Elogio de la sombra (Cabalgando el tigre)

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Al producirse la Restauración Meiji a mediados del siglo XIX, Japón -recluido en sí mismo durante los tres siglos anteriores- se abre al mundo exterior, vuelve sus ojos, entreabriéndolos, hacia Occidente y acoge no sólo la tecnología y muchas de las costumbres europeas y estadounidenses, sino también su estética, su concepción de las Bellas Artes y su literatura.

Ésta, puertas adentro del país, se había mantenido escrupulosamente fiel a los cánones autóctonos, muy distintos a los que imperaban en el mundo occidental y de difícil inteligibilidad para quienes no fueran japoneses.

El lector japonés, hasta ese momento, desconocía a los autores occidentales y, de modo análogo y por idéntico motivo, los lectores occidentales, excepción hecha de los que por vía de erudición y orientalismo habían tenido acceso a la cultura nipona y en especial a su poesía (el haiku), desconocían la literatura clásica japonesa.

Es, seguramente, Junichiro Tanizaki el primer gran escritor que encarna esa apertura a lo foráneo, más no por ello renuncia a sus raíces. Al contrario: las conserva, revitalizándolas, y las enriquece al adoptar, en feliz simbiosis, las modas, los modos, los gustos y las tendencias que llegan de Europa.

Comienza así la historia de la literatura contemporánea japonesa que se desarrolla, intramuros de Japón, a velocidad de vértigo -el ya citado Tanizaki, Natsume Soseki, Akutagawa, Dazai Osamu, Kawabata y tantos otros- y sale al mundo exterior impulsada por Mishima y su seppuku. Éste, cualesquiera que sea la valoración moral y social que su gesto de suprema transgresión nos merezca, obligó al lector occidental, distraído hasta entonces, a dirigir su atención a lo que los grandes autores japoneses de la modernidad habían escrito en el pasado, estaban escribiendo en el presente e iban a escribir en el futuro.

De ese modo, al hilo de un proceso que no siempre fue fácil, se llega a un momento como el actual, del que cabe decir, sin que la afirmación resulte hiperbólica, que la literatura japonesa y, dentro de ella, el género novelesco -desde Kenzaburo Oé y Abe hasta Murakami y Banana Yoshimoto, por citar sólo a unos cuantos autores entre los protagonistas del fenómeno- ocupa un lugar privilegiado en el espectro de la literatura universal tanto en lo concerniente al favor y fervor de los lectores como a la atención de los críticos, el interés por ella despertado en los círculos académicos y su influencia en algunos de los más relevantes autores del mundo occidental.

Sin embargo, el misterio de una visión del mundo, del hombre y del arte profundamente japonesa y radicalmente distinta a la de otras culturas permanece y es para el lector occidental constante fuente de fascinación, curiosidad, sorpresa y desconcierto.

De ahí el título y el subtítulo de esta entrega de mi blog… Elogio de la sombra, en clara alusión a un celebérrimo texto de Tanizaki, pues sin ella, sin ese efecto de claroscuro, sin el misterio al que más arriba se ha hecho referencia, la literatura nipona perdería una de sus más sugestivas señas de identidad y de diferenciación; y Cabalgando el tigre, con no menos clara alusión a un concepto característico de las culturas orientales, pues es el vértigo de tal y tan incierta aventura -que laceró el alma de algunos autores y potenció su lado oscuro- lo que, a mi juicio, transmiten muchas de las más relevantes obras de la literatura japonesa nacida al calor de la Restauración Meiji.

Ésta condujo a los escritores japoneses, y eso no ha desaparecido, a la necesidad de mantener un difícil equilibrio entre lo autóctono y lo foráneo, entre la fidelidad a lo propio y lo aceptación de lo ajeno, entre la semilla y el fruto, entre lo centrípeto y lo centrífugo, entre la tradición y el plagio…

Lean La estrategia de lo invisible, de Michel Random (descatalogado, supongo), La cabeza cortada de Yukio Mishima (Berenice), de Fernando Molero Campos y El Japón de Murakami (Aguilar), de Carlos Rubio.

Y, por supuesto, El elogio de la sombra (Siruela) y Tatuaje (Rey Lear), de Tanizaki, traducido, este último, por Alicia Mariño y Naoko Kuzuno, que es mi mujer.

Publicado en Dragolandia, elmundo.es, 13 febrero 2013


Publicado en: ...el 15 Febrero 2013 @ 13:00 Comentarios (4)

4 comentarios

  1. A 15 Febrero 2013 @ 13:17 Er Manué dijo:

    Me gustó mucho “Sade”, de Mishima.

  2. A 15 Febrero 2013 @ 13:20 Er Manué dijo:

    “Madame de Sade”.
    En 1986 se representó un excelente montaje de esa obra en el Centro Cultural de la Villa. Con Magüi Mira.

  3. A 15 Febrero 2013 @ 13:33 Er Manué dijo:

    Dragó, piensa un poquito: siguiendo tu lógica (la que aplicas al problema de las hipotecas)no hay un problema de paro en España, ya que la mayoría de la población aún tiene trabajo.
    ¿Por qué no te dedicas a hablar de Mishima, que lo haces muy bien, y dejas lo de “todólogo”?
    No. Mejor, no. Que, la verdad, es que hace gracia escucharte las paridas.

  4. A 15 Febrero 2013 @ 14:28 pivodi dijo:

    Los japoneses alguna vez fueron valientes guerreros, es cierto, pero de eso queda sólo el recuerdo; y de recuerdos viven los lisiados y los ancianos. Ellos han sido trabajados por el budismo, han sido “moralizados”, es decir, ablandados, debilitados, amansados, pacificados. Hoy, bajo la aparente austeridad palpita el Dragón de la Envidia por el lujo y la Cultura occidental; bajo el disfraz de la humildad jadea el burgués deseoso de todos los placeres; bajo la máscara del guerrero consagrado a las penurias de la lucha, está el rostro pusilánime del que ama las comodidades de la paz; bajo el declamado honor se oculta la traición.

    En la historia no existen las sorpresas. Los hechos históricos registran causas que a veces se remontan siglos o milenios anteriores. El Japón es hoy un gigantesco kibutz, la “mentalidad judaica” se ha impuesto en todos los órdenes, de manera semejante a como ocurre en Europa, y predomina un generalizado consenso para que el país permanezca alineado a la globalización, pertenezca a la Comisión Trilateral, a la ONU, a la OTAN, etc. todo el mundo, allí, habla de yens, de paz, de consumo, de turismo, de hermandad, libertad, fraternidad, etc. Este “cambio”, aparentemente “sorpresivo” dada la vocación “guerrera” de los japoneses antes de la Segunda Guerra Mundial ¿es realmente un cambio, debido al escarmiento de Hiroshima y Nagasaki, o la exhibición de la verdadera naturaleza de los japoneses, quienes tal vez por una especie de trauma colectivo han querido durante siglos ser lo que no eran, esto es, Samurais, y habían terminado simulando, representando, el papel de guerreros?

    Porque todos los fenómenos históricos, como este supuesto “cambio” de los japoneses, tienen causas antiguas que lo justifican. Ningún pueblo, jamás, pierde su Honor de golpe; no hay ejemplo alguno en la Historia que pruebe lo contrario. Los pueblos, como todo lo que vive, siguen las leyes de la naturaleza y entre ellos, como entre los habitantes de la selva, hay pueblos leones y pueblos borregos, pueblos cóndores y pueblos ratas; y, como entre los animales, ningún león se convierte de golpe en borrego, ningún cóndor se transforma súbitamente en rata: si tal “cambio” fuese en verdad posible, requeriría de una larga, milenaria, evolución. Claro que, como en las fábulas, los borregos pueden alguna vez disfrazarse de leones, las ratas vestirse de cóndores.

    El tradicionalismo japonés, sus sistemas completos de Filosofía Política, aparecen en la pluma de los publicistas de la Revancha, desprovistos de su contenido místico, espiritual e intelectual, reducidos a burdos esquemas patológicos. Sé que no debo explicaros estas cosas a usted, que está iluminado por Shiva, la analogía de los contrarios es la analogía de la luz con la sombra, es la substitución de las sombras por las realidades. Es la mentira de la verdad y la verdad de la mentira.

    Un saludo.