Con los bonzos han topado

Sorprende ver a monjes budistas vociferantes con el puño en alto y las facciones deformadas por la cólera. Más aún se sorprendería Buda si volviera a reencarnarse. Lo que sus discípulos están haciendo en las calles de Rangún casa mal con la doctrina del desapego ―básica en el budismo― y con la convicción, no menos básica en su doctrina, de que le realidad palpable y visible, histórica, social y política, es maya, ilusión, espantajo que los sentidos agitan pare confundir la conciencia.

La primera manifestación vistosa ―mediática, ¡vaya!― y no meramente subrepticia, porque ese pan se cocía en los hornos del budismo desde que el monje zen Uchiyama se convirtió, en Japón, al marxismo y acabó, en 1909, ante un pelotón de fusilamiento, fue la protagonizada por aquellos bonzos vietnamitas que a finales de los sesenta se transformaron en antorchas humanas para protestar por el ruido y la furia de la guerra que asolaba su país.

Occidente, al verlos, se conmovió y Oriente siguió sumido en la imperturbabilidad. Los bonzos llameantes de Saigón no detuvieron le guerra ni alteraron su curso. De ello, de ganarla y de perderla, se encargaron los vietcong con su ferocidad, los norteamericanos con su estupidez y Ho Chi Minh con su astucia.

Tampoco creo que los monjes birmanos (aunque podría equivocarme, todo es muy confuso) vayan a derribar ahora la férrea dictadura militar vigente en Birmania desde 1962, pero cuyas tuercas se apretaron, y de qué modo, a raíz de las algaradas callejeras de 1988, similares a las de estos días y ahogadas en sangre por quienes ahora detentan el poder. Fue entonces cuando el cartero de Mandalay y hoy dictador, que ya era general, se aupó sobre una pila de tres mil muertos, se blindó en la ferralla de sus condecoraciones castrenses y acometió la recta final de la carrera de obstáculos de menor cuantía que lo ha conducido hasta el lugar que ocupa.

El budismo tiene muchas ramas, y la predominante en lo que ahora se llama Mianmar es la de los Ancianos, la Theravada, la más antigua, la más contemplativa y, por ello, la menos proclive, en teoría, a preocuparse por los asuntos mundanos, por el precio del pan y por las tropelías de los dictadores. Y, sin embargo, y a contrapelo de lo que siempre han sostenido y predicado, ahí tenemos a sus monjes vociferando con el puño en alto y las facciones desencajadas por las calles de Rangún y enfrentándose a lo que acaso sea postrer estertor de un hombre devorado, dicen, por un cáncer de páncreas, dolencia ésta que no perdona.

El budismo, allá por los años sesenta y a impulsos del movimiento hippy y de la contracultura, salió de sus cazaderos tradicionales, se mezcló con el resto del mundo, ganó por doquier, y sobre todo en Estados Unidos, adeptos de rostro pálido y se impregnó poco a poco de cristianismo ateo, justiciero, buenista, izquierdista, redentorista y reivindicativo. El mundo se he globalizado, quién lo duda, y eso significa que en todas partes, sin que la esquiva, hermética, bellísima Birmania sea excepción, se fríen las mismas habas. Lo que allí, ahora, sucede con ese vivo color de azafrán que tiñe, inflama y capitanea la asonada de Rangún es algo extraordinariamente parecido a lo que aquí, entre nosotros, se llama teología de la liberación.

¿Liberación? ¿Qué clase de liberación? ¿La que en Occidente entendemos por tal o la que en Oriente, definida y propuesta por Buda, entre otros, se llama mokhsa y as de índole estrictamente espiritual e individual?

Resulta difícil, hoy por hoy, aventurar pronósticos. Lo más probable es que el Dos de Mayo septembrino de Rangún se quede, como el de Goya, en recuerdo triste de descargas de fusilería y sea el cáncer de páncreas de Than Shwe lo que en último término active, como con la muerte del Caudillo sucedió en España, el proceso de apertura, modernización y transición a la democracia de uno de los pocos países inocentes, pacíficos y amables, por mérito de sus gentes y sus bonzos, que hoy quedan en el mundo.

Publicado en: ...el 08 Octubre 2007 @ 12:55 Comentarios desactivados

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