El vizconde demediado

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Hace cien años nació Dionisio Ridruejo. Mañana, lunes 12 de noviembre, se rinde público homenaje a su memoria en la Casa de América. Yo tenía que intervenir en ese acto. No podré hacerlo, por encontrarme en Tokio, adonde me vine hace cosa de tres semanas. Me uno a quienes allí estarán y recupero para la ocasión, como pago de una deuda de amistad, lo que en un día no muy lejano escribí para que sirviera de prólogo a la reedición del libro Diario de una tregua. La primera frase de ese libro decía: Vengo de las Tierras Altas. La cito porque ayudará a entender la última de mi texto. Así, Tierras Altas, llaman en Soria a lo que Antonio Machado llamaba “alto llano numantino”…

DIONISIO… Y APOLO

Siempre que pienso en Dionisio Ridruejo, y es cosa que hago a menudo, pues le tuve en alta estima y él me la devolvió con creces, me viene a la memoria ese personaje al que Italo Calvino puso el apodo de il visconte dimezzato, el vizconde demediado.

Dionisio era ambas cosas: vizconde, aunque sin título, porque todo en él era aristocrático, y persona partida por la mitad… Decía Antonio Machado, el poeta que él rescató y al que puso prólogo en la primera edición de sus obras publicada después de la guerra civil: Busca a tu complementario / que marcha siempre contigo / y quiere ser tu contrario.

Creo que ese dualismo, al que ningún ser humano es ajeno, cobra especial relevancia en lo concerniente a Dionisio Ridruejo y ayuda a entender la complejidad de su paso por la vida y la coherencia, paradójica, de una idiosincrasia en la que el principio de contradicción no fue óbice, sino instrumento del principio de identidad.

Coincidentia oppositorum.

Decían los latinos, y decían bien, que el nombre (nomen est omen) marca, amenaza, condiciona el carácter y, por ello, es el destino. Dionisíaco tenía que ser, en consecuencia, el destino y el carácter del hombre que escribió este libro, pero esa dimensión épica -Falange, guerra civil, División Azul, rebeldía y militancia antifranquistas- se vio siempre atemperada en él por lo apolíneo, por la nostalgia de la serenidad y del beatus ille de Horacio y de Fray Luis, por la tentación de la vida contemplativa no exenta de ribetes místicos, por la clara vocación lírica que se pone de manifiesto en buena parte de su obra literaria y que es la columna vertebral del libro al que estas líneas quieren servir de prólogo.

Su escenario histórico es el destierro al que Dionisio fue condenado en 1945 por un Régimen político que ya no era el suyo y contra el que había alzado su voz. Transcurrió ese suave exilio, que lo fue también interior, en Ronda, primero, y después, hasta que pudo volver a Madrid y recuperar en aquella Villa sin Corte su dimensión épica, en Cataluña, y concretamente, dentro de ella, en la comarca de San Cugat del Vallés.

Los meses -algo más de un año- vividos en este último lugar son los que se relatan en Diario de una tregua, título apropiadísimo, porque diario es -el que va desde el 26 de diciembre del 45 hasta el 10 de abril del 47- en el que se recogen los mínimos e íntimos acontecimientos de la vida cotidiana y tregua fue aquello, sin duda, o paréntesis de precaria paz, en la vida de quien acababa de atravesar dos guerras y se disponía a entablar otra, incruenta, pero durísima, en la que iban a ser sus adversarios quienes otrora fuesen sus correligionarios.

Ovidio lo supo: en el destierro cobra voz lo que Arundhati Roy ha llamado “el dios de las pequeñas cosas”. Virgilio, otro escritor bifronte, simultáneamente apolíneo y dionisíaco, lírico y épico, glosó las cosas del campo en sus Bucólicas y sus Geórgicas, lo que no le impidió cantar luego en la Eneida las armas del varón troyano que, fugitivo por el imperio del Hado, llegó a las costas del litoral lavinio.

Dionisio Ridruejo es, aquí, en este libro olvidado y perdido que regresa ahora a la rampa de lanzamiento de la letra impresa, bucólico, geórgico, idílico, apolíneo, pero en el trasfondo de la breve tregua que su destino épico le brinda se percibe la vibración y el temple del acero de quien, sin saberlo aún, vela ya las armas de Eneas y se dispone a entrar otra vez en liza.

El autor se aviene a cultivar, como Cándido, su huerto, y disfruta de éste, del hic et nunc, del carpe diem, del beatus ille, y nos lo cuenta con un estilo sereno, noble, feraz, jugoso, como la ocasión requiere, pero de vez en cuando se escapa, díscolo, travieso, peleón, y cambia la seda del agro por el percal de la urbe: Barcelona, que le pilla cerca, y Madrid, que será el escenario inevitable de su regreso a la vida pública.

Libro, éste, sin nombres propios, pero con personas que son arquetipos: el labrador, el pescador, la profesora, el caballista, la bañista, la poetisa, la bruja, el árabe… Y, de repente, la sombra soleada y el repiqueteo de las muchachas en flor.

Sin nombres propios, digo, pero alguno, ilustre, se dibuja y se adivina, como una sombra chinesca, en la discreta penumbra de la alusión… El de don Eugenio D´Ors, por ejemplo, al que Dionisio llama maestro y amigo.

Amigo y maestro fue también para mí el autor de Diario de una tregua, y hoy, con devoción de discípulo, le rindo homenaje de amistad en este prólogo.

Dionisíaca y apolínea, decía, épica y lírica: tal fue la primera y doble imagen que tuve de él y que ya nunca, en mi memoria, se desvanecería…

Febrero de 1956, patio de la Séptima Galería de la Prisión Provincial de Hombres de Carabanchel, Dionisio, encerrado allí por su destino épico, está pintando al óleo, con pincel lírico, un paisaje de Castilla. Yo me acerco y lo saludo. Los dos veníamos de las Tierras Altas.

Publicado en “Dragolandia”, elmundo.es, 11 noviembre 2012


Publicado en: ...el 13 Noviembre 2012 @ 03:41 Comentarios (2)

2 comentarios

  1. A 13 Noviembre 2012 @ 11:24 ER MANUÉ dijo:

    ¡LÁVATE LA BOCA ANTES DE HABLAR DE DIONISIO RIDRUEJO!

  2. A 14 Noviembre 2012 @ 20:15 free usenet binaries dijo:

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