EL COBAYA: Melatonina: el tercer ojo
Cobaya y disidente. Lo primero ―será el epígrafe de esta columna― porque sólo aconsejo lo que en carne y alma propias he experimentado. Lo segundo, porque tal es mi yo y así me hizo mi circunstancia.
Disidente, por cierto, hasta tal punto que voy a disentir, para marcar territorio en mi primera entrega, de lo que hace una semana decía aquí mismo, a cuento de la melatonina, José Antonio Vera, director de este suplemento. Proponía mi nuevo jefe razonable y razonada cautela en el consumo de la hormona en cuestión, segregada por la glándula pineal, y yo les digo: no la tengan, es innecesaria, puede ingerirse sin riesgo alguno (a condición, claro, de que tengan más de cuarenta abriles).
Yo lo hago ―ingerirla― noche tras noche desde la primavera de 1996. Doce años, como prueba clínica de laboratorio orgánico, son, creo, garantía suficiente.
Deglutí la primera dosis, mínima, en un hotel de La Habana. Fue fulminante. Tenía que escribir un guión cinematográfico de sesenta páginas. Me salieron, en cosa de ocho días, como quien hace churros, casi doscientas. La película no se hizo, pero era buena. Desde entonces, como digo, ni un solo día he dejado de consumir tan mirífico producto. Eso sí: tuve que convertirme en contrabandista para traerlo desde los Estados Unidos burlando el bloqueo que la liberticida Europa ―y no digamos España― impone a sus súbditos.
La glándula pineal coincide, curiosamente, con lo que en las tradiciones sapienciales y salvíficas del hinduismo, el budismo y el taoísmo llaman Tercer Ojo: el del chakra del entrecejo, el que se abre a la transrealidad, el que convierte en visible lo invisible… Átense cabos.
Hace tres años me operaron del corazón: tres by-passes (lean mi libro Kokoro: lo conté todo en él). El médico de cabecera, internista del Ruber y director en él de la Unidad del Sueño, me aconsejó entonces que siguiera tomando melatonina y que doblara la dosis. Lo hice. Tomo ahora cinco miligramos al día, veinte minutos antes de acostarme, y aquí me tienen: dos programas de televisión, tres libros en diez meses, conferencias a granel, columnismo, reportajes, viajes bravos, alguna que otra juerga y, encima, ni siquiera cojo la gripe. Toquemos madera de caoba. Me moriré, por chulo, dentro de cinco minutos.
José Antonio Vera terminaba su editorial diciendo: “La melatonina parece inocua, pero no se sabe hasta qué punto”. Bueno, pues yo, Director, sí que lo sé. Lo parece y lo es. Llama de mi parte al Ruber, pregunta por el doctor Luis Domínguez, que a veces colabora en estas páginas, y él te lo corroborará y, si tienes problemas de insomnio (¡ojalá no sea así!), te los resolverá.
Las columnas siempre son demasiado breves. Tendré que volver sobre este asunto: el del liberticidio terapéutico español y europeo. La melatonina, como tantas otras cosas, es alimento y no medicamento. ¡Y aunque lo fuera! ¡Viva el libre albedrío! Adulto soy y, en cuanto tal, meto en mi cuerpo lo que me viene en gana.
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