Los cien en las Termópilas
Menos dos, porque Pedro Jota, que abrió la serie, no cuenta y yo no pujo.
A rey muerto, ¿rey puesto? No siempre. La corona, a veces, se queda sin cabeza y el delfín sin culottes. Umbral no murió el 14 de abril, pero igual llega tras él la república de las letras, el diluvio de las negritas o la columna Durruti.
No sería mal nombre ése ―Durruti― para un nicho como éste. En un periódico que se respete, por muy de orden que sea, y en El Mundo impera el desorden del pluralismo, tiene que haber una miaja de anarquía.
Y, aquí, ahora, la hay. Esta es una columna sin estilita fijo, pero noventa y ocho animales de pluma gruñen, enseñan los dientes y se acicalan en torno a su base. Hasta que el maestro de esgrima no se pronuncie habrá esperanza. ¿Quién será será?
Se lo pregunta todo El Mundo y también buena parte del mundo. La redacción es un sinvivir de rumores que allá por diciembre serán noticia. ¡Buena la ha armado Pedro Jota al llamar a cruzada!
Decía aquí hace unos días el candidato Gistau, insolente y competente, que este rectángulo vacío por defunción del titular es cuadrilátero en el que una caterva de púgiles de carnívora plumilla cruzan sus guantes y entrechocan sus palilleros pugnando por subirse al capitel de la columna deshabitada y hacerse con la legítima del columnista desencarnado, cuyo albacea es Pedro Jota. Umbral murió ab intestato, porque lo hizo de muerte violenta, en acto de servicio y con una metáfora de oro y uva atragantada en la gola.
Su señorito declaró entonces cien días de llanto y luto, reunió en la popa a la marinería, le dio licencia para el abordaje y se encerró en su camarote. ¿Tendrá un cuaderno azul de bitácora en cuyas rayas esté escrito el nombre del sucesor? ¿Lo hojeará por las noches, mientras el capitán duerme, algún diablo vestido de Prada? Ágata, ojo de gato, corazón de piedra traslúcida, seguro que tú lo sabes. Anda, dinos algo. ¿Tenemos Papa?
¡Qué nervios! Sólo nos queda la paciencia, oír pasar pájaros y confiar en que el jefe no se equivoque, como se equivocó el otro jefe, el del gobierno, hace unos años, al inscribir en su cuaderno azul el nombre del primogénito. Por culpa de aquel error tenemos ahora en España, aunque no en El Mundo, zapatero para rato.
¿Negritas con minúsculas que parecen nombres comunes aunque sean propios? Ya sé que no vienen a cuento, pero es un guiño cómplice y póstumo a Umbral. Él también, como yo, se perdía por una frase. Perdónenmela, y perdónenselas, los damnificados.
Por no saber, no sabemos ni siquiera si habrá columna de contraportada cuando la moratoria termine. No sabemos si, caso de haberla, será monoplaza, de tres asientos o de seis. Y tampoco sabemos si habrá columnisto, con un par, como les gustaría que dijéramos a l@s analfabet@s de la corrección política y lingüística, o campeará, con otro par de glándulas muy distintas, un Yo Dona en el pedestal de la columna. Y no lo digo por Gala.
Ya sonará, pero de algo estoy seguro. Si el dire escoge a gentes de su tribu, y no de otras ganaderías, el heredero de Umbral nunca se convertirá en tigre domesticado, como sucede en cabeceras de diferente divisa, que se suba al taburete y dé rugidos de oveja al escuchar el chasquido del látigo y la voz de su amo. ¡Qué cruz (con jota)! ¿Otra negrita? Pero iba a decir que en El Mundo, singular periódico plural, no hay domador ni fierecillas domadas y que por eso es para mí un honor escribir en él.