Váyase, señor Rodríguez

Ayer, en una coyuntura de enorme gravedad nacional, el presidente volvió a apelar a las palabras huecas, a los conceptos gastados, a los mantras genéricos y vacíos que articulan su “pensamiento mágico”. Tenía delante una amenaza explícita, una declaración de guerra abierta, un desafío delirante y vesánico ante el que un dirigente político sólo puede responder con firmeza, consistencia y seguridad. A cara de perro y con los dientes apretados; sangre, sudor y lágrimas. La ocasión requería palabras claras y conceptos diáfanos: resistencia, lucha, ley, rigor, decisión y coraje. Un líder delante y un pueblo detrás, con la fuerza de la razón y la determinación de la libertad. Una barricada moral de la que nadie pueda quitar el hombro.

Pero ésa fue la actitud del jefe de la oposición. El que habló de derrotar al terrorismo, de no ceder y no negociar fue Mariano Rajoy. Porque lo que el Presidente del Gobierno dijo ayer, fue lo de siempre, la habitual logomaquia ambigua, incontestable por obvia y estéril por insustancial, con que ha afrontado anteriores fracasos de su malogrado empeño. La misma nada envuelta en el celofán retórico del buenismo, la oquedad idealista y el verdor inocente y virginal de las praderas del Edén. Eso sí, al menos esta vez no ha salido corriendo a refugiarse en el silencio de Doñana.

Ah, tambien dijo que Eta se ha equivocado de nuevo. Eta, claro; él no se ha equivocado nunca. Él sólo es un hombre cargado de buenas intenciones. El Príncipe de la Pazzzzzzzz, incomprendido en su iluminado esfuerzo por abrir caminos de diálogo y convivencia. Igual es que no nos lo merecemos. Que un líder tan preclaro, idealista y generoso no está a la altura de nuestros torpes, asustados desvelos, y es menester que abandone cuanto antes una responsabilidad tan mal recompensada.

Lo que acaban de oír no lo he escrito yo. Lo que acaban de oír lo ha escrito en el Abc del miércoles el extraordinario columnista —periodismo y literatura en estado puro— Ignacio Camacho. Hago mías sus palabras sin pedirle consentimiento para ello. Sé que me lo daría. Irreprochables. Zapatero tiene que irse. Debía haberlo hecho inmeditamente después de enterarse del atentado de Barajas tras asegurar un día antes que estábamos mejor que hace un año y peor de lo que estaríamos un año después. Tenía que haberlo hecho al estallar el escándalo de la Comisión Nacional del Mercado de Valores. Cualquier gobernante con decoro de cualquier país democrático, con democracia antigua o no, como la nuestra, de recién llegados y nuevos ricos, habría dimitido. Zapatero tiene que hacerlo ahora si no quiere que todos sus juguetes se le rompan en las manos provocando un estropicio de incalculables consecuencias en este país al que se niega a llamar España. Confío en que no sólo el PP y la gente de la calle se lo exija, sino que también lo hagan sus correligionarios por el bien de todos, empezando por el de ellos mismos. Unidad democrática frente a la violencia significa también unidad democrática para que la democracia ejerza su más alta virtud: la de expulsar pacíficamente de la jefatura del gobierno a quien la ocupe sin rayar a la altura de lo que ese cargo exige, merece y necesita. Nos gobierna un orate, un iluso, un hombre que sólo sabe crear problemas sin resolver ninguno. Váyase, señor Rodríguez. ¿Le suena esta frase? Se lo pido como hombre de a pie, como ciudadano, como escritor y como director de este informativo, y opinativo, que ahora arranca con su noticia de cabecera. Imagínenese cuál es.

Publicado en: ...el 06 Junio 2007 @ 23:18 Comentarios desactivados

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