EL LOBO FEROZ: Yo también

Pues sí: yo también, Cayetana, me autoinculpo, aunque no, como tú, por solidaridad, sino por remordimiento.

Así ―Me autoinculpo― se titulaba, a pie no sólo de caye, sino también de clínica, comisaría y juzgado, tu última columna. Era excelente, y lo digo sin ironía. Pero una cosa es la excelencia y otra la coincidencia. Se coincide sólo en la evidencia.

Y la evidencia nos dice que el nascituro ―embrión o feto que sea― tiene cuerpo propio, instalado durante nueve meses en el vehículo de un cuerpo ajeno. Todos ―mujeres, hombres y niños― deberían ser dueños de su propio cuerpo. Seguro que en eso coincidimos. Ahora sí que recurro a la ironía.

Iba a escribir hoy de Ezpaña (Zapatero y Enric Sopena), Eppaña (Rajoy y César Vidal), Ejpaña (Bono), Expaña (yo) y España (¿quién?), pero tiempo habrá para poner a hervir esa sopa de letras. Lo tuyo, Cayetana Guillén, hija de un hombre que se llama como yo y con el que muchas veces, a causa de nuestro parecido físico, me han confundido, también tiene que ver con España: la del 9 de marzo.

No sé si tu padre y yo seguimos pareciéndonos. Nuestra fisonomía ha cambiado. El varón, según Gabo, descubre que ha empezado a envejecer cuando se mira al espejo y el azogue le devuelve el rostro de su padre. Le pasó a Juan Cruz mientras escribía Ojalá octubre. Su malquerencia hacia mí no quita: es un buen libro.

Yo, en cambio, por la semejanza a la que aludo, siempre he sentido hacia ti querencia buena, de padre que no lo es, trufada, incluso, de reprimida, platónica a la fuerza y nunca confesada lascivia incestuosa.

Y tu padre, por suerte para todos, no te abortó.

Tu padre, digo, porque también los hombres abortamos, a fuer de cómplices o de instigadores, cada vez que por comisión o por omisión nos implicamos en el aborto de las mujeres a las que hemos dejado encinta.

Si eso es así, yo llevo sobre la conciencia el peso de cinco abortos. Todos ellos se remontan a los felices sesenta, cuando fui progre, y tienen un rasgo en común: el de la frivolidad. Nosotros, los de entonces… ¡Si yo te contara!

No dispongo aquí de espacio para hacerlo. Una de mis hijas ―tú la conoces― nació porque fue concebida en un puerto de Taiwán y ni su madre ni yo éramos capaces de organizar un aborto en chino. Cuando lo pienso se me eriza el alma. Pero no es sólo por eso por lo que ahora, Cayetana, yo también, como tú, me inculpo, aunque en sentido contrario, y te digo, a cuento de esas cinco espinas y remedando a Bartleby, que preferiría no haberlo hecho.

Entiendo, sin embargo, tus razones, hago mía la compasión que el problema exige y ni se me pasa por la cabeza la demoníaca idea de meter en la cárcel a quien aborta. No son sórdidas noticias policiales (Borges) lo que el asunto exige, sino alta filosofía. Filosofía, digo, y no, al menos en mi caso, teología.

Cuando quieras, en sesión de noche o en matineé, o incluso en negligé y en tu boudoir, te la expongo. Seguro que nos entendemos, y no me entiendas tú, ahora, mal, pues no lo digo por lo del incesto.

O sí. ¡Qué sabe nadie!

Publicado en: ...el 29 Enero 2008 @ 13:10 Comentarios desactivados

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