La danza de la realidad

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Estoy en París. Llevaba tiempo sin ver a Jodorowsky. El lunes cenamos juntos en un chino de su confianza y luego seguimos de charleta hasta la midnight de Woody Allen.

El pelo canoso del cineasta tiene ochenta y cuatro años, pero en su cabeza bulle la misma juventud y el mismo arrojo que lo condujo aquí, a París, en sus años mozos, con cuatro perras en el bolsillo y el firme propósito de salvar el surrealismo metiendo en vereda a Breton, que había perdido el norte, el sur, el este y el oeste.

He dicho cineasta, porque el Jodorowsky escritor, novelista, guionista de cómics, psicomago, tarotólogo, mimo, actor y director de escena pasó a la historia después de haber entrado en ella por mil resquicios.

No soy yo quien lo dice. Es él.

-Dragó, he renacido. Ya no soy nada de lo que fui. Seguiré escribiendo poemas, uno al día, que nadie leerá, pero a partir de ahora sólo soy un cineasta. Siempre lo quise ser. El cine es el arte más completo que existe, pero Hollywood, esa casa de putas que parece Sodoma y Gomorra, lo ha prostituido. Aunque he dirigido siete películas, la más moderna de todas ellas se remontaba a veinte años atrás. Ahora, por fin, gracias a la generosidad de un mecenas al que no le importa perder dinero, he conseguido rodar la octava. La presenté en la Quincena del Realizador del Festival de Cannes y mañana se estrena en París. ¿Vendrás, verdad? Llegas en el momento oportuno.

Y fui, claro… Eso fue anoche, en una sala de quinientas personas en la que no había un solo asiento vacío. Lo dicho: Midnight in Paris, aunque la proyección empezó a las ocho y media de la tarde.

Aún estoy tambaleándome. La nueva película -¡aleluya, aleluya, hossanah a quien llega en nombre de Fellini, de Orson Welles, de Moebius, de Topor y de Salvador Dalí!- traslada al cine la primera parte de uno de los diez libros que más me han impresionado a lo largo de setenta años de lector: La danza de la realidad (Siruela), “autobiografía imaginaria, pero no ficticia”, de Jodorowsky.

Ése es también el título de la película, que acaba cuando Alejandrito abandona la inhóspita ciudad del norte de Chile en la que nació y se adentra, como aconsejaba Baudelaire, en el fondo de lo desconocido para encontrar lo nuevo.

Llegará a la capital del país, y lo que allí le sucedió, cobijado en las frazadas de lo que Marinetti había llamado “actos poéticos” (la poesía en acción), será el asunto de la próxima película.

Habrá, si todo va bien, una tercera entrega: Jodorowsky, que había nacido mientras la crisis de Wall Street reventaba el mundo, decidió quemar las naves de su país, se subió a un paquebote ardiente, tiró al mar su libreta de teléfonos y llegó a París. Tenía veinticuatro años. Esa misma noche, a las tres de la mañana, telefoneó a Breton, que se puso como un basilisco… Pero no nos adelantemos a los acontecimientos.

La nueva película de Jodorowsky es asombrosa. No hay en ella un solo fotograma que no incendie las pupilas y no active, desde ellas, y desde los tímpanos, porque no menos asombrosa es la banda sonora que lo envuelve todo, los lugares más recónditos de la conciencia, de la videncia, de la violencia, del subconsciente, de la memoria, del olvido y de la inmortalidad.

Nada más terminar la proyección me escabullí, busqué refugio en la terraza del Pied Cochon, que estaba a bocajarro del cine, pedí media botella de Borgoña y envié a Alejandro un par de mensajes telefónicos en los que le decía que era el nuevo Sófocles, que había filmado una tragedia griega y que su película era, entre otras muchas cosas, el relato de varios crímenes perfectos y eslabonados: muerte del padre, muerte del propio Jodorowsky convertido a su vez en padre del niño que él mismo fue y que en el cine encarna su hijo Brontis (un harakiri ejemplar) y muerte de Freud.

Un frondoso árbol genealógico crece, plano a plano, desde las raíces hasta la copa, de rama en rama, de yema en yema, al hilo de toda la película. Adán, otro hijo del autor, la ha convertido en papel pautado y encarna en ella al Anarquista. La esposa de Alejandro, Pascale Montandon, medio vietnamita, medio camboyana y más francesa que Coco Chanel, ha diseñado los trajes y ha decorado el conjunto -muebles, fachadas, telones de fondo, cercanías, lejanías- con pulso de orfebre de las piedras de Angkor.

La danza de la realidad es un chaparrón de símbolos. Los hay a cientos. Todos y cada uno de ellos suscitan una reflexión. Imposible es comprimirlos aquí.

Hace cosa de tres meses, largos, cuando la película se presentó en Cannes, el enviado especial de este periódico publicó en su contra una de las críticas más feroces que he leído en mi vida. En su derecho estaba, por supuesto, considerando, sobre todo, que la obra así puesta en cuestión es tan extravagante, tan excéntrica, tan concéntrica, tan rompedora, tan rugidora y tan herética que lo raro sería que no disgustase a algunos, quizá a muchos. Veremos.

Llegaba ese crítico a sostener que La danza de la realidad nunca se vería en los cines, pues nadie en su sano juicio la compraría.

Pues muy bien… De momento la han comprado en Japón, en México, en Chile, en Canadá y en Estados Unidos, y no para ser exhibida en circuitos de arte y ensayo, sino en salas de gran público. Dentro de unos días se presentará en el Festival de Sitges. Presten atención los distribuidores españoles.

La expectación suscitada en Francia ha sido espectacular. Las revistas de más tirada del país han dedicado páginas y páginas a Alejandro Jodorowsky.

Hace tres días se proyectó en el estadio de Tocopilla (ciudad natal del autor) en una pantalla gigante y asistieron ocho mil personas -¡ocho mil!-, que al término de la película lloraban, se besaban y se abrazaban. No está de más señalar que la población de Tocopilla es de veinte mil almas.

Ayer mismo dio cuenta el New York Times (y otros que tal bailan) de que cierto astrónomo, descubridor de un minúsculo planeta de cinco kilómetros cuadrados que gira alrededor de Marte, le ha impuesto el nombre de Jodorowsky.

-Alejandro -le dije yo al saberlo-. Ya eres como el Principito, ya tienes asteroide…

Tu Odisea del Espacio acaba de empezar. Saluda a Sófocles.

Publicado en Dragolandia, elmundo.es, 4 septiembre 2013


Publicado en: ...el 17 Septiembre 2013 @ 03:36 Comentarios desactivados

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