EL LOBO FEROZ: Shangri-la
Tres semanas perdido por el África oscura, sin teléfono, sin televisión, sin prensa, sin internet. Vuelvo a Madrid y un montón de periódicos se me tiran a la yugular. Lo más interesante e indignante, y lo menos efímero, es lo concerniente al Tibet. Con donaire aseguraba un gallego que para cometer desatinos no hay como sus paisanos y los chinos. Creían éstos que iban a hacer el pleno en la ruleta de las olimpiadas y se desayunan ahora con la evidencia de que van a salir de ese horno tan chamuscados como un pollo al aspetón. En los países de donde vengo sostiene un refrán que al mono, cuanto más alto trepa, más se le ve el culo. Tomen nota quienes en Pequín se suben todos los días al podio del liberticidio y háganlo también, extramuros de la Gran Muralla, cuantos en las cancillerías, la ONU, las Cortes, Bruselas y el Comité Olímpico olvidan que en el mundo de hoy sólo quedan dos territorios irredentos sojuzgados por un ejército de ocupación: el Sáhara Occidental y el Tibet.
Pero, pese a tan abrumadora certidumbre, no deberíamos abrigar la esperanza de que la decencia impere. Las olimpiadas del cinismo, por mucho que muchos pataleemos, se celebrarán. ¡Es la economía, estúpidos! Si se cancelase la mascarada de Pequín, el do ut des de los políticos, los banqueros, los empresarios y las multinacionales perdería un buen pellizco de carnaza. Ni el Tibet ni lo que fue, fluyendo entre las dunas, Río de Oro y hoy lo es de sórdidos fosfatos, figuran en el carnet de baile de la Alianza de Civilizaciones de Zapatero y su pasión turca. Los del Infernal (que no Celeste) Imperio han convertido Lhassa en el Raval: un barrio chino. Donde hubo templos, lamas y devotos hay ahora disparos, puterío, putas, putañeros y burdeles. Señor Samaranch: no se equivoque usted, que se le ve el braguero. Suspender las olimpiadas no sería, como ha dicho, castigar al pueblo chino, sino premiarlo. Y si con el boicot se entierra, como ha escrito Orfeo Suárez en este periódico, un tercio de la carrera de muchos atletas, ¡qué le vamos a hacer! Así, colega, es la vida. No hay medalla más brillante que la del honor enhiesto. Pero tranquilos todos, porque business is business. El bolsillo tiene razones que Buda, Confucio y Laotsé desconocen. Lo reitero: habrá olimpiadas.
Las habrá, sí, y me resigno, pero propongo que, frente a ese trágala, saquemos pecho y aprovechemos, como lo hacía Bruce Lee, el impulso del enemigo. Éste es pragmático: seámoslo también nosotros. O séanlo, mejor dicho, los atletas que no quieran ahorcar su cuello con medallas de oropel empañado por el deshonor. Salten los susodichos a las pistas del estadio pequinés, pero háganlo con camisetas en las que ponga Freedom for Tibet y China go home. Mejor eso que los logos de Nike, Movistar o Cocacola, ¿no? El valle de Olimpia era, como el Tibet, un shangri-la. Expulsemos del templo de Pequín a los mercaderes. El deporte, el futuro, la conciencia y el Dalai-lama nos lo agradecerán.