EL LOBO FEROZ: Disidencias

Umbral —¿Umbral?— de 2008: regreso al columnismo. No es éste sacerdocio, sino militancia y, en mi caso, disidencia. Nací lobezno, como Mowgli.

Desde el 2000 no lo ejercía. Fue entonces cuando mi predecesor en Diario de la Noche, que lo hacía muy bien, desembarcó en la revista Época y, en sucesivas oleadas, nos fue echando a todos. Todos éramos Jaime Campmany, Federico Jiménez Losantos, Alfonso Ussía, Juan Velarde, Manolo Alcántara… Bien hecho. Akela, el capo de la jauría lobuna en El libro de la selva, siempre marca territorio. Por eso seré yo aquí el Lobo Feroz.

Luego le aplicarían a él, a Germán Yanke, una dosis de caballo de la misma medicina. ¡Qué morbo que yo, inocente, lo diga! ¿Karma? Hoy somos, y mañana, estatuas. Fue, precisamente, el maestro Campmany quien me enseñó ese dictum.

No es vendetta, Germán, trinchada en plato frío, sino broma viperina sin veneno de tertulia del Gijón. La vida entera lo es: broma. De cuanto en la historia universal se ha escrito me quedaría con la frase de un filósofo presocrático que enseñó la pata, pero ocultó su nombre: Nada importa nada. Su aliento está mi coronilla: la trasladé hace ya muchos años a un baldosín y colgué éste detrás de la mesa en la que escribo. Lo releo todas las mañanas. Es mi padrenuestro, mi avemaría y mi gloria in excelsis del sentido del humor.

Ayer oficié como magister ludi en la misa mayor de réquiem con la que este periódico rindió honores al mejor de sus columnistas. Maestro de juegos, digo, y no de ceremonias del adiós, a la manera lúgubre de Simone de Beauvoir, porque Paco siempre pensó y dijo que la literatura es eso: un juego.

—¿Un juego?

—Sí, pero un juego, como el de las siete y media, según don Mendo, que no hay que jugarlo a ciegas, / pues juegas cien veces, mil, / y de las mil, ves febril / que o te pasas o no llegas.

Ese equilibrio —el de llegar sin pasarse o el de no pasarse para llegar— es el que busca el columnista. Si lo pierde, se la pega. Umbral, que era escritor de troteras y danzaderas, no lo hizo nunca. Murió en todo lo alto: dictaba su último texto.

Escritor, subrayo, porque sólo lo es de verdad quien sabe poner nombre a los seres y a las cosas. Umbral, en eso, era un maestro. La columna de Época que derribó Yanke se llamaba La Dragontea, y fue Paco quien me sugirió tan atinado epígrafe. Para entonces ya había dicho de mí que soy disidente de todo y militante de mí mismo. Le di la razón en ambas cosas. La disidencia es mi yo y la militancia, amigo Ortega, mi circunstancia.

2008… Vuelvo, pues, al columnismo, y lo hago de la mano que en 1980 me condujo a él: la de Pedro Jota. ¿Con idéntico ímpetu, con igual espíritu? La duda ofende: disidencia y militancia. Dijo Stevenson a su médico que siempre se muere joven —dictando, por ejemplo, una columna— y añadió Jung que la vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir. Umbral no murió de eso.

Aquí estoy otra vez. ¡Centinela alerta! ¡Negritas a mí! Me gustan el mundo y El Mundo. El rey ha muerto. ¡Viva Umbral!

Publicado en: ...el 15 Enero 2008 @ 17:29 Comentarios desactivados

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