EL LOBO FEROZ: Notición

Seguro que me doblan el sueldo. He cazado una exclusiva: el infierno existe y no está en los ínferos, como se suponía, sino en un lugar concreto del mapamundi. Puedo dar fe de las dos cosas. Estoy metido hasta el gañote en él. Tendría que habérmelo maliciado. Anoche dormí en el motel 6. Forma parte de una cadena que salpica todo el país. Luego conduje durante muchas horas por la célebre Ruta 66 (la Mother Road de Las uvas de la ira). Llegué al hotel donde garabateo estas líneas y me dieron la habitación 666. Las señales han seguido acumulándose a lo largo de todo el día. Salí hoy al amanecer. Atravesé el desierto de Nevada en el que durante mucho tiempo se escuchó el fragor subterráneo de las explosiones atómicas que hacían saltar en añicos los cristales de las ventanas de la ciudad donde escribo. Sus habitantes presumían de protagonismo histórico y, en su locura, llegaron al extremo de elegir todos los años —corrían los cuarenta— a Miss Hongo Atómico. Dejé atrás el tártaro nuclear y me topé con el Valle de la Muerte. No es metáfora, sino topónimo. Subí en él al Zabriskie Point de la película de Antonioni y oteé el horizonte de la nada. Era bellísimo. En su vientre estaba la laguna Estigia. No había en ella agua, sino sal. Vadeé después un río seco: el del Olvido. ¿666, Zona Atómica, Death Valley? Itinerario de Osiris. Volví, mientras caía el sol, al hotel. Éste, lo juro, se llama Luxor y tiene forma de Gran Pirámide. Su mojón, gigantesco, es un obelisco con inscripciones jeroglíficas y su garaje, no menos colosal, remeda la Esfinge de Gizeh. Dejé en sus intestinos el coche, recorrí la galería conducente a la cámara funeraria 666 que el destino inexorable me había asignado y me puse a redactar esta columna. Fuera, en los círculos infernales del callejero de la ciudad, reina el calor ígneo que el imaginario popular atribuye a las calderas de Pedro Botero, pero en el interior de todos los edificios hace un frío que pela: el del aire acondicionado. El ruido es ensordecedor, aunque no traspasa las paredes de las criptas e hipogeos, y no cesa nunca. No hay en todo este báratro un solo lugar que no sea monstruoso. ¿Kitsch? No. Apoteosis del adefesio, victoria del disparate. Treinta y cinco millones de almas en pena, de zombis que no saben que están muertos, llegan aquí todos los años y colman los casinos, las discotecas, los espectáculos supuestamente musicales, las atracciones pueriles para adultos que no han crecido y los suntuosos restaurantes en los que sólo se sirve bazofia. Es la gran parada de la vulgaridad, la rebelión de la chusma, la glorificación del aturdimiento, la canonización del animalismo. Estoy horrorizado. ¿Cómo pueden existir lugares así? Sartre, aquel réprobo, acertaba: el infierno son los otros. Wojtyla, ese santo, se equivocaba: el infierno no es un estado de conciencia. El infierno, lector, está en Las Vegas. Lasciate ogni speranza, o voi ch’entrate. Yo, mañana, intentaré la fuga.

Publicado en: ...el 28 Mayo 2008 @ 18:33 Comentarios (1)

One Comment

  1. A 07 Septiembre 2011 @ 17:45 AcevedoRandi18 dijo:

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