DRAGOLANDIA: Poltergeist

Anoche (por la del miércoles), en un momento tonto, encendí la tele. No lo hago casi nunca. No adquirí, de niño ni de adolescente, ese hábito, porque no la había, y carezco de adicción a lo que Umbral llamaba la caja tonta. Lo es. Ya ha aparecido dos veces esa palabra ―tonta, tonto― en lo que va de blog, y por algo será. Me parece ese chisme un intruso, un alienígena, un malhechor que se ha metido en casa para desvalijarnos. Hace, por añadidura, ruido, y la única música que de verdad me agrada es la del silencio. Pero a lo que iba…

Encendí, en efecto, la tele. Ignoro qué canal puse, pero sé que daba noticias. Durante unos minutos presté distraída atención. Fueron suficientes para que tomase nota, por enésima vez en mi vida, de la desvergüenza de los políticos. Los mismos que hace unos años, pocos, defendían los trasvases se oponen ahora a ellos, y viceversa: quienes derribaron, a golpe de clientelismo y demagogia, el plan hidrológico nacional lo resucitan ahora para que sus socios catalanes no hagan mutis por la tangente. Son tal para cual. ¿En qué quedamos? Desvergüenza, dije, y fue eufemismo. ¿Cómo calificar, verbigracia, la caradura, la estupidez y el cinismo de esa ministra, coreada por sus adláteres, que no quiere llamar trasvase a lo que trasvase, a todas luces, es? ¿Nos toma por idiotas? ¿Pretende esa sacerdotisa de una falsa religión que comulguemos con ruedas de molino del Quijote? Acuda, señora mía, al diccionario. Transvasar, segunda acepción (la primera no viene al caso): hacer pasar las aguas, mediante obras de ingeniería, de un sitio a otro. ¿Está claro? Más, imposible. Al pan, pan; al vino, bendiciones, si no es peleón; y al transvase, si se empeña, trasvase, sin ene, pero con todas sus restantes letras.

Sigue la tele. Se va la Espinosa, se va Alonso (el portacoz, digo, portavoz, no el chófer), y aparecen Rajoy y el Rey, sucesivos, no simultáneos. El primero dice que León es una ciudad muy bonita, y no digo yo que no lo sea, pero estoy hasta el moño de que a los políticos ―¿por qué será?― ninguna le parezca fea. El segundo habla de fútbol y asegura, a instancias de un periodista, que ganará la copa de no sé qué el equipo que la ha perdido. ¡Caramba! Parece que tampoco quiere molestar a nadie, pero no estoy seguro. Así, con esa vaguedad, no hablaba, ciertamente, Zaratustra, pero sí lo hacía el oráculo de Delfos.

Apago la tele. Juro que no volveré a encenderla en lo que me resta de vida, pero de sobra sé que llegarán otros momentos tontos en los que morderé el anzuelo. Mientras tanto, y hasta que lo haga, vuelve a reinar la música del silencio en torno a mí. Termina Poltergeist. Regresará. Es una teleserie. Abro un libro y el mundo vuelve a ser país de las maravillas.

Publicado en: ...el 21 Abril 2008 @ 13:42 Comentarios desactivados

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