EL LOBO FEROZ: Corrupciones

Estoy en Mali. Ayer tuve un encontronazo con la policía. Lo orillé con un billete de cinco euros.

Adoro los países corruptos. Todo se resuelve en un pispás. Ni papeleos ni forcejeos. La gente es razonable: se deja sobornar. ¿Cómo podríamos arreglar esto? Y el funcionario de turno se ablanda, sonríe, te tiende la mano, la estrechas y deslizas en ella un donativo. Sale barato. Puede ser, incluso, el comienzo de una amistad.

¿Qué hay de malo en ello? Todos ganan. El policía, porque redondea su exiguo sueldo. El viajero, porque sigue su camino en paz. Y encima, por si lo dicho y la dicha no bastasen, se perjudica al Estado, ese ogro voraz, a cuyas mandíbulas recaudatorias no llega el monto de la sanción o de lo que sea.

Ya sé que una cosa es el minúsculo fenómeno de inofensiva picaresca al que aludo y otra, muy distinta, la corrupción de alto nivel y guante blanco que practican los políticos en todas partes, pero yo, mirando a mi alrededor, y a sabiendas de que van a silbarme los oídos, también apruebo la segunda. Lo explicaré, para abreviar, en forma de cuadro sinóptico…

Primer punto: la Administración gestiona tres cuartas partes de la riqueza generada por el conjunto de los españoles. Son cifras oficiales. No cabe discutirlas. Paciencia.

Segundo punto: los políticos, antes, desviaban una parte de tan colosal suma de dinero hacia sus bolsillos o los de sus allegados, adláteres y querindongas. Así había sido siempre y parecía que siempre iba a ser así. Más paciencia.

Tercer y último punto: un mal día se hicieron con el mando de la cosa pública las huestes de los cien años de honradez y el equilibro se rompió. Pase robar algo, pero no llevárselo todo. Con razón dicen que la avaricia rompe el saco. Los escándalos se sucedieron, los ladrones ―no todos― terminaron entre rejas y la opinión pública generó anticuerpos. Ahora ya casi nadie se atreve a arramblar con casi nada. Mal asunto. Terminado el latrocinio, empezó el despilfarro legal: luz, taquígrafos, interventores y obras públicas. Las privadas eran menos dañinas. No es lo mismo sufragar una pista de pádel en la residencia de verano de un ministro que construir un facsímil de Las Vegas en Los Monegros. La honradez de los políticos, unida a la opulencia de las arcas fiscales, está devastando el país: rascacielos, urbanizaciones, hotelazos, polígonos industriales, centros turísticos, infraestructuras inútiles, túneles faraónicos, megaparques de cualquier cosa, adefesios de chatarra convertidos en mobiliario urbano, adentellamientos del paisaje, voladuras del litoral…

Párense, por favor. Roben un poco. Corrómpanse. Llévense mi dinero a Suiza, a las islas Caimán, al tapete de los casinos, al bolso de su suegra, a la Bolsa de Singapur, a los entresijos de su colchón o al canalillo de las nalgas de cualquier garota de Ipanema, pero dejen de cargarse España con la pepla del desarrollo. Asfalto y ladrillo no son progreso. El crecimiento económico es entropía. No crecen lechugas en las bolas de billar.

Publicado en: ...el 26 Marzo 2008 @ 13:48 Comentarios desactivados

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