EL LOBO FEROZ: Aminatu
No pude ir a la manifestación del sábado en apoyo del pueblo saharaui. Andaba yo en Osuna. Fui allí para dar el pregón de las fiestas del aceite de oliva. De no haber sido por eso, y pese a tener por norma la de no intervenir jamás en manifestación alguna, me habría acogido al derecho de excepción sumándome a esa ceremonia de amistad hacia los héroes que desde hace casi siete lustros sueñan con volver a su tierra para recuperar cuanto en justicia les pertenece. Amistad, digo, y aun diría fraternidad, pues por hermanos y amigos tengo a los saharauis desde que por primera vez llegué al oasis de Guelta (“gasolina y agua potable” dicen de él los mapas Michelin) y pasé noches enteras entre las jaimas, al arrimo de la lumbre, viendo pasar estrellas fugaces, sorbiendo tazas de té y escuchando las historias que las gentes del oasis me contaban. Mester de juglaría era aquello, como el del Poema del Cid, y orden de caballería quijotesca y andante, pues nómadas eran todos, la milicia en la que a lomos de jeep o de camello cabalgaban. Venía yo de Bir Mogrein, corría el otoño del 70 y regresé en otras dos ocasiones, procedente en ambas de El Aaiun y encaminado hacia Dakar, al mismo sitio. Sucedió todo eso antes de que Franco muriera y sus herederos -demócratas, se supone- optaran por desentenderse del proceso de descolonización que condujo a una nueva colonización del territorio: la que todavía hoy, contra la voluntad de los únicos propietarios legítimos de éste, impone por ley de gumía, cancillería y estacazo el monarca alauí. Lo que fue Sáhara español es ahora bandera del deshonor de España y de quienes la gobiernan. ¿Por los siglos de los siglos? No lo creo. Nada pueden, a la larga, los ejércitos que se enfrentan al querer de un pueblo. Estados Unidos mordió el polvo en Vietnam y vuelve a morderlo ahora en las dunas y pedregales del desierto afgano. De igual modo tendrá China que salir del Tíbet. Guardo en mis cajones la túnica de guerrero saharaui que el Frente Polisario me entregó la última vez que estuve en la Hamada de Argelia, donde sus campamentos siguen humeando, y tengo junto a mí, muy cerca de la mesa en la que escribo esto, la insignia -círculo, estrella y media luna- que en aquella circunstancia me impusieron. Sé que algún día entraré con Aminatu y las tropas polisarias en El Aaiun. No estuve el sábado en Atocha, saharauis, pero allí andaba mi alma, conmigo vais, con vosotros voy, mi corazón os lleva…