Desde el más acá
¡Caramba, caramba, caramba! Estoy abrumado por la cantidad y calidad de las personas, conocidas y desconocidas, que se han dirigido a mí por tierra, mar, aire, teléfono, correo, fax, blog, palomas mensajeras y señales de humo a raíz de la publicación de la penúltima y antepenúltima entrega de Dragolandia (”Morir habemus” y “Con pocos pero doctos libros juntos…“).
Tengo más amigos de lo que creía. A todos agradezco la inquietud, el interés y la convicción proustiana de que no es la identidad de pensamiento, sino la consanguinidad de espíritu lo que une a las personas.
Voy a tranquilizarlos. No me sucede nada especialmente grave. Soy sivaíta (Dionisos), no visnuíta (Apolo). Siempre me ha gustado bailar en el alambre de la muerte como lo hacían Hemingway y Mishima, por poner dos ejemplos que me son caros y cercanos. Eso no significa que desee morir –todo lo contrario– ni que vaya a hacerlo. Lo primero es seguro; lo segundo, volitivo. Seguir leyendo…