La nueva Marsellesa

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Alcoholímetro de llavero

¿Estado de bienestar? Ya no. ¿Estado de control? Ni siquiera. Llega ahora el estado de esclavitud.

Hablo de Europa. ¿De dónde si no?

En Francia es preceptivo, desde hace poco, llevar en el coche un alcoholímetro. La norma rige también para los turistas, que van a caer como chanquetes en la tupida red de los gendarmes. Seguro que la medida no tardará en aplicarse por doquier, Vandalia inclusa. Aquí ya rigen los drogómetros, aunque no, por desgracia para el país, los dragómetros (Gore Vidal, recientemente fallecido, decía que para resolver los problemas del mundo bastaba con seguir sus consejos y Oscar Wilde dijo que siempre metía en la maleta uno o varios de sus libros para tener algo inteligente que leer en los viajes).

A lo que iba… Dentro de poco nos obligarán a llevar en el maletero una UVI, un confesonario, un cilicio y una Biblia.

¿Una Biblia? En la residencia de los atletas de los Juegos Olímpicos de Londres las han prohibido. El Corán, supongo, también. Las obras de Shakespeare, no sé.

Vuelvo a los drogómetros y dragómetros… ¡Menos mal que ya no fumo porros! Lo digo porque durante muchos años -los que van, grosso modo, desde 1968 hasta 1982- me atizaba un par de canutos, ex profeso, cada vez que tenía que conducir por carretera. Lo hacía para evitar los accidentes y, de hecho, nunca los tuve. El cáñamo me aquietaba. La línea blanca que divide intermitentemente los carriles se transformaba a mis ojos en una hilera de conejitos blancos con las orejas levantadas y, para no atropellarlos, iba despacito, despacito, sin adelantar nunca a nadie.

Eso sí: a veces me perdía… En cierta ocasión salí de Madrid rumbo a Granada y acabé en Badajoz.

Han pasado treinta años. Supongo que la infracción, aunque entonces no lo era, habrá prescrito. Por eso la menciono.

Ando un poco inquieto. Aunque procuro no salir nunca de casa en julio y agosto para no ser triturado por las fauces de las muchedumbres playeras y mochileras que en tales días pueblan el globo, este año voy a hacer una excepción. Iré a Francia para zamparme unas cuantas bandejas de ostras en Arcachon (no me tengan envidia. Allí van baratas) y, sobre todo, para visitar el torreón de mi admirado Montaigne en Bergerac. Es zona vitivinícola: la de Burdeos. Preceptivo es recorrer allí bodegas en las que también las catas son preceptivas. ¿Cómo me las apañaré? ¿Quién conducirá el coche? Mi mujer no puede hacerlo porque está ya de siete meses y la tripa le llega al salpicadero. ¿Alguien me paga un chófer que sólo beba gaseosa? No, no… ¡Menudo sieso! Sería un intruso. Mejor los grilletes, la mazmorra, el sambenito, la guillotina y lo que las autoridades dispongan.

Dulce Francia. Fraternité, poca. Egalité, no la deseo. Liberté… ¿Cómo dice? ¿He oído bien?

Es la nueva Marsellesa. Yo nací en un mundo libre. Mi hijo no tendrá ese placer.

Publicado en Dragolandia, elmundo.es, 5 agosto 2012


Publicado en: ...el 31 Enero 2013 @ 11:43 Comentarios (1)

One Comment

  1. A 31 Enero 2013 @ 13:48 pivodi dijo:

    Me encantan estos días aburridos en los que nunca pasa nada. Leyendo su articulo he recordado la máxima del Gran Engaño. Esta gente ha nacido para ser esclava, su mayor deseo es ser pobres, el destino solo puede complacerlos. El triunfo del Sistema es la estabilidad de un orden de cosas corrupto, de una sociedad edificada sobre la usura y el materialismo, de un país invadido culturalmente, para que se inserte en una geopolítica foránea, planeada al detalle por los artífices de la globalización.

    Vendrán hombres que aun sin mencionarnos, porque estará prohibido o porque se temerá hacerlo, intentarán transitar por ese camino nuestro. Y serán combatidos y traicionados al igual que nosotros lo fuimos.

    Libertad, yo escribo tu nombre.

    Un saludo.