DRAGOLANDIA: ¿Humo?

Estoy en crisis. No sé si seguiré con el blog. ¿Con el blog? Llamemos a las cosas por sus nombres: Dragolandia es, como lo son buena parte de sus congéneres, una especie de diario interruptus o de columnilla al uso de los tiempos escrita a vuelapluma, y ya está. ¡Blog! ¡No te fastidia! Menos ínfulas, señores. Y señoras, como diría Ibarretxe. Su muletilla ha hecho escuela.

En crisis, digo, porque con Dragolandia me sucede lo mismo que le sucedía a Borges con el padrenuestro. Lo rezaba, con puntualidad y escrúpulo todas las noches, porque así se lo había pedido su madre antes de morir, pero a veces, al hacerlo, tenía, según sus propias palabras, la sensación ―enojosa― de que estaba llamando por teléfono al vacío. Y eso, exactamente eso, es lo que a mí me pasa en lo concerniente a este blog. Es como si lo escribiera con humo y no con tinta. Se lo lleva el aire, se diluye en la nada, se esfuma. No se convierte en letra impresa sobre papel de periódico o de libro, lo que significa que no puedo verlo, leerlo, releerlo y comprobar que existe. Eso me angustia. Estoy acostumbrado, desde que apareció mi primer libro, a que todo lo que sale de mi pluma, por estúpido o no que sea, se publique y, en consecuencia, para bien o para mal, deje algún rastro visible. Ya sé, ya sé que todo este laberinto de la prensa digital tiene más lectores ―¿lectores?― que la otra y que elmundo.es supera en tal renglón a la casa madre, pero yo no figuro ni puedo figurar entre ellos. Es cosa que no está a mi alcance de vejestorio chapado a la antigua. Sé también, porque me lo dice el creador y único responsable de mi web (en la que yo nunca he entrado), que en ella funciona un blog donde nada se censura, ni siquiera los improperios a menudo soeces dirigidos a mi persona, y que asimismo hay lectores ―¿lectores?― que opinan, coincidiendo, discrepando, apostillando, apuntillando, alabándome o poniéndome a parir, sobre las cosillas que escribo en Dragolandia, pero como ni lo uno ―lo mío― ni lo otro ―lo de ellos― se convierte en letra impresa, sus elogios o sus denuestos no llegan hasta mí. Yo telefoneo desde aquí, como lo hacía Borges con sus rezos, al vacío y sólo el vacío me responde. Es, no se me oculta, una falsa sensación ―enojosa― que procede de mi incapacidad para ponerme al paso de los tiempos, pero… ¡Caramba! ¿Hay alguien por ahí?

Pues sí: lo hay. Y no se trata, que yo sepa, de Dios (ya me gustaría), sino de un tal Pedro de Blas, lector, al parecer, de Dragolandia y hombre inteligente, culto y bien educado del que he recibido ―y, en consecuencia, leído― una carta escrita, ¡alabado sea el Señor!, en letra impresa. Está fechada el seis de mayo en Nueva York, pero se me ha traspapelado el sobre y, por ello, no puedo responder ni corresponder, como sería mi deseo. Le suplico, señor De Blas, que me envíe sus señas por el mismo conducto por el que me envió su carta. No sé cómo llegó ésta a mis manos, pero es el único asidero que me hace concebir la esperanza de que no escribo con humo, sino con tinta. Es usted, don Pedro, mi único lector tangible, real y no meramente virtual. Écheme un cable, sáqueme de la crisis, salve Dragolandia

O no.

PD: Me comunica Javier, mi ayudante y el responsable de mi web, después de pasar este texto al ordenador (yo los escribo a máquina), que la carta de Pedro de Blas no me la trajo Miguel Strogoff, sino que llegó por correo electrónico. Eso significa que lo tiene… El mío, digo. No voy a darlo aquí. Respóndame, por favor, a través de él, esa persona, a la que ya tengo por amiga.

Publicado en: ...el 07 Junio 2008 @ 12:45 Comentarios desactivados

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