EL LOBO FEROZ: LSD

El miércoles murió Hofmann. Glosé su muerte en El Mundo, pero quiero añadir algo. La síntesis del LSD llevada a cabo por el Magister Ludi de Basilea (Hesse, El juego de los abalorios) es, a mi juicio, el suceso más importante del siglo XX. La especie humana recordó, gracias a él, que existe el éxtasis. Con la muerte de Hofmann cae el telón de la historia de la última centuria, pero podría empezar la de la siguiente —ésta— si aplicáramos las enseñanzas de don Alberto. Derívanse de ella la posibilidad de reemprender el proceso de ilustración iniciado por el paganismo e interrumpido por el cristianismo y de alcanzar concordia, lucidez y dicha (las de la sophia perennis) por medio de la ebriedad sagrada. El LSD dio a muchos todo eso, transformó nuestras vidas, ensanchó nuestras conciencias, derribó nuestros límites, nos sanó, nos despertó, nos libró del miedo a la muerte. Explicarlo es imposible. El éxtasis no se explica. Se practica. Sólo quien lo probó, como del amor dice Lope, lo sabe.

¿Apología de una droga? Seguro que no ha de faltar quien lo piense y, a lo peor, quien me impute un delito. Sepa, sin embargo, quien lo haga, para hacerlo a sabiendas, que el LSD es un enteógeno (sustancia que induce la manifestación de lo divino en la conciencia del usuario) y que, como todos los fármacos sacramentales, es prácticamente inocuo y no adictivo. Su ingesta sólo entraña riesgo para las mujeres encintas, los enfermos cardiovasculares (no per se, sino por la emotividad que provoca) y las personas que padezcan o estén expuestas a trastornos psiquiátricos. No puedo explayarme al respecto, pero sí recomendar la lectura de tres libros recientemente publicados en España: Psicoterapia con LSD, de Stanislaf Grof, Moksha, de Aldous Huxley, y El dios de los ácidos (conversaciones con Albert Hofmann), de Antonio Gnoli y Franco Volpini. Hay otros muchos, pero las obras citadas suministran información más que suficiente y argumentos a mi entender incontrovertibles para apostar por la ilustración farmacológica que Antonio Escohotado propone en su ya clásica, y ahora reeditada, Historia general de las drogas. ¡Legalicémoslas de una vez!

¿Verá alguien, me preguntaba, indicios de criminalidad en esta columna? ¿Es delito defender el libre albedrío, opinar, informar, incitar al éxtasis, relatar experiencias estrictamente personales (aunque transferibles y, a veces, compartidas), reivindicar el derecho a la libertad de costumbres que no atenten contra la libertad del prójimo y rendir íntimo homenaje al científico que reabrió el camino a Eleusis? No se encarcela a Voltaire, dijo De Gaulle cuando un idiota de uniforme le propuso, en mayo del 68, detener a Sartre. Ni yo, por desgracia, soy Voltaire (tampoco, por fortuna, soy Sartre), ni Zapatero es De Gaulle, pero la jurisprudencia así establecida nos alcanza a todos y el sentido común también, por lo que quizá no resulte inoportuno ni excesivamente petulante, una vez salvadas las distancias de rigor, el paralelismo al que me acojo.

Albert: te echaremos de menos. ¿Anda Dios por ahí?

Publicado en: ...el 07 Mayo 2008 @ 11:45 Comentarios desactivados

Comments are closed.