Turno de réplica

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Iglesia de Nuestra Señora de Sion, en Axum (Etiopía)

Si los lectores pueden exigirlo al periodista, ¿no debería éste tener derecho a exigirlo al lector?

Es lo que voy a hacer…

El otro día, a raíz de la publicación de la entrega de Dragolandia titulada Repatriación a punta de pistola, recibí información concerniente a lo que una tal Sigrid de Thule había comentado aquí mismo al respecto. Quien me la enviaba era un miembro de mi familia, divertido e indignado al mismo tiempo. Fue testigo presencial de los hechos a los que, deformándolos, alude la señora, o señorita, o travestido, en cuestión.

Podría responder directamente al comentario de marras, pero no sé cómo se hace. Además, y para colmo, parecer ser que piden datos de carácter estrictamente personal. Más de una vez he dicho, y lo reitero, que nunca doy información, ni siquiera falsa, a no ser que me encañonen con una pistola. Y, si puedo evitarlo, tampoco así.

Asegura doña Sigrida que yo, después de haber sufrido la mordedura de un perro rabioso en Etiopía (eso fue en la Semana Santa de 2003), pedí árnica en la embajada española, fui socorrido por ella y generé gastos al erario de mis compatriotas.

No es cierto. Ni un duro, amiga (es un decir, porque no suelo serlo de las víboras). El perro me mordió en Axum. Cuatro jornadas de pista me separaban de la capital. Disponía de veinticuatro horas para ponerme la vacuna. Conseguí pasaje, todavía dentro de ese plazo, en una avioneta misteriosa que salía hacia Adis Ababa. Lo pagué de mi bolsillo, junto al de las dos hijas y el nieto que me acompañaban. Nada más aterrizar pregunté en la Embajada dónde podía y debía ponerme la dichosa vacuna. Me aconsejaron que no lo hiciera en ningún hospital público, sino en una clínica británica, y atendí el consejo. Pagué una vez más de mi bolsillo el costo de la consulta, el de la primera inyección y el de las tres o cuatro que en los quince días siguientes requería el tratamiento. La dosis inicial tenía que ir acompañada por un pinchazo de gammaglobulina antirrábica. En Etiopía sólo había cuatro ampollas. Estaban en posesión de la Embajada de Estados Unidos. Las tenían para uso exclusivo de su personal. La doctora me dijo que no me molestase en pedirla, porque no me la darían, y que buscara ipso facto un avión que me llevase a Nairobi o a Roma, lo que no era fácil dado el escaso margen de tiempo disponible, pues si no -añadió con una sonrisa lúgubre- moriría. Se lo comuniqué a nuestro embajador, con otra sonrisilla análoga, antes de salir disparado hacia el aeropuerto. Rafael Dezcallar, con el que trabé cierta amistad y del que guardo muy buen recuerdo, dijo que esperara un instante y que nada se perdía por probar. A renglón seguido agarró el teléfono y llamó a la legación del Imperio para ver si sonaba la flauta. Sonó. Los americanos me vendieron la gammaglobulina: cuatrocientos dólares, que volví a pagar de mi bolsillo -bien empleados estaban- y que luego, ya en Madrid, me reembolsó mi seguro privado (privado, he dicho. Cajasalud. Es excelente). Eso fue todo. Costo de la operación para el erario: cero.

Bueno, no… Un coche de la Embajada me llevó gentilmente hasta la clínica. El trayecto sería de unos dos kilómetros. ¿Devuelvo el costo de la gasolina?

La señora, señorita o travestido Sigrid de Thule dice que en tan aparatoso y gravoso rescate intervino nada menos que Aznar, a la sazón jefe del gobierno, y sostiene que yo mismo lo reconocí en sucesivas apariciones públicas. Debería informarse mejor, tomar fósforo para la memoria y ser más cautelosa a la hora de enjuiciar al prójimo. O, mejor aún, como aconseja la Biblia, no enjuiciarlo en absoluto. Lo único que yo dije, burlonamente, es que salvé el pellejo gracias a la guerra de Iraq -acababa de estallar- y que podía considerarme el único beneficiario colateral (como se llama ahora a lo que antes eran “efectos secundarios”) de ese conflicto. Sigo, de hecho, pensando que si sonó la flauta a la que antes hice referencia fue porque el embajador estadounidense no tuvo redaños en aquella circunstancia para negar la gammaglobulina a un escritor nacido en uno de los países que con más ahínco apoyaron al suyo en la iniciativa bélica. Tortuosos son a menudo los senderos del destino. Si el presidente Bush no hubiese atacado Iraq, yo estaría ahora sirviendo de abono a la tierra en el cementerio de Castilfrío.

La conducta del embajador Dezcallar fue impecable: asesoró y ayudó a un compatriota en apuros, pero no se gastó ni un céntimo de dinero público. Como debe ser. El único responsable de tales apuros era yo. Mía, y sólo mía, había sido la decisión de viajar a Axum, donde los etíopes creen que está el Arca de la Alianza. Jugar a ser Indiana Jones es legítimo, pero no lo sería hacerlo a costa del prójimo.

Es ésta la segunda y, acaso, última vez que respondo a un comentario del blog. Me aconseja mi ayudante que no lo haga, porque eso y sólo eso es lo que buscan los trolls. Ya. Pero la señora, señorita, travestido o troll -suponiendo que lo sea- Sigrid de Thule, con su aviesa apostilla, está poniendo en tela de juicio y bastidor de calumnia no sólo la honorabilidad de mi persona, lo que me importaría un rábano, sino mi veracidad de escritor. Y por ahí no paso, amiga (vuelve a ser un decir).

Caigo ahora en la cuenta de que debería ponerme una buena dosis de suero contra el veneno de víbora. ¿Me la sufraga usted, trollera y trolera? Déjelo. Sería inútil. Ya estoy vacunado de la rabia. Las bípedas implumes también la transmiten.

Publicado en Dragolandia, elmundo.es, 2 agosto 2012


Publicado en: ...el 03 Febrero 2013 @ 22:10 Comentarios (1)

One Comment

  1. A 04 Febrero 2013 @ 13:02 pivodi dijo:

    Buenos días señor Dragó, permitame que me inmiscuya en sus lances con la susodicha, imagino que su ligoteo con la señorita en cuestión es importante y no es cuestión de molestarlo pero… la cura de la hidrofobia, pues… ¡Justamente en la Rábida se adora a la Virgen de los Milagros, la antigua Proserpina de Palos, Señora de la Rabia! aunque para nosotros, gente sin fé, no se si surtan efecto sus milagros, si acaso, seria más barato. Bueno, recuerde: Convento de Santa María de la Rábida, en Palos de la Frontera, frente a Huelva: “Nuestra Señora de la Rábida”.

    Me pregunto como afectara esto a los peces, ¿lloraran?