EL LOBO FEROZ: ¿Voto o sardina?

Sucedió en marzo del 36. Campaña electoral. Don Inda Largo Zapatero tensaba, crispaba, dramatizaba. Los de Cataluña sin eñe, ni les cuento. La derecha hacía el gil (Robles) y gritaba ra-ra-ra-joy. Los pichis de la FUE y el SEU practicaban la dialéctica de los puños en las aulas prefigurando lo que ahora hacen en el mismo sitio los escuadristas antisistema de las JONS: increpar a Savater, a María San Gil, a Rosa Díez, a Simancas… Vivir es ver volver. ¡Ojalá no vuelva todo!

Sucedió, ya digo, en los idus del 36 y no en los de 2008, pero tanto monta. Escenario: la plaza mayor de un pueblo de la serranía de Madrid. Pudo ser cualquiera, pues en todos, durante aquellos días, se ensayaba una y otra vez la misma obra, aunque con distintos actores. El lunes aparecían los de la CEDA, montaban su tenderete, blandían un crucifijo, se amorraban a un megáfono, vociferaban, rezaban y pedían el voto para los suyos. El martes comparecían los del PSOE, armaban una tarima, empuñaban una rosa y un micrófono, se desgañitaban, amenazaban con elevar a las monjas a la dignidad de madres y pedían el voto para los suyos. El miércoles llegaban los de la FAI, levantaban su tingladillo, agitaban las banderas cenetistas que con el yugo y las flechas serían luego flámulas de la Falange, se arrimaban a un altavoz, berreaban, se cagaban en el cacique y en la Virgen, y pedían que no se votara a nadie.

La obra no se estrenó hasta el 18 de julio, pero así iban pasando los días, entre vivas y mueras coreados mecánicamente, a diestro o a siniestro, por los cada vez más confusos vecinos de la aldea, que ya no sabían a quién aplaudir, a quién abuchear y, menos aún, por quién votar.

Estaba el puebluco de marras en la ruta del pescado por la que llega éste a Madrid desde los mares del norte. Un buen día, el de mi cuento, detuvo en él su camioneta ―cargada hasta la borda de fresquísima sardina de Santurce― un pescadero listillo, que venteó negocio, abatió las compuertas de la plataforma del vehículo, exhibió la mercancía, aguardó a que su penetrante olor alcanzase la pituitaria de los lugareños, se encaramó al techo de la cabina con unos cuantos peces cogidos por la cola y aulló con recia voz de durruti mitinero:

―¡Sardina viva!

Y todos, acostumbrados a jalear a cuantos por allí pasaban sin reparar en lo que decían, respondieron a coro:

―¡Viva!

Colorín colorado. Sobra aclarar la moraleja. A buen sufridor de discursos y debates… ¿Cine o sardina?, preguntaba todas las noches, a la hora de cenar, la madre de Cabrera Infante al futuro escritor. Y éste, que ya de niño se pirraba por el cine, optó siempre por el cine, pues no había en su casa dinero para las dos cosas. Yo, en cambio, harto ya de escuchar palabras hueras y de contemplar borregos estabulados en graderíos que gritan viva er betis manque pierda y piden el rabo y las cuatro patas para quienes de antemano saben que son los suyos, tentado estoy de votar sardina.

Publicado en: ...el 04 Marzo 2008 @ 14:00 Comentarios desactivados

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