Pecados capitales (y 2): Lujuria y libertad

El descubrimiento de la lujuria de El Bronzino
‘El descubrimiento de la lujuria’, de El Bronzino

Tenía que hablar hoy de la primera. Lo prometí. Aquí la tienen.

No siempre he sido capaz de dominarla. La mayor parte de los líos en los que al sesgo de la vida me he metido proceden de ese pecado capital, capitalísimo, pero no menos cierto es que le debo muchas de las experiencias más enriquecedoras, rompedoras y reveladoras de mi existencia.

Escribo siempre en primera persona, aunque a veces lo disimule, como hice en Eldorado, Las fuentes del Nilo, El camino del corazón, Muertes paralelas y Soseki. Inmortal y tigre, acogiéndome a la tercera. La única literatura, ya sea por activa (como escritor), ya por pasiva (como lector), que me interesa es la egográfica. Por eso devoro los libros que publica Circe. San Agustín, Cellini, Cardano y Montaigne la inauguraron. Hasta el siglo IV no hubo un solo libro escrito así y fue preciso esperar al XVII para que llegara el segundo. Es curioso. Ahora abundan. El último que ha llegado a mis manos, excelente, es el de Luis Racionero: Entre dos guerras civiles. Memorias sociales y políticas (Ed. B).

A los tres años descubrí y decidí que iba a ser escritor. Mi quehacer vital, a partir de ese instante, se orientó hacia un solo objetivo: el de la literatura, el de vivir literariamente, el de convertirlo todo -hechos, pensamientos, sentimientos, emociones, fantasías- en palabra escrita.

La lujuria, entendida y practicada como detonador, tensor, espinazo y lanzadera de ese trajín, ha sido siempre uno de mis puntos de ignición y, a menudo, mi motor de explosión. Es como un toro bravo. Hay que desencajonarla, darle salida al ruedo, permitir que corretee por él y después, aprovechando su embestida, pararla, templarla y mandar en ella cargando la suerte.

Llevo muchos años adentrándome en las dehesas de tal ganadería. Lo he probado casi todo, a veces por afición, otras veces por devoción, siempre por curiosidad y de cuando en cuando, incluso, con aprensión o sin ganas. Pero la literatura es un sacerdocio pagano que obliga, tal como yo la entiendo, a exponer, a forzar las cosas, a retorcer la cintura, a saltar vallas, a experimentarlo todo, guste o disguste, sin reparar en el riesgo de salir trasquilado, romperse la crisma o perder la reputación.

Experimentar, subrayo, lo que equivale a no ser mero espectador, sino actor. Mi forma de entender el arte de escribir excluye la posibilidad de mirar los toros desde la barrera. Eso no es condición suficiente para escribir con arte, pero sí necesaria, tal como yo lo veo.

¿Hay límites? Sí, claro, pues sólo la muerte, y nunca la vida, es ilimitada. Todo, en el sexo, está permitido, incluso los desvaríos de la cordura o las caídas en la vulgaridad, el disparate y el ridículo, a condición de que no medien engaño, explotación, imposición, violencia (no la hay en las prácticas sadomasoquistas, por ejemplo, libremente aceptadas, ni en la humillación psicológica. Placer y dolor son, a menudo, parientes cercanos), manipulación, abuso de poder, trato entre niños y adultos, relaciones con discapacitados mentales o repugnancia -física, moral o psicológica- invencible.

Digo esto último pensando en ciertas parafilias, como ahora se llaman las antiguas perversiones, que nunca he entendido ni podría practicar: la zoofilia, la coprofilia, la necrofilia… Vade retro. Me sorprende que tan envilecedores atentados al buen gusto y al sentido común tienten a algunas personas, pero ya dijo el Gallo, ¡ozú!, que hay gente pa’ to’.

El carácter, como a Richard Burton, como a Henry Miller, como a Mishima, me obliga a verificarlo todo y, a la vez, y a diferencia del segundo, a no hacer nada en exceso. No soy hombre de fe. No atiendo a prédicas. No sigo ni doy consejos. No aprendo del prójimo. No me consta que el hombre haya llegado a la luna, puesto que cuando cuentan que lo hizo, yo no estaba allí. Tengo vocación de cobaya. Lo verifico casi todo y, cuando eso no es posible, suspendo el juicio…

El casi tiene su importancia: no he sido capaz de hincar el diente en las cucarachas fritas de Bangkok ni en los pinchos de escopiones y tarántulas de Phnom Penh. Es sólo un ejemplo. Hay otros, pero no muchos.

¡Ah de la literatura! “En noviembre del 1913 Kafka escribió que visitaba deliberadamente los distritos de prostitución porque le excitaba el mero acto de caminar junto a las prostitutas y la distante, pero real posibilidad de escoger a una. La caza del amor. En Crónica de Berlín, de 1932, Walter Benjamin recordaba que “toda una red de calles se abría bajo los auspicios de la prostitución, conduciendo a un obstinado y voluptuoso equilibrio en el borde… Más allá de esa frontera está la nada” (Evelyn Juers, La casa del exilio, de nuevo Circe).

Llevo, como digo, años, lustros, décadas de merodeos por todos los locales, escenarios, talleres, reboticas, espeluncas y escondrijos del sexo oculto y, a veces prohibido o condenado por los hipócritas, mojigatos y biempensantes, mas no por ello inaccesible. Madrid y Barcelona son, seguramente, en ese sentido, las dos ciudades más pecaminosas del mundo, por encima de París y Nueva York. ¡Quién iba a pensarlo!

Liaisons altamente dangereuses. He visto en esos lugares cosas sorprendentes. He vivido experiencias muy curiosas, no siempre placenteras, pero sí, ya dije, enriquecedoras y fecundas en lo que a la literatura concierne. Cada vez que se pisa raya en la rayuela de la vida sucede algo vivificador. O lo que es lo mismo: cada vez que se viola un tabú, escribió Henry Miller, sucede algo estimulante.

Algún día tendré que contarlo. Llevo ya muchas páginas escritas. Existen, incluso, testimonios gráficos. Son, de momento, secretos, tanto los unos como las otras. Quizá destruya esos relatos o esas imágenes (que no siempre están en mi poder). Quizá los desgrane, poco a poco, con cesura y con censura. Quizá los publique sólo a título póstumo. No es aconsejable hacerlo ahora. Soplan en el mundo de hoy vientos tan puritanos como los que otro Miller, el que se casó con Marilyn, denunció en Las brujas de Salem: los de la corrección política. El Lawrence de Lady Chatterley los padeció y el Henry Miller de los Trópicos y de La Crucifixión Rosada, también. En el más allá estaré a salvo de la escandalera. Mi familia, no. Que se apañe.

El vigésimo segundo precepto de mi libro El sendero de la mano izquierda decía: “No seas homosexual ni heterosexual. Sé pansexual”. Y el vigésimo tercero: “No seas varón ni mujer. Sé andrógino”.

Como Leonardo… Sexo en general sin sexo definido (valga la paradoja o, como dice Bayly que dicen en Colombia, la parajoda). Yang que se vuelve yin, yin que se vuelve yang. Cambio de roles. Promiscuidad. Travestismos. Transformismos. Fetichismos. Piruetas. Fantasías. Lencerías. Varones que desarrollan su lado femenino. Mujeres que enarbolan su lado masculino. El sexo como gran teatro del mundo, la lujuria como palanca de libertad, la imaginación no al poder (donde no pinta nada), como gritaron los sesentayochistas, sino a la entrepierna, por así decir.

Eppur mucha gente me pregunta, tras leer ese libro, qué es la pansexualidad y qué la androginia.

Yo, cuando lo hacen, los miro con asombro, pues no sé donde radica la rareza: si en su actitud o en la mía. Lo mismo me sucede cuando alguien, para explicar por qué nunca ha tomado sustancias psicotrópicas (es otro ejemplo), me dice:

-Es que no las necesito.

Por supuesto… Ni yo tampoco, pedazo de merluzos, pero no es cuestión de necesidad, sino de curiosidad. ¿Es, acaso, necesario ir al cine, comer ostras, beber champán, admirar un crepúsculo, seguir el rastro de las estrellas fugaces, acariciar a un gato, leer el Quijote o visitar París? ¡Pero si ni siquiera nacer es necesario, hombres de Dios!

¡Venga! ¡Muevan el culo! ¡Pruébenlo todo!

¿Me habría gustado pasar unos meses en Babilonia? Sí. ¿Y en Sodoma y Gomorra? Sí. ¿Hubiese querido ser vestal en un templo de Afrodita, pirata que secuestra criollas en el Caribe y se las lleva a la isla de las Tortugas, mujer del César que no es honesta, pero lo parece, apache en el París de Toulouse Lautrec, bayadera en un palacio de Estambul, califa que durante mil y una noches comparte su lecho con Sherezade y escucha sus relatos escabrosos, geisha en la calle de Ponto-cho, maestro o aprendiz del Tantra en Puna, Venus de las pieles y esclava del Divino Marqués, burlador de Sevilla, actor de película porno, Casanova en el carnaval de Venecia, sister boy en el Golden Gai de Shinjuku, Tenorio en el diván de doña Inés y doña Inés en el diván del Tenorio? Decididamente, sí. Todo ello y mucho más. No sólo el arte. También la lujuria empieza cuando vivir no basta para vivir la vida.

¿Es nostalgia del cieno, atracción del abismo, descensio ad ínferos, koan para dejar el cerebro en blanco, búsqueda del rostro en sombra de la luna? Quizá… Pero yo diría que es, al lado de todo eso y por encima de cualquier otra cosa, apuesta de liberación, tentativa de conocimiento y arrobo de ebriedad sagrada.

Si la verdad nos hace libres y la lujuria, también, verdad es la lujuria y la lujuria, verdad.

Amén.

Posdata para la bloguera Beltane: la ilustración de mi entrega anterior es de Brueghel el Viejo (”Los siete pecados capitales. La Lujuria”). ¿Puedo enviarte un beso? En la boca, claro, si lo permites, ya que de lujuria hablamos. Gracias por leerme y por no ser espécimen rabioso de esos que pululan por la Red. Es la primera vez en mi vida que respondo a un comentario. Lo hago desde aquí, porque no sé cómo se hace desde el tuyo. Piden datos, y eso, nunca. Mejor, incluso, la castidad.

Publicado en Dragolandia, elmundo.es, 22 mayo 2012


Publicado en: ...el 19 Mayo 2013 @ 17:52 Comentarios (3)

3 comentarios

  1. A 20 Mayo 2013 @ 13:54 Er Manue dijo:

    Drago, el lio en el que te metiste con el tema de las niponcitas no fue producto de la lujuria. Fue producto de la soberbia. En ese caso via fantasmada chulesca. Hay fantasmadas blancas y chulescas. Aquella fue lo ultimo.

    Tienes razon que Madrid es ciudad de muchas putas. Hasta que las feministas las prohiban. Y, entonces, las tropas nacionales habran alcanzado sus ultimos objetivos militares. La guerra habra terminado y el toro de Osborne sera cabestro.

  2. A 22 Mayo 2013 @ 02:28 Kantabriko dijo:

    Drago ,me pareces formidable escribiendo , entre el escepticismo y la filosofia yo apostaria porque eres un gran filosofo ademas de escribir grandes obras , un saludo .

  3. A 22 Mayo 2013 @ 02:30 Kantabriko dijo:

    Por cierto que os parece “El retorno de los brujos ” , quizas una obra clasica y apaionante , sobre el tema de la Atlantida no os pregunto ,mi ignorancia no da para mas ,otro saludo de este humilde admirador .