Entrevista con la Esfinge

CARGO: Ministro de Cultura de Egipto desde 1987 / EDAD: 69 años / FORMACION: Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Alejandría / AFICIONES: La pintura abstracta (él pinta) / CREDO: «El arte, y en especial la pintura, se pueden usar para enriquecer el mundo» / SUEÑO: Democratizar la cultura, fomentar la apertura entre los jóvenes y proteger la herencia cultural de Egipto

17 de enero, once de la mañana, Hotel Ritz. Estoy citado con Faruk Hosni, ministro de Cultura egipcio, al que llaman el de la Esfinge, porque restauró la de Gizeh con ciencia y a conciencia. Ha venido a España para intervenir en el Foro de la Alianza de Civilizaciones, esa nadería ―flores y pajaritos― que Zapatero ha sacado de su chistera y ha metido en el fez de su socio Erdogan. Nuestro reyes van a visitar El Cairo y el señor Hosni regresa a esa ciudad dentro de cuatro horas. Antes, y después de hablar conmigo, tiene que recorrer a toda mecha el Prado y el Reina Sofía acompañado por su equivalente español: Cesar Antonio Molina. ¿Un par de minutos para Velázquez y alrededor de treinta para mí? No dispone de mucho tiempo. La gente importante nunca lo tiene. Así viven. ¿Les gustará?, me pregunto mientras miro el ajetreo y la nube de funcionarios que envuelve a mi interlocutor. Seguro que sí, al menos en este caso, porque Hosni lleva veintiún años ―casi tantos como el faraón Mubarak― al frente del ministerio que preside y treinta y siete en los despachos de la cultura o, mejor dicho, de la política cultural. Debutó en la embajada egipcia de París y en sus círculos concéntricos, y desde entonces no se ha apeado. Era antes, y lo sigue siendo, me dirá, aunque sólo entre los apretujones de sus breves ratos libres, pintor con obra colgada en bastantes museos. Le digo que hablaré con César Antonio, amigo de larga data, para que incorpore alguno de sus cuadros al catálogo de las pinacotecas que se dispone a visitar, se ríe y me promete que, si lo consiguiera, tendré alfombra roja y trato de Sinuhé la próxima vez que vaya a Egipto.

Su risa y su cordialidad no me sorprenden. Los egipcios son simpatiquísimos. Nunca se enfadan. Tampoco se enfadará, estoy seguro, mi entrevistado si confieso aquí que no me gusta entrevistar a ministros. Casi nunca dicen nada. No les dejan. Prefieren callar a meter la pata. No dan titulares, y éstos, a los periodistas, nos gustan tanto, por lo menos, como a mí me gusta el país del que vamos a hablar. Es uno de mis favoritos. Lo he visitado muchas veces. Lo conozco como si fuera el pasillo de mi casa.

Es hora de empezar. Salam’aleicún, le digo. Aleicún salam, me responde.

PREGUNTA – Hay, respecto a la Alianza de Civilizaciones, mucho escepticismo en España. Se dice que es un gesto buenista, populista y electoralista del Presidente del Gobierno.

RESPUESTA – Sea cual sea la base o el punto de origen de la iniciativa no por ello deja de ser importante. Es un toque de atención.

P. – Mubarak vino a España en noviembre de 2004 y respaldó ese Foro. ¿Por qué no lo ha hecho esta vez?

R. – No se trataba de reunir a presidentes de gobierno ni a jefes de estado. Sólo han venido dos, y un par de consortes de otros. Pero había muchos ministros y cargos institucionales.

P. – ¿No cree que la Alianza confunde el concepto de civilización con el de cultura? Civilización, en el mundo de hoy, sólo hay una. Culturas hay muchas.

R. – Cierto, pero esa civilización única que usted menciona es la suma de todas las culturas. Éstas proceden del pensamiento y del arte. Con la Alianza de Civilizaciones se alude, en realidad, al choque de religiones y a la necesidad de resolverlo. Ése es su punto de partida.

P. – ¿Oriente? ¿Occidente? Otra confusión: la línea divisoria entre el uno y el otro es, a mi juicio, la trazada por las religiones del Libro. Judaísmo, cristianismo e islamismo son cosas muy parecidas. Oriente empieza donde termina el islam.

R. – Digámoslo con franqueza: el meollo del problema, su fundamento, llamémoslo Diálogo de Culturas, Alianza de Civilizaciones o Acuerdo entre Religiones, es el conflicto palestino-israelí.

P. – Se han librado muchas guerras en nombre de Yavé, Cristo y Alá, pero ninguna en nombre de Siva, Buda o el Tao. ¿Por qué?

R. – (Risas) Ésa es una pregunta peligrosa. No me meta usted en líos. Las religiones orientales nacen del hombre. Las occidentales, las del Libro, vienen de Dios, son mandatos enviados por éste a sus súbditos, y pasa lo que pasa.

P. – Shirin Ebadi, premio Nobel de la Paz iraní, ha dicho que el enfrentamiento entre el islam y Occidente es consecuencia de la desaparición de la guerra fría. A enemigo muerto, enemigo puesto. ¿Cuál es su opinión?

R. – Estoy totalmente de acuerdo con la señora Ebadi. El Próximo y el Medio Oriente eran durante los años de la guerra fría una especie de presa de contención entre las dos superpotencias. Estados Unidos y la URSS concentraban toda su energía en ese enfrentamiento. Luego, al desplomarse el régimen soviético, la zona se convirtió en otro tipo de presa, por todos codiciada, debido al petróleo, y colocada en una situación de inferioridad estratégica a causa de su subdesarrollo.

P. – Usted ha dicho que el islam está en fase de reforma, pero que ese proceso evolutivo debe responder a criterios propios, endógenos, por así decir, y no acomodarse a lo que Occidente propone y desea.

R. – El islam, como religión, no plantea problema alguno. Son sólo los grupos extremistas existentes dentro de él quienes lo plantean y a ellos, y sólo a ellos, debe afectar la reforma de la que usted habla y a la que yo me refería.

P. – Usted, el año pasado, se convirtió en foco de polémicas al pedir públicamente que las niñas egipcias dejasen de llevar velo. Éste, dijo, acentúa su feminidad y constituye un verdadero crimen. En Francia acaban de prohibir que las alumnas vayan a clase con velo. En Turquía, en cambio, están a punto de autorizarlo. ¿Qué opina de todo ese lío?

R. – Lo que dije fue una opinión personal, no institucional, y la mantengo. Lo hago por dos motivos. En primer lugar, porque no se puede imponer el hijab a las menores de edad. Sería una agresión a la infancia. Y en segundo lugar, porque en Egipto, aunque no en otros países islámicos, si se obliga a alguien a llevar velo o cualquier otro tipo de vestimenta, se incurre en discriminación, se trazan líneas divisorias entre los musulmanes y los creyentes de las demás religiones, también muy arraigadas. La de los cristianos coptos, por ejemplo. Cualquier mujer adulta, eso sí, puede y debe llevar, si así lo desea, el indumento del que estamos hablando. El hijab, en definitiva, oculta el rostro, pero no lo que hay tras éste. Al contrario. Revela la forma de pensar de quien se lo pone.

P. – Casi todos los focos de conflicto bélico que hoy existen en el mundo se encuentran en países islámicos o de fuerte presencia musulmana: Iraq, Palestina, Líbano, Afganistán, Argelia, Sudán… Y no nos olvidemos de Filipinas, Indonesia o la India.

R. – Ese fenómeno surgió en el mismo momento en que la Unión Soviética intentó consolidar su influencia y su presencia en algunos países islámicos, lo que obligó a los Estados Unidos a recurrir a la religión como arma defensiva, convirtiéndola en bandera política de los musulmanes. Eso siempre es muy peligroso. La gente, en esos países, se dio cuenta entonces de que el islam era el muro que la defendía del neocolonialismo y las presiones procedentes del exterior, cerró filas alrededor de él y lo apuntaló, lo reavivó, lo expandió. Así empezó la Yihad, la resistencia islámica, como una especie de fiel de la balanza para mantener el equilibrio entre y frente al acoso de las dos superpotencias.

P. – Muchos dicen que Mubarak gobierna como lo hacían los faraones. ¿Es eso cierto? ¿Existe una especie de telón de fondo faraónico en el escenario de la democracia egipcia?

R. – Seguramente, pero no son los políticos quienes lo aportan y manejan, sino el pueblo. Las raíces del Egipto clásico son muy profundas. La gente las siente como propias, y eso se extiende al jefe del Estado y, en cierto modo, lo condiciona. No sólo los musulmanes, también los coptos son eslabones y correas de transmisión de esa actitud, de esa herencia psicológica. El faraón, a los ojos del pueblo, era un semidiós que al morir se transformaba en dios. De ahí viene el respeto ―casi veneración― que los egipcios rinden a quienes los gobiernan. Se trata de un fenómeno muy peculiar y muy difícil de atajar, pero últimamente las cosas están cambiando y el viento sopla a favor de la libertad y la democracia.

P. – Existe, incluso, un parecido físico. Yo, a usted y a Mubarak, los he visto pintados o esculpidos en los frisos de los templos y en los frescos de las tumbas.

R. – (Carcajadas) A Mubarak seguro que sí. Mi caso es distinto.

P. – Pero usted es una especie de faraón de la cultura. Lleva veintiún años al frente de ese ministerio. ¿Va a seguir siendo ministro el resto de su vida? ¿No añora la época en la que sólo era un buen pintor?

R. – Sí, la añoro, pero el presidente Mubarak está contento con mi gestión, me mantiene en el cargo e insiste en que no lo deje. Yo, sin embargo, no me veo como ministro, sino como persona a la que se le ha encargado una misión y trata de llevarla a cabo. La cultura, para Egipto, es muy importante. Otros países tienen petróleo, industria, recursos naturales, pero nuestra mayor y casi única riqueza es el legado cultural de quienes aquí vivieron. Los políticos anteriores a Mubarak nos prestaron a la cultura la atención que entre nosotros merece y exige. Ahora lo estamos haciendo, y ese trabajo me absorbe y me enorgullece. Se me olvida el paso y peso del tiempo cuando lo dedico a recuperar y salvaguardar nuestro patrimonio histórico.

P. – ¿Tiene los pinceles olvidados en un cajón?

R. – No del todo. Los saco de vez en cuando y entonces, sólo entonces, me olvido de mi cargo.

P. – Muchedumbres de turistas que se agolpan alrededor de las pirámides, colas de cocodrilo gigante en los museos, hileras de barcos de varios pisos surcando el Nilo o atracados en los muelles de Luxor y Assuán… La masificación del turismo es, quizá, más grave en Egipto que en ningún otro lugar del mundo. ¿Cómo oponerse a ella y reparar los destrozos que ocasiona?

R. – Ese problema me preocupa desde hace muchos años y, para tratar de resolverlo o de aminorarlo, es por lo que hemos puesto en marcha un ambicioso plan de restauración del patrimonio. En Luxor, por ejemplo, hay sesenta y siete tumbas, pero muy pocas de ellas podían visitarse. Hemos restaurado todas y, simultáneamente, hemos cerrado las que estaban abiertas y hemos abierto las que estaban cerradas. Con ese régimen alterno de visitas se ha aliviado bastante la presión demográfica, llamémosla misericordiosamente así, ejercida sobre esos monumentos. Además, estamos construyendo museos en casi todas las grandes ciudades del país. Algunos de ellos ya se han inaugurado. En 2011, por si todo lo dicho fuera poco, abrirá sus puertas el Gran Museo Egipcio de El Cairo, que dará cabida, holgada, a lo mejor de nuestro patrimonio y a cuantos deseen visitarlo.

P. – ¿Estarán allí, el día de su inauguración, la cabeza de Nefertiti, la piedra Rosetta y otras grandes piezas del legado egipcio desperdigadas por el mundo? ¿Conseguirá usted que se las presten para una fecha tan señalada? ¿Cómo van las negociaciones?

R. – En ellas andamos. Es un toma y daca. Hemos ofrecido a los alemanes, por ejemplo, que si nos prestan a Nefertiti, nosotros les prestaremos, para aliviar su ausencia y llenar su hueco en el Museo Egipcio de Berlín, una pieza que casi podría rivalizar en hermosura con la que nos ceden.

P. – ¡Insh’Allah!

R. – Contamos con Su apoyo. Él es grande.

P. – ¿Cómo va el tema de las devoluciones? Creo que el gobierno egipcio amenaza a los países que no restituyan las piezas robadas con la prohibición de excavar en Egipto en el futuro…

R. – Efectivamente, pero ese ultimátum sólo se dirige a las naciones que hayan sustraído ilegalmente piezas con posterioridad a 1972.

P. – Visita, inminente, de los reyes de España a Egipto. ¿Será política, será cultural o será, simplemente, palaciega, faraónica?

R. – Cuando un jefe de estado sale de su país, lo hace siempre, y ante todo, por motivos políticos, pero en este caso, afortunadamente para mí, la cultura desempeñará un papel muy importante.

P. – Egipto: don del Nilo. La Expo de Zaragoza rinde homenaje al agua. ¿Estarán ustedes allí?

R. – Con el mismo interés y empuje con el que estuvimos en Sevilla. Nuestro pabellón fue allí uno de los más visitados y comentados. Haremos todo lo posible para rayar a la misma altura, pero no puedo adelantarle nada.

P. – ¿Tiene usted buena opinión de los arqueólogos españoles que trabajan en Egipto?

R. – Excelente. Sus compatriotas saben mucho de eso, y si se trata de restaurar monumentos islámicos, más.

LA CUESTIÓN

P. – Al Foro de la Alianza de Civilizaciones sólo han asistido representantes de gobiernos democráticos y moderados, al menos en teoría. Así, cualquiera: un brindis al sol, palabras al viento… El Foro sólo serviría para algo si a su próxima reunión acuden los integristas de uno y otro bando, Al Qaeda y la Casa Blanca incluidas.

R. – (Entre risas) Es usted un provocador. Algo de cierto hay en sus palabras, porque las alianzas, en principio, se establecen entre quienes aún no se han aliado, pero de nada sirve pretender lo imposible. Los terroristas no dialogan: ponen bombas. Al Qaeda, además, no habría podido burlar los servicios de seguridad del Foro, que han sido impecables e implacables. Hay que ir poco a poco. Existen problemas, como la educación de los jóvenes y la erradicación de la pobreza, ante los que es posible ir avanzando. Lo hemos hecho. Se han aclarado matices, se han perfilado soluciones, se han trazado líneas de acción. La situación económica y el subdesarrollo de la enseñanza son los fermentos del extremismo y el fundamentalismo. Empecemos por ahí.

SU PROPIO MUNDO

«No me importa que me llamen el Ministro de la Esfinge»

P. – Dicen que va a ser usted el próximo secretario general de la UNESCO…

R. – (Se troncha de risa y alza los brazos al cielo) Rece por mí.

P. – ¿A qué dios?

R. – Al Único que existe.

P. – ¿Le agrada que le llamen Ministro de la Esfinge?

R. – Restaurarla fue el primer proyecto de envergadura al que me enfrenté tras mi toma de posesión. Estaba yo recién nombrado cuando se le cayó un hombro.

P. – Y decidió ser su cirujano.

R. – (Más risas) Algo así. Me volqué sobre su restauración o, más bien, reencarnación, porque estaba, la pobre, hecha unos zorros, y esa intervención casi quirúrgica, como usted dice, dio que hablar en todas partes. Era lógico, porque la Esfinge es el reloj del mundo.

P. – Bonita frase y buen anzuelo para que la gente visite su país. Me gustaría sugerirle otro.

R. – Escucharlo será un honor.

P. – La humanidad es un don del Nilo.

R. – Gracias, con la venia de Heródoto. Le invito a surcar otra vez sus aguas.

P. – Lo haré. Y, para terminar, sáqueme de una duda: ¿son compatibles Amón y Alá?

R.- (Última carcajada) El universo no podría soportar dos dioses.

Publicado en: ...el 06 Febrero 2008 @ 13:16 Comentarios (7)

7 comentarios

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