EL LOBO FEROZ: Carroñeros (2)

Danza de la muerte orquestada en el osario de Barajas por quienes gusanean en el estercolero de la política. A un panal de rica miel… Cabría aplicar el beneficio de la duda a los que no se personaron con lencería de cinismo bajo su ropa de luto y lágrimas de actrices de La casa de Bernarda Alba en ninguno de los escenarios de la tragedia por ellos convertida en farsa, pero también cabe suponer que no fue el respeto al dolor ajeno lo que motivó su ausencia, sino la imposibilidad de llegar a tiempo para sacarse la consabida foto. Seguro que casi todos los ausentes chicoleaban con pareos de Dulce Galbana por hotelazos de siete estrellas o hacían hoyos de golfería sobre céspedes regados por los impuestos de sus súbditos. ¿Qué pinta un jefe del gobierno, un ministro, un líder de la oposición, un cabecilla de partido o todo un rey de España en los funerales de personas con las que no tiene vínculo alguno? Imaginen ustedes que acaban de morir sus madres, sus cónyuges o sus hijos, y que están velándolos, y que en eso suena el timbre de la casa y aparecen, con trajes que huelen a naftalina y aspecto de fantasmones de la Santa Compaña, Zapatero con las cejas a media asta, Pepiño Blanco vestido de lo opuesto a lo que su apellido asegura, Rajoy con mechas negras en el pelo de la barba, la ministra de Fomento llorando como una Magdalena, la Fernández de la Vega con disfraz de diseño de plañidera siciliana y Javier Arenas con capirote de capuchino. ¡Zas! Se acabó el duelo, empezó el protocolo. Todos de pie, sorbiéndose las lágrimas, secándose los mocos con el dorso de la mano, poniendo sonrisillas de circunstancias, conteniendo la indignación producida por la presencia de gentes a las que nadie había dado vela en el entierro… Hay un cuento de Cortázar, tronchante, en el que explica cómo apoderarse desaprensivamente de un velorio en el que no se toca pito alguno. Eso, tal cual, es lo que han hecho los políticos en el accidente de Spanair. Intrusismo de pésimo gusto, escalofriante no sólo por serlo, sino por travestir de altruismo el más nauseabundo egoísmo. Buscaban fotos y votos. Han conseguido las primeras. En cuanto a los segundos… Mi ingenuidad confía en que aún queden españoles de bien dispuestos a retirar su apoyo a todas y cada una de las cien mil moscas que han acudido al panal de amarga miel de la hecatombe. Yo no voto a buitres, gusanos y sepultureros.

Publicado en: ...el 27 Agosto 2008 @ 13:45 Comentarios (7)

EL LOBO FEROZ: Carroñeros (1)

Me asquea lo que en estos días hemos visto, leído y oído. Prensa, radio, televisión: todos a una y durante todo el día. No había escapatoria posible, excepto la de esos monos de Buda que se tapan los ojos y las orejas. No me refiero al coñazo de Pekín, sino al zafarrancho de carroña organizado en torno a la hecatombe de Barajas. Sólo cabe excluir de él a los familiares y amigos de las víctimas, y tampoco a todos, pues algunos han arrimado la jeta al afán de notoriedad. Yo, si un ser querido estuviera de cuerpo presente, no me prestaría a hacer declaraciones para la galería. Cuestión de estómago. Pero son otros quienes acaparan el medallero de los metales viles en los juegos olímpicos de la putrefacción. La muerte como espectáculo, negocio, vanidad y ocasión de trepa. Bandadas de avechuchos carroñeros que baten las alas y dan saltitos alrededor de la casquería, moscas que acuden al muladar. Empecemos por las gentes del común. ¿A quién diablos aplauden los pasmarotes que guardan inútiles minutos de silencio en las plazas públicas? Públicas, digo. En privado no lo harían. Quieren presumir de buen corazón. Pura pamema, la del minutito de silencio o la de las velitas cursis, que para nada sirven, y estúpida costumbre la de despedir con aplausos a los muertos. ¿A quién diablos aplauden? ¿A quienes mueren, por hacerlo bien, a la Muerte, por matar como Dios manda, o a los deudos del difunto, por pasarlo mal? No. Se aplauden a sí mismos: ¡mirad qué buenos somos! ¿Por qué, ya puestos, no ovacionan a los que mueren en las carreteras, en los hospitales, en Iraq o en Afganistán? ¿Qué pasa? ¿Que solo debe rendirse homenaje audiovisual de hipocresía a quienes lo hacen aquí cerca, de repente y en montón? ¿Abucheamos a los otros? Ya decía Jardiel Poncela, mordazmente, que los muertos, por muy mal que lo hagan, siempre salen a hombros. En cuanto a los periodistas, ¿a qué tan inmisericorde fisgoneo, tan reiterativo lujo de detalles? ¿Es necesario aburrir a la gente o excitar sus bajos instintos con pormenores sádicos o técnicos que sólo deberían conocer, porque a nadie más interesan, los miembros de las comisiones y estamentos encargados de investigar lo sucedido y actuar en consecuencia? ¿Es ético y estético agredir a bocajarro con alcachofas de metal, apuntar con cámaras indiscretas o formular preguntas impertinentes a quienes acaban de perder a alguien querido? Telemierda, radiobasura, prensamugre. Vergüenza daba ver a los presentadores de los telediarios vestidos de luto. Fui a La Noria el sábado y quisieron ponerme en la solapa un lacito negro. Me negué. El dolor, si no va por dentro, es histrionismo de plañideras. De luto iban también los políticos que acudían al pudridero para salir en las fotos. No sentían pena. La daban. Vomitivo paripé. Buitres. Buscaban votos. Quédense para mañana.

Publicado en: ...el 26 Agosto 2008 @ 13:50 Comentarios (1)

O.K. Corral

Pedía Javier Villán el otro día la celebración de un duelo -mano a mano, cara a cara, taleguilla a taleguilla- entre José Tomás y Miguel Ángel Perera, faraones los dos en esta nueva edad de oro de la tauromaquia, pero añadía después que ese desafío no debería librarse en un escenario tan modesto como lo es la plaza de Cuenca. En lo primero, acertaba; en lo segundo, se equivocaba. Si no hay, Javier, enemigo pequeño, cómo va a haber coso que le quede chico a dos toreros tan grandes. Troya fue Troya no por las dimensiones de su recinto, sino porque ante su muralla se enfrentaron dos guerreros de cartel: Aquiles y Héctor.

El domingo, en Cuenca, vimos la adaptación a la pantalla del toreo de una película que ha pasado a la historia del cine con justificada reputación de obra maestra: en España se estrenó con el título de Pasión de los fuertes. Se basaba en un hecho histórico, aunque legendario: el duelo que a tiro limpio se celebró en el O.K. Corral de Tombstone, Arizona. Anduve hace tres meses por allí y comprobé de primera mano que el fragor del tiroteo sigue. Varias veces al día se reproduce en el mismo lugar, con trajes de época y pólvora en salvas, para solaz de los turistas.

Hubo luego otra versión de esa película. Duelo de titanes fue su título.

¿Por qué tanto preámbulo, se preguntará el lector, antes de entrar en el relato de algo que no fue cine ni, por lo tanto, ficción, sino corrida de toros, aunque también obra maestra de ese arte, celebrada en una plaza, modesta, como dije, a la que, por ello, y por que andaba él en otra de más rango y aforo, la de Bilbao, no quiso venir Javier Villán? Pues por paralelismo: Cuenca fue el domingo O.K. Corral en el que por primera vez se enfrentaban no Henry Fonda y Victor Mature, ni Burt Lancaster y Kirk Douglas, sino dos matadores de toros, y no de hombres, tan titánicos y tan fuertes, y tan apasionados en sus respectivas y muy diferentes maneras de entender y practicar el toreo, como lo son Perera y Tomás.

Fue un espectáculo grandioso, colofón de una jornada perfecta. David Gistau y este servidor de nadie salimos de buena mañana hacia el lugar de autos y a eso de las dos ya estábamos en un restaurante de verdad, de los de toda la vida, el de Las Casas Colgadas, dándole gusto al diente, el gaznate, la conversación y la vista, porque desde la terracilla del reservado que nos acogía, asomada al abismo de la hoz del Huécar, se columpiaban los ojos sobre un paisaje de los que cortan el resuello. La sobremesa, jugosísima, se prolongó hasta las cinco y media. Romi, la mujer de Gistau, que por ser argentina no está al tanto de los pelos y señales del nomenclátor taurino, llamó Flaquito de Córdoba al torero que completaba la terna, y sospecho que el apodo, atinadísimo, se le va a quedar de por vida. Nos acompañaban otros amigos, entre ellos el alcalde de la ciudad, Fran Pulido, y con él salimos todos escopeteados hacia la plaza, que estaba de dulce. Yo no la conocía, pero me pareció, amigo Villán, primorosa. Seguro que en la llanura de Ilión no hubiera desmerecido de la que Homero cantó en sus versos.

El ganado de La Palmosilla tuvo lámina, poca fuerza y, a veces, mucho peligro, pero no impidió el lucimiento de quienes lo toreaban. Olvidémonos de Flaquito. Todos habíamos ido allí para ver un duelo de titanes, y lo vimos. No puedo entrar en pormenores. Ya los dio ayer Arruelo. Tres orejas se llevó Tomás y cuatro, subiéndose a las barbas de la gloria, su oponente, y las siete fueron merecidas. Felicitémonos: a partir de ahora, como Villán pedía, el gran reto está servido. La Fiesta lo necesitaba y lo tendrá. Lagartijo y Frascuelo, Espartero y el Guerra, Manolete y Arruza, Belmonte y Gallito, Ordóñez y Luis Miguel… Rivalidad de grandes del toreo (y, por ello, de España) que se resuelve en fraternidad. Los extremos se tocan y los héroes –Héctor y Aquiles- también. Dos formas diferentes, decía, pero complementarias, añado, de enfrentarse al toro. Tomás lo hace hacia dentro y transmite dificultad: el sentimiento trágico de la vida. Es Unamuno. Perera lo hace hacia fuera y transmite facilidad: alegría de vivir. Es Picasso. ¿Exagero? Seguro que sí, pero lo que vi el domingo me exime de culpa. Los dos toreros, que no vaqueros, del O.K. Corral están en un momento de plenitud. Son meteoros que se cruzan. El 11 de septiembre volverán a hacerlo en Valladolid, y la plaza echará chispas. Podría ser estallido de supernova. Enfréntense, por favor, una y mil veces Unamuno y Picasso, Tomás y Perera. Quiero ver durante muchas temporadas sucesivas lo que ocho mil quinientos afortunados -¿te parecen pocos, amigo Villán?- vimos el domingo en Cuenca. Lo dije, en este periódico, a cuento de la reaparición del de Galapagar en Las Ventas, y lo repito ahora: Les jours de gloire sont arrivés.

Publicado en: ...el @ 13:45 Comentarios (7)

EL LOBO FEROZ: Cuerpos

Me llega hoy, con una semana de retraso, el Magazine de El Mundo en el que aparecía la lista de los veinte españoles más apetecidos. Permítanme unos comentarios a pie de sexo. Las mujeres delante. Voy por orden. ¿Elsa Pataky? Me chifla. Es, junto a Mamen Mendizábal, Cayetana Alvarez de Toledo y la Aído, una de las cuatro españolas que más me ponen. Seguro que besan de verdad. Bibiana, por cierto, aparece en la lista. Es la última, pero está. Y, ya que hablo de políticas, añadiré que tampoco me importaría jugar un rato con la Pajín (me conformaría con lo que su apellido sugiere) o haberlo hecho con la Chacón antes de quedarse encinta. Espero que ninguna de las tres se enfade. Piropos blancos no ofenden, y los míos, por desgracia, lo son, blancos, aunque quién sabe. Lo mismo también a ellas les hace tilín y les da morbo cepillarse a un adversario. Seguro que me tienen por facha, pero los polos opuestos se atraen y los extremos se tocan. ¿Nos tocamos? Recupero el orden y la compostura. Después de la Pataky viene Penélope. No es mi tipo. No me gustan flacuchas ni con el pelo largo. ¿Paz Vega? Guapa de patatús, qué duda cabe, pero vista de lejos y desde fuera parece un témpano. Nunca sabré si lo es de cerca y por dentro. Lástima. Patricia Conde la tiene tomada conmigo, y por algo será, pero nunca sabe lo que hice la última noche. Va siendo hora de que se entere. La he invitado a cenar y a librarse de su obsesión en campos de pluma, pero no acepta. Es una cobardica. Doña Letizia… Chitón, Dragó, no te metas en líos. Diré sólo que parece triste. Yo también lo estaría. ¿Qué tendrá la Princesa? Los palacios son cárceles donde a la más hermosa nacen canas. Belén Rueda: inteligente, enigmática, interesante. Hubo una época en la que los dos teníamos casa en la misma urbanización alicantina, pero nunca coincidimos en la playa. Ahora ya no me baño. Ana Rosa tiene estilo y piernas de fuste dórico, pero es un poco mayorcita para mí -los chinos dicen que la mujer debe tener la mitad de los años del hombre, más uno… ¡Oigan, que son los chinos, y no yo, quienes lo dicen!- y estuvo casada con Garci. Las mujeres de los amigos son territorio off limits. Octava posición: Ruth Núñez. No sé quién es. Novena: Pilar Rubio. Tampoco. Lo siento, chicas. ¿Me enviáis una foto? Que sea de cuerpo entero, reversible y en relieve. En cuanto a los varones, sólo dos me parecen guapos: uno por ser torero -Cayetano… ¿Quién si no?- y el otro, Javier Bardem, por su bravura de toro. Si yo fuese hembra, me encamaría con los dos. No lo haría, en cambio, con Rafa Nadal, aunque me cae bien, pero eso no basta, ni con José Tomás, pese a la querencia que le tengo. Ignoro quiénes son Fernando Torres, Sergio Ramos, Darek y Cantizano. Lo siento, chicos. No quiero foto. Del Príncipe digo lo que de la Quintana dije: está un poco pasadito. ¡Pues anda, que lo de Zapatero! Okupa el último lugar. Con ka, por favor, que es un intruso. ¡Sólo faltaba que también apareciera en la lista Rajoy! Perversiones. Hay gente en España para todo.

Publicado en: ...el 19 Agosto 2008 @ 12:48 Comentarios (1)

José Tomás naufraga en El Puerto

La corrida del pasado domingo enfrentó en un mano a mano a dos modos de entender la lidia, a José Tomás y a Morante de la Puebla. Dos escritores y colaboradores habitualdes de El Mundo, Fernando Sánchez Dragó y Fernando Arrabal, defienden, cada uno en su estilo, dos personalidades que se cruzaron en la corrida del año. La cita de El Puerto de Santa María era la más esperada. Aficionados de toda España se citaron en la localidad gaditana para presenciar un lance de primer orden. Por un lado, José Tomás, que tras ser cogido, y como escribe Sánchez Dragó, «iba por la arena desencajado, fuera de sí. Perdía mucha sangre, y como de costumbre en él, no pasó por la enfermería». Enfrente, y al lado, Morante. Arrabal, que viajó expresamente desde París, escribe así de el de La Puebla: Qué gran poeta del mundo / desde la Ceca a la meta, / desde lo poco a la pica, / con Buñuel y con Dalí, / cuando cuajó, cojonudo, / la poesía de la emoción.

Se cumplió el dictum: corrida de expectación, corrida de decepción. Nos las prometíamos muy felices. ¿Quiénes? Todos los que teníamos entrada de lo que fuese para ver cómo se cruzaban en la plaza de El Puerto las dos líneas maestras de la tauromaquia: la de Belmonte, Manolete y Tomás, y la de Curro, Paula y Morante, la del valor, la hombría, la quietud y la verticalidad plantadas en la boca de riego de un terreno que según el catastro de la torería sólo lo es del toro, y el duende, la gracia y la caprichosa inspiración de los artistas que no invaden los dominios del toro, sino que traen éste a la jurisdicción del hombre y lo inscriben en una geometría de círculos eslabonados cuyo centro es la muñeca de quien los traza.

No hubo caso. Lo mejor sucedió antes de la corrida y fuera de la plaza, mientras comíamos en el Patio de las Siete Esquinas, arremolinados, gentes como Arrabal, Jesús Quintero, Diego Bardón, Gómez Angulo, Javier Villán, David Gistau, Silvia Camacho y la virtud teologal de la esperanza.

Fue de locos. Baste una muestra: narraba Arrabal intimidades de su vida conyugal y Gistau, que ha visto mucho, no daba crédito a lo que oía. Nos fuimos juntos hacia la plaza, y por allí, pegaditos casi todos a nuestros asientos del 3, andaban otros nombres de relumbrón: Soledad Becerril, Calderón, Antonio Gala, Almudena Grandes, Luis García Montero… A mí, lo juro, me confundió un espectador con Marichalar.

Todo fue ceremonia del absurdo, sainete de teatro pánico, opereta, astracanada. Si Gistau, antes, no daba crédito a lo que oía, yo empecé a no dar crédito a lo que veía. Lo primero que saltó al ruedo fue una gallina mulata chorreada. La tiraron desde un tendido de sol y no había forma de devolverla a chiqueros. Su captura fue desternillante.

Luego no hubo ganado, sino desganado: seis morcillas de pata negra que embestían (es un decir) cabeceando como esos perritos de cuello móvil que llevan los horteras en la bandeja culona de los coches. Lo de pata negra no lo digo por la calidad, sino porque los presuntos toros parecían cochinos de bellota de pocilga. El quinto, de hecho, llevaba medio cuerpo cagado y, como era melocotón, se le notaba mucho.

José Tomás, desde el instante en que el primer verraco lo hirió de gravedad, no quiso ni pudo. Iba por la arena desencajado, fuera de sí. Perdía mucha sangre y, como de costumbre en él, no pasó por la enfermería. La cornada fue estúpida, de principiante, de novillero sin picadores. Se quedó al descubierto en el morro del bicho y no hizo nada para burlar su testarazo. Fue un ofertorio inexplicable. El de La Puebla, que toreaba a favor de un público decidido de antemano a jalear lo que le echaran, engañó a sus incondicionales con posturas que no eran pases. Se esforzó en el cuarto, eso sí, y lo pagó con una crisis de ansiedad. A partir de ahí todo fue dislate.

Diez minutos de parón y desconcierto. Manolo Orta se arrancaba por fandangos desde un tendido de sol, en los graderíos reinaba el cachondeo y una troupe de areneros que parecían chicas de Coslada barrían incesantemente el coso, transformándolo en escenario de zarzuela barata, para entretener la espera. Sólo les faltó cantar zortzicos. Lo lógico es suponer que a Morante, en el ínterin, le pusieron un buen chute de ansiolíticos en vena, porque salió zumbado, daba tumbos y todo aquello, más que lidia de toros y de toreros, terminó siendo etapa del Tour. Lo digo no sólo por el dopaje, sino porque los dos protagonistas de lo que iba ser corrida del año salieron con la pájara.

¿Triunfadores el domingo? Hubo tres: El Juli, Manzanares y Perera. Su sombra pesaba, su recuerdo se agigantaba. ¿Toreará Tomás en Cuenca junto al de Badajoz? Está por ver.

Publicado en: ...el 12 Agosto 2008 @ 12:41 Comentarios (3)

EL LOBO FEROZ: Muerte de Mónica

Agosto fúnebre. Se está muriendo todo el mundo. La dama del alba no veranea. Julio y agosto son para ella días laborables. Trabaja a destajo y a deshora. No se va los domingos a la sierra. ¿Será por el cambio climático, por la recesión o porque la especie se extingue? Mamá Roma debería trasladar el día de Difuntos al 2 de agosto, inmediatamente después de la fiesta de todo Losantos. Los huesos de Federico terminarán en las confiterías cuando los jueces dicten contra él sentencia de pena capital. ¡Menuda racha llevamos! Luis Cencillo, Leopoldo Alas, Solzhenitsin… La intelectualidad diezmada. Se ha muerto, incluso, un tío mío, casi nonagenario, al que todos teníamos por inmortal. Era el penúltimo que me quedaba. El día menos pensado voy a morirme yo. Ocupo el quinto puesto en la fila de mi familia por orden de antigüedad. ¿Quiere alguien que le dé la vez o, mejor aún, que le ceda el asiento? Más vale tomarse estas cosas a risa. Estoy, como ven, de excelente humor negro. He instalado un ataúd en mi despacho. No es broma. Pueden verlo en mi web. Si el patatús me pilla cerca, hincaré el pico allí sin pasar por el catre. Soy muy mirado. Los míos ni siquiera tendrán que cambiar las sábanas. Más vale prevenir. Luego, cuando se presenta de sopetón la guadaña, todo son prisas. En ese ataúd, de momento, sólo yace, a la espera de que llegue su dueño, mi máquina de escribir. Era una Olympia, modelo Mónica. No la he metido dentro. Está de cuerpo presente sobre la tapa. Falleció, la pobre, el otro día, y aunque era ya muy vieja, no lo hizo de muerte natural. La maté yo, porque era mía, y no fue eutanasia. La difunta, a pesar de sus achaques, iba tirando y haciendo lo que siempre, desde el día en que la compré, había hecho. Malos tratos. Caiga sobre mí, como sobre Federico, todo el peso de la ley. Fue en defensa propia. Estaba en un callejón sin salida. Actuar de otro modo me habría obligado a cambiar de oficio y de vocación. ¡A los setenta y un años! Emboscada: Bill Gates y Apple me habían acorralado. En El Mundo y en la editorial Planeta ya no aceptaban mis originales, escritos, como siempre lo había hecho, a máquina. Tenía que pasar al ordenador. Me persigné y, con un par, cerrando los ojos por si me la pegaba, salté al vacío. Aquí me tienen. Los míos no dan crédito a sus ojos. Llevo ya quince días manejando un procesador de textos. Aún no sé abrir el correo ni navegar por internet, pero todo se andará. Aprendí a escribir a máquina cuando tenía seis o siete años. Hacía los deberes del cole así. ¿Me cambiará el ordenador el estilo? Eso decía Umbral, que nunca dio el paso. Ya veremos. Incipit vita nova. ¿Vida? Agosto: muerte a granel. Veo desde aquí, echadita en su ataúd, a Mónica y le envío el último beso. Descansen también en paz mi tío Fernando, mis amigos Luis Cencillo y Leopoldo Alas, y el hombre que denunció el gulag. ¿Epitafio? Uno que valga para todos. Lo encontré el otro día. Dice: Ná de ná. Más precisión, imposible. Adiós, Mónica.

Publicado en: ...el @ 11:17 Comentarios desactivados

La “reperera”

Ciertos son los tópicos y, en este caso, los toros. Joselito llevaba razón. Quien no ha ido a ellos en El Puerto, y ése era yo, no ha visto torear. A la vejez, orejas (hubo siete). El sábado pisé una de las tres plazas más bonitas del país y me estrené como aficionado. Ya puedo vivir tranquilo. Para llegar al Sur, y lo pongo con mayúscula porque su capital está en El Puerto, he atravesado media España. ¿Media? No. Tres cuartas partes. De las Tierras Altas de Soria a las columnas de Hércules, nuestro primer torero.

Zafarrancho de canícula: el ciego sol se estrellaba en las duras aristas de las lanzas. Mereció la pena. Aquí, en el triángulo formado por Sevilla, Huelva y Cádiz, está el hoyo de las agujas de la mayor concentración de cultura popular que mis ojos viajeros han visto. Ir en la tarde del sábado hacia El Puerto desde La Quinta de la ganadera Silvia Camacho, donde acogido a su hospitalidad dormía, fue un paseo por los campos del Edén. Medina Sidonia, Jerez, El Portal, tierras feraces, lomas de paleta de pintor, lomos de toro bravo, yeguas de la Cartuja, castillos, iglesias, bodegas, casas blancas y, por fin El Puerto de Santa María, donde a mí, llevándole la contraria a la copla, no me importaría quedarme preso pa’ toa la vía.
Sus mujeres son puñales; su pescado, el mejor del mundo; sus vinos, ¡qué les voy a contar! Llegué a la plaza y el mundo se puso a rozar la perfección. Tres toreros de cartel, tarde redonda, cuadratura del círculo de la tauromaquia. Vi la corrida desde el callejón, encajonado entre dos próceres -Fernando y Alvaro- del linaje de los Domecq. Tuve suerte. Oír sus comentarios era como volver a la universidad. Cada vez entiendo más de toreros y menos de toros. Para cogerles el tranquillo a éstos hay que haberse criado en las dehesas. El tiempo ayudaba. Ni siquiera hacía calor. Ayudaba también el color del cielo, sin una nube, sin un mal gesto, recién planchado, y ayudaba la buena educación y el saber estar del mejor público de toros que hay en la tierra. Pueblo sin plebe: Andalucía.

Llegó el paseíllo y empezó con él una corrida que pasará a la historia. Habrá que contársela a los nietos. Esta columna es un ditirambo, un epinicio. No seré yo quien le ponga pegas a lo que vimos el sábado. Háganlo otros. La afición es rezongona. No es mi caso. No soy crítico ni cronista taurino. Voy a la plaza para disfrutar y emocionarme. Si eso no sucede, me callo y punto. Nunca hablo mal de los toreros. Nadie, tampoco, habló mal, al salir, de El Juli, Manzanares y Perera, ¡estaría bueno!, pero sí hubo aficionados de buena ley -no diré sus nombres, porque son de gente conocida- que refunfuñaban en lo concerniente al ganado. A mí me gustó. Un toro -el primero de Manzanares- ganó a pulso de pitones una vuelta al ruedo muy aplaudida. Otros tres dieron buen juego. Embestían, eran nobles, tenían trapío, se revolvían en un palmo de terreno y acudían de lejos al engaño. Al quinto le sobraban 70 kilos. Era como una mujer jamona. Tenía papada en los cuartos traseros.

El sexto, flacucho, era un cabrón. Fue muy protestado, pero no hay mal que por bien no venga, pues fue en ese toro cuando Perera puso todas las figuras de su baraja boca arriba y subió a los cielos. Antes habíamos visto mucho arte, mucho valor, mucha decencia torera. No descubro nada si digo que El Juli, paso a paso, pase a pase, va constantemente a más y madura de día en día. Torea serio, torea jondo, torea hacia dentro, ensimismado. No cabe ponerle peros. Es valor seguro, y en alza. Manzanares sacó lo mejor de lo que tiene, y tiene mucho. A su primero le hizo una faena de misa mayor, con canónigos, moscatel, botafumeiro y gregoriano. Se llevó las dos orejas, justísimas, y hubiera debido cortar otra a su segundo, que no le concedieron, porque el estoconazo con que lo despachó fue de antología.

En cuanto a Perera… No tengo palabras. Es el futuro. Arrolla. Puede con todo. Tiene ya mando supremo en todas las plazas, en todas las suertes, en todos los terrenos. Torero alto, ancho, largo, valiente, noble, apuesto y esforzado. Lo descubrí en la penúltima feria de Nimes, me impresionó y lo he visto después en muchas plazas: Barcelona, Sevilla, otra vez Nimes, Madrid, incluso en Soria… Habrá que volver a verlo el día 24 de este mes, en Cuenca, junto y frente a José Tomás.

Es el único matador que hoy por hoy puede plantar cara al rey en el favor y fragor del público, aguantar su tirón y acaso, en el futuro, destronarlo. Lo que hizo al último de la tarde, sobreponiéndose a la adversidad y el griterío, yéndose hacia él enrabietado y embraguetado, obligándolo a ser toro, creándolo desde la nada, inventándolo de arriba abajo, jugándosela en la cepa de los pitones y dando sangre, calor y vida a una faena que nadie olvidará, fue de medalla olímpica no ya en Pekín, sino en El Puerto, que no desmerece.

Y hubo todavía más en la tarde del sábado: seis estocadas pluscuamperfectas, seis toros que supieron morir con bravura, con la boca cerrada y de pie, buen trajín de los peones, buenos pares de banderillas, buenas varas… En fin: la repera o, si me permiten la broma, la reperera. Y esta tarde, la del domingo, que para ustedes será la de ayer y sobre la que escribiré mañana, José Tomás y Morante -dos formas radicalmente distintas de pisar el ruedo- correrán el albur del mano a mano. ¿Hay quién dé más? ¡A por ellos, señores, que el coraje, la bravura y la belleza ya se adivinan!

Publicado en: ...el 11 Agosto 2008 @ 11:12 Comentarios (63)

EL LOBO FEROZ: Dopaje

Juegos Olímpicos. Me he ofrecido a ir allí como corresponsal de guerra, y ni caso. Escribo desde la retaguardia y lo hago a cuento del dopaje. Es de suponer que éste acuda a la cita de Pekín. Medio mundo se rasgará entonces las camisetas de cinco anillos mientras los deportistas hacen pucheros, los cronistas se llevan la pluma a la cabeza y los organizadores desempolvan proverbios confucianos. ¿Por qué se da tanta importancia a un asunto al que no se le atribuye ninguna en otros órdenes de la vida? Todo dios, desde que el mundo existe, se dopa o se ha dopado. Sostenía el antropólogo McKenna que el mono se hizo hombre cuando empezó a consumir plantas psicotrópicas. Adán y Eva mordieron el fruto del árbol de la Ciencia, y pasó lo que pasó. Decía, por cierto, Mark Twain que el error de Dios fue prohibir a Eva la manzana, porque si le hubiera prohibido la serpiente, se habría zampado a Satán. En China lo hacen, deglutir la piel seca o beber la sangre de los ofidios venenosos, para follar mejor. Yo lo probé en Japón y… Quizá fuese efecto placebo, pero no estuvo nada mal. Tengo, desde entonces, una víbora de Okinawa metida en una botella de aguardiente y cuando las circunstancias lo aconsejan me sirvo un chupito. El maná también era alucinógeno. Lo tomó Moisés, y vio la zarza ardiente. Lo tomaron los de las Doce Tribus, y fue el Becerro de Oro. ¿Qué había en el menú de la Ultima Cena? Carne y vino de Dios. Da que pensar. El enteólogo John Allegro lo hizo y llegó a la pintoresca conclusión de que Jesús era un hongo a cuyas virtudes visionarias rendían culto los apóstoles. Umberto Eco planteó con guasa la posibilidad de que éstos y su jefe fueran una pandilla de borrachuzos pertenecientes a una cofradía gastronómica. ¿Sigo? ¿Me pongo, por ejemplo, a mencionar artistas que hayan recurrido a estimulantes para aguijonear la inspiración? Los hay a cientos. ¿Invalida eso su obra? ¿Deberíamos destruirla, borrarla de los manuales, expulsarla de los museos y las bibliotecas, prohibir su difusión, desposeer a sus autores de los premios que se les hayan concedido? Los estudiantes de mi época preparábamos los exámenes a fuerza de pastillas. Los de ahora, también. ¿Nos abrirán a todos expediente académico? ¿Invalidarán los títulos? Yo he tomado cafeína para escribir esta columna. Venga, venga, señores… El dopaje no hace al monje. ¿Rebasaría un alfeñique en cabeza el Alpe d’Huez, ganaría el torneo de Wimbledon o batiría en Pekín el récord de los cien metros lisos si se pusiera hasta el culo de anabolizantes? ¿Restan mérito los subidones químicos a las proezas físicas, artísticas, intelectuales o sexuales? Sabido es que Salamanca no da lo que natura no presta. Cualquier deportista puede recurrir a estimulantes si lo juzga oportuno. Los venden en internet. No ha lugar a agravios comparativos ni a merma de la competitividad. Músculos, cifras, distancias, cronómetro, altura, energía, voluntad… Obras y medallas son amores. Lo demás no cuenta.

Publicado en: ...el 05 Agosto 2008 @ 11:12 Comentarios desactivados

TRIBUNA LIBRE: Insultos

Estoy indignado. Tengo ganas de insultar. ¿A quién? A muchos. La indignación ceba la pluma y convierte la lengua en navaja viperina. Se pregunta este periódico por lo que hemos hecho bien y mal en 30 años de democracia. La sentencia condenatoria de Federico Jiménez Losantos responde, en parte, a lo segundo. Sin libertad de expresión no hay democracia posible. La justicia es a menudo, entre nosotros, lunática y prepotente, hace de su toga un sayo de sayón cuando le viene en gana, esgrime distintas varas de medir costillas según quién sea el imputado y eleva a palabra de Dios los antojos de cualquier magistradillo intoxicado por el discurso de valores dominante.

Lo de magistradillo, por cierto, y por si acaso, no es insulto, a tenor de la jurisprudencia sentada por los clásicos (autoridades, los llaman) y por los doctos legisladores de la Española en su gramática, sino mero diminutivo, aunque de intención -eso sí- despectiva. Lo de Española tampoco responde a voluntad de agravio, sino de acogimiento a lo que dicta el uso. ¿Digo bien, amigo De la Concha? ¿Estoy en lo cierto, amigo Ansón? ¿Lo seréis, amigos, y me echaréis una mano si cae sobre mí, por culpa de la gracieta del diminutivo, todo el peso de la Ley Midas?

¿Ley Midas? No, no. Rey Midas, quería decir, aunque vuelto el pobre del revés, porque convierte en mierda cuanto toca. No tenemos, insinué antes y remacho ahora, libertad de expresión, aunque a veces parezca lo contrario. La magistratura, de momento, acaba de cargársela. De sabios y de justicia es decir Diego donde se dijo digo, señores de la Audiencia Provincial de Madrid. Están a tiempo. Libertad de expresión: ¿hay algo más expresivo que un insulto? ¿En qué se quedarían, sin ellos, los clásicos, que en cuestiones de lengua son -ya lo hemos dicho- la única judicatura competente?

Aclárenoslo el filólogo Pancracio Celdrán Gomariz, autor con autoridad de El Gran Libro de los Insultos recientemente publicado por La Esfera. Los hay, en esa obra, a mares, divertidos, jugosos, ingeniosos, apuntalados siempre por la voz del pueblo o de la literatura y admirablemente explicados por la erudición, la buena pluma, el sentido común y el del humor de quien los recopila. El insulto -dice Celdrán en el prólogo del glosario- es uno de los logros de la humanidad parlante y está justificado «siempre que evite llegar a las manos y que actúe como tubo de escape que ayuda a desfogarse». ¿Es, como dicen que dijo De Quincey, digresión, siempre, y nunca argumento recurrir al insulto? Según, según, porque, a veces, quien insulta, define, y quien eso hace, por definición, arguye.

Además, ¿en qué se quedarían los discursos, orales o escritos que sean, si no hubiese en ellos excursos? ¿Agreden o digreden -consiéntanme el neologismo García de la Concha, Anson y don Pancracio- Valle-Inclán en sus esperpentos y Cela en sus historias de ciegos y de tontos? ¿Podían Góngora, Quevedo, Cervantes y Lope, ejemplos obvios, insultar en su siglo, que lo era de monarquía absoluta, a quien les viniese en gana y no puede ahora Jiménez Losantos, muertos ya el Caudillo, Felipe II y el de Olivares, llamar a Zarzalejos o a Gallardón lo que más le pete? ¿Es eso democracia, Pedro Jota? ¿Hemos ido hacia delante o estamos yendo hacia atrás? ¿Dónde el sentido del humor, la correa y el florete? Respóndase al ingenio con ingenio, al insulto con insultos, a los argumentos -cuando los haya- con argumentos y con encogimiento de hombros, si tal se juzga oportuno, a las digresiones, pero no se refugie nunca el ofendido en las faldas de los jueces diciéndoles señoría, pupa, porque eso, además de ridículo, no es función de la justicia, pervierte el significado de ésta, la convierte en abuso de poder y, por ello, en déspotas a quienes la administran y en tribunales del Santo Oficio a los juzgados, resucita el espíritu de la Inquisición y, para colmo, desjarreta el de la democracia, cuyo talón es, en lo que a la libertad concierne, amigo Sancho, tan frágil como el de Aquiles.

No confundan los jueces la defensa del honor de las personas, por ser éste concepto de muy difícil definición y territorio de casi imposible delimitación, con la defensa de la intimidad, que es cosa harto concreta y zona bien roturada, ni, por supuesto, con la calumnia, que no es opinión vehemente, sino falsa y maliciosa información. ¿Delito el insulto? ¿Criminal quien insulta? Jiménez Losantos lo hace, sí, y supongo que seguirá haciéndolo, pues no es hombre que se arrugue, pero nadie se atreverá a negar, porque la evidencia lo abrumaría, que el periodista recién puesto en la picota a causa de sus insultos es una de las personas más insultadas del país. Procese quien lo ha condenado a los bocazas de la secta progre que desde hace mucho tiempo, impunes y por sus chicos del coro jaleados, dedican insultos de toda laya, soeces y desprovistos de ingenio, a un hombre que les da, por cultura, inteligencia, independencia, congruencia, coraje, chispa, amenidad y fluidez, sopas de ajo picante con honda: la de David frente a Goliat, frente a Rajoy y Zapatero, frente al PSOE y el PP, frente a los nacionalistas y los terroristas, frente a El País, Abc, la Ser, la prensa catalana e, incluso, si me apuran, frente a este periódico y lo que su director escribe. Ahí duele.

Se ataca a Federico por envidia y aristofobia: el mal de España. Y por eso, que es vileza, y no porque yo esté de acuerdo o no con lo que dice ni haga mía su manera de decirlo, es por lo que hoy, sin miedo a Midas ni a los progres, cierro filas con él en defensa de la democracia, de las leyes justas y del derecho de cualquier periodista -cualquiera, digo, de cualquier grupo o cuerda que sea- a expresar su opinión en los términos que considere oportunos. ¿Insultantes? Allá él. No es mi estilo, pero… ¡Vive la difference! ¿Qué sería de nosotros, y de la democracia, si todos fuéramos iguales?

Publicado en: ...el 01 Agosto 2008 @ 11:06 Comentarios (29)