El blog de Fernando Sánchez Dragó

No me he vuelto loco. Ya sé que estamos en verano. ¡Cómo no voy a saberlo con el calor que hace! El lunes y el martes, en la plaza de toros de Badajoz, toqué a la vez el cielo y el infierno. Lo primero, por las faenas de El Juli y José Tomás; lo segundo, por la temperatura reinante. El callejón era un microondas y los tendidos la parrilla en la que asaron a san Lorenzo.

El título de esta entrega del blog es el de la novela de Amélie Nothomb, editada aquí, como todas las suyas, por Anagrama, que acabo de leer: Viaje de invierno. Apareció en el 2009. A España llegó hace quince meses.

Leo pocas novelas, muy pocas, de sobra lo saben quienes me siguen, pero me abalanzo sobre las de la Nothomb, única novelista entre cuantas (y cuantos) hoy empuñan péñola en el mundo que estimula no ya mi apetito de lector, sino mi voracidad.

Nunca me decepciona, excepto en las últimas páginas, que suelen desmerecer de las restantes. Amélie Nothomb no sabe rematar sus relatos. Da igual. Todo se le perdona. Ya dijo Billy Wilder que nadie es perfecto.

Primera frase: “Cuando paso por el control de seguridad de los aeropuertos, me pongo nervioso, como todo el mundo”. Comentario: esas medidas son contrarias a la declaración de derechos humanos. Los delincuentes se han salido con la suya: vivimos todos, menos ellos, entre barrotes. Las democracias actuales se niegan a sí mismas. No hay presunción de inocencia, sino de culpabilidad.

Esos controles, de por sí exasperantes, son, además de inútiles, estúpidos. La posibilidad de que alguien secuestre o haga estallar el avión es mínima. El verdadero riesgo radica en la posibilidad de que el vehículo se estrelle.

Otras frases:

“Todos los lectores deberían copiar los textos que les gustan: no hay nada mejor para comprender qué los hace tan admirables”.

De acuerdo. La única formar de aprender caligrafía es haciendo palotes. Tuitear consiste exactamente en lo contrario. Las redes sociales son un pizarrón de analfabetismo.

“Es curioso: todas las setas son buenas, incluso las venenosas. ¿Por qué los psilocibios, que son con diferencia los más benéficos, son los únicos malos? Quizá de ese modo la naturaleza previene a quienes van a consumirlos: cuidado, están ustedes a punto de vivir algo especial”.

Arranca ahí, o un poco antes, la mejor descripción de un viaje psicodélico que hasta ahora he leído, a excepción (¡qué diablos!) de la que yo incluí en mi novela El camino del corazón. Terenci Moix decía que la modestia es una horterada. Oscar Wilde viajaba siempre con un libro suyo “para poder leer algo inteligente –explicaba– a lo largo del viaje”.

Más… “Lo que denominamos bad trip consiste en ver las cosas claras. Mi primer bad trip tuvo lugar en el metro. De repente percibí la fealdad que me rodeaba. Sin embargo, no la había inventado yo, ya estaba allí antes, pero me había protegido de su existencia a través del filtro del pasotismo ordinario”.

Que entienda quien pueda, quiera y sepa entender. No se hizo la miel de la enteogenia para la boca de los horteras.

“Has recuperado la visión de las cosas de cuando tenías un año, dos años. En el metro, observa como los bebés miran a su alrededor: salta a la vista que están flipando (…) ¿Por qué dejamos de ver al crecer? Precisamente porque crecemos. Aprendemos las duras leyes de la supervivencia, que nos obligan a concentrarnos en lo útil. Nuestros ojos desaprenden la belleza. Gracias a los hongos recuperamos nuestras percepciones infantiles”.

Tal cual. Quien lo probó, lo sabe.

Última frase del libro: “La primavera puede comenzar”. De ahí el título. La novela de la Nothomb debería haberse llamado Trip de invierno.

Ya no hace calor. Refrescó en el mismo instante en que terminé el libro.

Sospecho que nunca le darán el Nobel a la mejor novelista viva del mundo. Yo haré todo lo posible para que le den el Príncipe de Asturias.

El día 3 de agosto, en Huelva, tomaré unos psilocibios. Torean Morante y José Tomás.

Publicado en Dragolandia, elmundo.es, 29 junio 2012