DRAGOLANDIA: Cálculos, películas y epitafios

Seré hoy breve y vaciaré el burel tirándome al rincón de Ordóñez.

Estoy en el Ruber de Juan Bravo, que siempre me recuerda a un hotel de cuatro estrellas. El doctor Roque Mir me ha extraído con pulso firme un cálculo del uréter.

Mejor dicho: lo ha pulverizado con una especie de periscopio que para sí hubiera querido el malo de la película Avatar.

Por cierto: el otro día fui a verla, y me encantó. Me quedé tan embobado ante la pantalla como lo estuve el día en que mi madre me llevó a ver El mago de Oz en la versión de Judy Garland. Hablo de ello, cargando la suerte, porque fue importante, en el libro de memorias que ahora escribo. Siempre, desde aquel día, he procurado seguir el camino de baldosas amarillas por entre campos de amapolas.

Avatar es una película de indios y vaqueros. Alguien me había dicho que era similar a Un hombre llamado caballo, pero con efectos especiales (y espaciales, añado yo). Razón llevaba,

La tarde anterior a mi ingreso en el quirófano cometí la torpeza de ir a ver La cinta blanca. Me la había recomendado un progre de esos que van al cine como si se pusieran un cilicio en la cintura. ¡Qué horror! ¿Cómo se puede elogiar y premiar, porque premios tiene a tutiplén, una película tan desagradable, tan deprimente, tan aburrida y tan absurda? ¿Será su director un psicópata?

Naoko y yo salimos del cine indignados.

Entre las dos películas citadas corre la distancia abisal que separa a los Estados Unidos de la Europa de Bruselas. Fragante aliento de juventud en la primera; halitosis de cadaverina en la segunda.

Vuelvo al Ruber. Acaban de ametrallar mis partes nobles. Me siento, sin embargo, como una parturienta, porque lo han hecho con epidural. Me dice el cirujano que todo ha ido bien.

Mi operación ha sido la tercera película de la semana. La he seguido de pe a pa en un monitor. Interesante. Mucho mejor, desde luego, que La cinta blanca.

Tecleo estas líneas en mi habitación del Ruber, pero no podré enviarlas al periódico, porque para entrar en internet se necesita un artilugio diabólico del que ni siquiera sé el nombre.

Tengo la cabeza un poco volada. ¿Será por la anestesia? Leo, leo, leo… En la solapa de uno de los libros (Recuerdos ligeros, de Paul Léautaud, Menoscuatro) se dice de ese excelente escritor francés: “Amante y defensor de los animales, misántropo feroz y anarquista aristocrático. Sus últimas palabras fueron: Ahora, dejadme en paz”.

¡Recórcholis! Volada o no, me rasco la cabeza. Yo también soy o quiero ser así. ¿Reencarnación? No, no, me digo. Léautaud murió cuando yo tenía veinte años. Mi abuelo materno, sin embargo, era francés. El individuo al que acaban de extraer un cálculo de catorce milímetros no se siente español.

Antes de entrar en el quirófano dicté a Naoko mi epitafio. Se me ocurrió de repente. Honor y fuerza, le dije. Ese era el lema de Soseki, mi gato. En la lápida figurará su firma.

Claro que también podría ser “humor y fuerza”. Hoy me falta lo segundo. De lo primero voy sobrado.

Publicado en: ...el 01 Julio 2010 @ 10:13 Comentarios (3)

3 comentarios

  1. A 02 Julio 2010 @ 00:53 Trigolimpio dijo:

    A 01 Julio 2010 @ 10:22 Trigolimpio dijo:

    BUEN DRAGÓ, GRACIAS MIL POR NO HABERNOS OLVIDADO.

    Ya estábamos temblando.

    SOSEKI estará haciendo capriolas de alegría, intentando zarpar a la estrella polar -o a la misma Venus- para jugar con ellas, inundado de luz y de agradecimiento.
    Pues aquí nos reunimos los “SOSEKIANOS”, incluso los que nunca tuvieron gatos ni piensan tenerlos.

    A la Derecha, a la Izquierda, o en el Centro del globo, este mundo es una carpa pobladita de monos y SOSEKI lo sabe . . . y nos mira INDULGENTE.

    Un MIAU agradecido

    Trigolimpio

  2. A 02 Julio 2010 @ 06:54 Trigolimpio dijo:

    Que te mejores, BUEN DRAGÓ !

    SALUDos respetuosos

    Trigolimpio

  3. A 04 Julio 2010 @ 13:25 Antonino dijo:

    Por Navarra cruzará el Real Camino
    de Santiago, un camino respetado,
    como también la esencia del pasado
    y el paso obligado del peregrino.
    La Rioja –región de excelente vino–,
    Castilla y León –de paisaje variado–
    y Galicia –la del inmenso prado–
    fueron sucediéndose en su destino.
    Un destino que cambió en Compostela
    cuando acabó de dar gracias a Dios
    y quedar liberadas su mente y alma.
    Días después, estando la mar en calma,
    consultó a Dragó si Pérez Galdós
    publicó algo sobre barcos de vela.