Eróstrato

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Pronto no quedará ni un árbol que dé sombra al país que tan mala la tiene. Sea o no cierta la especie de que las ardillas de los años de Maricastaña podían llegar desde el Peñón hasta Covadonga sin pisar el suelo, lo cierto es que hoy, en los de Maricomplejines, las alimañas del Sáhara pueden salvar el Estrecho en pateras y llegar al Aneto como si estuviesen en su casa. No hablo de la inmigración, como más de un malicioso estará pensando, sino de la deforestación. Carece ya de sentido el verso del poeta que cantó a su burro: si Juan Ramón volviera a irse, no se quedarían los pájaros cantando. ¿Cómo hacerlo sin una rama en la que elevar su trino?

Fue La Codorniz, creo, quien en los años setenta, renegando de su condición de ave, puso en solfa el eslogan de la tele –“cuando arde un bosque, algo suyo se quema”– y lo contraprogramó con un chascarrillo: “cuando el bosque arde, algo del conde se quema”.

¡Maldita la gracia que aquel chiste tenía! Su intención era criminal, pues crimen es justificar entre risitas y guiños progres de lucha contra la oligarquía la comisión de un delito, cualesquiera que éste sea, y más aún si lo es de lesa humanidad. En ese rescoldo prendió el fuego que hoy devora los bosques comunales… Comunales, digo, pues son de todos, como el aire que gracias a sus frondas orea nuestros pulmones.

Pronto dejará de hacerlo. El futuro de Vandalia lo es de asfixia. Las autoridades blandean y pastelean. Los políticos, los periodistas y los sabihondos de las tertulias llaman pirómanos a los incendiarios. Esa confusión semántica no es inocente, pues atribuye a enfermedad mental y somete a eximente judicial lo que en la mayor parte de los casos es alevoso fruto de intención malvada. Yerran también el tiro quienes descargan la responsabilidad sobre los fumadores que tiran una colilla o los domingueros que asan chuletas. Eso es elevar lo anecdótico a categórico y lo mínimo a lo máximo. A nadie con dos dedos de frente y voluntad de justicia se le oculta la evidencia de que los grandes incendios rara vez son casuales. Endurézcanse las penas y díctense sentencias que asusten a los fogosos y, por añadidura, se ejecuten, cosa que en la mayor parte de los casos no sucede. Los incendios en Vandalia salen gratis. El marqués de Tamarón, que no posee bosques, pero gusta de pasear por ellos, alza su voz contra el bulo de que los españoles son indiferentes a la naturaleza. ¡Qué van a serlo! Todo lo contrario: la detestan. Así andamos.

Publicado en “El lobo feroz”, El Mundo, 20 agosto 2012.


Publicado en: ...el 10 Noviembre 2012 @ 13:50 Comentarios (2)

2 comentarios

  1. A 10 Noviembre 2012 @ 14:04 ER MANUÉ dijo:

    LA LUMBRERA QUEMARÍA UN BOSQUE CON TAL DE QUE ALLÍ SE INSTALARA UN EUROVEGAS O CUALQUIER PARQUE TEMÁTICO O PROMOCIÓN DE VIVIENDAS.

  2. A 11 Noviembre 2012 @ 03:39 JC dijo:

    Joe, Fernando, ya podrías currarte una entrada sobre el difunto don Agustín García Calvo. La reseña de Savater era horrorosa y aviesa, y hace falta alguien que lo conociera bien y que no tuviera complejos ante él. Leí por ahí en Internet (y cierto que era):

    “Era tantas cosas, y en todas ellas llegaba a tal genialidad, que la actual mediocridad hispana no pudo catalogarlo en los distintos apartados de la escritura como primerísimo. La envidia con este “monstruo intelectual” circulaba fácilmente. Los poetas decían que era un gran pensador. Los pensadores, que era un genial traductor. Los traductores, que era un gran filólogo. Los filólogos, que era sobre todo un gran latinista. Los latinistas, que era un genial helenista. Y los helenistas decían que era un gran poeta. Y volvía así a empezar la rueda de la envidia.”

    Queremos (quiero) tu apreciación sobre el gran Agustín. De hecho, algunos varios pensamos que él, Rafael y tú… sois lo único de pensamiento vivo que queda, o quedaba, en este mundo. Que no país.

    Saludos!