Disparen contra mí

Me asombra no haber leído en la prensa española ni un solo comentario en defensa del derecho de los estadounidenses a llevar armas.

Me asombra el cinismo de ese Señor de las Mil Guerras premiado con el Nobel de la Paz que se dedica a lloriquear frente a las cámaras in memoriam de los chicos asesinados en un colegio de Connecticut mientras bombardea cualquier país que desentone en la partitura escrita por la Casa Blanca.

Me asombra que la gente, después de John Ford, de Liberty Valance, de Gary Cooper sólo ante el peligro y de tantas obras maestras del cine de frontera, aún no haya entendido que el Far West fue la tierra de promisión del sueño americano –su Historia Sagrada– y que en Dodge, ciudad sin ley, quien no llevaba revólver era hombre muerto, en el peor de los casos, y en el mejor, un don nadie.

Me asombra que los europeos se nieguen a admitir que quien mata no lo hace porque lleve un pistolón en la cintura, sino porque es un asesino dispuesto a liquidar a su víctima con cualquier herramienta contundente que tenga a mano.

Me asombra que tan simplona asociación de ideas cunda en un país en el que se producen matanzas de Puerto Hurraco o crímenes pasionales a granel y en un continente donde un admirador de Hitler se vendimia a una legión de adolescentes noruegos o donde las mafias del narcotráfico practican ajustes de cuentas como quien reparte alpiste.

Me asombra que la gente reconozca el derecho al porte de armas por parte de los soldados y los policías, que a veces nos protegen (cierto) y a veces nos agreden (no menos cierto), y niegue ese mismo derecho a los hijos de vecino atribuyéndoles instintos homicidas que casi nunca tienen y negándoles la tan cacareada presunción de inocencia.

Me asombra que las ciudades más peligrosas del planeta no sean norteamericanas, como sugiere la lógica de los gazmoños y de la corrección política, sino que todas –todas– se encuentren en países donde poseer armas está penado por la ley.

Me asombra que los gobiernos democráticos no reconozcan el sacrosanto derecho a la defensa propia.

Y añado, después de tanto asombro, que yo sería el primero en firmar la petición de que se prohíba, urbi et orbi, así en Newtown como en Éibar, vender o fabricar armas, pero sé que de nada serviría esa petición aunque mil millones de personas la firmasen.

Publicado en la sección “El lobo feroz”, El Mundo, 24 diciembre 2012


Publicado en: ...el 25 Diciembre 2012 @ 13:35 Comentarios (2)

2 comentarios

  1. A 25 Diciembre 2012 @ 15:36 Er Manué dijo:

    Lumbrera, como eres más corto que la picha de un mosquito, tus escasas luces no te permiten ir un poquito más lejos.

    1. En Canadá hay libre venta de armas de fuego y en Suiza todos los varones adultos tienen armas de fuego en sus casas porque el servicio militar dura casi hasta los cincuenta años. Pero ni los canadienses ni los suizos son un hatajo de paranas como son los gringos.

    2. Lo de Breivik fue un caso horrible pero aislado. Lo de Estados Unidos es una entrañable tradición.

    3. Si en España todos quisque llevara pipa en la guantera nos ibamos a cagar en cada pequeño “quítame allá esas pajas” de tráfico.

    4. En los años treinta en España todo Dios tenía “bicicleta” y así los años treinta fueron una constante guerra civil de baja intensidad, hasta que estalló la de verdad.

    No piensas nada antes de largar por esa boca, lumbrera. Cuando te digo que tienes nula capacidad de reflexión y te quedas con la primera consigna derechosa que aparece en escena, es verdad.

  2. A 25 Diciembre 2012 @ 18:22 Er Manué dijo:

    Lumbrera, hace falta ser memo para pensar que los demás son tan memos como tú. Ahora culpas a Obama de todos los frenteas militares que abrió Bush. Y piensas que los demás se van a tragar el razonamiento.

    Aunque si Obama no tuviera ningún frente militar abierto, con total seguridad le llamarías “pacifista, nenaza”.