo juro. ¿Quién las ha escrito? Sépalo Dios. Cualquier día de estos las publicaré.

Publicado en: ...el 12 Mayo 2010 @ 13:25 Comentarios (996)

EL LOBO FEROZ: Retablo de maravillas

¡Qué escandalera! Abrió la boca el Rey, parió un ratón y estalló el tiroteo. ¿Qué dijo? Pues lo que siempre dice: nada. Vaguedades y tópicos, palmas, palmitas, higos y castañitas. ¿No podría añadir el escribano de sus discursos un poco de sal y pimienta, unos tropezones, algo tangible, original y, sobre todo, personal para dar consistencia al guiso? Flaco favor hace ese quídam al monarca y peor aún es el que a sí mismos se hacen quienes tanto gritan sin atreverse a decir que el Rey, en esta ocasión, como en la de sus peroratas de Nochebuena, lleva el traje con el que vino al mundo. ¿Qué esperaban? ¿Que dijese lo contrario de lo que ha dicho? Imagínenlo… ¡Los exhorto, señores, a insultarse, a seguir como hasta ahora, a no arrimar el hombro, a no tirar del carro todos a una! Eso sí que justificaría los aspavientos de los políticos, la batahola de los columnistas y la admiración del vulgo. ¿Pacto de Estado? Utopía manifiesta. Ese compadreo requeriría la suma de una ristra de ingredientes tan ilusorios como las ensoñaciones de Antoñita la Fantástica. ¿Existe, por ventura, una receta eficaz, objetiva e indiscutible para salir de la crisis? A la vista está que nadie la tiene, ni aquí ni fuera de aquí. ¿Cómo van a firmar acuerdos quienes son partidarios de subir la presión fiscal, mantener los gastos sociales, elevar el déficit, descartar la reforma del mercado de trabajo y optar por el trágala de la ideología frente a la evidencia de la tozuda realidad con quienes proponen justamente lo contrario? ¿Para qué serviría y cuánto duraría ese pacto contra natura? ¿Acaso no dispone el gobierno de mecanismos de mando y apoyos en las Cortes suficientes para tomar medidas sin necesidad de que la oposición le ofrezca una ayuda que sería mero brindis al sol? ¿Y, por último, va a ser tan tonto Rajoy como para aceptar un abrazo del oso en el que no tiene nada qué ganar y sí mucho que perder? La responsabilidad de la crisis y su costo electoral, que hoy por hoy incumbe y afecta sólo a Zapatero, caería también entonces, al cincuenta por ciento, sobre sus frágiles hombros de gallego que no sube ni baja la escalera. Doy, claro está, por seguro que tenemos crisis para rato. Nada va a mejorar antes de 2012 o del momento en que el clamor de los ciudadanos obligue a la Moncloa a disolver las cámaras. Gobierne, mientras tanto, el gobierno con firmeza y opóngase, sin pastelear, la oposición. No es sólo el Rey quien va desnudo.

Publicado en: ...el @ 13:19 Comentarios (1)

EL COBAYA: Elixir (2)

Sigo (y seguiré) con lo anunciado en mi anterior columna. Ya va siendo hora de que revele y explique, uno por uno, los ingredientes de ese supuesto elixir de la eterna juventud que empecé a elaborar hace casi treinta años y al que, desde entonces, he ido añadiendo infinidad de cosas, todas ellas saludables, al paso alegre de la edad.

Son muchas las personas que me piden la revelación de ese secreto, que lo es a voces. Nunca lo he ocultado.

¿Por dónde empiezo?

Lo haré por el sentido del humor. Sin él, la desdicha y el envejecimiento prematuro están garantizados. Joven es quien sonríe a todas horas y de todo se ríe, empezando por él mismo.

Leía yo en mi niñez (ya no lo hago), como muchos españolitos de aquellas quintas, las Selecciones del Reader’s Digest, celebérrima publicación mensual, venida hoy a menos, en cuyas páginas existía una sección titulada “La risa, remedio infalible”. Y lo es.

Yo la practico desde que me levanto hasta que me acuesto, y atribuyo a ella, en no escasa medida, el trallazo de energía cotidiana que me permite trabajar de sol a sol todos los días del año.

Todos, digo, y no exagero, porque mi jornada laboral es de ochenta y cuatro horas a la semana desde el 1 de enero hasta el 31 de diciembre. Sarna con gusto… Privilegio, ése, de quienes no trabajan por obligación y profesión, sino por vocación y, en consecuencia, devoción.

Sin buen humor no hay buena salud que valga. Ayer leí en un libro de Guzmán López dedicado a la Serendipity (palabro que no voy a explicar ahora) la siguiente frase, que cito de memoria: “Si ríes, todos reirán contigo; si lloras, llorarás sólo”. Es de una película coreana: Old boy.

¿Old boy? ¡Caramba! Ese soy yo, gracias al primer ingrediente de mi elixir de eterna juventud.

El segundo es la respiración. Hablaré de ella…


Publicado en: ...el @ 13:17 Comentarios (1)

DRAGOLANDIA: Goya y Picasso

Este blog consta de dos entregas a la semana. Me parecen muchas. Termino una y empiezo a pensar en la siguiente. Una pesadilla. Llevo ya casi veintitrés meses aguantando mecha. Arranqué el 1 de abril de 2008. Una inercia incomprensible me obliga a seguir tirando de la noria. Si nunca leo blogs (nunca, digo) y si no entiendo a la gente que los lee (y, menos aún, a quienes los comentan. ¡Menudo trabajo extra, ni agradecido ni remunerado!), ¿por qué escribo éste? Quizá sea sólo la esperanza de dejar de hacerlo lo que me mueve a seguir en la brecha.

No se me olvida Chiloé. He decidido, hasta que cambie de opinión, cosa que hago a menudo, dedicar un día a la semana a ese viaje interminable y otro a lo que el trantrán de la vida me proponga.

Anoche vi la ceremonia de los Goya. Sólo lo había hecho, con anterioridad, muy raras veces, de tarde en tarde y a ráfagas. Tampoco entiendo a la gente que va, emperifolladísima, a ese patio de butacas, ni a los que se agolpan a la entrada, ni a los que (como yo hace unas horas) pierden el tiempo delante del televisor mientras su pantalla recoge el empalagoso ir y venir de semejante feria de vanidades.

¡Qué coñazo, con perdón! Tanto, por lo menos, como el de la entrega de los Oscar. Allá se andan. ¡Cuánto se quieren en público las gentes del espectáculo! Besos por aquí, besos por allá, lluvia de elogios, palabras de gratitud (dirigidas, incluso, a los respectivos ángeles de la guarda. ¡Hay que ser cursis!), lagrimitas y… ¡Un mundo feliz, vaya! La palabra que más se escuchó fue ésa, tan socorrida, que a fuerza de manoseos ya no significa nada: maravilloso.

En resumen: un pastel de bodas. Sugiero a Alex de la Iglesia -su intervención fue sobria, decorosa y cargada de sentido común- que en las próximas ediciones, si sigue al frente del cotarro, prohíba hacer uso de la palabra a los premiados o, por lo menos, los conmine a no mencionar uno por uno a todos los miembros de su parentela, a las personas de su equipo y a la canguro que en ese momento está al cuidado de sus bebés. Dese la gratitud por sabida. ¿Hay alguien que no quiera a su mamá?

Sí, por supuesto, que la hay, pero no sería políticamente correcto confesarlo cuando se recibe una estatuilla que debe de pesar tanto como la ceremonia en la que se entrega. En los años noventa, por cierto, y en los primeros de este siglo me invitaban a asistir. Nunca lo hice. No tengo ropa, ni tiempo, ni ganas para cosas así (lo del Cervantes, por ejemplo). Ya no me invitan.

De las películas poco puedo decir. Sólo he visto Ágora, que me pareció una más de romanos, y El cónsul de Sodoma, por motivos más literarios que de cinefilia. Quizá me decida a ir a ver Celda 211, aunque tengo pendiente Avatar, de la que todo el mundo me habla bien. Me frena un poco la atroz sospecha de que en ella se abuse de los efectos especiales conseguidos por medio de ordenador. No los soporto. Esa plaga está apuntillando el cine.

Empieza ARCO… ¡Horror de horrores! Picasso escribió en 1952 lo que sigue: “En el arte la mayoría de la gente ya no busca consuelo y exaltación, pero los que son refinados, ricos y desocupados, quienes son destiladores de quintaesencias, buscan lo que es nuevo, extraño, original, extravagante, escandaloso. Yo mismo, desde el cubismo e incluso antes, he satisfecho a esos maestros y críticos con todas las rarezas cambiantes que se me venían a las mientes, y cuando menos me entendieron, más me admiraron. Divirtiéndome con todos esos juegos absurdos, con todos esos rompecabezas, jeroglíficos y arabescos, llegué a ser famoso rápidamente. Y la fama, para un pintor, quiere decir ventas, ganancias, fortuna, riquezas. Hoy, como sabéis, soy una celebridad. Me hecho rico. Pero cuando estoy a solas no tengo valor para considerarme un artista en el antiguo y verdadero sentido del término. Tiziano y Rembrandt fueron grandes pintores. Yo sólo soy un cómico que ha entendido su tiempo y ha estrujado a fondo la imbecilidad, la vanidad y la estupidez de sus contemporáneos. La mía es una confesión amarga y más dolorosa de lo que pudiese parecer, pero tiene el mérito de ser sincera”.

¿Algún comentario? Yo creo que sobran.

Esta entrega del blog es larguísima. Soy un gilipollas. Me pagan lo mismo. ¿Valdrá por dos?

Publicado en: ...el @ 13:15 Comentarios (6)

DRAGOLANDIA: ¡Chiloé!

El que la sigue… Me desentiendo de los asuntos de Vandalia, doy por perdido mi país y cuanto le concierne, me calzo otra vez las botas del dios Mercurio, que llevan alas en los talones, y regreso a lo que de verdad me importa: libros, gatos, modificación de los estados de conciencia, viajes…

¿Viajes? Suspendí la crónica del último el día de nochebuena, que caso de estar en Madrid me lo habría parecido de nochehiena, cuando las ruedas del cochecillo alquilado en Concepción, más de mil kilómetros atrás, me llevaban desde Puerto Montt a la isla de Chiloé y… ¡Magia patagónica! Ya estoy en ella.

El gerente y el cocinero de la agradable posada que me brindó refugio en la isla de Robinsón, sabedores de que me disponía a visitar tan remoto y extrañísimo lugar, se habían hecho lenguas (y leguas) a cuento de sus encantos. Pensé, al oírlos, que Chiloé sería, de ser cierto lo que me contaban, algo parecido a lo que según García Márquez fue Macondo antes de que una tempestad de arena la borrase de la geografía, y no me equivocaba. En lugares así se entiende por qué el realismo mágico, heredero directo de las Crónicas de Indias, nació donde lo hizo.

¡América, América, pero no la de Elia Kazan, sino la de Sender y su aventura equinoccial, la de la casa verde de Vargas Llosa, la del Buenos Aires de Mugica Laínez, la de los pasos perdidos de Alejo Carpentier, la de la selva uruguaya de Horacio Quiroga, la del Gran Sertón de Guimaraes Rosa, la del Moravagine de Blaise Cendrars, la de Gabo y el coronel Buendía en sus laberintos!

Toda una lección de historia de la literatura, de ciencias naturales y de geografía imaginaria.

Para empezar, el clima… Una kermesse, una noria, un tiovivo, una vorágine, un ciclorama. Llueve, sale el sol, hace calor, hace frío, vuelve a llover, a cántaros o no, según le da, y vuelve a salir el sol mientras un viento huracanado encabrita los árboles y diez metros más allá se posa sobre el césped la calma chicha que varó en el océano el Narciso de Conrad.

Lo de siempre, ¡vaya!, en la Araucanía, en la Patagonia y en el archipiélago de Juan Fernández, como vengo relatando, pero aún con mayor intensidad y ritmo de buguibugui, si cabe. Deberían abrir en Chiloé una universidad de Meteorología. El trabajo de campo estaría hecho.

Isla grande…

Bueno, tan grande que ya no dispongo hoy de espacio suficiente para describirla ni de ganas para seguir haciéndolo. Podrá esperar. Quédese para otro día.

Publicado en: ...el @ 13:09 Comentarios desactivados

EL LOBO FEROZ: Tecnología y/o salud

Paradojas, ironías… Todo lo que no mata, engorda y todo lo que engorda, mata. Dicen que la obesidad y el tabaquismo son las mayores amenazas que hoy se ciernen sobre nuestra salud. Me pregunto si no será la tecnología, ese niño mimado de las multinacionales, el tercer factor de riesgo y a la vez, paradójicamente, de salvación. Hay en su uso síntomas inquietantes para la salud. Citaré algunos. El microondas podría ser causa de cáncer y, en todo caso, destruye el valor nutritivo de los alimentos, que de ese modo dejan de serlo. Tírenlo a la basura, amigos, no calienten en él los biberones de sus bebés. Los déspotas que gobiernan el mundo occidental (Obama, Zapatero, Sarkozy, Gordon Brown… ¡Derechas e izquierdas unidas jamás serán vencidas!) y que para hacerlo necesitan que cunda el alarmismo con el que viven en permanente y, para ellos, imprescindible simbiosis, elevan ahora los amperios de la escalada del terror de Estado y tantean la posibilidad de someternos a escáneres en los aeropuertos. ¿Ignoran esas marionetas la brutal descarga de rayos cancerígenos, reiterada, además, una y otra vez en el caso de los viajeros habituales, que tan estúpida medida supone? Niéguense, amigos. Mejor el cacheo, cuando no haya otra opción, que es humillante, pero no dañino. ¿Algún otro ejemplo? Sí. Las autoridades sanitarias del estado de Maine contemplan la posibilidad de imprimir en la carátula de los móviles etiquetas similares a las que ya existen en las cajetillas de cigarrillos: “este teléfono puede ser causa de tumor cerebral”. Algo de cierto habrá en tal sospecha para que algunos la alimenten a riesgo de sufrir las represalias de las multinacionales mafiosas. Contrólense, amigos, y recurran, como mal menor, al pinganillo, si no son capaces de renunciar al móvil. Son sólo tres muestras. Cabría esgrimir otras muchas que están en la mente de todos (los transgénicos de la Monsanto, verbigracia), pero quizás, a la postre, redunde la tecnología en beneficio de la humanidad. ¿Cómo? Pues minando nuestra salud, como lo hace, y atajando así por la tremenda la metástasis de la demografía. El crecimiento de la población es la matriz de todos los males. Sobra gente. Disminuir o extinguirnos. No hay otra opción. Ironías, paradojas… La tecnología mata y, por ello, cura. Retiro lo dicho. ¡Benditas sean las multinacionales y los déspotas que siguen sus instrucciones! ¡Hosanna a quienes sólo piensan en salvar el mundo! Sigan votándolos.

Publicado en: ...el @ 13:06 Comentarios (2)

DRAGOLANDIA: Un código de conducta

Alguien, cuya identidad desconozco, me envía una lista de instrucciones para afrontar el Tercer Milenio (y la crisis, añado yo). Es el Dalai Lama quien las da. Son, por lo general, juiciosas. He eliminado algunas y he retocado otras antes de hacerlas mías…

1. No te olvides de que los grandes amores y logros entrañan riesgo.
2. Si pierdes, no desperdicies la lección.
3. Respétate.
4. Respeta al prójimo
5. Responsabilízate de tus acciones.
6. Recuerda que el fracaso puede ser un golpe de suerte.
7. Aprende las reglas para poder infringirlas.
7. No permitas que una pequeña discusión empañe una gran relación.
8. Cuando te des cuenta de que has cometido un error, toma inmediatamente las medidas necesarias para corregirlo.
9. Pasa algún tiempo a solas todos los días
10. Abre tus brazos al cambio, pero no renuncies a tus valores.
11. Recuerda que, a veces, el silencio es la mejor respuesta.
12. Lleva una vida honrada. Después, cuando seas viejo y la repases, serás capaz de disfrutarla de nuevo.
13. Cuando no estés de acuerdo con tus seres queridos, preocúpate únicamente por la situación actual. No hagas referencias a disputas anteriores.
14. Comparte tus conocimientos y serás inmortal.
15. Sé bueno con la Madre Tierra.
16. Visita una vez al año un lugar al que nunca hayas ido.
17. Recuerda que la mejor relación es aquella en la que el amor mutuo es mayor que la necesidad recíproca.
18. Mide tu éxito en función de aquello a lo que has renunciado para conseguirlo.
19. Derrocha al amar y al cocinar.

Publicado en: ...el @ 12:58 Comentarios (3)