Firmo unilateralmente la paz con el PSOE

Vengo en son de paz. Esta rosa roja en mi mano, y no amarilla como la de la mesa, lo demuestra. Quiero ofrecérsela a los miembros de la ejecutiva del PSOE y a cuantos militan en ese partido. Es su símbolo, no lo esgrimo con el puño cerrado, sino con mi mano tendida, la izquierda. En los dos últimos días, por cosas y casos de mínima importancia, se ha desencadenado un pequeño zafarrancho de combate entre ese partido y mi persona. Me parece absurdo. Lo que yo quiero aquí es, simplemente, informar a todos y no ofender a nadie ni ser ofendido por nadie. Nací el mismo día en que lo hizo Gandhi, aunque de otro año, y la Ahimsa, la No violencia, ha sido siempre mi lema. Firmo, pues, unilateralmente la paz. Espero idéntica contrapartida y anuncio que regalaré este libro de Gandhi al primer miembro destacado del partido socialista que venga al Diario de la Noche. Ayer anuncié una pieza de agravios; la almohada es buena consejera, no voy a formularlos. Asunto, por mi parte, concluido. No es éste el lugar adecuado para dar cabida a personalismo alguno, sino a la información.

Fernando Sánchez Dragó
Madrid, 23 de febrero de 2007

Publicado en: ...el 23 Febrero 2007 @ 18:54 Comentarios (27)

¿Son los políticos animales racionales?

¿Legalizar las drogas para acabar con el narcotráfico?

A la gallega: respondo a una pregunta con otra pregunta, y digo, rotundamente, que no, que en lo relativo a la ya casi eterna cuestión de si deberían legalizar de una puñetera vez las drogas su conducta es no sólo irracional, sino peor aún: inmoral, hipócrita, cínica y, por añadidura, y además de insalubre, contraproducente. Atiza el fuego que pretende apagar. ¡Basta de dinero público invertido en una guerra que está, desde hace mucho, perdida y en estúpidas campañas de insoportable moralina institucional que sólo sirven para fomentar el consumo de lo que demonizan! Decía Mark Twain que el error de Dios fue el de prohibir a Eva la manzana; si le hubiera prohibido la serpiente, se habría comido ésta. Así es la naturaleza humana, sobre todo cuando su usufructuario no ha salido de la infancia, la adolescencia o la juventud.

Respondo, además, a la pregunta con un indisimulado gesto de hastío, resignación y hasta irritación, porque lo he hecho ya, por tierra, mar, aire, prensa, radio, televisión y literatura en infinidad de ocasiones, y de nada ha servido, como tampoco ha servido que lo hiciesen, con más autoridad que la mía, casi el ciento por ciento de cuantas personas ilustradas hay hoy en el mundo. No recordaré sus nombres ni el lustre cultural e institucional que los avala. No puedo convertir este articulillo en algo a mitad de estrada entre la guía de teléfonos y el Gotha de la intelligentsia.

Siempre se han consumido drogas y siempre, pónganse los políticos —metidos a telepredicadores— como se pongan, seguirán consumiéndose e inventándose o reinventándose. Está también eso en la naturaleza humana. Es así, y punto. Lo es en todos los ámbitos: el del ocio y el negocio, el de la religión, el de la cultura, el de la ciencia, el de la convivencia, el de los usos y costumbres… El de la historia universal, en definitiva. ¡Entérense, por Dios, los políticos de algo tan simple como eso o, si sus luces no dan para tanto, pasen una temporadita en Salamanca!

¿En Salamanca? No, no, mejor en Amsterdam, donde quizá sus colegas holandeses —holandeses, no sudaneses, ni ugandeses, ni latinobananeros— se avengan a informarles de cómo, en su país, tras varias décadas de antiprohibicionismo, han caído en picado el consumo de drogas duras y blandas, la incidencia de las enfermedades —sida, hepatitis, sobredosis, adulteración y demás— con ellas relacionadas y, por supuesto, los índices de criminalidad.

Si yo fuere rey del mundo o, por lo menos, presidente de los Estados Unidos, resolvería el problema del narcotráfico en cinco minutos: los necesarios para promulgar, urbi et orbi, la legalización general de todas las drogas, menos una: el tabaco. Y eso, lo último, por ser éste la única que perjudica no sólo al usuario, sino también a su vecino. Se trata de un problema moral y no, únicamente, sanitario: sabido es que la libertad del ciudadano termina donde empieza la libertad del prójimo.

Comprar drogas es hoy tan sencillo, en cualquier país del mundo, como comprar la prensa en el quiosco de la esquina. Normalicen los políticos en sus políticas lo que normal es en la calle. ¡Pésima ley, decía el emperador Adriano, la que muchos, a menudo, infringen!

Y si no son capaces de dar ese paso —el de la legalización, aunque mejor aún sería la liberalización— por mera racionalidad y en nombre del sentido común, y del común sentir, háganlo al menos por compasión. Sin ella, el gobernante se convierte en déspota del mismo modo que el Estado se transforma, abusivamente, en papá cada vez que nos echa sermones y mete las narices en nuestra vida privada. Inútil es, tal como van los tiempos, y por eso no lo hago, invocar el libre albedrío. Ese bien supremo nada importa a los liberticidas que nos gobiernan.

Fernando Sánchez Dragó
11 de febrero de 2007

Publicado en: ...el 11 Febrero 2007 @ 15:56 Comentarios (31)