Repatriación a punta de pistola

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El ministro de Exteriores, durante su comparecencia

Debería dejar de leer la prensa. Hacerlo me encocora. Seguro que es malo para el corazón. Lo es, desde luego, para las pulsaciones del sentido común.

¿Qué derecho tiene un ministro de Asuntos Exteriores a evacuar por la fuerza, en dos tacadas, a cincuenta y cuatro cooperantes que motu proprio se habían ido a los campamentos de Tinduf para echar una mano a los saharauis que allí levantan las banderas del honor frente al colonialismo alauita y la huelga de brazos caídos de los chupatintas de la ONU?

Por la fuerza, digo, pues parece que se les obligó a subir a los dos aviones de rescate que el bolsillo de los contribuyentes españoles, a los que tampoco se les había solicitado aquiescencia, enviaron la semana pasada al lugar de autos.

Lo de la pistola es licencia poética. No creo que la hayan desenfundado y amartillado. Sus balines eran de lentejas en salvas. Ya saben: las tomas o ahí te pudras.

Los del Frente dicen que la iniciativa era precipitada y la Coordinadora Pro-Sáhara asegura que ha sido una operación de imagen. Los primeros se quedan cortos. Precipitada, puede, pero además estúpida. Y en cuanto a lo otro… ¡Pues menuda imagen! La del despotismo, la del autoritarismo, la de la intromisión en la vida privada.

Y, encima, los cooperantes así rescatados, que, valentones ellos, habían acudido a una zona que desde hace muchos años lo es de guerra, se acobardan, se avienen y suben como corderitos al avión que los dejará recién duchados en las faldas de sus mamás.

Pasmoso.

Pasmoso todo, digo… Lo del ministro metido a papá que se preocupa de las buenas o malas costumbres de sus rorros y les dice que a las diez, como mucho, en casa; lo de los contribuyentes que se indignan y protestan por los recortes de la economía, pero no por ese atropello de despilfarro; y lo de los cooperantes sumisos que dicen Diego donde dijeron digo, meten sus pertenencias en la mochila y dejan a los saharauis en la estacada.

Se supone que todos ellos son mayores de edad y estaban allí obedeciendo la sacrosanta decisión de su libre albedrío. Argumenta el señor Margallo que corrían peligro: el de ser secuestrados por los yihadistas de Al Qaeda que hacen ahora de su chilaba un sayo con winchester y cartucheras en buena parte de Mali. Pues muy bien… ¿Y con eso? ¿Es acaso el ministro un fraile mercedario y limosnero que vela por los feligreses de su parroquia combatientes en Lepanto?

Tan arbitraria decisión recuerda la que en los días del terremoto de Fukushima tomó su antecesor en el cargo. No recuerdo quién era. ¿Moratinos? ¿Trini?

Poco importa. Ya dijo Cela que él repicaría cien años después de su muerte en los sellos postales, pero que nadie recordaría tras su destitución los nombres de ninguno de los ministros de cultura que le negaron y después le otorgaron el premio Cervantes.

¿Cervantes? Otro rescatado, aunque no a su pesar. Carmen Calvo, también ministra de cultura, aunque lo fuese -oxímoron flagrante- de la infausta era de Zapatero, dijo del autor del Quijote que había sido el primer turista español en el Mogreb y que eso lo convertía en meritorio adelantado del multiculturalismo. Más pasmo, por no decir sofocón. ¡Qué nivel, don Miguel!

Y a lo que iba: al avión que tras el tantarantán de Fukushima se llevó a la dulce patria y, en bastantes casos, a las no menos dulces playas tailandesas a los nigueyin españoles residentes en Japón.

Traduzco… Así llaman ahora en Japón a los gaiyin que se largaron en aquellos días. El neologismo significa extranjeros fugitivos, cobardes, que vuelven a casa no sólo por navidad cuando el enemigo achucha.

Señor Margallo: le aseguro que no tengo (todavía) nada contra usted, pero que lo tendré si, estando yo en cualquier parte peligrosa del globo, como lo estuve en las cercanías de Fukushima, decide rescatarme con dinero que ni es suyo ni es mío. Déjeme, por favor, vivir como me dé la gana y, si las circunstancias lo exigiesen, morir a mi manera.

Le comunico, de paso, que desde hace tiempo abrigo el propósito de pasar unos meses en los campamentos del Polisario, en los que ya estuve un par de veces, para escribir un libro sobre esa gesta. Iba demorando la decisión, pero ahora, con los yihadistas de Al Qaeda, los tuaregs insurrectos y los últimos jirones de la guardia pretoriana del extinto Ghadaffi al acecho por allí, quizá haya llegado el momento de tomarla. Lo de la posibilidad de un secuestro es para mí un aliciente, se lo aviso, pues dispararía la tensión y enriquecería el contenido de lo que allí escriba.

Le pareceré un insensato, y se lo pareceré también a los lectores y al director de este periódico, como se lo parecía a mi madre, pero le confieso que siempre he tenido el sueño de vivir algo así. Cada vez que cojo un avión rezo en mi fuero íntimo, mientras los gorilas del aeropuerto me cachean, para que los cooperantes de la literatura lo secuestren. Es cada vez más difícil. Son ustedes, los políticos, tan buenos, tan generosos, que nos obligan a vivir filantrópicamente entre barrotes a mayor gloria de ese régimen de supuestas libertades al que llaman Estado social. Lo inventó, por cierto, Lenin y lo reinventó Mussolini.

Señor Ministro de Asuntos que no son los míos: no se le ocurra, llegado el caso, enviar un avión de bomberos que me libren de cualquier incendio en el que por voluntad propia me haya metido. Se lo imploro. No me humille con limosnas pagadas por el erario. No me incorpore a la sopa boba de la solidaridad. No me repatrie. Mi única patria es la literatura. Vivir y morir son cosa mía.

Publicado en Dragolandia, elmundo.es, 30 julio 2012


Publicado en: ...el 01 Febrero 2013 @ 14:01 Comentarios (1)

One Comment

  1. A 01 Febrero 2013 @ 17:06 pivodi dijo:

    Señor Dragó, le doy algunas sugerencias para su relato literario:

    Año 2016, Afganistán ya estaba muy civilizado y es ahora de extender la democracia a nuevas y fértiles tierras. Los terroristas de Al-Qaeda, armados y financiados por la CIA y el MOSSAD, luchan contra las tropas de la OTAN en el desierto de Sáhara, desde Marruecos a Argelia pasando por Mali. En medio de estas trifulcas los pobres agricultores subsistían cultivando lo único que podía crecer en este clima, unas preciosas plantaciones de amapolas de heroína y algunas otras plantas de marihuana. Con estas materias primas cargaban camiones, de droga, con destino a Ceuta y Melilla y desde allí a Europa, con el único objetivo de alimentar a unos jóvenes españoles, franceses o alemanes sin empleo ni futuro, sumidos en una crisis sistémica, que encontraba en la droga el calmante oportuno a su desilusión, por la política, la corrupción y falta de valores de unas sociedades plagadas de extranjeros, que eran quienes comerciaban con la preciada mercancía. Todo este trapicheo de drogas segaba la vida de una juventud ya arrojada a la que se conocía como Generación Perdida… perdida era un eufemismo que describía a la perfección la situación. En este ambiente quedaba solo una esperanza, la banca, todo este negocio de vida y droga arrojaba grandes dividendos, y en la crisis sistémica en la que se sumía Europa, estos dividendos eran como “agua de mayo” para esa banca tan necesitada de liquidez… por otra parte ésta extinción de juventud solucionaba los viejos problemas del empleo, en esta era post-industrial la mano de obra era un valor a la baja.

    Bueno, son solo algunas pinceladas. Un saludo.