‘Midnight in Nimes’

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Hay sitios que a veces se convierten en el mejor lugar del mundo. Nimes lo ha sido este fin de semana. El avión que el viernes me llevó a Marsella iba repleto de aficionados. Para Andrés Calamaro fue un día de suerte. Le tocó Morante en el asiento contiguo. Noventa minutos de parlería entre dos maestros algo majaras. Duende, ángel y quejío: el del toreo jondo, el del cante gaucho, el de la amistad en ciernes. Hablaron de Federico, de bulerías, de Camarón, el Torta y el Cigala, de capotes que crujen como el tul de una novia y de camisas rasgadas en el paroxismo del arte. Yo los oía. Aterrizamos. El mistral abanicaba la pista. Curro Váquez torció el gesto. Llegamos a Nimes en una furgona de Simón Casas. La calavera del anfiteatro levantado por Roma no para toros y toreros, sino para panteras y gladiadores, parecía cine de nouvelle vague en la noche americana del barrido de los laser. Cesó el mistral. Curro Vázquez recuperó la sonrisa. Carpas, chiringuitos, conciertos y midinettes (muchachas frívolas… ¡Benditas sean!) ponían puntos suspensivos en la partitura del jolgorio. Lo era de vendimia. Abusé del champán. En el patio del restaurante El Nueve se cimbreaba una mesera negra con el pelo escarolado, muñecas y tobillos como notas de guitarra, cintura de palmera del Caribe en noche de huracán, pechos de paloma alzando el vuelo y ojos de corazón de las tinieblas. No sé qué pintaba allí cuando lo suyo era subir a recoger un Oscar, posar para Toulouse-Lautrec o contarle mil y un cuentos a un califa. Woody Allen no vino, pero yo, en andas del champán y del vuelo de la falda de aquella macarena, creí ver a Cocteau y a Hemingway, a Picasso y a Josephine, a Cole Porter, a la Stein, a Degas, a… No, a Belmonte, no, porque la flor de la torería ya estaba en Nimes. Volví al hotel dando tumbos de beodo entre las chicas que bailaban como bailan las francesas y vi a Morante toreando sombras frente a los porches del anfiteatro. Pensé en lo que haría al día siguiente y fantaseé con la idea de que lo de José Tomás, sólo ante el peligro de seis fieras, ya no sería midnight de Owen Wilson, sino high noon de Gary Cooper. Luego giró en el ruedo de la ruleta la bola de la fortuna y el teléfono me dijo que mi mujer había roto aguas. Tuve que volver a escape en un avión de Ryanair: la vita pericolosa. Llegué a tiempo. No vi toros, pero nació mi hijo y cuando crezca contará a mis nietos que su padre iba a estar con Calamaro en el mejor lugar del mundo –una localidad de callejón en las Arenas de Nimes– el día en que José Tomás cortó racimos de orejas de la vendimia, fue Gary Cooper con montera de sheriff, desenfundó un estoque de seis balas, indultó a una deidad y subió a los cielos de Pilar Miró.

Publicado en “Cultura”, El Mundo, 17 septiembre 2012.


Publicado en: ...el 03 Noviembre 2012 @ 00:51 Comentarios desactivados

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