VIAJES: Laos. Crisol de luz y silencio

Apresúrense. Laos es, todavía, una joya, un tesoro, un secreto que va de boca en boca. No lo será por mucho tiempo. Los buitres de la transculturación, las multinacionales, la cementitis y la avaricia de los chinos lo sobrevuelan. Tiene los días contados.

Era ya así -un secreto, un tesoro, una joya- cuando en 1968 lo visité por primera vez, seguía siéndolo cuando treinta años después volví a recorrerlo y no había dejado de serlo hace cosa de tres meses, cuando realicé mi viejo sueño de descender el Mekong y establecerme durante unas cuantas semanas en Vientián para escribir un libro, o parte de él, y disfrutar de la vida.

Tres bocados a cala y cata dan de sí lo suficiente para hablar con relativa autoridad de lo que a mí me parece el mejor país del mundo. Han oído bien: el mejor. Como suena. Cuestión de gustos.

Empecemos por elegir la vía de acceso. Se me ocurren tres, aunque hay otras muchas, pues Laos está en el centro del jardín de senderos que se bifurcan y linda con medio mundo: Birmania, China (por los pelos), Vietnam, Tailandia y Camboya.

Es un país desmesuradamente alargado, parece un árbol de copa ancha y corre al hilo de uno de los cursos fluviales más hermosos de la tierra: el Mekong. Lo lógico es entrar por el sur, desde Camboya, o por el norte, desde el vértice tailandés del Triángulo de Oro, y subir o bajar a lo largo de la rive gauche de tan asombrosa y caudalosa autopista náutica. Eso permite verlo casi todo y no repetir casi nada.

La mayor parte de los viajeros, sin embargo, llega en avión a Vientián o a Luang Prabang, salva después por tierra o por aire la distancia existente entre esas dos ciudades y vuelve grupas con la miel en los labios. Eso puede hacerse en menos de una semana, pero no es lo más aconsejable. Mejor sería, ya que han llegado hasta allí, demorarse dos, como mínimo. Laos da para mucho y las prisas son incompatibles con la manera de vivir, de sentir y de pensar de sus habitantes.

Yo, en mi último viaje, salté de Chiang Mai a Chian Kong (en el nordeste de Tailandia), pernocté allí, crucé el Mekong, entré en Laos por el puerto de Huay Xai, descendí por el río a lomos de una barcaza descomunal, hice noche en la cochambrosa aldea de Pak Beng, rendí viaje en Luang Prabang, dibujé un bucle que me permitió dormir en Nong Khiaw y visitar sus portentosos alrededores, seguí, por tierra, hasta Phonsavan y su no menos portentosa Llanura de los Jarros, pasé por Van Vieng, me detuve en Vientián durante casi un mes para saborear sus delicias, como lo hizo Aníbal con las de Capua, y regresé a Tailandia por el puente tendido hasta Nong Khai.

Miren el mapa y entenderán lo que digo.

No bajé al sur. Ya lo había recorrido, de cabo a rabo, y casi a pie, en el 68, cuando la zona era una locura, un zafarrancho, una encrucijada de tiroteos -los de los círculos concéntricos de la guerra de Vietnam- en la que todos disparaban contra todos: los americanos, los rusos, los chinos, los vietcong, los del tío Ho, los del Pathet Laos, los del gobierno más o menos títere de Saigón y los espontáneos que pasaban por allí y se sumaban a la juerga. Durante quince días me alimenté, mayormente, de saltamontes a la parrilla con guarnición de arroz blanco. Fue una fiesta. Todo lo es en la juventud. Llegué, por fin, a la capital, en la que había seiscientos fumaderos de opio, decenas de periodistas (los que se inventaban la guerra de Vietnam), putas a puñados, baguettes recién salidas del horno, patatas fritas a la francesa, filet mignon a precio de chóped, aventureros de lujo o de todo a cien, mataharis, millonarios, películas recién estrenadas en París, ejemplares de Le Monde, livres de poche… El paraíso. Fui una mañana al mercado y me topé entre las coles con un cachorrillo de tigre que vendían a buen precio. Pero todo esto es otra historia que, en parte, ya está contada.

Olvidémonos del Sur. No cabe aquí. Limitémonos al Norte y al centro del país, que tampoco cabrán. Es lo clásico, lo imprescindible, lo que mandan los cánones.

Yo que ustedes, amigos, no me perdería el descenso del Mekong. Son dos días duros, pero sabrosos. La mejor manera de ir hincando el diente al país. Lleven provisiones, procuren pillar, a la desbandada, un puesto en el suelo de la proa, entre los zapatos y los macutos, porque los asientos son potros de tortura que convierten la rabadilla en albondiguilla, y no se olviden de los libros. Los necesitarán. El paisaje corta el resuello. ¿Calor? Pues sí, no voy a engañarles. Y no escuchen los cantos de sirena de quienes les propongan travesías en lancha rápida (son muy peligrosas, sobre todo en la estación seca) o pasajes de ensueño en barcazas de lujo, que son carísimas y aburridísimas. Tampoco presten oídos a los pícaros que en el muelle de Huay Xay intentarán venderles reservas de hotel con cena y desayuno incluidos para la etapa de Pak Beng. Siempre hay plazas disponibles. Tampoco permitan que los bribones del embarcadero de la susodicha localidad se hagan cargo del equipaje. Correrían el riesgo de quedarse sin él. La cuesta es de aúpa, pero así es la vida. El corazón y el bolsillo agradecerán su esfuerzo.

Sería cosa de abrir aquí un paréntesis para perder -es ganancia- un par de días, mejor tres, visitando desde Huay Xay las instalaciones del Proyecto Gibón, creadas para contemplar de cerca los movimientos de esos monos antropomorfos y rabones provistos de largos brazos. Se vive en austeras, pero confortables chozas plantadas a sobrecogedora altura en las horquillas de los árboles. El ecosistema es allí la deidad más venerada. Sacrilegio sería ultrajarlo. Tendrán que desplazarse sin pisar nunca el suelo de la selva y lo harán mediante arneses de escalador uncidos a la cintura que se deslizan a lo largo de sogas anudadas a los troncos. Al principio impresiona, pero el miedo pronto se vuelve rutina. Toda una experiencia: la de Tarzán y Chita, para decirlo de algún modo.

Volvamos al Mekong y a la barcaza. A media tarde del segundo día de navegación se avista Luang Prabang. Es el punto culminante del viaje, pero no de la aventura, porque lo que en mejores tiempos fuese augusta y franciscana (o búdica) sede de los reyes de Laos es ahora punto de encuentro de turistas procedentes de todos los lugares de la tierra y, en especial, de Francia, que fue metrópoli colonial hasta que en 1953 terminó aquella edad de oro y el país se convirtió en campo de Agramante donde dirimían sus cuitas a tiro limpio los capitalistas y los comunistas. Ganaron los últimos y allí siguen, pero no se nota. El comunismo laosiano es mojiganga. Con Buda no puede nadie.

Luang Prabang fue una maravilla y, en parte, pese a las muchedumbres que lo recorren y a las miserias de la masificación, lo sigue siendo. Insisto: dense prisa, porque los chinos, que son quienes mandan en la zona con las armas del dinero, han empezado ya a construir la monstruosa autopista de tropecientos carriles que unirá Pequín con Bangkok, romperá de un hachazo la cuasi virgen jungla laosiana y saltará por encima del Mekong precisamente a la altura de Luang Prabang. ¿Progreso? No. Desarrollo… El quinto jinete del Apocalipsis.

La ciudad es fantástica. No cabe aquí. Imposible sería resumirla. Hay quien dice -yo entre ellos- que es la más hermosa, la más agradable y la mejor conservada de todo el sudeste asiático. Surge sobre un espigón de tierra feracísima plantado entre dos ríos poderosos: el Mekong y el Nam Khan. Templos por todas partes, exquisita arquitectura colonial, mercados y mercadillos (el nocturno, que está como una patena, es de precepto), jardines, flores, incienso, campanas, cultura, artesanía, gastronomía, religión y devoción, desfiles matinales de monjes rapados y vestidos con túnicas azafranadas, santas mujeres que depositan arroz y otras vituallas en los cuencos que los bonzos les tienden, cursos de cocina y de espiritualidad, zumos, masajes de ensueño, café de intenso aroma, senderismo, ciclismo, paseos por la selva a lomos de elefantes, tribus, cuevas habitadas por cientos de estatuillas de Buda (las de Pak Ou, por ejemplo)… Pasen, vean, elijan y sueñen con volver a Luang Prabang o con no irse nunca de allí.

Otro paréntesis… Alquilen por cuatro cuartos un coche, vayan en él hasta la aldea de Nong Khiaw, paseen, contemplen el crepúsculo, hagan noche allí y trasládense al amanecer, en piragua o en lo que se tercie, al caserío ribereño de Muang Ngoi Nehua, donde el tiempo se ha detenido y las cosas están, casi, como estaban cuando salieron de las manos del Creador.

Y luego respiren hondo.

Olvídense del avión. Alquilen otro vehículo o sigan en el mismo hasta Phonsavan. El trayecto requerirá una jornada, pero a lo largo de ella atravesarán parajes de fantástica soledad e inconcebible hermosura. El enclave, en sí mismo, carece de interés, aunque es curioso por los restos de las armas de todo tipo que salpican el callejero y la arquitectura de lo que entre 1964 y 1973 fue epicentro de la guerra de Vietnam, campo de tiro, zona de terribles (y estúpidos) bombardeos y encrucijada de espionajes, pero desde él puede y debe visitarse la ya mencionada Llanura de los Jarros, llena aún de minas sin estallar. No se salgan de los senderos roturados. Es un lugar inquietante: cientos y cientos de enormes vasijas de piedra hincadas en la planicie y en las lomas de un paisaje que no se detiene ni siquiera en la raya del infinito. Tienen alrededor de dos mil años de antigüedad y nadie sabe a ciencia cierta cuál era su función ni cómo llegaron allí. ¿Urnas funerarias, sepulcros prehistóricos, almacenes de grano, vestigios de extraterrestres?

Dejen volar la fantasía y, con ella a cuestas, diríjanse hacia Vientián con parada y fonda, si es el caso, en Vang Vien, escarpado villorrio de alta montaña y río turbulento donde se dan cita todos los abusos del turismo mochilero, del hipismo de guardarropía y de los setenta y siete pecados capitales. La visita merece la pena, más por afán sociológico que por búsqueda de placer, pero ándense con tiento. Los tunantes abundan, y los falsos policías, también. ¿Saben lo que es el tubing? Pues allí podrán practicarlo. Valor, remojón y suerte.

Y ya hemos llegado a Vientián, mi ciudad favorita, pero no dispongo ni de quince líneas para convencerles de que no existe en el mundo, como dije, otra mejor para vivir.

Para vivir, subrayo, porque no hay en ella muchas cosas que ver, aunque alguna, por supuesto, haya: la stupa dorada de Pha That Luang, en cuyo interior creen los devotos que reposa un fragmento del esternón de Buda, el curioso templo de Si Saket y el absurdo arco de triunfo de Patuxai. Pero Vientián no es un muestrario de monumentos, costumbres, artes, oficios y leyendas, como lo es Luang Prabang, sino un estilo de vida, un remanso de paz y dolce far niente, un crisol de quietud y silencio (relativos en las horas punta), de mercados y tenderetes, de paseos por la orilla del río, de chicas guapas, de chicos amistosos, de travestis que no son lo que parecen ni parecen lo que son, de masajistas honestas, de hoteles con encanto y de restaurantes -franceses, japoneses, tailandeses, italianos, chinos, indios, vietnamitas y, por supuesto, laosianos- que excitan el apetito y lo sacian con sabiduría, delicadeza y elegancia difíciles de encontrar en otras partes. ¿Legado francés? Seguramente, pero con una diferencia sustancial: la de los precios. En Laos todo cuesta poco y vale mucho. Si yo fuese allí ministro de Turismo, escogería ese eslogan para atraer a los forasteros.

Forzoso punto final. Y penoso, porque nada he podido decir acerca de la ruta del sur, más larga aún que la del norte, ni del archipiélago de Cuatro Mil islas (Si Phan D naciónon) que la remata, donde abundan las luciérnagas, los mosquitos, las palmeras, los delfines, los búfalos acuáticos, los botes de popa larga, los niños que chapotean, los pescadores de sombrero cónico y las mujeres que lavan la ropa, la secan al sol, hilan, cosen y gobiernan las casas y las cosas. Otro paraíso.

Y, además, en las provincias septentrionales, de muy difícil acceso, el laberinto de las irreductibles minorías étnicas (los mong, los akha, los lolo, los thai lu, los thai deu…), de los bosques vírgenes, de los cultivos de adormidera, de las extrañas minas, de las cumbres que despuntan entre jirones de niebla, de los contrabandistas y los buscavidas, de los soldados que no depusieron las armas al terminar la guerra y del millón de elefantes, hoy venidos a menos, que en otros tiempos dio nombre, símbolo, mitología y leyenda al reino que aún no era nación.

Laos: un secreto, una joya, un tesoro, el mejor país del mundo… Palabra. No lo profanen.

Publicado en: ...el 28 Noviembre 2009 @ 17:48 Comentarios (51)

EL LOBO FEROZ: 2 de octubre

“¡A por ellos, que son pocos!”. Eso cantaba Loquillo y ese es el ululato que hoy sale de la garganta del Lobo Feroz. Lo malo es que no son pocos, sino muchos, y nosotros, los disidentes, una migaja. ¡Hale! ¡Zafarrancho de consenso! ¡Brazos y puños en alto! ¡Todos, por primera vez, a una! Zapatero y Rajoy, Esperanza y Gallardón, el PSOE, el PZOE, el PP socialdemócrata, el PP liberal y hasta Izquierda Unida, el Rey, el Príncipe, los republicanos, los gallegos, los vascones, los catalanes, los patricios, los plebeyos, los ciudadanos y los ciudadasnos… Sólo los de Ezkerra están en contra, pero sus razones no son las mías. Los mismos que dedican toda su jornada laboral y buena parte de sus ratos de ocio a poner el adversario de chupa dómine y a crispar a un país que está hasta el moño de las grescas de sus políticos cierran ahora marciales filas en torno a la lejana posibilidad de que el poblachón manchego de Cela, transformado en queso de Gruyére por un alcalde con ínfulas de faraón, se convierta en sede de los Juegos Olímpicos del 16. ¡Tiene guasa! No se ponen de acuerdo en las recetas que servirían para bajar la fiebre de la gripe del paro y sí lo hacen para apoyar tan inútil derroche. ¿Derroche? ¡Si sólo fuera eso! Las Olimpiadas son para cualquier ciudad algo parecido a lo que fue el vuelo del Enola Gay sobre Hiroshima. Que se lo pregunten a Barcelona. Cierto, han siliconado su cuerpo y lo han estirado (o anestesiado) con bottox de cementina, pero al precio de que la ciudad de los prodigios se haya quedado sin alma. Me lo dijo en ella un taxista, y tenía razón. Yo, que iba a menudo por allí, ya sólo lo hago cuando torea Tomás. ¡Para ver guiris de piernas peludas en chancletas y vejestorios en bikini por las Ramblas! El 2 de octubre cumplo años: setenta y tres. Confío en que la sensatez impere. Los extranjeros no son idiotas. Y si lo son y nos confían la puesta en escena de la carnavalada, me aferraré al consuelo de que en 2016 quizá esté muerto. ¿Insistirá Gallardón o quien le suceda? ¿Pujará el uno o el otro en la subasta del 2020? Bueno… Ahí me las den todas. Para esa fecha, si no he espichado, andaré gagá y creeré que el estrépito de los Juegos es la flauta del afilador que recorría las calles de Madrid cuando yo era niño y aún se podía jugar en ellas. Eso fue mucho antes de que abriesen la primera zanja. Se iba entonces de Madrid al cielo. Ahora es un purgatorio. Si lo de Zurich cuaja, será un infierno.

Publicado en: ...el @ 17:41 Comentarios (4)

EL COBAYA: Cordyceps

¿Hongo o gusano? Ambas cosas. Hablo del Cordyceps. En España, que yo sepa, no lo encontrarán. Si van a China, en cambio, se darán de narices con él en todas partes, pero no se fíen, porque ese “insecto de invierno y hierba de verano” (así lo llaman allí) es muy difícil de encontrar y, en consecuencia, cuando es genuino, cuesta muy caro. Hay adulteraciones y falsificaciones a granel y, en el mejor de los casos, las cápsulas o comprimidos que llevan ese marbete -el del Don Chong Xia Cai, en chino, o Tochukaso, en japonés- apenas contienen sustancia activa.

Lo mejor es tomarlo directamente, sin laboratorios que sirvan de intermediario. Se meten unos cuantos gusanillos en una botella de aguardiente, se les deja reposar y luego, en cualquier momento del día o, preferiblemente, por las mañanas, se bebe un chupito, y hale… Tripas llevan pies, decía Sancho.

El hongo cordyceps se convierte en inquilino parasitario de la oruga cuando llega el invierno, devora poco a poco sus nutrientes a lo largo de la primavera y surge después, ya en el verano, a ras del suelo, que es donde los pastores y los campesinos del Tíbet, a gatas, los localizan y los recogen. Son extremadamente raros y sólo crecen en lugares situados a altitudes portentosas, nunca por debajo de los tres mil quinientos metros ni por encima de los seis mil.

Son panaceas que refuerzan el sistema inmune, alivian el cansancio, desinflaman el sistema respiratorio, favorecen el riego sanguíneo periférico y cerebral, estimulan la memoria, desempeñan funciones de antibiótico natural, incrementan el vigor del sexo, reducen los estragos del reuma y de la artritis, previenen muchas enfermedades o reducen sus efectos y tonifican la incesante actividad de los riñones. De ellos, según la farmacopea china, depende casi todo lo que concierne a la salud y la energía.

Publicado en: ...el @ 17:36 Comentarios (2)

EL LOBO FEROZ: Blade Runner

¿Se acaba el mundo? No. Ya se ha acabado. ¿Qué mundo? El mundo en el que yo nací y hasta hace unos años viví. ¿Habrá otros mundos? Sí, pero no los veré ni serán el mío. Tampoco el del homo sapiens. ¿De quién serán? Del homo protésicus: ojos de mosca para contemplar el ordenador, manos prensiles para saltar de rama en rama por la selva sin leyes de internet, órganos trasplantados, válvulas de cerdo en las cerraduras del corazón, tetas y besos de silicona, sonrisa de bottox, un pinganillo de móvil en la oreja derecha y otro de iPod en la izquierda, algarabía en los tímpanos, telebasura en las pupilas, colesterol de hamburguesa de plástico en las arterias, revestimiento de alquitrán en los pulmones, oquedad en la cabeza, muerte en el alma…¿Culpables? Quienes creen que el desarrollo es progreso, que crecer consiste en aumentar de tamaño y que cualquier tiempo pasado fue peor. ¿Cuándo se perpetró el crimen? En agosto de 1996. Yo lo vi, pero no fui consciente de lo que veía. Estaba sentado frente a un televisor en Alicante. Vino a España Bill Gates, el Anticristo, y explicó lo que era internet. No entendí lo que decía ni me malicié lo que se avecinaba. Seguí, impertérrito, dando buena cuenta de unos salmonetes. Todo empezó a cambiar. Despacio, al principio; vertiginoso e imparable, luego. El homo sapiens se extingue. El homo protésicus se extiende. Darwin no imaginaba ese salto en la carrera de relevos de la evolución. ¿O será involución? No lo sabemos. Pero sí sabemos que el triunfo, inevitable, de internet es la derrota, implacable, del libro, del disco, del cine, de la televisión, de las tiendas y de los periódicos, entre otras muchas cosas. Quien no se rinda a esa evidencia es que está ciego. Quien no escuche ese clamor es que está sordo. Yo no censuro ni alabo. Yo no soy ni dejo de ser un cavernícola. Yo no sé si el mundo surgido de esas cenizas será mejor o peor del que con ellas ha terminado. Yo sólo digo que un mundo sin prensa escrita ni quioscos, sin películas ni cines donde proyectarlas, sin discos, sin tiendas ni mercados y, sobre todo, sin libros, no es el mundo en el que nací, en el que durante sesenta años, aproximadamente, viví y en el que me gustaría morir. La Red es una tela de araña, estoy atrapado en ella, no puedo moverme y un insecto de patas peludas, ojos saltones y trompa venenosa avanza hacia mí. ¿Soy un replicante? No. Soy ejemplar cautivo y náufrago postrero de una especie en extinción.

Publicado en: ...el @ 17:35 Comentarios (5)

Carta al director: El significado de la palabra ironía

Recibí, al día siguiente de la publicación de mi columna “¡A los barricados!”, una carta, firmada por mano femenina (no revelaré su nombre. Es persona conocida e ilustrada), en la que me decía: “¡Genial, bárbaro, contundente, claro, expresivo, directo y olé, marcándote un buen pasodoble ante el hatajo de los políticamente correctos que – imagino- rabiarán con su lectura y le darán de lo lindo a la sin hueso alardeando de una igualdad que confunden con la androginia o ni siquiera eso, pues es su estupidez es más que infinita”! Otras muchas personas, mujeres en su mayor parte, me han dicho lo mismo. Difiere esa opinión de la sostenida ayer por el señor Lorente Acosta, delegado del gobierno para la violencia de género, en una Tribuna publicada por este periódico. ¿Sabrá el autor de la misma lo que es un divertimento, una hipérbole, una broma? ¿Conocerá el significado de la palabra ironía? ¿Estará al tanto de que, además de la violencia de género (expresión gramaticalmente rechazable), existe el género de la sátira? ¿Nunca ha practicado el deporte de epatar al biempensante o hacer rabiar al progre? ¿Carece de sentido del humor? Sospecho que sí, porque, caso de tenerlo, no se habría avenido a formar parte de este gobierno.

Publicado en: ...el 11 Noviembre 2009 @ 11:23 Comentarios (96)

EL LOBO FEROZ: ¿Leche? No, gracias

Voy a ganarme un puñado de enemigos. Últimamente escaseaban. A los viejos casi todo se les perdona. Decía Martí: “Quien enemigos no tenga es señal de que no tiene ni talento que haga sombra, ni valor temido, ni carácter que impresione, ni honra de la que se murmure, ni bienes que se codicien, ni cosa buena que se envidie”. Tan viejo soy que se me están muriendo los adversarios. El general Narváez, conminado in artículo mortis por su confesor a perdonar a los suyos, adujo que no podía, porque los había fusilado a todos. Mi situación es análoga, aunque sin paredón por medio. Parece ser que el sector lácteo de nuestra economía anda en apuros. Los más siesos dicen que hasta podría echar el cierre. Iría eso en detrimento del bolsillo de quienes viven de la leche en cualquiera de sus variantes, pero redundaría en beneficio de la salud de los que la consumen. La leche, el yogur, el queso y la mantequilla son venenos para el organismo de los no lactantes. Sabrosísimos, por supuesto, como la mayor parte de los tósigos (el chuletón de buey, el foie, las patatas fritas, los embutidos), pero desencadenantes o coadyuvantes del deterioro de la salud. Imposible sería enumerar aquí las dolencias relacionadas con el consumo de lácteos. Las hay a cientos. ¿Por qué ningún mamífero, excepto el humano, se amorra a la ubre después de la lactancia? Vayan ustedes a la consulta de un buen nutricionista o a cualquier clínica puntera de los Estados Unidos y verán cómo les dicen que renuncien a la leche no descremada y a sus derivados por los siglos de los siglos. En Europa, sin embargo, y en Vandalia ni les cuento, esa droga nociva y altamente adictiva aún disfruta de buena prensa. La que le han granjeado al hilo de muchas décadas el bombardeo de los lugares comunes, el petardeo de la publicidad -15.000 teleanuncios al mes- y el dinero invertido en convencer a los médicos de que los burros vuelan. Si es usted varón, cuide su próstata (por ejemplo). Ni blanco ni en botella. Y si es mujer, olvídese de lo que asegura una patraña muy extendida: la leche no evita ni retrasa la osteoporosis. ¿Quieren calcio? Pues recurran a los vegetales de hoja verde y a las leguminosas. Y ahora, pónganme a parir, envíen cartas al director, digan que digo disparates. Poco importa. La ciencia me avala y la verdad es la verdad por mucho que vaya en contra de los intereses de los damnificados por ella. Mal de algunos, consuelo de todos, que no de tontos. Tomen soja.

Publicado en: ...el @ 11:20 Comentarios (19)

EL LOBO FEROZ: ¡A los barricados!

Me alzo en armas (ya saben cuáles). Fundo la Quinta Internacional… ¡En pie, varones de la tierra, / en pie, falócrata legión! / ¡Atruena la revancha el globo, / se acabó la castración! / ¡El presente hay que hacer añicos, / cuerda de presos en pie a vencer! / ¡El mundo ha de cambiar de sexo, / los ceros a la izquierda vuelven a ser! / ¡Agrupémonos todos en la lucha final, / que el género humano es la virilidad!

¿Bromeo? Sí. Pero no viene eso mal cuando tan poco bromean quienes nos acusan y acosan. ¿Exagero? Sí, pero más exageran las del sexo fuerte y sus aliados (y traidores a los suyos y a sí mismos) de cabeza y capullo gachos. Ya está bien, ¿no? Exijo cuota para mis congéneres. Pido un Bibiano que nos defienda. Sea el varón dueño de su anatomía. Permítasenos no abortar. Denuncio la violencia feminista y el lenguaje sexista utilizado por sus miembras. Póngase fin a la manipulación histérica de la memoria histórica perpetrada por las hidras, las sargentas, las amazonas, los cocinillas, los lavapañales, los metrosexuales, los calzonazos y los camisas y bragas viejas de la retroprogresía. Ya es hora de que paremos los pies con zapatos de tacón de aguja a quienes dentro y fuera de casa llevan los pantalones. Nos tienen acorralados. Hacen la mili. Van a las Sociedades Gastronómicas. Intervienen en la Tamborrada. Forman parte de la Tuna. Llegan a ministras. Son bomberas y camioneras. Corren en los encierros. Van al callejón. Nos queda el Alarde de Fuenterrabía, pero incluso ahí funciona la quinta columna de Jaizkibel.

La chispa que ha encendido la mecha de mi sublevación es lo que el otro día leí en un periódico…“Han tenido que pasar 135 años para que sea derribado uno de los pocos reductos de poder que les quedaban a los chicos: el modelo 501 de Levi´s, antes sólo reservado para ellos. Ahora también es cosa de chicas”.

Escribe Luis Alberto de Cuenca: “Dime atrocidades /que cuestionen verdades absolutas / como: «No creo en la igualdad». O dime / cosas terribles como que me quieres / a pesar de que no soy de tu sexo, / que me quieres del todo, con locura, / para siempre, como querían antes / las hembras de la tierra”.

Con un beso, chatis. No os enfadéis, aunque enfadadas estáis más guapas. Eso le decía Gaucho a Bombón en Cautivos del mal. Siempre he dicho que me habría gustado nacer mujer. ¿Para mandar, como siempre lo habéis hecho vosotras dentro y fuera de casa? No, no. Para otra cosas…

Publicado en: ...el @ 11:18 Comentarios (198)