EL LOBO FEROZ: Vidario
Es un neologismo. El inventor de éste se llama Andrés Trapiello. Viene el palabro en el décimo sexto volumen ―Troppo vero (Pre-Textos)― de su Salón de pasos perdidos. Una novela en marcha: así define su autor a la empresa literaria de mayor envergadura, por tamaño, estilo y calidad, que jamás se haya acometido en la historia de nuestras letras. ¿Exagero? Sí, pero muy poco. Sólo los Episodios Nacionales de Galdós rayan a la misma altura. No me obliguen a elegir entre Proust y Trapiello, porque elegiría a éste y a los envidiosos les saldría un sarpullido. Me acojo a mi libertad de lector, pues sin libertad no hay lectura. De lector fatigado, me apresuro a añadir, porque tampoco exagero si digo que a lo largo de la vida habré leído no menos de veinte mil títulos, lo que explica mi cansancio. «Para quien disfruta de la profunda ocupación de escribir, dice Trapiello, leer no es más que un placer secundario». Pocos, muy pocos son ya los libros que consiguen despertar mi interés, retener mi atención y recibir mi aprobación, pero una vez al año, una sola vez, desde hace quince, aguardo la salida de la nueva entrega de esta historia interminable con la misma expectación y avidez con la que en mi infancia acudía el 6 de enero al mirador en el que los Reyes Magos, atendiendo a mis súplicas escritas, descargaban los libros de sus alforjas. Ese advenimiento anual, esa fiesta del castellano, ese Pentecostés, el del Salón, me condena al dulce suplicio de pasar varias noches en vela. Dos, al menos, en el caso del que hablo, a más de otras tantas sobremesas, porque son libros que frisan ya en las ochocientas páginas. Me debes muchas horas de insomnio, Andrés, de igual modo que yo te adeudo el intenso y extenso placer que la lectura de tu novela en marcha me proporciona. Es un milagro. Resucito, como lector, con ella. Únase, pues, a tu troppo vero mi allegro con brio. Estamos en paz. O no, porque voy a citarte de nuevo y no eres tú, sino yo, quien cobra por la columna: «Esto, señores, no es más que un vidario, el lugar en el que concurren los sueños y las vidas de las gentes». ¡Ele! Tengo aquí a mi vera, junto a la mesa de trabajo, el Decálogo del Escritor de Hemingway. Su tercer mandamiento reza: «mézclate estrechamente con la vida». Trapiello sabe que sin ella la literatura carece de sentido. No repica hoy en nuestras letras ningún escritor tan alto, ancho, hondo y puro como él. Dicho queda. Deuda saldada hasta dentro de un año.