Nanas de la cebolla

Tengo muy oído en tertulias y mentideros literarios de café —ése, por ejemplo, al que en una noche de 1961 llegó Umbral aún con caspa de casinos provincianos— que el autor de Mortal y rosa, su obra más célebre y celebrada, nunca volvió a ser el mismo después de la muerte por leucemia a los seis años del hijo único que España —su mujer, no su país- le había dado. Cuentan que fue entonces cuando se endureció su carácter y decidió convertir la literatura en lo que ésta fue ya siempre para él: una celda de monje, un seno de madre, un acogerse a sagrado, un burladero frente a las acometidas del mondo cane, del perro mundo que en Yira cantara el tango.

Yo, la verdad, no sé si la especie es cierta, porque conocí a Paco mucho después, cautivo y desarmado ya el Ejército de Franco, cuando el atroz suceso que el libro evoca era agua o, más bien, rabión pasado, y huérfano de hijo el escritor.

La licencia poética —huérfano de hijo— no es ociosa, pues Umbral era también, y siempre en sentido figurado, huérfano de padre, al que no conoció, me parece, ni desde luego trató y por el que en todo caso nunca fue reconocido, e incluso de madre, considerando la frialdad con la que ésta lo atendió y la distancia, nunca bien digerida, a la que lo mantuvo.

Mortal y rosa es, en consecuencia, no sólo una elegía, un aullido de dolor originado por la muerte a redropelo, contra natura, de un niño de seis años, sino también la confesión, en esa especie de diván de psicoanálisis que es, a veces, la literatura, y la subsiguiente tentativa de autosanación de una triple y carnívora orfandad de ala amarga y homicida. Yo sé lo que es eso. A mi padre lo asesinaron antes de mi nacimiento y es precisamente la historia de ese crimen y de la desorientación y vocación de soledad por él originadas lo que sirve de tramo a mi última novela.

Releer Mortal y rosa, que además de libro es responso y obituario paterno, y hacerlo, encima, al trasluz de la muerte de su autor, me ha valido una noche de insomnio poblada por fantasmas y con ellos compartida. Hechizo, trance, culatazo y desgarrón —simultáneo veneno y triaca— de la alta literatura. Mortal y rosa lo es.Y por eso, llagado, golpeado, extasiado y embrujado por la doble resaca de la lectura y del insomnio, escribo ahora, vestido de rosa de camposanto y Umbral, con traje de sombras, hincado de rodillas ante la puerta de toriles por la que está a punto de salir el féretro de un escritor de cartel y pisando la más que nunca dudosa luz de un día que ojalá no hubiese amanecido nunca.

Pero yo, a diferencia de Umbral, tuve madre y tengo hijos. ¡Orfandad triple, decía, la suya, y fúnebre cinta de Moebius, serpiente que se muerde la cola, implacable e impecable geometría antieuclidiana de muertes paralelas que convergen en el infinito de esta obra maestra concebida como alivio de luto! Con ella, en 1975, publicada apenas un año después de que Pincho —así lo llamaban— muriera, Umbral citó de frente al dolor, le ofreció la taleguilla del folio en blanco, se fajó, lo embarcó en el vuelo de la palabra escrita, clavó el estoque de las teclas en el hoyo de las agujas del sepulcro de su hijo, mojó los dedos y el talento en la tinta que manaba de la tierra, zanjó sacramentalmente el suceso, saludó a la afición lectora, abrió la Puerta del Príncipe —él lo sería, más tarde, de Asturias— y entró sin división de opiniones, pues no hay en el caso de este libro lugar a ella, en el Cossío de la literatura.

¡Va por usted, maestro! Y bien sabe el Dios en el que tú no creías, pero en el que quizá creas ahora, que no es por pompa fúnebre por lo que te adjudico ese tratamiento. Lo hago con la sinceridad y la credibilidad que me confieren los denuestos que más de una vez se cruzaron entre nosotros y los lances de fusilería literaria en los que, gallitos ambos de pelea, nos vimos envueltos. Cosas de la tribu, como él decía. Ya no tienen importancia. Nunca la tuvieron.

Cargo en su cuenta —eso sí— otra noche de insomnio, además de la descrita. Se produjo hace cosa de 10 años, cuando aquel huérfano eterno que nunca, ni siquiera de cebolla, tuvo nanas (yo se las canto ahora) publicó Los cuadernos de Luis Vives, obra tejida con hilos de colores similares a los de Mortal y rosa, y también maestra, en la que, curiosamente, casi nadie reparó. Yo la descorché, recién salida y encamado, en Kioto, no pude volver a taparla, la terminé —don de la ebriedad, rayo incesante, gozo con sombras— al rayar el alba, caí de hinojos y relaté esa genuflexión (y fue tras ella cuando definitivamente hicimos las paces) en las páginas de este mismo periódico que hoy, como él lo fue siempre, se queda, también de por vida, huérfano. Los placeres de Umbral ya no serán columna cotidiana, firme y a la vez flexible, que sostenga y entretenga los días de sus lectores.

Juego de palabras, sí, Paco, que tanto jugó con ellas, los apreciaría.No se me ocurre mejor manera de honrarlo.

Me acogí antes a los símiles taurinos. Consiéntaseme otro. Dicen, con frase no por hecha menos gráfica y hermosa —tanto que parece inventada por Umbral—, que el toro, cuando es bravo, se crece en el castigo. Así, lector, Mortal y rosa. No la toquemos más —«Sueño de nadie bajo tantos párpados», escribió Rilke, y Umbral lo cita—, porque salió perfecta y con lo dicho basta. Dobló en barbecho el hijo de un escritor de lidia, crecióse éste en el castigo, cuajó la mejor de sus faenas y salvó el pellejo. La literatura, como la fe a los ciegos, tullidos y leprosos de la Biblia, lo había curado. Santa terapia. Con ese libro, crucial, confirmó la alternativa y ya nunca se vino abajo. Tanto como alzar la voz importa sostenerla, y Umbral lo hizo.

¿A qué género, por cierto, pertenece Mortal y rosa? ¿Es novela? ¿Es diario? ¿Es autobiografía? ¿Es una carta con remite, pero sin dirección? ¿Es una esquela o una misa de réquiem? ¿Es Sagrada Escritura? ¿Es un clásico? ¿Es poesía de verso libre que taconea sobre el tablado del octosílabo («porque la infancia lo es»), el endecasílabo («Estoy oyendo crecer a mi hijo») y el alejandrino («mira el pasado lento, sus obstinadas olas»)?

Sí, sí, es todo eso, y mucho más, pero yo zanjaría la disputa diciendo que es Umbral, y punto. El hizo el molde y ahora se lo ha llevado. Nadie volverá nunca a escribir así.

Publicado en: ...el 18 Septiembre 2007 @ 12:29 Comentarios (21)

21 comentarios

  1. A 17 Diciembre 2008 @ 10:26 apuefejbzc dijo:

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  6. A 15 Enero 2009 @ 19:49 jtsfds325 dijo:

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  7. A 17 Enero 2009 @ 17:30 jtsfds246 dijo:

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  8. A 31 Enero 2009 @ 15:02 jtsfds149 dijo:

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  10. A 01 Febrero 2009 @ 10:42 jtsfds172 dijo:

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  11. A 02 Febrero 2009 @ 06:06 jtsfds215 dijo:

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  12. A 02 Febrero 2009 @ 22:06 jtsfds387 dijo:

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  13. A 02 Febrero 2009 @ 22:07 jtsfds387 dijo:

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  14. A 02 Febrero 2009 @ 22:07 jtsfds387 dijo:

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  15. A 03 Febrero 2009 @ 19:01 jtsfds147 dijo:

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  16. A 04 Febrero 2009 @ 12:12 jtsfds49 dijo:

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  17. A 04 Febrero 2009 @ 19:10 jtsfds109 dijo:

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  18. A 05 Febrero 2009 @ 00:39 jtsfds153 dijo:

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  19. A 05 Febrero 2009 @ 16:28 jtsfds183 dijo:

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  20. A 15 Agosto 2009 @ 22:02 Mita dijo:

    ¡Qué homenaje, Dragó!
    El día 24 de este mes se cumplirá el segundo aniversario de su fallecimiento.

  21. A 25 Febrero 2010 @ 12:45 Jaime Costa dijo:

    Con motivo, creo que del centenario del Casino de Segovia, a mí, que soy un socio viejo, pero no entiguo, me indican que busque alguien que en tal circunstancia diserte sobre los casinos, los casino provincianos. No sé lo que se podrá decir, aunque creo que es mucho. Ellos quieren, me refiero a la Junta, alguien relevante y a mí se me ocurre que podría ser una buena ocasión para poner sobre la mesa, además de las grises historias de estas instituciones, la idea de que sería hora de integrar a los miembros de todas las edades en actividades como Clubes de lectura, tertulias literarias conciertos, conferencias, etc. Sugerir la idea de una transformación total.

    No sé a quien dirigirme y he encontrado esta página.