DRAGOLANDIA: Cinco días en otra ciudad

Y en otro mundo: el de Nimes, el de la Provenza, el de Francia. Hablará de todo eso El Lobo Feroz en su columna del próximo martes (edición impresa de El Mundo). Hoy me limito a exclamar: ¡qué alivio estar lejos de España!

Lejos y cerca, porque aquí, en Nimes, durante sus ferias taurinas —la de primavera, en la que andamos, y la de otoño, que llegará en septiembre— se respira una atmósfera mucho más española que la de la propia España. No busques a ésta en ella, ¡oh, peregrino!, diría Quevedo.

Ante todo, una rectificación. Supuse el otro día aquí mismo, en Dragolandia, que el costo del deplorable espectáculo ofrecido en la madrugada del lunes —profanación de una diosa, dije— por los hinchas del Madrid corría a cargo del contribuyente. Parece ser que no es verdad: lo paga el club. Retiro, en vista de ello, la denuncia por malversación de fondos públicos atribuida al ayuntamiento y mantengo sólo la concerniente al delito de alteración del orden acompañada por contaminación acústica y atentado al buen gusto en el centro de la ciudad. ¿Por qué un equipo de fútbol —el que sea— disfruta de patente de corso, bula y carta blanca en lo relativo a la celebración gamberra de un triunfo deportivo que muchos vecinos de la zona así devastada no sienten como suyo? ¿Se le permitiría hacer eso, dicho sea por poner ejemplos absurdos, a Juan Gelman por su reciente premio Cervantes, a Javier Marías por haber leído su discurso de ingreso en la Academia o a Ruiz Zafón por los tropecientos mil ejemplares que ha vendido de su última novela?

Ya sé que ninguno de los citados, escritores todos y, por lo tanto, gente de buen gusto, agradecerían tamaño dislate —¿se imaginan a Cela encaramado con todo su corpachón en lo más alto de la Cibeles el día en que le dieron el Nobel?—, pero el agravio comparativo existe. ¿Por qué los futbolistas sí y los artistas no? ¿No habíamos quedado en que las leyes sólo lo son cuando son iguales para todos? Madrid es una jungla. Por ella, de noche, aúllan los hooligans de color merengue y, de día, los manifestantes. Confínese a los primeros en el Bernabéu para que den allí rienda suelta a sus berridos y enciérrese en el manifestódromo que la gente de bien pide sin alzar la voz, porque es educada, para que en tal recinto —acústicamente aislado y situado extramuros— pataleen, lloriqueen y protesten cuanto les venga en gana.

¡Qué alivio, decía, estar lejos del país de opereta bufa que se extiende al sur de los Pirineos, allí donde Europa creyó durante tantos siglos que empezaba África! Son las tres de la tarde, estoy en el hotel, pongo la tele y veo a don Erre que Erre diciendo que en el PP impera el sentido común y a la señora de los mil trajes anunciando que pronto habrá una ley de libertad religiosa. Segundo toro del Niño de la Nada: ya empezamos. Sigue el frenesí liberticida. ¡Horror! ¡Hay un vacío legal! ¡Corramos a taparlo! ¿Pero no estaba eso —la libertad de credos— garantizado por la Constitución? ¿Es laicismo meter la pezuña legisladora en ese ámbito privado? Que Dios, en España, proteja a quienes creen en Él. No es mi caso, pero malos tiempos son para todos aquéllos en los que la libertad se impone por ley.

Apago la tele. Un poco de lectura, una siesta sin pijama, padrenuestro ni orinal, y a la plaza. El tiempo ayuda: hoy brilla aquí el sol mientras en España llueve. ¿Chuzos de punta? Esta tarde iba a ser, en Nimes, la de José Tomás. No lo será. Lamento su ausencia, pero me alegro de que sea El Juli quien lo sustituya.

Rajoy, Zapatero… ¿Cuándo se jodió España, Varguitas? Me voy a los toros.

Publicado en: ...el 09 Mayo 2008 @ 13:46 Comentarios desactivados

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