DRAGOLANDIA: No es milagro, sino industria
¿Día del Libro? ¡Ojalá, pero no! Más bien, aunque peor, Semana del Libro. ¿Del libro? Quizá, pero del libro como negocio, como mercancía, como objeto de regalo (no de lectura), como fetiche, como histeria de fans, hooligans y grupis, y como espectáculo.
La semanita de marras a la que me refiero empezó el 23 de abril, día en que murió Cervantes, se supone, aunque no Shakespeare, porque eso es leyenda sin excesivo fundamento, y terminó el 29, con el almuerzo ofrecido por la Casa Real a quienes con mejor o peor fortuna empuñamos péñola. Lo de ésta es un decir, porque no queda casi nadie que escriba a mano. Yo lo hago a máquina, porque soy un troglodita, y mis colegas, con ordenador. Los envidio, palabra, pero no soy capaz de dar ese paso. ¡Si ni siquiera sé poner un DVD, sacar una foto o manejar el móvil! Tengo una web, sí, pero nunca he entrado en ella. No sé cómo se hace. Me la hacen, y a otra cosa.
Lo del libro y su semana, decía… Estuve el 23 en Barcelona. Ya saben: San Jordi, aunque yo prefiera, por mi apellido, el Dragón. Fue espantoso. No es la primera vez que caigo en esa trampa, y siempre, cuando sucede, juro y perjuro que nunca más. Luego, por eso digo lo de perjurio, se me olvida y vuelvo a picar. Hay más gente en la calle, mirones casi todos, que en el metro de Tokio a las ocho de la mañana. Te llevan de aquí para allá, de Corte Inglés en Corte Inglés, de Vips en Vips, de Fnac en Fnac, de Casa del Libro en Casa del Libro y otros establecimientos de menor cuantía, como a puta por rastrojo. Como a puta, sí, digo bien, cualesquiera que sea el sexo de quien firma, porque te sientes como si fueras una de esas chicas que se exhiben y exhiben sus paños menores y sus atributos mayores en los escaparates de Ámsterdam. Por cierto: van a echarlas, pero eso, por más que me parezca lamentable, es otra historia. Vuelvo a la mía: la próxima vez que muerda el anzuelo del Día de san Jorge, si es que lo hago, llevaré minifalda, liguero, medias de rejilla, braguitas de alta costura y taconazos. Así, por lo menos, estarán justificadas las fotos que, a miles, te hacen, como si fueras Copito de Nieve redivivo, los millones de personas que con rosa, algunas, tampoco tantas, pero sin libro ni propósito de comprarlo y, menos aún, de leerlo, circulan a manadas por delante del tenderete en que nueve escritores de cada diez miran el vacío.
Imágenes fugaces recogidas al paso. Isabel Allende, desdeñosa, detrás de un biombo, para no mezclarse con la chusma. Noah Gordon, a mi derecha, tiene ante sí una cola de gato rabón y lleva en ambas manos unos curiosos guanteletes de cuero, como si fuese a correr en moto. Narcís Serra, a mi izquierda, ¿dónde si no?, firma un solo ejemplar de su libro La transición militar (Debate), recién salido, pero no es la Chacón quien se lo lleva, sino una de sus secretarias. Suya de él, digo, no de la nueva Carmen de Espanya. La verdad es que el título no incita. Risto Mejide, un poco más allá, trata con amabilidad, no como en la tele, a quienes le compran El pensamiento negativo (Espasa). El malo oficial de los programas basura parece simpático. Lo invito a venir a Las noches blancas, y acepta. Será de ver. Coincido en otro tenderete con la autora de un florilegio de anécdotas de enfermeras, y firma bastante, porque las hay a miles. Se me ocurre, viéndola, la posibilidad de escribir una obra titulada Ocurrencias de quienes figuran en el listín de teléfonos, o algo así. Me forraría, vendería más que Ruiz Zafón, el recién llegado que con sus noveluchas para quinceañeros y adultos que no han crecido nos humilla a todos. Me topo con Savater. Es sólo un instante, pero suficiente para salvar el día. ¡Por fin un escritor! Nos abrazamos. Sale él para el aeropuerto, pongo yo rumbo al hotel. De fiestas, nada. Hay muchas, pero permiten fumar, están llenas de pelmazos, carecen de sillas donde asentar las posaderas y los decibelios de músicas que sólo son ruido impiden conversar. ¡Uf! ¿Día del Libro? Que lo zurzan. ¡Menuda semanita! Del almuerzo con los reyes nada diré. Es secreto de palacio.
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