EL LOBO FEROZ (Zapatetas)

Don José de Lorenzo, don Gonzalo de Murga y don Martín Ferreiro, empleados de la Dirección de Hidrografía, publicaron en 1864, con pie de imprenta del Establecimiento Tipográfico de T. Fortanet, sito en el número 28 de la muy madrileña calle de la Libertad, a la que nunca se ha atrevido a cambiar de nombre el corregidor de turno, un Diccionario Marítimo Español que la Academia de la Lengua debería reeditar. Entresaco de él unas cuantas definiciones…

ZAPATAZO. Sacudida y golpe fuerte que da una vela que flamea o se está cargando con viento frescachón. Dícese también latigazo y es más violento que el gualdrapazo.

ZAPATEAR. Dar zapatazos una vela.

ZAPATEO. Acción de zapatear las velas. Seguir leyendo…

Publicado en: ...el 16 Julio 2010 @ 21:43 Comentarios (970)

DRAGOLANDIA: Aeropuerto (y II)

Hablaba de aeropuertos. Sigo, mientras tecleo estas líneas, en una de las terminales de Barajas, aunque han pasado ya varios días desde el capítulo anterior. No es, por suerte, la 4. Sobreviví a sus sinsabores, a las torturas impuestas por los sicarios de sus escáneres, a sus interminables pasillos y galerías de cristal concebidas para que los usuarios puedan contemplar el vacío sin necesidad de recurrir al zen, a los tascucios y figones dedicados a la venta de basuras químicas envueltas en celofán y aliñadas con colesterol, aspartato, grasas trans y triglicéridos de hamburguesería, a las hileras de tiendas atiborradas de gilipolleces de elevadísimo precio que, pese al mismo, nadie compra..

-¡Alto ahí, Dragó! ¿He oído bien? ¿Ha dicho usted pese al mismo en vez de escribir a causa de, como sugiere la lógica?

-Ha oído perfectamente. El mundo está lleno de necios, según la Biblia, y todo necio, según Machado, confunde valor y precio.

-Y si esas tiendas nunca venden nada, ¿cómo diablos sobreviven?

-Es lo mismo que yo me pregunto. Siempre están vacías. ¿No serán tapaderas de narcotraficantes, empresarios de la construcción, políticos mallorquines, negreros de prostitutas y concejales de urbanismo deseosos de blanquear dinero?

-¡Pero qué mal pensado es usted!

-Peor de lo que se imagina… Voy a ponerle otro ejemplo.

-¿A qué se refiere?

-A la prohibición, estúpida donde las haya, de no poder llevar líquidos ni cosméticos en el equipaje de mano.

-Sólo por encima de cierta cantidad…

-Convendrá conmigo en que, sea cuál sea ésta, se trata de una medida carente de fundamento. No sirve para nada.

-¿Por qué, entonces, la toman?

-A eso iba. La toman para incrementar las ventas de agua mineral, refrescos y productos de belleza en las tiendas de la zona de embarque.

-¿Insinúa, amigo Dragó, que alguien se beneficia de ese incremento?

-No hacerlo sería desconocer la naturaleza humana. Cui prodest? Pero seré, por una vez, bien pensado, en contra de la malicia que usted me atribuye. No creo que el porcentaje recibido por los trincones supere el diez por ciento. Seguro que con eso se conforman.

-¡Un pastón!

-Efectivamente.

-¿Está pensando en el negocio de los duty free?

-No sólo, pero… ¿Negocio, ha dicho? ¡Querrá usted decir estafa!

-Eso suena muy fuerte.

-Y lo es. Ande, entre en una de esas cuevas de Alí Babá, anote los precios de los productos alineados en sus expositores y estanterías, salga luego a la calle, visite unas cuantas perfumerías, supermercados y tiendas de ultramarinos, busque o pida los mismos productos y compare. Se quedará estupefacto, me dará la razón y, si de verdad necesita algo, ahorrará dinero.

-¿Usted lo ha hecho?

-Más de una vez, en distintos países y libreta en ristre. Lo único que se vende más barato en los duty free, excepciones (pocas) aparte, es el alcohol, aunque no siempre, y el tabaco, porque los fumadores saben perfectamente lo que cuesta en los estancos el veneno que consumen.

-Pero en las tiendas libres de impuestos, a diferencia de lo que sucede en las que dentro de los aeropuertos no lo son, sí que hay clientela.

-Ya le dije que el número de los tontos es infinito y, además, tiende a crecer cuando la gente se aburre, como lo hace en los aeropuertos. ¡Cualquier cosa, menos leer, observar o pensar! Incluso gastar en tiempos de supuesta crisis el dinero que no tiene para comprar tontunas que no necesita.

En fin… Que me fui a Murcia y Alicante, di un par de conferencias, intervine en las deliberaciones del jurado del premio de narrativa Azorín, regresé mohíno a una de las ciudades más antipáticas e incómodas del mundo (pongamos que hablo de Madrid), deshice las maletas, las hice de nuevo y ahora estoy en la Terminal 2, tras haber superado la dura prueba de los estúpidos y vejatorios controles aeroportuarios, ajeno a los cantos de sirena del duty free y de los negocios de grandes marcas sin clientes, y a la espera de que un avión de Air France se me lleve a París y otro, desde ese segundo aeropuerto, a un lejanísimo lugar del orbe en el que permaneceré varios meses.

Atrás queda Vandalia. Que la ondulen. Partir no es morir un poco, sino volver a la vida. Lo siento sólo por los gatos. Chau y miau.

Publicado en: ...el @ 21:38 Comentarios (6)

DRAGOLANDIA: Aeropuerto (I)

Buena parte de mi vida transcurre en los aeropuertos. Eso es, simultáneamente, bueno y malo. Bueno, porque me voy, y malo, porque casi todos son infernales. Estoy ahora en uno de ellos: en el peor. Me refiero a la Terminal 4 de Barajas, que es la obra de un loco o, seguramente, de muchos locos, como también lo son, por poner un ejemplo, los Teatros del Canal de Isabel II. Que se lo pregunten a Albert Boadella o a quienes trabajaron y naufragaron conmigo en la intentona televisiva de Dragolandia. Para moverse por ese abominable laberinto, que demuestra hasta qué punto los sueños de la razón producen monstruos, se necesita un kit de supervivencia, una brújula, un navegador, un walkie-talkie, una cantimplora y un morral cargado de víveres.

Decía que estoy ahora en la Terminal 4 y que una vez más, como siempre me sucede cuando llego a ella, maldigo mi estampa por haberme olvidado de lo que el sentido común sugiere: recurrir a los servicios de cualquier línea aérea que no despegue de allí. Sabido es que en la tierra de los ciegos… Las restantes terminales de Barajas, que de por sí no son gran cosa, se convierten en paraísos cuando se las compara con la 4.

Si vas en clase turista, ¿y quién no lo hace a menudo?, ya no se puede acudir en el lugar mencionado, como en cualquier parte del mundo, al mostrador de facturación. No. ¡Qué va! Tienes que recurrir a una máquina odiosa y teclear en el salpicadero de sus confusos mandos oscuras claves que parecen jeroglíficos egipcios. Yo, que ni siquiera sé sacar billetes de metro con ese sistema, me veo obligado a caer de hinojos ante cualquier persona uniformada, ya sea varón, ya mujer, que se me ponga a tiro y suplicarle que me ayude como se ayuda a un niño perdido en unos grandes almacenes.

Es la primera humillación. Luego vienen las restantes…

¿Humillaciones? No, no. Llamemos a las cosas por su nombre: vejaciones, violaciones de los más elementales derechos humanos, torturas dignas de la Inquisición, de la Gestapo, de la Lubianka, de los sicarios de Fumanchú, que deberían estar penadas por la legislación vigente en cualquier país que presuma, como lo hace el nuestro, de ser una democracia. ¡Y aunque no lo fuera!

Me refiero, la duda ofende, a todas esas tonterías que en nombre de la seguridad se perpetran en las bocanas de acceso a las zona de embarque.

Tonterías, digo, porque no sirven para nada, y si sirvieran, tampoco eso las justificaría. ¿Cabe, acaso, mayor inseguridad que la de coger un avión, haya o no haya terroristas en sus asientos?

Seguiré en la próxima entrega. Hoy ya he escrito demasiado. Todo blog es, por definición, un coitus interruptus. ¡Y, además, para lo que me pagan!

Publicado en: ...el @ 21:33 Comentarios (4)

EL LOBO FEROZ: Mar de todos

Sentirme a gusto en Valencia. Fallas, paellas y toros. Llovía, pero nada puede el cielo donde sobra corazón. El primer día vi a Morante salir de la plaza con asombrosa dignidad e impavidez en medio de una bronca de gran aparato eléctrico. Iba despacito, indiferente al triunfo y al fracaso, esos dos impostores (dijo Kipling). El viernes, después de que Ponce animara el cotarro, el presidente del festejo sufrió un ataque de amnesia, olvidó lo que unos minutos antes había hecho Castella y negó a éste el trofeo que el público exigía. El griterío de la afición fue mascletá sin pólvora. Dos tardes después, en la del domingo, se hizo justicia a un torero que pronto será leyenda. El día de san José salí del coso y me fui entre petardos hacia el hotel. Por el camino, farruco yo frente al clima, me bebí una horchata. Sabía a novia. Los ninots, ya en capilla, aguardaban el momento de la ejecución. Yo lo había sido, ninot, en el 94, pero no asistí a la quema de mi efigie por culpa de un “bollicao de buena factura” (así la llamó en El Mundo el bestia de Xavier Domingo) que se me llevó con la muleta de su minifalda al río. Tomé dos martinis en el bar del Astoria, me calcé una chupa, por el relente, y me fui hacia el Ayuntamiento. Estaba a rebosar. Saludé a un compañero de cárcel: Enrique Múgica. Estreché la mano de Camps. Besé a Rita y a Carmen Alborch (para que no digan). Admiré de reojo el palmito de las falleras. Charlé con Reyes Monforte, que no llevaba burka, pero sí amor: el de Pepe Sancho. Hablé de toros con Ponce, Amorós, José María Cano, Santonja y Boadella. A la una en punto, ya todos en el balcón, estalló la calle, la plaza y el orbe. Yo nunca había visto la cremá. ¡Tonto de mí! Me quedé traspuesto. Pensé que los marines, sorprendidos por el alboroto, estaban a punto de desembarcar y que los trallazos de las tracas iban a reventarme los bypasses de las arterias. La noche se hizo lenguas de fuego y de emoción: un pentecostés. Era todo, lo dijo Góngora refiriéndose a una hoguera, “mariposa en cenizas desatada”. ¿Sic transit? Cierto: ninots en llamas, filosofía de lo efímero. No somos nadie. Ya, pero de pronto deflagró la música. Un pasodoble (imaginen cuál) y dos himnos (imaginen cuáles). ¿Gloria mundi? No sólo. Nuevas glorias a España. Felicité a la alcaldesa y pensé en Quevedo: “serán ceniza, pero tendrá sentido”. Fallas, paellas y toros: cultura, señores. La del Mediterráneo. Mare nostrum, mar de ellos, mar de todos. ¡Visca Valencia!

Publicado en: ...el @ 21:31 Comentarios (2)

EL COBAYA: Elixir (3)

Hoy hablaré de afrodisíacos. Seguro que crece el número de mis lectores. Acabo de intervenir en el magazine matinal de Susana Griso y tengo un subidón de testosterona. Esa excelente periodista es la feliz propietaria de las piernas más hermosas de toda la Unión Europea. Se lo he dicho a pantalla abierta y se ha puesto colorada. El rubor la favorecía. A ninguna mujer en sus cabales le molesta un piropo. Me consta. ¿Saben ustedes, por cierto, cuál es la etimología de esa palabra, antaño tan frecuente y hogaño tan en desuso? Viene del griego: pir (fuego) y opos (rostro). ¡Fuego en el rostro! ¡Qué metáfora tan certera! Me cuenta Susana, ya por los pasillos de Antena 3, que hace un porrón de años le ofrecieron la posibilidad de convertirse en icono publicitario de una marca de medias. Medias, digo… Las de verdad, las que todas las chicas llevaban cuando yo me inicié en el asunto que no tiene enmienda. No los horribles pantis, que son un cinturón de castidad y convierten en maniquíes de escaparate de mercería barata a las que los llevan. La confesión de mi interlocutora me deja grogui, porque las medias fueron el primer afrodisíaco que yo tomé. Lo sigue siendo. Al hacer el equipaje meto siempre dos o tres pares en la maleta por si alguna chica cariñosa se cruza en mi camino. Mano de santo. Iba a hablar hoy del Cialis. Es mi nuevo afrodisíaco. Tomo una dosis de mantenimiento: cinco miligramos al día y… Pero Susana Griso, hace una hora, me dejó tarumba con su feroz cruce de piernas (llevaba minifalda) y no ha podido ser. Quédese el Cialis para la próxima columna. Ya sé, ya sé que ésta de hoy es, con perdón, una cachondada. ¿Y bien? ¿No es el sexo salud? Disfruten de ella.


Publicado en: ...el @ 21:26 Comentarios (233)

DRAGOLANDIA: Apagón informativo

Ya no puedo leer El Mundo, ya no puedo ver la tele…

Y eso, ¿por qué?, se preguntará el lector. Pues por aquello que Sebastián decía a don Hilarión en La Verbena de la Paloma: “hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”. ¡Y tanto! Tómese al pie de la letra.

Empiezo por la tele. Verla, lo que se dice verla, no es cosa que haga a menudo, pero a veces, muy de tarde en tarde y por lo general a la hora del telediario o en ratos tontos de los hoteles, pico.

Pues ya, por culpa del dichoso apagón analógico, ni eso.

Mi mujer ha comprado el puñetero aparatito que sirve, en teoría, para adaptarse a los nuevos tiempos y…

Ahora hay dos (dos, digo) mandos a distancia. ¡Por si manejar uno no fuese ya, de por sí, suficientemente complicado! No sé en qué orden hacerlo, me aturullo, pulso el uno, pulso el otro, vuelvo a pulsar éste, vuelvo a pulsar aquél, y la pantalla se llena de nieve o de imágenes borrosas y sonidos apagados que parecen de ultratumba. Poltergeist.

Mi mujer me echa entonces una bronca porque lo he desintonizado todo y según dice, había estado no sé cuánto tiempo poniendo orden, con la ayuda de un manual de cientos de páginas, en las tripas, lucecillas, botones, enchufes, cables, chips y testículos del televisor.

Un desastre. Se acabó la tele. Ya no intento verla.

Tampoco la radio me sirve de mucho, porque no sé cómo se buscan en el dial ni en el laberinto de las frecuencias (AM, FM, LM… ¿Qué será eso?) las emisoras que me gustan. ¿Cómo diablos se las apañará la gente? ¿Se aprenden las cifras de memoria? ¿Soy yo el más tonto del pueblo?

Voy para atrás. De pequeño sí que era capaz de poner la radio. Ahora me limito a encenderla mientras me ducho, me visto y preparo las setenta y tantas píldoras de mi elixir de la eterna juventud, y lo hago al tuntún. Lo que sale, sale, con tal de que no sea música ni hablen de deportes (cosa que, por lo demás, hacen a todas horas), y ya está.

Pero mucho peor es lo que me sucede con la prensa escrita. Leer El Mundo antes de empezar mi tarea de escritor es para mí -o, mejor dicho, lo era- un sacramento, un rito, una ablución matinal, un deber, un placer, un estado de trance… Lo era, digo, porque esa imperiosa y agradabilísima costumbre se me está poniendo muy, pero que muy cuesta arriba.

Lo explico. Cuando estoy en España y, dentro de ella, en un algún lugar relativamente habitado, voy al quiosco, aunque cada vez sea más difícil encontrarlos, y asunto resuelto. Las dificultades empiezan cuando estoy en Castilfrío -el punto de venta de periódicos más cercano está a veintitrés kilómetros de mi casa y, por si fuese poco, la nieve me impide a menudo salir de ella- o en las quimbambas del extranjero, donde paso, por lo general, la mayor parte del año. No cabe, entonces, más recurso que internet, y a ella, hasta hace cosa de una semana, recurría.

Ahora, ya no. Ahora mis jefes, compañeros y colegas se han sacado de la manga eso de Orbyt, y catapún… Se acabó la diversión. Llegó Pedro Jota y mandó parar.

Por más esfuerzos que hago y que hacen quienes me ayudan (Naoko, Javi, que es ingeniero de comunicaciones, y el eficacísimo equipo informático de Unidad Editorial) no consigo ir más allá de la primera página, y eso de poco me vale, porque ni siquiera me queda el consuelo de leerla. Su tipografía es minúscula. Me desojo, y nada. Ya sé, ya sé, que hay una especie de zoom en alguna parte oculta del mapa del tesoro, pero no acierto a localizarlo ni, cuando alguien lo hace por mí, sirve eso para mucho, porque la página en cuestión se agiganta, se trocea, se desborda, sobrepasa los límites geográficos del ordenador y sólo alcanzo a ver media docena de líneas impresas en caracteres tan gordos como las letras superiores de los carteles que los oftalmólogos enseñan para graduar la vista de quien acude a ellos.

Fue el propio Pedro Jota quien el otro día me ponderó las ventajas del nuevo sistema de consulta de las cabeceras que dirige y se prestó, incluso, amablemente, a mostrarme y demostrarme las maravillas de Orbyt en la pantalla del ordenador de su despacho. Y sí, cierto, tenía razón, y yo se la doy, vistos allí tales prodigios, pero no contaba con que éste su seguro servidor es, como insinué antes, el más tonto del pueblo.

Llegué a casa, puse manos a la obra, y lo dicho. Tuve que bajar al quiosco.

Dentro de unos días me voy a Japón para pasar allí una larga temporada. ¿Qué diablos puedo hacer para seguir leyendo en tan remotas tierras mi periódico favorito mientras desayuno arroz blanco, té verde y pescado crudo?

El náufrago que esto escribe sólo tiene un tablón al que agarrarse: la versión digital de El Mundo, la misma en la que aparece lo que ahora acabo de escribir, pero ¿qué será, ay, de mí el día en que Baeta, capitán de este último asidero, decida ponerlo en Orbyt?

Braceo. Estoy desesperado. Ni tierra ni barco a la vista. ¡Socorro! ¿Hay alguien ahí?

Publicado en: ...el 11 Julio 2010 @ 01:24 Comentarios (213)

EL LOBO FEROZ: La siniestra

El cinismo de la izquierda no tiene límite. Véase, por ejemplo, lo que la tribu de la ceja y de la jeta dice a propósito de Cuba. Cabría excusar a esos cuates si no hubiesen estado nunca en la isla aplastada por los malhechores castristas, pero no es el caso. Van a menudo. Yo lo he hecho en dos ocasiones y no habrá una tercera hasta que los disidentes y los de Miami tomen La Habana. Entonces, sí. Entonces volveré a la isla con el mismo buen humor con el que Hemingway llegó al bar del hotel Ritz de París en el 45 y compartiré con los unos y los otros daiquiris, mojitos y, sobre todo, cubalibres en los mostradores de madera tropical de una de las ciudades más hermosas de la tierra. Pero dejemos, por ahora, eso, que está al caer, y echemos un vistazo a Italia. Allí llaman sinistra (en español siniestra) a la izquierda y no cabe mayor exactitud semántica. Los enemigos de Berlusconi, desesperados por la imposibilidad de derrotarlo limpiamente en las urnas, se aferran con asombrosa inverecundia al chusco episodio del recadero del Pueblo de la Libertad que se despistó mordisqueando un panino y llegó tarde a la ventanilla donde tenía que inscribir las listas de su partido para la inminente convocatoria electoral del Lazio. Un gag de película de Totó al que los vitelloni de la siniestra convierten en burrocrática disculpa para ser ellos solos los que se enfrenten, sin adversario alguno, al desafío de la voz del pueblo. Parece mentira, de puro tonto, pero es verdad. Patalean esos carotas, se encunan en la letra menuda de la ley al precio de transgredir su espíritu, hacen de su deshonestidad virtud y acusan a Berlusconi de dar un golpe de estado contra la democracia cuando son ellos quienes quieren convertir ésta en pantomima de partido único. Si Unamuno levantase su cabeza de búho sabio les diría que no quieren convencer, sino vencer, chupar de la teta del Antiguo Régimen despilfarrador al que Berlusconi está metiendo en cintura y volver a las andadas por ellos en un país que la sinistra quiso y quiere destrozar. Sólo en una cosa tiene razón esa partida de hipócritas: con los fuleros no se juega. Lo ha dicho la Bonino. ¿Pensaba en los suyos? Precisamente por eso, si yo fuera italiano, votaría al Cavaliere, suponiendo que los talibanes de la izquierda y de la magistratura le permitan concurrir a los comicios. Italia me da envidia. Allí tienen al único líder europeo que no es clónico ni lúgubre y que, en vez de pastelear, gobierna. Aquí… Mejor me callo.

Publicado en: ...el @ 01:20 Comentarios (3)

DRAGOLANDIA: Más sobre Delibes

El otro día, con las prisas, me olvidé de algunas cosas. Son éstas…

Traditio, de donde tradición, significaba en latín entrega y aludía a lo que los miembros de una generación entregaba, en efecto, como legado de sabiduría a los cachorros de la generación siguiente. Ese suma y sigue, ese toma y pasa, se conocía, siempre en latín, con una espléndida metáfora: la aurea catena, la cadena de oro. Sin ella se pierde todo lo aprendido por el ser humano desde que el simio se irguió y empezó a andar, a reflexionar, a mirar hacia dentro y a contemplar lo de fuera.

Por eso decidí hace ya mucho tiempo ser de por vida un conservador. Sin la traditio, sin la aurea catena, el mundo, en vez de avanzar, retrocede. Es lo que ocurre desde el siglo VI antes de Cristo. Vamos constantemente a menos y a peor.

Delibes rescató, conservó, difundió y canonizó la lengua de Castilla. Nos la entregó, pero los planes de estudio vigentes en la democracia la han pulverizado. Hoy ya no habla casi nadie así, y los pocos que lo hacen, por razón de edad, tienen un pie en la tumba y el otro a punto de posarse en ella.

El extraordinario escritor fallecido el viernes es el último eslabón de la cadena de oro del idioma. Con él se extingue algo que empezó a andar (o a manifestarse por escrito) en las Glosas Silenses y Emilianenses, en las jarchas, en el mester de juglaría y en el de clerecía, en los tetrástrofos monorrimos, en la cuaderna vía… Nadie volverá a escribir como Delibes.

Fue éste, como digo, un escritor extraordinario, pero fue también algo más: una buena persona. De nada sirve lo primero, ni la vida, en general, si no se llega a ser lo segundo.

Y una apostilla que ya es historia o que podía haberlo sido. Cuando los Ortega Spottorno fundaron El País, con mayúscula, periódico que no tardaría en írseles de las manos, se barajaron dos nombres para dirigirlo: el de Julián Marías y el de Miguel Delibes. Ninguna de esas propuestas cuajó. De haberlo hecho viviríamos hoy en un país, con minúscula, diferente.

Liberalismo o socialismo: that was the question.

Publicado en: ...el @ 01:16 Comentarios (2)

DRAGOLANDIA: La luz del ciprés

Sea. Cedo. Dedicaré estas líneas a Delibes.

Son las doce del mediodía del viernes 12 de marzo. El sol, a esa hora, cae en vertical sobre el mundo, lo que significa que los árboles, por su luz cenital iluminados, no dan sombra. Delibes, de ese modo, lleva la contra en mi blog a lo que el título de su primera novela aseguraba.

No sé, por otra parte, en qué cementerio van a enterrarlo y, por lo tanto, tampoco sé si habrá cipreses montando guardia entre las tumbas. Enhiesto surtidor de sombra y sueño es ese árbol. Lo dijo Gerardo Diego a propósito del que aún hoy despunta en el claustro del monasterio de Silos. Pero el mundo de Delibes, que fue de campo, jara, pólvora, perdices, román paladino, gentes del común, honor y horizonte abierto, ya no existe. La tecnología, la LOGSE, la desarrollitis, la urbanitis y la cementitis se lo han cargado. O mejor dicho: sí existe, pero sólo en las páginas de sus libros. Toda su obra fue beatus ille, madre natura, lira de Fray Luis, menosprecio de corte y alabanza de aldea.

Yo estoy ahora ahí: en un villorrio. El de Castilfrío. Seguro que Miguel lo conocía o, de no ser así, seguro que le habría agradado conocerlo. Escarcha, estepa y silencio en torno a mí y lugar que ni pintiparado para releer el Diario de un cazador, que es, entre todas las obras de Delibes, la que más me gusta, acaso porque fue la primera que leí. Pero conste, en esta hora de su muerte, que a partir de ese instante me convertí en lector devoto de su obra. De toda su obra, sin excepción.

No iré a su entierro. Me he resistido -ya lo insinué- a dedicarle estas líneas. Me han
llamado de seis periódicos (incluyendo éste), cinco radios y otras tantas televisiones en las últimas horas para que dijera algo acerca del hombre que acaba de morir y con el que sólo hablé dos o tres veces en mi vida. A todos les he dicho que no, que no me gusta la necrofilia ibérica, que tampoco a él le gustaban esas pompas (el metal de los premios, decía), que en circunstancias así todos los comentarios sobran, por ser obviedades, y que la mejor forma de honrar a quienes mueren es el toque de silencio.

A él me acojo, con él lo saludo por última vez.

Amigo Delibes: seguro que ahí arriba, como al final de los cuentos de tu Castilla vieja, serás feliz y comerás todas las perdices que cazaste aquí abajo.

A comienzos de los setenta, en un curso de la Bryn Mawr, te reproché yo, hippy recién llegado a la sazón de Asia, ecologista ceñudo y seguidor de Buda, que defendieras la caza. Tú me miraste con sorna de labriego, sonreíste y me dijiste que la perdiz, cuando vuela, se dirige a la cazuela. Tenías razón.

Ahora eres tú quien ha emprendido el vuelo… Reencárnate, Miguel, y vuelve pronto, aunque, como escribiese Cervantes casi al final de sus días, ya no queden pájaros ni perdices ni escritores ni lectores de antaño en los nidos de hogaño.

Publicado en: ...el @ 01:13 Comentarios (16)

EL LOBO FEROZ: Josué en Olivenza

EL LOBO FEROZ
Josué en Olivenza

Tres días gloriosos. Empezó esa cuenta el jueves. Boadella estrenaba su última obra en el Teatro del Canal: un derechazo en la mandíbula de los espectadores. Deslumbrador y desgarrador, dije al salir. En el asiento contiguo me tocó Enrique Ponce. Era un barrunto. El viernes por la tarde tiré para Olivenza. Llovía como en los tiempos del Arca. Seguro que suspenden las corridas de la Feria, pensé, pero siempre me quedará el consuelo de pasar por El Cristo, que está en Elvas, a dos pasos de donde voy. Aquello es el parque jurásico del marisco, con centollos como diplodocus y cigalas como tiranosaurios. Sus cocineros gritan dos veces al día ¡No pasarán! mientras los diablos gastrocidas de Ferrán Adrià trepan con sus tridentes por las murallas del buen comer. Los necios, a todo esto, se desmelenaban como plañideras en el hemiciclo de la Generalidad. ¿Necios? Sí: los que no saben. No insulto, sino que defino, sólo por lo que hace a la tauromaquia, a Wagensberg y Mosterín. Necedades diría también yo si me pusiera a pontificar sobre asuntos de física o de matemáticas. Total: que el sábado, después de la comilona, me fui hacia la plaza y… Cuentan los lugareños que Cutiño, su empresario, llevaba tres días de hinojos ante el Señor de los Pasos, que es el patrón del lugar. A saber, pero lo cierto es que el sábado por la tarde apenas llovió, mientras Tomás y Perera hacían de las suyas, y el domingo por la mañana, en el colmo ya de los milagros, salió el sol. La corrida era matinal. Llegó el cuarto toro, que era el segundo de Ponce, se abrió de capa el torero, y olé. Fue tan grande lo que hizo, toreó tan bien, con tanto temple, inspiración, imaginación, arte, suavidad, elegancia y gracia, que el tiempo se detuvo y el sol, para verlo torear, también. Los ángeles aplaudían. El último tercio duró más de doce minutos, y hasta el duodécimo, saltándose cuanto dispone el Reglamento, el presidente no se atrevió a decretar el aviso. Yo miré el reloj y vi que las manecillas estaban tan en suspenso como el ánimo de las hermosas gentes del toro allí congregadas para rendir homenaje a éste, que por su nobleza debió ser indultado, y a los últimos héroes que en el mundo quedan. Ponce fue Josué ante los muros de Gabaón, “y no hubo día como aquél, ni antes ni después, porque Jehová, habiendo atendido a la voz de un hombre, peleaba por Israel” (Jos 10:14). ¿Sólo por Israel? ¡Ojalá lo hubiesen visto Mosterín y Wagensberg! De sabios como ellos es cambiar de opinión.

DRAGOLANDIA: Entrevista

El poema era de José Antonio. Algunos lectores lo han acertado, aunque yo, que soy malicioso, vislumbro en ese acierto la larga mano de la Red. ¡Todo es ahora tan fácil! Tecleas unas palabras y se te viene encima una enciclopedia.

José Antonio, con el que me tropecé mientras escribía Muertes paralelas, me parece el español más interesante y desaprovechado por sus compatriotas entre cuantos vivieron al hilo del siglo XX. Tuve que dedicarle en esa novela más de cien páginas. A ellas me remito.

Los joseantonianos, que no son muchos, y a los que tengo por amigos, son, aunque españolistas y cristianos, las gentes más rojas, sin por ello dejar de ser azules, que hoy sobreviven en nuestro país. Honrados a carta cabal, batalladores sin desmayo, leales a sus ideas.

Amigos, sí; correligionarios, no, porque yo no soy ni españolista, ni cristiano, ni de izquierdas.

¿Qué soy?

Responda, en parte, la entrevista que a continuación reproduzco. Me la hizo Rubén Grajeda, que la colgó en su blog (leozaladabrauliograjeda.blogspot.com). Le pedí autorización para reproducirla. Me la dio. Las respuestas son de mi puño y letra. La incorrección política, también.

1.-Eres quizás el escritor y periodista cultural más polémico y conocido de España. Y me pregunto ¿Cuál es tu método para desconectar e ingresar en el silencio de la literatura?

R: No, no, yo no soy polémico. Todo lo contrario. Mis opiniones generan polémica, cierto, pero eso no es asunto mío. Polémicos, como el infierno sartriano, son los otros. Yo nunca discuto. Sólo digo mi canción a quien conmigo va. De la discusión no nace la luz. La luz nace del acuerdo, a condición de qué este se apoye en la consanguinidad de espíritu y no en la identidad de pensamiento. En cuanto a lo otro… Escribo siempre con los ojos vueltos, platónicamente, agustiniamente, hacia dentro. Nunca pienso en los lectores. Mis libros no son diálogos, sino soliloquios. Preferiría, incluso, no publicarlos, pero obedezco al Tao y me dejo llevar. La literatura es para mí un acto de meditación (en el sentido oriental de la palabra). Pavese me avisó, cuando yo era joven, de que algún día vendrá la muerte y se llevará mis ojos.

2.- Hay un proverbio Zen que dice: “No existen maestros, sino una larga cadena de discípulo a discípulo ¿Crees en los maestros?

R: Maestros, no. “Aurea catena”, la del paganismo, sí. “Traditio”, de donde “tradición”, significa en latín eso: cadena. Occidente la ha roto, y así le va. Quien admite discípulos no es un maestro, porque el ego (lo opuesto al “yo soy”) lo ciega, y quien busca un maestro es un mal discípulo, porque sólo quiere que otros le saquen las castañas del fuego. Nadie hará por ti lo que tú no seas capaz de hacer a solas. El origen y centro difusor de la sabiduria perenne está en la naturaleza y no en la historia. No hay maestros, a no ser que estén mudos y sólo prediquen con el ejemplo. “Los que hablan, no saben; los que saben, no hablan”. La diferencia entre el gurú y el pandit es que el primero busca y admite discípulos, y el segundo ni los busca ni los admite. Todos los gurús son unos farsantes y quienes acatan su autoridad, unos idiotas. “¿Qué es el Buda?”, preguntó el monje giróvago al prior del convento. Y éste, por toda respuesta, rompió un cántaro en su crisma. Bien le estuvo.

3.- Mucho se habla de la influencia capital de la literatura griega. Sin embargo, para otros la gran literatura oriental clásica de Li Bai, Matsuo Bashio y Chuang Tsé es fundamental. Podríamos decir entonces que ¿la literatura oriental es la otra gran tradición literaria clásica no asumida en su real dimensión en Occidente?

R: Hablaba hace un momento de la “sophia perennis”. Ésta se originó en el Antiguo Egipto y desde él fluyó hacia oriente (budismo, hinduismo, taoismo) y hacia occidente (paganismo), pero en eso llegaron los judíos, los musulmanes y los cristianos, y el pensamiento monista buscó refugio en el politeísmo mientras el dualista se instalaba en el seno del monoteísmo. ¡Curiosa antinomia! En ella radica la diferencia entre dos mundos que sólo empezaron a oponerse cuando la espada sanguinaria del Libro cayó sobre su fulcro y los separó. La espiritualidad oriental, y por ello su cultura, pues ésta no existe fuera del Espíritu o Anima Mundi, no depende de una supuesta Revelación venida de fuera, como lo hace la occidental, sino de una Iluminación venida de dentro. Ahí está la diferencia. En los misterios menores de Eleusis, destinados a las gentes del común, se hablaba de revelación. En los mayores, abiertos sólo a los “aristoi”, se hablaba de iluminación. La democracia occidental da voz y mando a los primeros en detrimento de los segundos. Sólo hay una forma sensata de organizar y gobernar la sociedad. Es la que Platón propone en La República.

4.-Veo que te gusta mucho viajar. Chatwin afirma:”El viaje es la meta”, que en cierta manera es recrear la idea de Ítaca y el viaje en Cavafis. ¿No crees que en sí que todo viaje sea una aventura hacia uno mismo?

R: Idea, ésa, tan antigua como el mundo. “Primum navigare”. Por supuesto que el viaje es un fin en sí mismo, y donde hay meta, no hay viaje, sino desplazamiento. Por eso es el turista antónimo del viajero. ¿Viaje hacia uno mismo? No. Viaje por uno mismo. Subrayo el “por”. ¿Viaje, además, exterior? ¿Por qué no? Cuestión de gustos, de carácter, de destino, de afición a la vita pericolosa… El uno no está reñido con el otro, pero éste no es condición ni necesaria ni suficiente para aquél. Hay grandes viajeros que nunca han salido de su barrio y turistas que han recorrido el mundo sin por ello ser viajeros. Chatwin, por cierto, goza de un prestigio para mí incomprensible (o demasiado comprensible a la luz de la confusión que hoy impera en la babel multiculturalista). Me aburre. Me parece un neurótico, un farsante y un pésimo escritor.

5.-En alguno de tus libros era muy duro con la cultura e idiosincrasia española. Quizás por ello hay tantos admiradores y detractores de tu obra. Ven más al personaje que al autor. Poniéndonos del otro de la barra ¿Que virtudes le encuentras a la España de ahora?

R: Sólo una: la inevitabilidad e inminencia de su definitiva destrucción. Lo tengo dicho: España es una unidad de destino en lo infernal. Yo ya rompí ese lazo. “Ubi bene, ibi patria”, y yo, en Vandalia, no me siento a gusto. En Castilfrío, sí, pero ese pueblo es de ninguna parte y, a la vez, de todas. Está en Castilla, pero podría estar en el Tibet o en el cruce de Comala con Macondo. Es geografía imaginaria, como lo era la España (esa, sí) que recorrí y canté en “Gárgoris y Habidis”. Pero mis durísimos denuestos hacia el país en el que, por desgracia, vine al mundo, no me ganan detractores. Al contrario. Mi libro Y si habla mal de España… es español sólo ha recibido elogios. Todo en torno a él han sido mieles. Lógico, por lo demás. Mis lectores son, mayormente, españoles. ¿Por qué iban a enfadarse con quien hacía lo que ellos hacen a diario?

6.-Me interesaría que desarrollaras lo que una vez dijiste en una entrevista: “las novelas europeas son en estos momentos muy mediocres, y las españolas ni te cuento”.

R: ¿Hay que explicar lo evidente? La narrativa europea “rezuma tedio progre” (Tamarón), y la española, efectivamente, ni te cuento. Toca fondo, es aburridísima, todo el mundo escribe igual. Hay, por supuesto, excepciones… “El salón de los pasos perdidos”, de Trapiello, que es una “novela en marcha” (así la define su autor) colosal, “El tiempo entre costuras”, de María Dueñas, Alberto Olmos, la novela con la que Millás ganó el Planeta, Ian McEwan, Amelie Nothomb… No voy a seguir. Me olvido, cierto, de unos cuantos, y les pido perdón por ello, pero no son muchos. La novela, por otra parte, es un género prácticamente agotado que sólo recupera intensidad cuando es claramente autobiográfica o de no ficción. ¿Qué coño me importan a mí las vidas inventadas por quienes no tienen nada propio que contar?

7.-Por qué dices que: “El amor pasional es una enfermedad grave”. Parece más una maldición que una ofrenda esta frase tuya.

R: Pues no, porque el diagnóstico no es sólo mío, sino de muchos otros. De Denis de Rougemont, por ejemplo, en esa obra maestra que es “El amor y Occidente”. El amor pasional es posesivo y donde hay posesión, hay cosificación y, por lo tanto, malos tratos psicológicos y/o físicos. “Libre te quiero, pero no mía, / ni de Dios, ni de nadie, ni tuya siquiera” Agustín García Calvo. El otro día citaba Rosa Montero (su mejor libro es La loca de la casa, novela autobiográfica y de no ficción) en este mismo blog una frase de Platón refraseada por Lacan: “Amar es dar lo que no se tiene a quien no es”. Pues eso. Equívoco fatal, que día tras día conduce a la desdicha a millones y millones de personas. Dedico bastantes páginas a ese asunto en mi libro El sendero de la mano izquierda. No voy a repetirlo ahora.

8.-Muchos me han hablado de Soseki – Inmortal y tigre diciendo que es tu mejor libro. ¿Por qué crees que esa novela tuya le ha resultado tan entrañable a tus lectores antiguos y a los nuevos que han nacido al leerla?

R: Es mi obra más literaria y, seguramente, la mejor escrita. En ella he depurado, he podado, he reducido a la mínima expresión la frondosidad, excesivamente barroca y exuberante, de mi estilo. No hay en ese libro una sola frase escrita por el personaje. Es sólo la persona, mi persona, quien ha empuñado la pluma. Quise escribir una novela para todos, para niños, para adolescentes, para adultos, para amigos y adversarios. Busqué amenidad, sencillez, emoción, ternura, buenos sentimientos… Algo que se leyera de un tirón y con la sonrisa siempre en los labios, aunque a veces las lágrimas nublaran los ojos sin por ello desdibujar la sonrisa. Fue muy difícil. Ningún libro me ha dado tanto trabajo ni ha recibido tantos elogios. Es cierto, gusta a todo el mundo. Algo más que le debo a mi gato. ¡Miau!

Publicado en: ...el @ 01:09 Comentarios (2)

DRAGOLANDIA: Dos textos

¿Qué buscan, qué pretenden, qué esperan los lectores, ya sean navajeros de internet, ya personas de buena voluntad, cuando inscriben comentarios al pie de los blogs ajenos? Sé que en este mío los hay, como en los de todo quisque, pero aviso por enésima vez a quienes los dejan de que jamás los leo.

Rectifico. Lo hice sólo cuando murió Soseki, y no me arrepiento, porque la gente, con muy pocas excepciones, se volcó en aquella ocasión, me envió consuelo y me demostró que no todo, en la condición humana, está perdido. Sucede, eso sí, que quienes más gritan son las malas personas, mientras las buenas suelen permanecer calladas.

Quizá lo único que busquen los comentaristas sea charlar o litigar entre ellos. De ser así, me callo. No es asunto mío. Pero si lo que esperan es que yo dé señales de vida, van dados, y eso me inquieta, porque, siendo como soy persona bien educada, no me gustaría que mi silencio se interpretara como un gesto de descortesía.

¡Qué le vamos a hacer! Soy así. No me interesa lo más mínimo la opinión ajena. No escribo para comunicarme con los demás ni para convencerles de nada. Escribo sólo para expresarme, y seguiría haciéndolo aunque estuviese en una isla desierta sin botella alguna para hacer a la mar mi manuscrito.

Tampoco, por parecidas razones, se me ocurriría nunca enviar comentarios a otro blog. ¿Y cómo diantre podría hacerlo si no los leo?

Así es, y en esa rigurosa dieta de ayuno informático llego el extremo de desconocer por completo lo que se cuece en mi web, alabada por muchos gracias al talento, la dedicación y la profesionalidad de Javier Redondo Jordán, que es quien se ocupa de ella, pero en la que nunca -nunca, digo- he entrado.

Ayer, leyendo el último libro de Rafa Chirbes (Por cuenta propia – Leer y escribir, Anagrama), al que entrevistaré un día de estos para Las Noches Blancas, encontré este párrafo, que hago mío de pe a pa…

“No participo en blogs, o en foros de literatura virtual: me asusta esa labilidad de lo que se escribe en la pantalla, incluso cuando redacto los sesudos e-mails que dirijo a algunos amigos: se trata, en definitiva, de palabras que duran tan poco como si no hubieran sido escritas. Me deprime que la palabra escrita, que fue creada para fijar las cosas, sea una voluta que se disuelve en el aire; que unas frases sustituyan y eliminen velozmente a otras. Los blogs convierten en el colmo de lo efímero lo que nuestro amigo Fonollosa quería eterno, al tiempo que le quitan al autor el peso de la responsabilidad; es decir, cualquier atisbo de autoridad. Del mismo modo que reclamo cierto respetuoso ritual en torno a las obras literarias, estoy convencido de lo destructiva que puede llegar a ser esa continuidad de los blogs entre lo que es cháchara y lo que se supone que es un texto escrito con voluntad literaria de durar. Yo mismo puedo llenar decenas de páginas hablando sobre esto y aquello en pocas horas, y, sin embargo, paso meses para poner un poco de orden en los textos que escribo para que se publiquen”.

El segundo texto, que no es de Chirbes, dice así…

“Nada vale tanto como la pacífica alegría de sentirse acorde con la propia estrella. Sólo son felices los que saben que la luz que entra por su balcón cada mañana viene a iluminar la tarea justa que les está asignada en la armonía del mundo.»

Poesía en prosa o prosa poética. Me la leyó ayer Ignacio Santos, pintor, editor de la afilada revista Mu y propietario del agradabilísimo restaurante Maximiliam (calle de Santiago, 10, en Madrid, cerquita de la Plaza Mayor), mientras compartíamos un secreto ibérico y una botella de Marqués de Murrieta. El texto está enmarcado y colgado en una de las paredes de ese establecimiento.

Adivina adivinanza… ¿Quién lo escribió? Daré una pista. No fue Kipling, pero el If era lectura favorita de su autor.

Averígüenlo los lectores sin acudir a internet y envíen las respuestas a este blog. Por una vez, y sin que sirva de precedente, leeré sus comentarios.

Publicado en: ...el 01 Julio 2010 @ 10:32 Comentarios (473)

EL LOBO FEROZ: Responso

Satisfacción de ver cómo pasa ante mi puerta el cadáver del enemigo. Tardarán en enterrarlo, pero muerto está, que yo lo vi. El 1 de enero de 1986, fecha de nuestra incorporación al Mercado Común, envié un telegrama al Ministerio de Justicia. Solicitaba en él la condición de apátrida. No me sentía ni quería ser europeo. Obtuve la callada por respuesta, pero muchos aplaudieron el desplante. Citaré sólo, por su trapío a dos de ellos: Saramago y Boadella. Fundé entonces la “Agrupación de Comunidades Ibéricas Miguel de Unamuno para la salida de España y Portugal del Mercado Común”. Quedó en nada, pero no antes de que la iniciativa me permitiera difundir y argumentar la convicción de que ese rebaño de churras y merinas también se quedaría, más pronto o más tarde, en lo mismo. Estaba en lo cierto. La Unión Europea se desmorona. Es el lógico corolario de una cadena de disparates: los de la ambición desmedida, el colonialismo solapado, la metástasis generalizada y la paulatina transformación de lo que había nacido como simple y razonable alianza económica en un monstruo de Frankenstein político. La Europa de los Seis se echó a andar en el 57. Llegó luego la de los Diez, la de los Doce, la de los Quince, la de los Veinticinco, la de los Veintisiete y la de los ciento y la madre. Pobres y ricos, latinos y nórdicos, anglosajones y eslavos, liberales y socialistas, católicos y protestantes: todos en el mismo saco y mirándose el ombligo, sin caer en la cuenta de que ya nadie los toma en serio. Washington mira a Pequín, Pequín mira a Washington, la India emerge y el Islam trepa por los muros de Eurabia mientras Zapatero abre los vomitorios del circo de Bruselas a Turquía. ¿Es usted europeo? ¿Viene de esa región del mundo donde la gente vive sin trabajar? Eso es lo que me decían en Estados Unidos y Japón las últimas veces que anduve por allí. Llevaba euros. En Tokio sudé para cambiarlos. No creían (ni creen) en esa moneda. ¡Dólares, dólares! Tuve que aceptar una comisión leonina. El 1 de enero de 2001 la peseta pasó a peor vida y los españoles también: redondeo y subidón de precios. Los ingleses, los daneses y los suecos se libraron de la quema. No es imposible que de aquí a poco nos expulsen de la eurozona a los de siempre: Grecia, Portugal y España. Volveremos a la penumbra del farolillo rojo en el furgón de cola. ¿Bajarán los precios? No. ¡Arríen los botes! Las mujeres y los niños, primero. El capitán, el último. Es de justicia.

Publicado en: ...el @ 10:23 Comentarios (2)

DRAGOLANDIA: La terra trema

¡Atiza! No se vive para sustos, aunque éstos sean viciosa descarga de adrenalina para quien ama el peligro.

Me desayuno hoy, sábado, con la noticia de que en Chile, con epicentro a noventa kilómetros de la ciudad de Concepción, en la que dormí a pierna suelta hace cosa de un par de meses, los dioses misteriosos y coléricos del centro de la tierra han desencadenado un terremoto que en la escala de Richter, individuo que se está haciendo famoso, deja chiquito al de Haití.

Iba hoy, precisamente, a reanudar la crónica de aquel viaje, interrumpida el día de Nochebuena en Puerto Montt. ¿Se habrá notado el tantarantán allí? Nada dice la prensa, por ahora, al respecto.

Los terremotos me persiguen. He conocido ya muchos. Los primeros de esa ristra me alcanzaron en 1967, cuando yo vivía en Japón, donde los temblores de la tierra son tan numerosos como las flores de los cerezos en el mes de abril. Hay, incluso, un hotel en Osaka donde invitan a cerveza a los huéspedes si el sismo es de fuerza inferior a cinco, a una buena comida si no supera el siete y a todo, menos las geishas, si se dispara por encima de ese índice.

Mis gatos japoneses salían zumbando hacia los armarios y se escondían en ellos un par de minutos antes de que el terremoto llegara.

Una vez, en el Distrito Federal, me pilló el mayor que hasta ahora he conocido. Los sismógrafos marcaron siete puntos y tres décimas. No está mal. Fue curioso, porque era de madrugada, me alojaba yo en una habitación del décimo cuarto piso del Sheraton, en plena Zona Rosa, y… Sea: lo diré. Compartía mi lecho con una antigua novia, periodista muy conocida y mujer casada, por lo que no puedo decir su nombre, y la furia de los elementos nos alcanzó cuando la de nuestros cuerpos estaba a punto de llegar al clímax.

Fue fantástico. Un polvo telúrico. La madre tierra y el anima mundi vinieron en nuestra ayuda. Así cualquiera. Cosas que no se olvidan ni, por desgracia, se repiten. Todo tiene su lado bueno. Folleu, folleu, pensé en aquel instante, que el mon s’acaba. Era, literalmente, así.

El día de Navidad cogí, en Puerto Montt, el barco que durante tres días me condujo, de glaciar en glaciar, de fiordo en fiordo, de mar gruesa en mar gruesa, hasta Puerto Natales. Imagino lo que habría sido un maremoto (decir tsunami es una cursilada) encajonado entre aquellos farallones de hielo.

Todo tiene su lado bueno, decía, a condición de que no haya víctimas, añado. Aquel día, en México, no las hubo, me parece. En Haití ha habido muchas, y eso maldita la gracia que tiene. En Chile van ya unas cuantas. Los chilenos me gustan. Son buena gente. Me gustaría estar hoy en Puerto Montt para echarles una mano.

En Madrid, sin embargo, reina la calma mientras tecleo estas líneas. Nos habían anunciado la madre de todas las tormentas. ¿Será eso cierto? Yo, en Vandalia, ya no me fío ni siquiera de los partes meteorológicos.

Publicado en: ...el @ 10:18 Comentarios (5)

DRAGOLANDIA: Cálculos, películas y epitafios

Seré hoy breve y vaciaré el burel tirándome al rincón de Ordóñez.

Estoy en el Ruber de Juan Bravo, que siempre me recuerda a un hotel de cuatro estrellas. El doctor Roque Mir me ha extraído con pulso firme un cálculo del uréter.

Mejor dicho: lo ha pulverizado con una especie de periscopio que para sí hubiera querido el malo de la película Avatar.

Por cierto: el otro día fui a verla, y me encantó. Me quedé tan embobado ante la pantalla como lo estuve el día en que mi madre me llevó a ver El mago de Oz en la versión de Judy Garland. Hablo de ello, cargando la suerte, porque fue importante, en el libro de memorias que ahora escribo. Siempre, desde aquel día, he procurado seguir el camino de baldosas amarillas por entre campos de amapolas.

Avatar es una película de indios y vaqueros. Alguien me había dicho que era similar a Un hombre llamado caballo, pero con efectos especiales (y espaciales, añado yo). Razón llevaba,

La tarde anterior a mi ingreso en el quirófano cometí la torpeza de ir a ver La cinta blanca. Me la había recomendado un progre de esos que van al cine como si se pusieran un cilicio en la cintura. ¡Qué horror! ¿Cómo se puede elogiar y premiar, porque premios tiene a tutiplén, una película tan desagradable, tan deprimente, tan aburrida y tan absurda? ¿Será su director un psicópata?

Naoko y yo salimos del cine indignados.

Entre las dos películas citadas corre la distancia abisal que separa a los Estados Unidos de la Europa de Bruselas. Fragante aliento de juventud en la primera; halitosis de cadaverina en la segunda.

Vuelvo al Ruber. Acaban de ametrallar mis partes nobles. Me siento, sin embargo, como una parturienta, porque lo han hecho con epidural. Me dice el cirujano que todo ha ido bien.

Mi operación ha sido la tercera película de la semana. La he seguido de pe a pa en un monitor. Interesante. Mucho mejor, desde luego, que La cinta blanca.

Tecleo estas líneas en mi habitación del Ruber, pero no podré enviarlas al periódico, porque para entrar en internet se necesita un artilugio diabólico del que ni siquiera sé el nombre.

Tengo la cabeza un poco volada. ¿Será por la anestesia? Leo, leo, leo… En la solapa de uno de los libros (Recuerdos ligeros, de Paul Léautaud, Menoscuatro) se dice de ese excelente escritor francés: “Amante y defensor de los animales, misántropo feroz y anarquista aristocrático. Sus últimas palabras fueron: Ahora, dejadme en paz”.

¡Recórcholis! Volada o no, me rasco la cabeza. Yo también soy o quiero ser así. ¿Reencarnación? No, no, me digo. Léautaud murió cuando yo tenía veinte años. Mi abuelo materno, sin embargo, era francés. El individuo al que acaban de extraer un cálculo de catorce milímetros no se siente español.

Antes de entrar en el quirófano dicté a Naoko mi epitafio. Se me ocurrió de repente. Honor y fuerza, le dije. Ese era el lema de Soseki, mi gato. En la lápida figurará su firma.

Claro que también podría ser “humor y fuerza”. Hoy me falta lo segundo. De lo primero voy sobrado.

Publicado en: ...el @ 10:13 Comentarios (3)

EL LOBO FEROZ: La ratonera

No miren el dedo de Aznar. Miren a la luna, que es donde sestean nuestros políticos. Propongo que conviertan las Cortes en teatro abierto al público y que éste pueda patear. Seguro que lo haría, porque siempre ponen las mismas obras. El señor Bono podría recitar el prologuillo de Los intereses creados. Ya saben: he aquí el tinglado de la antigua farsa… Luego asistiríamos a la enésima representación de la tragicomedia de Calixto Zapatero y Melibea Rajoy. ¿Cuántas veces la hemos escuchado mientras reprimíamos los bostezos? Ni que fuese La ratonera de Agatha Christie. En ella, de hecho, nos han metido. ¿Cuándo fue la última vez que salió de la boca de un político algo que no fuese tan incoloro, inodoro e insípido como los discursos del Rey y de Obama? Lo del miércoles fue lamentable. Señorías: nos tienen hartos. Hagan mutis por el foro y permitan que otros actores salgan a escena. Son ustedes quienes nos han metido en la ratonera que antes mencionaba. Los países se han transformado en empresas. España -se lo dijo Zapatero a los del cine- es una marca. Sobran, de ser así, y así es, los aprioris y las ideologías. Fernández de la Mora anunció el crepúsculo de éstas, pero hay ocasos larguísimos y noches blancas. Ortega ya había dicho que ser de derechas o de izquierdas es una de las infinitas formas de estupidez puestas al alcance del hombre convertido en masa. ¿Váyase, señor González? No. ¡Váyanse todos, menos la rosa y la esperanza! Ha llegado la hora de que nos gobiernen los empresarios, los gestores, los contables… Disuélvanse los partidos y pisen el escenario con cabeza fría quienes sepan sumar, restar, multiplicar y dividir. Sugiero -ya lo hice el otro día en lo de Buruaga y el público me ovacionó- un pacto de Estado, sí, pero cuyos firmantes sean, por ejemplo, El Corte Inglés, el Santander y la Cocacola. Gobierno tripartito. También podríamos alquilar las dos cámaras a los japoneses o a los chinos por un monto de la mitad de los presupuestos generales de 2010 con un beneficio industrial del 15%. Mucha gente me para en estos días por la calle para darme la razón. Hora llegará en que el tedio derive a cólera y se reestrene en el teatro de las Cortes el Romance de lobos de Valle-Inclán. El señor de Montenegro, al toparse con la Estantigua, preguntaba en esa obra: ¿Sois almas en pena o sois hijos de puta? No, no… No exageren ni recurran al insulto. Eso nunca. Son sólo una manada de mansos e incompetentes. Échenlos al corral.

Publicado en: ...el @ 10:07 Comentarios (2)

DRAGOLANDIA: Chiloé en la proa y en la popa

¡Por fin! De hoy no pasa. Chi va piano

Estaba ya en la isla, metido hasta el gañote en el remolino de los elementos: agua, tierra, fuego y aire.

Aire, no. Viento de ése que alza las faldas de las mujeres y pone malos pensamientos en las cabezas de los varones.

¿Fuego? Sí. El de los rescoldos subterráneos donde los lugareños hornean con parsimonia las carnes, los pescados y las papas de esa especie de olla podrida o cocidito madrileño a la chilena que es el curanto. ¿Se enfadará alguien si digo que me decepcionó? Tiene fundamento, contundencia y esprit de geometrie, pero le falta el de finesse. El reproche vale para casi toda la cocina del país que estoy recorriendo. Se libra de él, con nota alta, el espectacular cordero patagón.

¿Tierra? También. Suave, ondulada, muy verde y, en la zona meridional, lacustre, inquietante y boscosa.

Del agua ya hablé, y me refería no tanto a la del mar cuanto a la del cielo. De allí llega a todas horas, pero lo hace a ráfagas cuyos resquicios permiten que en un amén vuelva a salir el sol.

Las islas son lugares extrañísimos (las Azores, por ejemplo, o Japón, o Córcega), y ésta lo es en grado sumo. Sus habitantes son alienígenas y alienígena a la inversa me siento yo entre ellos. Sensación de aventura. ¿Soy Avatar?

Chiloé vivió aislada hasta que a mediados del XIX surgió Puerto Montt, que también es un lugar bastante extraño. La carretera que hoy cruza, de norte a sur, toda la isla es de construcción reciente. Poco más de medio siglo.

Voy de aquí para allá, sin rumbo cierto. Cultura propia (brujería, fantasmas, gnomos, espíritus elementales), sorprendentes iglesias de madera con tejado de lo mismo y, al borde del mar y adentrándose, y apoyándose, en él, palafitos que se reflejan en el agua como si no fuese ésta de sal, sino de azogue. En España ya los habrían derribado quienes velan porque se cumpla la ley de costas.

Las fachadas de esas viviendas, que miran hacia el interior, son normales. Su espaldar, voladizo, con las barcazas amarradas a los pilotes, es un Magritte.

Ancud, Tenaún, Dalcaue y, de sobremesa, la prodigiosa isla de Quinchao, pegadita a la de Chiloé, porque todo aquello es un archipiélago en cuyo nomenclátor figuran no menos de cuarenta topónimos.

Bizqueo. Zigzagueo. Voy de sorpresa en sorpresa, de estupor en estupor y de temblor en temblor. Si la isla principal me pareció el planeta Marte, la de Quinchao, minúscula, es un anillo de Saturno. De verdad: no puedo describirla con palabras. Vayan y vean.

Vuelvo grupas. Son las cinco de la tarde. Ya estoy de nuevo en Chiloé. Pongo el hocico del coche hacia la zona de Caulín. Termina el asfalto. Me adentro en territorio off limits, aunque no comanche. Pistas de guijarros que corren a lo largo de la raya del mar. Mareas, salinas, aves acuáticas, caballos, vacas, pastizales, dinosaurios, posiblemente, aunque no alcance a verlos, El mundo perdido de Conan Doyle, las Crónicas marcianas de Bradbury, los escenarios de las aventuras de Juan Carter inventadas por quien inventó a Tarzán y, de repente, oh milagro, dos o tres hotelillos rurales, deliciosos, primorosos y especializados en la degustación de ostras, salmones y champañas.

Paladar, ¿para qué te quiero? Es Nochebuena, aunque sean las seis y pico de la tarde, o nochenunca, mejor dicho, porque, en efecto, no anochece. Cosas del verano austral y festín navideño al canto. Me precipito al interior de una de las posadas y encargo bandejas y más bandejas de ostras fresquísimas, lonchas y más lonchas de salmón que no les van a la zaga… Todo ello, la duda ofende, bien regado y, por si fuese poco, baratísimo. Felicidad, sensualidad y, cómo no, buena voluntad. Pax in terra. Burbujas en el alma.

Puerto Montt. La ciudad está desierta. Renovada y fantástica sensación de aventura extraterrestre. No anochece, no anochece, no anochece. Son y no son las nueve de la noche, cinco o seis horas, no sé ya si antes o después, en España. Después, después, me dice Naoko. ¿De veras? ¡Qué lejos me queda eso!

Mañana embarcamos hacia Puerto Natales, Punta Arenas, Ushuaia… ¿El fin del mundo?

Publicado en: ...el @ 10:04 Comentarios (1)